Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores
2005: la situación político-electoral de la Democracia Cristiana
Genaro Arriagada Herrera
En los días que corren hay una gran preocupación por la situación política y electoral de la Democracia Cristiana. Y es comprensible que así sea, pues la suerte de un partido mayoritario, que es además un factor esencial de estabilidad y gobernabilidad en un país, es un asunto que no sólo interesa a sus miembros sino a todas las personas que piensan la política desde una perspectiva más amplia. Es un tema de interés nacional.
¿Es efectiva la caída en la importancia política del PDC que es el origen de esta preocupación? Si ello es así ¿cuál es su magnitud y naturaleza y cuáles las causas y origen de ellas? ¿Cuál la responsabilidad de sus dirigentes?
El presente informe entrega criterios para intentar responder preguntas como esas.
Primero. La DC es parte esencial de la coalición más exitosa en un siglo entero.
Todo análisis político de la realidad chilena debe reconocer que en términos de la mantención de su fuerza electoral, la Concertación es un caso sorprendente, nunca visto en la historia de Chile. Los resultados son impresionantes, según lo muestra el cuadro número 1 donde se incluyen las elecciones parlamentarias y municipales habidas entre 1989 y 2005.
En las parlamentarias de 1989 la Concertación alcanzó un 51,49% de los votos. Dieciséis años después, en las parlamentarias del 2005 mantenía la misma votación: un 51.77%. Sólo hay dos elecciones, la parlamentaria del 2001 y la municipal del 2004, en que su votación bajó del 50 por ciento (47,90 y 47,91 respectivamente) y una sola, la parlamentaria del 2001, en que la diferencia entre la Concertación y la Alianza fue estrecha: 3,63 puntos porcentuales en tanto que en las otras ocho elecciones la diferencia alcanzó siempre cifras de dos dígitos.
En la historia chilena de los últimos 100 años no hay el caso de una coalición que haya mantenido por tanto tiempo una hegemonía electoral de esta magnitud y un tan alto grado de estabilidad en sus votaciones.
La DC no sólo ha sido fundadora de esta coalición, sino parte esencial de ella en el sentido más propio del término, esto es, que sin DC no hay Concertación.
Antes de continuar es necesario advertir que las comparaciones con la parlamentaria de 1989 se ven dificultadas porque en esa ocasión el actual Partido Socialista no se presentó como tal, sino que algunos de sus militantes fueron una parte de los independientes en la lista de la Concertación – estos independientes alcanzaron el 9,12% de los votos y eligieron 9 diputados – y otros integraron el Partido Amplio de Izquierda Socialista (PAIS), que corrió en lista aparte de la Concertación y que obtuvo el 4,28% de los votos y eligió dos diputados.
Segundo. La DC ha tenido una declinación electoral que no es importante. Uno de cada cinco chilenos sigue votando por ella.
Según lo muestra el cuadro siguiente, la DC, en los 16 años que van entre 1989 y el 2005, ha tenido una disminución de su votación de 5.21 puntos porcentuales.
Hay que advertir, sin embargo, que las cifras anteriores no son enteramente comparables pues la DC, en 1989, obtuvo el 25,99% de los votos llevando candidatos en sólo 45 distritos en tanto que en el 2005 alcanzó el 20,78% con candidatos en 56 distritos.
Durante 38 años, desde 1963 y hasta las parlamentarias del 2001, la DC fue el principal partido del país. Esa situación la perdió en las parlamentarias de este último año en favor de la UDI. Sin embargo, en las municipales del 2004, la DC tuvo éxito en recuperar la condición de principal partido del país. Sin embargo esa conquista fue efímera, pues en 2005 la UDI, al alcanzar el 22,34% de los votos superó nuevamente a la DC.
Con todo, en 2005 uno de cada cinco chilenos votaban DC, lo que es un éxito notable.
Tercero. La DC ha tenido una enorme caída en su fuerza parlamentaria.
