Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores
Algunas impresiones sobre las “Impresiones culturales del Chile actual” de J.J. Brunner
Ernesto Águila Z.
En un reciente número especial de la revista Cultura del Ministerio Secretaría General de Gobierno, publicado para la II Cumbre de las Américas. José Joaquín Brunner presenta un trabajo titulado “Un modelo para armar: impresiones culturales del Chile actual”. En él aborda el tema de los cambios – principalmente culturales – vividos en el país, a partir de las transformaciones capitalistas neoliberales operadas durante el régimen militar, y que en sus lógicas más profundas han perdurado durante los gobiernos de la Concertación. Como el propio título lo sugiere constituye también una respuesta a Moulian y su visión crítica del “Chile actual”.
Aunque no resulta del todo evidente distinguir en el texto aquello que Brunner “celebra” de los cambios ocurridos, de aquello que simplemente describe (los sombreros de político y de sociólogo los intercambia con gran inteligencia y estilo), su crítica de la crítica sobre lo “actual” permite descubrir su grado de conformidad con lo existente. O si se quiere, se puede pensar que lo que Brunner cree – al situar con tanta fuerza y énfasis la profanidad y solidez de las nuevas realidades culturales que, según sus “impresiones”, vive el país -, es que una aceptación intelectual de estas nuevas condiciones culturales constituye una condición previa e imprescindible para construir una reflexión (y tal vez una crítica) sobre el presente y el futuro que no resulte nostálgica ni extemporánea.
Chile actual: ¿entre el “imaginario fiscal” y el “escenario mercantil”?
Brunner comienza afirmando en este trabajo: “Chile experimenta el paso acelerado desde una cultura centrada en el imaginario fiscal – el del Estado y las jerarquías políticas y sociales – hacia una cultura de masas organizada en torno a estamentos definidos por sus estilos de vida, trabajo, consumo… ” ¡Qué duda cabe! – prosigue Brunner -. La sociedad civil se ha ido acercando al mercado y a la comunicación de masas, con el consiguiente alejamiento de todo aquello que pertenecía a ese imaginario fiscal; sus liceos y abogados, universidades públicas y controles de precios, el desarrollo hacia adentro y los valores del ascenso social…(…) Por el contrario, hemos ido asumiendo, aún a contracorriente, la constelación de valores y actitudes que definen y envuelven al ciudadano consumidor (…) Ese, y no otro, es el principal desplazamiento cultural operado por la revolución capitalista en curso en el país. En realidad esa es la forma como el capitalismo se manifiesta en la cultura cada vez que el mercado, y no el Estado, para a constituir el eje más dinámico de la sociedad”.
Brunner llama la atención sobre un aspecto cardinal: el mercado en la sociedad chilena no juega ni ha jugado sólo un rol económico, de mero “asignador de recursos”, sino también ha sido un factor estructurante de la vida social y cultural. ”un lugar físico y espiritual” nos dirá Brunner, donde se definen y redefinen tanto motivaciones y deseos como la producción y circulación de todo tipo de bienes materiales y simbólicos, Esta es la “cultura de mercado”, un fenómeno común a las sociedades capitalistas contemporáneas, a la cual Chile estaría ahora integrado.
La primera objeción que surge frente a este planteamiento se refiere a la generalización de Brunner realiza al identificar lo que sucede en la sociedad chilena con lo que ocurriría en toda “sociedad de mercado”.
Así como la modernidad ha tenido diversas trayectorias también “lo actual” tiene múltiples expresiones en el mundo. En el caso de la modernidad, Larraín – citando a G. Theborn, P. Wargner y C. Marín -, distingue cinco caminos que ha seguido la modernidad a lo largo de la historia en cinco regiones diferentes – Europa, América del Norte y Australia, Japón y el sudeste asiático y América Latina – cada uno con sus particularidades y tiempos históricos. (1) Algo parecido se podría decir de las diferencias que en el propio suelo europeo la modernidad ha tenido, por ejemplo entre países como Francia y España – piénsese en los siglos XVIII y XIX -, por situar dos realidades y etapas históricas que han tenido una fuerte influencia política y cultural en nuestro país.