Si bien es cierto que la DC en 16 años ha bajado su votación en 5.21 puntos, su caída en la representación en la Cámara de Diputados es enorme. Ella ha bajado de 38 diputados en 1989 a 21 en 2005; esto es en un 45 por ciento, según se observa en el cuadro siguiente:
La pérdida de influencia en el Senado ha sido aún mayor. En 1993 la DC tenía catorce de los treinta y ocho senadores elegidos democráticamente lo que la hacía la fuerza más poderosa en la Cámara Alta. En 2001 se realizaron elecciones en cuatro circunscripciones donde habían senadores DC (V Costa; VII Sur; IX Sur y XI) y de ellos sólo se reeligieron dos (Lavandero en la IX y Adolfo Zaldívar en la XI). La DC quedó reducida a doce senadores. Luego vino el proceso a Lavandero y pasó a tener once.
Antes de la elección de 2005, la DC renunció a llevar a la reelección a Rafael Moreno, con lo cual se redujo a diez senadores para el próximo Congreso. En el 2005, la DC llevó candidatos en nueve circunscripciones eligiendo sólo en cinco de ellas (Pizarro en la IV; Alvear en Santiago Oriente; Sabag en la VIII Costa; Ruiz-Esquide en la VIII Interior; y Frei en la Décima Norte). Desde el 2000 a la última elección la DC ha perdido 8 de los 14 senadores que tenía hace apenas cinco años.
Cuarto. Los aliados de la DC o no han tenido crecimiento electoral (PS; PR) o lo han tenido menor (PPD).
Al analizar la votación de los demás partidos integrantes de la Concertación, el rasgo distintivo es la estabilidad de sus votaciones. Se presenta a continuación un cuadro donde se indica el porcentaje de votación obtenido por cada partido aliado de la DC y entre paréntesis el número de diputados que eligió.
El Partido Socialista es el caso extremo. En las cuatro elecciones parlamentarias que van desde 1993 hasta ahora, sus votaciones oscilaron entre un 10% en del 2001 y 2005 y un máximo de 11,93 en las parlamentarias de 1993. En las municipales de 2004 obtuvo un 11%.
El PPD, presentaba una situación similar. En las parlamentarias de 1997 y 2001 se había ubicado algo arriba del PS, esto es, en un rango del 12 y medio por ciento; sin embargo, en las municipales del 2004 obtuvo un magro 10%, lo que lo ubicó, por primera vez desde la vuelta a la democracia, como el tercer partido de la Concertación, un punto abajo del PS. Sin embargo, el 2005 el PPD fue el único partido de la coalición de gobierno que tuvo un crecimiento significativo: 2,71 puntos porcentuales.
El Partido Radical se ha ubicado en una media que nunca va abajo del 3 y nunca arriba del 4 por ciento en las elecciones parlamentarias. En las municipales le suele ir mejor.
Ahora, si se hace un consolidado de las votaciones de los tres partidos aliados de la DC muestra resultados que no impresionan mayormente.
El aumento de la votación de los tres partidos ha sido de 2,02 puntos porcentuales en los doce años que van desde 1993 al 2005 y, para ser francos, concentrándose entre 2001 y 2005, pues la suma de los votos era igual en 1993 que en 2001.
Los datos anteriores sobre votaciones y comparaciones de las votaciones entre los partidos de la Concertación, no avalan para nada la afirmación de algunos analistas de derecha de que la Concertación, después de la elección del 11 de Diciembre, habría cambiado de naturaleza pues antes era una alianza donde la DC y el PS-PPD vivían en equilibrio y hoy, en cambio, un pacto bajo hegemonía de la izquierda.