Esto que es válido para la modernidad también lo es para lo actual: las diferencias sobre el modo europeo o norteamericano o latinoamericano para enfrentar la globalización, o los efectos del neoliberalismo, presentan demasiadas especificidades, como p’ara poder situar lo que sucede en Chile dentro de una corriente común de evolución capitalista.
No basta que existan en la mayor parte del mundo los malls o Internet para descubrir una condición cultural común; sino que para ello es mucho más relevante conocer cual es el rol y fortaleza que en cada lugar tiene el Estado, el mercado, el ciudadano, el consumidor, la cultura local, la religión. Ello es lo que define la fisonomía cultural más profunda en cada parte y circunstancia, y las diferencias que hoy de observan siguen siendo demasiado significativas como para pensar que se está generalizando un modelo cultural único, definido exclusivamente a partir del mercado, incluso con el proceso de globalización de por medio. (2)
Lo que es claro es que no ha existido históricamente una modernidad ni una forma de modernizarse; ni existe una sola manera de formar parte del actual proceso de globalización, ni tampoco, por consiguiente, existe ni ha existido una sola manera de situar el rol del mercado en la sociedad capitalista contemporánea.
La descripción de Brunner es correcta: el mercado juega en la sociedad contemporánea un papel que excede con mucho lo económico, pero la amplitud que éste ha pasado a ocupar en la organización de la vida social y cultural de nuestro país es singular. Se puede afirmar que en Chile la centralidad alcanzada por el mercado, y la debilidad de otros factores como el Estado, el poder ciudadano y la cultura, constituye un ordenamiento específicamente nacional, singular en el plano internacional, marcado por una ortodoxia neoliberal no vista en otras latitudes. (3)
Nada indica que exista una fatalidad histórica, ni una “fase” del capitalismo que obligue a pasar por un tipo de sociedad donde el mercado estructure los sentidos y las interacciones sociales en la forma como hoy sucede en nuestro país.
Se puede aspirar razonablemente – en el sentido de su concreción histórica – a reponer valores como la igualdad, la fraternidad, la noción de derechos, de ciudadanía fuerte, de un Estado más poderoso, de un espacio público menos condicionado por el mercado dentro de este capitalismo actual. Se puede tener dichas aspiraciones y a la vez participar de una conversación sobre lo actual, sin tener que cargar con una suerte de morbosa predilección por las “tragedias” (como le atribuye Brunner a los “intelectuales críticos) ni ser portador de un “imaginario fiscal”) tan caricaturizado como el que Brunner nos propone.
La omisión del neoliberalismo: lo ideológico dentro de lo contemporáneo
Resulta sintomático que a lo largo de su trabajo Brunner prescinda, para una descripción del Chile actual, del término neoliberal. En su reemplazo utiliza diversas expresiones como “revolución capitalista en curso…” , “cultura de masas”, “cultura de mercado”, “modelo de desarrollo en plena fase de crecimiento…”, “modernización”, “capitalismo global”.
Probablemente el término neoliberal presenta a estas alturas la dificultad de estar algo desgastado por un cierto uso indiscriminado, pero no por ello deja de tener vigencia para caracterizar algunos aspectos centrales y específicos del capitalismo mundial y particularmente chileno, en los últimos 20 años. Y sobre todo para poder discriminar aquello que es propiamente “ideológico” dentro de lo “contemporáneo”.
Quien no quiera reparar en esta distinción necesita des-historizar lo contemporáneo, como lo hace Brunner y otros intelectuales a la hora de describir el presente. Desentenderse del hecho que el neoliberalismo es una ideología particular dentro del capitalismo que tuvo su origen por allá por 1947, cuando un grupo de intelectuales de derecha encabezados por Friederich Hayek se reunió en Mont Lelerin, Suiza, para desarrollar un pensamiento contrario al Estado de Bienestar europeo y al New Deal norteamericano (entre los presentes en aquella célebre cita se puede mencionar a Milton Friedman, Kart Popper, Lionel Robbins, Walter Lipman, Michael Polanyi, Salvador Madariaga).