Si miramos la votación de la DC en las tres últimas elecciones parlamentarias, veremos que ella representaba en 1997 el 23% de los votos y el 2005 el 20,8%; esto es, ha sufrido una baja de 2,2 puntos porcentuales en ocho años. Bajo cualquier concepto, una caída menor. El PS-PPD, por su parte, sumaron el 23,6% de los votos en 1997 y el 2005 el 25,5 lo que equivale a un aumento de 1,9 puntos. Sólo un obcecado podría sostener que cambios de esa magnitud varían la esencia de la alianza de gobierno.
Quinto. Los aliados de la DC han crecido mucho en su poder parlamentario.
Como se acaba de decir, entre 1993 y el 2005, la suma de votos del PS, PPD y PR se incrementó en 2 puntos, pero su representación en la Cámara de Diputados lo hizo de 32 a 44 representantes, esto es, en más de un tercio, un 37%, según lo muestra el cuadro siguiente:
Pero, entre todos estos partidos, es el PPD el que, a partir del 2001, ha tenido aumentos más espectaculares en su bancada de diputados. En el 2001, el PPD aumentó su votación en 0,18 puntos porcentuales, vale decir, menos de dos décimas, pero fruto de la habilidad de su directiva para negociar las listas parlamentarias aumentó su representación en 5 diputados, vale decir, en un 31%.
En las elecciones municipales del 2004 logró lo mismo: no obstante una baja en su votación de 1,41 puntos respecto de la elección municipal anterior, pudo subir el número de los alcaldes pertenecientes al partido de 29 a 42.
En 2005 logró un nuevo incremento de 3 diputados. A su vez, el PR ha ido aumentando su representación en la Cámara en las últimas tres elecciones, luego de un bajón que experimentara en 1993. El PS, en cambio ha mantenido su poder en la Cámara Baja relativamente estable – salvo la caída del 2001 – pero ello debido a que mientras el PPD ha concentrado sus esfuerzos por crecer en la Cámara, el PS lo ha hecho en el Senado, con un éxito sorprendente. En efecto, el actual Senado ha sido conformado por dos elecciones (2001 y 2005) en cada una de las cuales el PS obtuvo, a nivel nacional, un 10% cada vez. La DC, en cambio, alcanzó en ellas el doble (18,9 y 20,8%, respectivamente) y, sin embargo, hoy tenemos ocho senadores socialistas y seis democratacristianos. Algo simplemente para no creer
Es interesante que estos partidos han mantenido o aumentado su representación parlamentaria, con una “economía de candidatos”, esto es, sin aumentar o incluso disminuyendo el número de postulantes incorporados a sus listas. En el cuadro nº 7 se indican los candidatos elegidos y entre paréntesis el número de candidatos habidos en cada elección. Se incluyen también las cifras correspondientes a la DC.
El caso de la DC, según el cuadro anterior, sería el inverso, pues a partir de 1997 no ha hecho sino aumentar el número de sus candidatos para, a la vez, reducir tanto el porcentaje de su votación como el número de candidatos elegidos. Lo anterior tiende a afirmar la idea, sobre la que volveremos más adelante, de que un aumento irracional del número de candidatos en vez de ayudar al crecimiento de la votación y la representación parlamentaria de un partido, la puede dificultar.
Sexto. El teorema absurdo: a menor poder electoral, menor necesidad de subpactos.
El sistema binominal tiene dos grandes defectos. El primero es que, a nivel nacional, tiende a favorecer a la segunda fuerza y a castigar a la mayoría. Si en todos los distritos la Concertación tuviera el 66% de los votos y la Alianza el 34%, el resultado sería un empate en la representación parlamentaria, no obstante la diferencia, en el voto popular, de 32 puntos a favor de la Concertación.
El segundo gran defecto es que al interior de cada pacto el sistema – a menos que se doble – entrega todo al que tenga un voto más. Por ejemplo, si en todos los distritos la DC tuviera el 26% de los votos y el subpacto PS-PPD el 25%, la DC se llevaría el 100% de la representación parlamentaria de la Concertación; pero, en este ejemplo hipotético, bastaría que el PS-PPD subiera un punto, el mismo que la DC bajara, para que los primeros se llevaran ahora el 100% de la representación.