Dicho grupo haría una larga “travesía por el desierto”, en la década del 50 y 60 (con disciplinadas reuniones cada dos años) mientras el capitalismo tenía su “época de oro” bajo las ideas “keynesianas”. Sus planteamientos sobre la necesidad de un debilitamiento profundo del poder sindical, de reducción del tamaño y las regulaciones del Estado, su crítica radical al concepto de “igualdad” , sus propuestas privatizadoras, su relativización de la democracia como “valor absoluto”, su reconcenptualización del mercado como ordenador y organizador de la totalidad social, su crítica al racionalismo, etc.; encontrarían recién un espacio propicio para llegar al poder con la crisis del modelo de acumulación de post guerra en 1973 y con el triunfo de la Thatcher en 1979, de Reagan en 1980, de Kohl en 1982 y de Pinochet a partir del golpe de Estado del 73.
En la descripción de Brunner sobre el Chile actual, lo propiamente neoliberal aparece subsumido, “naturalizado”, en una cierta evolución general del capitalismo y de la modernidad. Prescindir del apellido neoliberal para caracterizar el capitalismo y la modernidad de los últimos veinte años, le permite construir una imagen de chile donde participan los malls, Internet, la telefonía digital, un Estado y una ciudadanía debilitados, un mercado omnipresente, actores sociales precarios; una cierta “igualdad de condiciones”, como partes de un modo de ser de lo contemporáneo.
Las barreras culturales a la “cultura de mercado”
Según Brunner, Chile estaría inmerso en aquella “psicología profunda” propia del espíritu original del capitalismo, con una libido volcada “hacia el trabajo, la competencia, el logro y las posesiones”, donde los espíritus se habrían atemperado para dar paso “al ahorro, al desempeño, a la presión competitiva y comparativa”; cercano a ese espíritu puritano originario del capitalismo. Los índices de insatisfacción subjetiva que algunos estudios han pesquisado (¿el PNUD?) no serían más que “una invención resentida del imaginario fiscal; su manera de denunciar un clima cultural que rechaza”.
Frente a esta descripción (y toma de posición) de Brunner, lo primero que cabría es matizar. Más bien se trataría de tendencias observables en la realidad chilena que de formas culturales plenamente cristalizadas. Es demasiado prematuro afirmar que la revolución capitalista neoliberal operada en nuestro país ha producido un cambio cultural tan profundo que ha barrido con todos aquellos rasgos “expresivos”, “barrocos”, “jerarquizantes”, “autoritarios”, “centralistas” que singularizan la raíz hispano-católica de los países latinoamericanos, incluido el nuestro. (4) En ese espíritu originario del capitalismo al que alude Brunner no hubo sólo mercado sino una reforma protestante de pro medio, que claramente no ha vivido nuestro país.
La otra barrera que se opone a una cristalización de las tendencias culturales descritas por Brunner se refleja en la persistencia del “imaginario fiscal” a que alude nuestro autor. Es decir, una larga tradición en que el Estado jugó un rol relevante en la conformación de la identidad cultural de Chile. Cabe preguntarse, a la luz de toda la experiencia mundial conocida, si reivindicar un rol más fuerte y activo del Estado, desde el punto de vista cultural, político y económico constituye una mera nostalgia “fiscal” o una posibilidad histórica concreta, actual, que permita imaginar equilibrios distintos dentro de una “sociedad de mercado”.
Me parece observar en el planteamiento de Brunner una sobreestimación de la capacidad del mercado para construir “cultura”, lo que le permite presentar las actuales tendencias como datos irreversibles y fuertemente instalados. Una pregunta abierta, a mi juicio, es si la “cultura de mercado”, y su producto, el “ciudadano consumidor”, podrá efectivamente articular los sentidos individuales y colectivos, dejando en la obsolescencia otras formas culturales más tradicionales; o si, por el contrario, estas últimas serán capaces de procesar y absorber las dinámicas mercantiles y dejarlas como prácticas culturales más bien superficiales. Usando un símil con las sucesivas apariciones de los medios de comunicación y la pretendida superación de la tecnología anterior; ni el cine acabó con los libros, ni lo audiovisual con la radio, ni el ordenador con las anteriores. Tampoco nada indica que los malls acaben con las plazas públicas (como suele sostenerse), ni Internet con las misas de domingo…
La obsolescencia de la política
En medio de esta nueva atmósfera cultural, para Brunner, la política se hallaría en tránsito del “foro público hacia el privatismo civil (…) de los grandes relatos ideológicos a las redes privadas de conversación”. De esta nueva realidad emergería “una visión política fragmentaria, funcionalista, del sentido común y las cosas concretas, donde las nociones de totalidad, los proyectos de país y las concepciones planificadoras del futuro tienden a desaparecer”.
Insertos en esta realidad apabullante los críticos del Chile actual se encontrarían atrapados en la nostalgia por la “épica” y la “tragedia”.
A estas alturas del texto algunas “impresiones” se han transformado en rotundas afirmaciones: “nuestra vieja, no renovada izquierda revela… el vacío que deja tras de sí la desaparición de las subculturas militantes. Echa de menos la presencia de grupos expatríanos en la polis; un cierto leninismo de la acción; una dosis de esa embriaguez que produce el fragor de la lucha…”. Solución: una “postpolítica” que permita tanto la “autoorganización de la complejidad” existente así como la “producción de sentidos” para una acción colectiva, y contribuya a ”integrar culturalmente” ante las tendencias desintegradotas del mercado, la globalización y la modernización.
Frente a este planteo, nuevamente, matizar. Hasta qué punto las nuevas realidades tecnológicas y el rol del mercado han transformado las formas de socialización política tradicionales, me parece una pregunta aún pertinente. Por qué las preferencias políticas de los ciudadanos de nuestro país permanecen constantes (incluso los índices de abstención no han variado demasiado, no obstante todo el caudal que se ha hecho de este asunto, a partir de las elecciones parlamentarias del 97), me parece otra interrogante que debieran responder quienes defienden la radicalidad de lo nuevo. Y acaso el renovado interés por la “ética”, y la subsistencia de un discurso valórico en torno a la política – con toda la superficialidad que suele a veces tener – no refleja otros impulsos culturales que se oponen al “cosismo” y/o a la tecnocratización de la política. Y por otro lado, qué nos diría la UDI – y su exitoso, hasta ahora, modelo de partido – del consejo de Brunner de prescindir de las “subculturas militantes” y de “cierto leninismo de la acción”…
En fin, no es la primera vez – ni probablemente será la última – que se declara la obsolescencia de la política; sin embargo dicha actividad permanece tan parecida a “sí misma”. Los “príncipes” de ayer y hoy siguen haciendo y diciendo casi lo mismo, y no parece necesario un gran ajuste bibliográfico para tratar de saber algo sobre qué es y cómo funciona la política. Para “organizar la complejidad de los existentes” y “aportar sentidos” no me parece que haya que realizar una gran ruptura con lo que siempre hemos entendido por política. Por el contrario, un tema de reflexión importante me parece, más bien, conocer esta naturaleza “conservadora” de la política.
Un aspecto que resulta de interés en el planteamiento de Brunner, y que está implícito en este trabajo, es una critica a aquella visión tradicional de izquierda que no ve ninguna potencialidad emancipadora en el mercado ni en la “sociedad de masas”. Que ve en el mercado y en las tecnologías de la comunicación sólo dominio. El mercado no sólo excluye, también masifica oportunidades (incluso desarticula algunas “jerarquías” y “privilegios”… aunque crea otros tantos), y los medios de comunicación de masas no sólo “alienan” también producen un aumento de la “reflexividad”. Este reconocimiento puede permitir llevar adelante estrategias que permitan situarse no sólo como “negación” frente al mercado y la sociedad de masas (a condición, eso sí, de no olvidar que también excluyen y alienan).
Sobre el sentido (o no sentido) de volver sobre el pasado
Los últimos párrafos de su trabajo, Brunner los dedica a aquella “intelligenstsia” que se “halla más preocupada por el pasado que con el futuro”, que rechaza “el mundo” en nombre “de la pureza de los recuerdos”. Esta actitud de los intelectuales “críticos”, según Brunner” “es normal… en épocas de precipitada transformación cultural” (de las que los intelectuales no alcanzarían a dar cuenta, razón por la cual optarían por “volverse arqueólogos del imaginario social”). Concluye, finalmente, con una invitación para ellos: en lugar de seguir apegados al pasado, “salir a juntar impresiones dispersas y empezar a crear un cuadro cultural que nos refleje como sociedad”.