Lo anterior sirve para ilustrar el hecho de que en el sistema binominal bajas (o alzas) menores en la votación popular pueden significar cambios radicales en la correlación de las fuerzas parlamentarias de los partidos que forman una coalición. Esto es lo que pasó en la elección parlamentaria del 2001, donde la DC bajó un 17 % su votación popular y perdió el 38% de su bancada de diputados; en cambio, en esa misma ocasión el PPD aumentó en apenas 0,2% (dos décimas) su votación popular e incrementó en un 31% su representación en la Cámara Baja.
Por tanto, para un partido le es imperativo lograr acuerdos electorales con algunos de sus aliados de la propia coalición, que permitan establecer equilibrios de votos; si siendo más débil que sus aliados, no lo hace puede arriesgarse a un menoscabo muy injusto de su representación parlamentaria. De ahí el sentido de los subpactos.
En términos generales se podrían estimar como probables tres formas de equilibrio al interior de la Concertación: una, es la DC en frente del subpacto PS-PPD, dejando a su suerte al PR; segunda, un subpacto DC-PR y otro PS-PPD; tercera, la DC teniendo como contraparte un subpacto PS-PPD-PR. Si se consideran esas tres alternativas para las últimas elecciones de parlamentarios, el resultado es el siguiente:
A la luz del cuadro anterior se puede decir que hay dos elecciones – las 1993 y 1997 – en que la DC equilibraba por sí sola a la suma PS-PPD. Pero esa posibilidad se agotó para las elecciones siguientes. En cambio, en los años 2001 y 2005, si la DC tenía por objeto equilibrar la fuerza del PS-PPD, le bastaba un subpacto con el PR, con lo cual las diferencias entre ambas combinaciones no alcanzaba a un punto. Por el contrario, la alternativa de una DC enfrentando sola un subpacto PS-PPD-PR sólo fue posible en 1993, pero ya no lo era en 1997, donde la diferencia a favor del subpacto fue de 3,75, diferencia que no hizo sino agravarse en los años 2001 y 2005 en que ese guarismo subió a 7,86 y 7,99 puntos porcentuales.
Frente a esta realidad los negociadores de la DC han procedido, a partir de 1997 y especialmente en 2001 y 2005, con extrema irracionalidad. En 1989 y 1993, las directivas de la DC buscaron y lograron el subpacto con el PR, que, aunque no lo necesitaban a nivel electoral parlamentario, sí lo estimaron esencial para alcanzar otros objetivos fundamentales, como asegurar equilibrios en la coalición (1989) y garantías de apoyo a su candidato presidencial, Eduardo Frei, en contra de Ricardo Lagos (1993).
Es a partir de 1997 cuando la DC empieza a necesitar de modo cada vez más urgente un subpacto con el PR, pues las diferencias entre su votación con la suma del PS-PPD (ver alternativa I del cuadro anterior) no hacen sino aumentar en su contra (0,62 puntos en 1997; 3,81 en el 2001; y 4,68 puntos en 2005). Pero es justamente en ese momento cuando las directivas de la Falange, contra toda lógica, inician un camino de aislamiento respecto de subpactos. Ellas empiezan a privilegiar el número de candidaturas, de modo que se les hace imposible atender las demandas de los radicales por algunos cupos en las listas parlamentarias.
El ejemplo de lo sucedido en la última elección es ilustrativo y además es muy similar a lo ocurrido en 2001. Si se decide llevar candidatos en 56 distritos, es obvio que no hay espacio para los radicales. En esas circunstancias ellos son obligados a emigrar para formar un subpacto PS-PPD-PR.