Mi objeción a este razonamiento es simple y de fondo: me parece demasiado importante lo ocurrido en nuestro pasado reciente, particularmente el capítulo de las violaciones a los derechos humanos, como para dejarlo fuera a la hora de salir a buscar “impresiones culturales” sobre el Chile actual. Se trata, más bien, de recordar y hacer memoria que pueda ser útil para descifrar el presente y el futuro.
Particularmente vigente me parece la tarea de reconstruir críticamente nuestro pasado para intentar abrir paso a una visión compartida sobre la universalidad e irrenunciabilidad de la democracia y los derechos humanos. Resulta evidente que la derecha, los militares y los empresarios no han realizado ninguna autocrítica frente a su actitud y conducta durante el régimen militar, ni asumiendo, como consecuencia de ello, a plenitud, un compromiso histórico con el sistema democrático. Por el contrario, continúan aferrados a lecturas justificatorias y autoexculpatorias. En ellos existe la convicción íntima de que los “gobiernos fuertes” y las “excepciones autoritarias” son necesarios, cada cierto tiempo, para poder encauzar a Chile en una senda de estabilidad y progreso (en ello ha contribuido poderosamente la visión historiográfica conservadora sobre nuestro siglo XIX).
La intelectualidad crítica alemana de post segunda guerra consideró necesario volver una y otra vez sobre lo ocurrido bajo el régimen nazi, no para guardar la “pureza de los recuerdos” sino para reconstruir y asentar el tema democrático en el presente y futuro de su sociedad. Habermas describe así este proceso: “El que en una sociedad altamente civilizada culturalmente como era la alemana, sólo tras Auschwitz pudiera formarse una cultura política liberal, es una de esas verdades que resultan bien difíciles de digerir. El que se formará a través de Auschwitz, es decir, mediante una reflexión sobre lo incomprensible, resulta menos difícil de entender si se piensa en lo que los derechos humanos y la democracia significan en su núcleo, a saber, la simple expectativa de no excluir a nadie de la comunidad política y de respetar por igual la integridad de cada uno y de todos, es decir, la integridad del otro precisamente en esa otredad o alteridad”. (5)
Lo grave de nuestra realidad es que ni nuestra derecha ni nuestros militantes se han convertido al liberalismo y a la democracia, no han fortalecido su fe en el pluralismo y la tolerancia después de Villa Grimaldi y de los detenidos desaparecidos. Lo desolador: que nuestros mejores intelectuales no lo consideren una tarea necesaria.
Notas
(1) Las referencias a G. Therborn, P. Wagner y C. Marín sobre las diferentes trayectorias de la modernidad en LARRAÍN, Jorge. La trayectoria latinoamericana a la modernidad en: Revista de Estudios Públicos, Santiago, Nº 66, Otoño, 1997, págs. 316-317.
(2) Sobre los diferentes modos de “globalizarse” que viven los países hoy en día, ver por ejemplo del trabajo del Groupe de Lisbonne coordinado por Riccardo Petrella. Límites a la Competitivite. Pour un noveau contrat mundial, Labor, Bruxelles, 1995.
(3) Sobre la especificidad nacional y grados de ortodoxia de la revolución neoliberal producida en Chile en relación con otros países donde se produjeron cambios en esa misma dirección ver ANDERSON, Perry. Balance del neoliberalismo: lecciones para la izquierda. En: La invención y la herencia. Cuadernos Arcis –LOM, Santiago, Nº 4, noviembre-diciembre, 1996, págs. 5-28.
(4) Sobre el tema de los contrastes entre la cultura latinoamericana de raíz hispano-católica y la angloamericana (esta última más cerca de las idea de “cultura de mercado” que nos propine Brunner) ver el trabajo de Claudio Véliz. The New World of the Gotic Fox: Cultura and economy in English and Spanish America, (Berkeley, University of California Press, 1994, capítulo I). También LARRAÍN, J. Op.cit., págs. 196-202, y el comentario sobre el trabajo de Véliz de MORANDÉ, P. en Revista de Estudios Públicos Nº 66, Otoño, 1997, págs. 371-386.
(5)