Las directivas PS y PPD, con mucho mayor visión, aceptan reducir sus candidaturas a un máximo de 48 y ofrecen 12 cupos al radicalismo y uno a nivel de senador (la II Región). Los radicales, en reciprocidad, acuerdan apoyar a Bachelet y no Alvear (los radicales, en la interna concertacionista apoyaron a Aylwin en 1989 y a Frei en 1993) y se comprometen a trabajar y votar por candidatos PS o PPD en 48 distritos y 8 circunscripciones senatoriales donde no llevarán candidatos. La DC, en cambio, enfrenta a los radicales en todas las zonas donde levantan candidaturas, de modo que todos los parlamentarios elegidos por el PR logran alcanzar el Congreso derrotando rivales DC (en el Senado Gómez contra Frei; en Calama, Espinoza derrota al DC Mora; en Vallenar DC y PR duplican; en San Antonio Venegas triunfa sobre el DC Badenier; en Rancagua Sule triplica a Dupré, DC; en Chillán Jarpa derrota a Huepe; en Los Ángeles Pérez triunfa sobre su contrincante DC; en Villarrica el PR Meza derrota al DC Acuña).
Para concluir, tanto en 2001 y 2005, como lo indica la alternativa III del cuadro Nº 10, la diferencia entre la DC y el subpacto PS-PPD-PR ha sido de ocho puntos. Si la DC no asume el tema de los subpactos no cabe duda que con esa diferencia porcentual su representación parlamentaria continuará ubicándose muy por debajo de lo que alcance en el sufragio universal.
Séptimo: malos criterios y prácticas políticas.
A los errores que se han señalado se agregan otros, que se refieren a malos criterios y prácticas políticas y a los que se aludirá brevemente y a vía de ejemplos.
Puede darse que los intereses de corto plazo de la directiva nacional del partido lleven a descuidar el objetivo de alcanzar una alta representación parlamentaria. Una directiva puede creer – como erróneamente lo ha sostenido la actual mesa – que su éxito depende de obtener un aumento en el porcentaje de votos, lo cual, es obvio, lo puede alcanzar mejor llevando candidatos en 56 distritos que en 48. El problema está en que, como se ha visto, cuando obtiene 56 distritos no puede tener subpactos y ello dañará su representación parlamentaria.
Una directiva puede, también, privilegiar el control de la maquinaria interna del partido por sobre la representación parlamentaria. Reducir el número de candidatos es, al interior de un partido, muy impopular, pues lleva a enfrentar a las directivas de aquellas provincias donde se decida no llevar candidatos y apoyar al de un partido aliado. Los líderes provinciales sostendrán que fueron injustamente sacrificados por la mesa para satisfacer a colectividades ajenas.
Pocas cosas pueden estimular más el “chovinismo partidario” que la promesa de una directiva de “llevaremos candidaturas en todos los distritos y en todas las circunscripciones”. En este mismo sentido de privilegiar el control interno, una mayor disponibilidad de cupos puede permitir pagar favores políticos o reforzar lealtades grupales, ofreciendo espacios en las listas de candidatos del partido a amigos o incondicionales.
Otro error grave al que ha ido siendo arrastrada la DC es la falta de un mecanismo democrático, racional y eficiente para conformar sus listas parlamentarias. Este es, sin duda, uno de los asuntos fundamentales que debe resolver un partido político moderno y sobre el que caben muchas fórmulas, que no es posible discutir aquí. En todo caso la DC ha ido, en esta materia, hacia formas cada vez más cuestionables.
Las negociaciones de 1989 y 1993 parecen, hoy, buenos ejemplos, en el sentido que ellas estuvieron a cargo de comités representativos de todas las tendencias, pero bajo el liderazgo, dotado de gran poder, de un jefe de negociaciones. En 1993 los parlamentarios en ejercicio tuvieron un rol e influencia menor. A partir del 2001, tendencia que se mantiene el 2005, se comete el error de delegar la confección de la lista parlamentaria a un comité de senadores y diputados. De ese modo se entregó a los incumbentes – a los que en su momento se le llamaba el “sindicatos de diputados” y el “sindicato de senadores” – la resolución de un asunto en que eran jueces y parte, con el alto riesgo de que ellos tendieran a postergar el bien común partidario a favor de sus intereses particulares o corporativos.
Una de las más cuestionables expresiones de esta confusión fue el levantamiento, por diputados y senadores, de la teoría del “uti possidetis”, locución latina que, en el derecho internacional, llama a respetar las posesiones territoriales actuales de los contratantes y que, traducida a la confección de las listas parlamentarias significaba que los actuales parlamentarios (los incumbentes) no debían ser perturbados por competidores que quisieran sustituirlos como candidatos en primarias internas o a través de otras formas democráticas. De hecho, en la lista de senadores DC de 2005 fueron a la reelección todos los que así lo decidieron, siendo los únicos casos de renovación los producidos por las renuncias a repostularse de Gabriel Valdés y Alejandro Foxley. Ni aun los más denodados esfuerzos de los desafiantes (Mora contra Frei; Latorre contra Moreno) lograron obtener la realización de primarias que, por lo demás, contemplaban los estatutos.
La lógica personal de los candidatos suele ser tan fuerte que suele impedirles una visión realista de sus posibilidades y, por esa vía, terminan jugando no sólo contra sus intereses, sino contra los del partido. Los ejemplos son muchos, siendo uno de los más claros cuando en 2001, el jefe de la campaña DC, Gutenberg Martínez, intentó una tardía rectificación de la lista parlamentaria tratando de convencer a cuadro diputados que aspiraban a ser incluidos en la lista de senadores, que dadas las nulas posibilidades de ser elegidos para la Cámara Alta se inscribieran como candidatos a diputados donde sí estaban asegurados (Erick Villegas, Aldo Cornejo, Roberto León, Miguel Hernández). La propuesta fue rechazada de plano por todos ellos, con el resultado de que no sólo fueron derrotados como senadores, sino que la DC perdió diputaciones seguras (Copiapó; Valparaíso; Curicó; Malleco) de las cuáles sólo una volvió a recuperar el 2005.
Octavo. La DC, desde fines de los 90, ha hecho las que pueden ser las peores negociaciones electorales.
La realidad que se ha descrito en este informe plantea preguntas inevitables. ¿Cómo es posible que la DC con el 21% de los votos haya obtenido un diputado menos que los que el PPD logró con el 15% de los sufragios? ¿Cómo entender que el PS, con la mitad de los votos de la DC haya elegido las tres cuartas partes de los diputados alcanzados por este última?
La respuesta es archisabida y es que el sistema binominal obliga a complejas decisiones y negociaciones – tanto en la confección de las listas, como en la suscripción de pactos y subpactos – que permitan mitigar los daños potenciales que le son inherentes o, dicho en positivo, que hagan posible explotar sus oportunidades. Y lo que ha sucedido es que mientras el PS, el PPD y el PR confeccionaron muy bien sus listas parlamentarias y las negociaciones al interior de la Concertación, la DC lo ha hecho, a partir del 2001, muy mal; con rudeza de inexpertos.
Al respecto hemos elaborado un índice que intenta medir la eficiencia con que los partidos confeccionaron sus listas parlamentarias. Es lo que indica el siguiente cuadro que mide la relación, para cada colectividad, entre el número de candidatos presentados y el número de diputados elegidos.
Lo anterior indica que, por ejemplo, en 1989 la DC eligió más de 8 (84% de eficacia) de cada diez candidatos que presentó; en tanto que en el 2005 eligió menos de 4 candidatos por cada diez. Consideramos que menos de 44% de eficacia es malo; entre 45 y 69 regular; y sobre 70 bueno y muy bueno. En ese caso las peores negociaciones son las del PR en 1993 y 2001 y las del PDC en 2005 y 2001. Las mejores, en cambio, son las del PDC en 1989 y 1993 y las del PPD en 2001 y 2005.