Sección: Partido Socialista: Recomposiciones y debates
Almeydismo
Antonio Cortés Terzi
“Este acto de recuerdo podría ayudarnos a devolver el modernismo a sus raíces, para que se nutra y renueve y sea capaz de afrontar las aventuras y peligros que le aguardan. Apropiarse de las modernidades de ayer puede ser a la vez una crítica de las modernidades de hoy y un acto de fe en las modernidades – y en los hombres y mujeres modernos – de mañana y de pasado mañana”.
Marshall Berman
Un notable intelectual escribió que los fuertes sentimientos “aguzan el intelecto y contribuyen a tornar más clara la intuición”.
La sorpresiva muerte de Clodomiro Almeyda ha removido fuertes sentimientos. Al natural dolor íntimo y subjetivo se le suman otros de orden colectivo e histórico. Y estos aclaran la intuición.
Surge, por ejemplo, un sentimiento de perplejidad por la sustracción de protagonismo que afectó a Clodomiro Almeyda en los últimos años. Perplejidad porque, en tiempos de desprestigio e la actividad política y de quienes la desarrollan, él era a todas luces un paradigma prestigiador. Un político que respondía, de manera casi perfecta, a los rasgos idealizados por el imaginario social de lo que aquél debe ser. “Casi”, porque ninguna idealización es terrenal.
Su cercanía tangible y cotidiana a lo nacional-popular era legendaria.
En sus más de 50 años de vida pública, de transitar virtualmente por todos los lugares del Poder, jamás se irguieron sobre él ni siquiera sombras de sospecha sobre su probidad.
No sólo era un hombre de convicciones. A veces se llama convicción a simplezas mentales que derivan de tozudez y dogmatismo. Las convicciones de Almeyda se afincaban en valores racionalmente validados y argumentados, fruto de estudios, de reflexiones, de experiencias vividas en plenitud y asimilas sin prejuicios.
Conocía el intrincado mundo del Poder, sus lógicas y dinámicas, sus detalles y su administración (probablemente fue el primer académico chileno – de los muy pocos que lo han hecho – en teorizar sobre la materia). Sabía desplazarse, y con capacidad, por esos universos, pero no lo desvelaba el ansia por ocupar los sitiales formales del Poder. Tal vez, porque no confundía apariencia y esencia.
Tenía, sin embargo, un profundo sentido del Poder. Pero de aquel que se condice y sirve a la política-historia, o sea, de aquella que se edifica desde infinidad de espacios y que trasciende por irradiación lenta y extendida y no por destellos. Sentía la posibilidad de ejercitar el Poder, de hacer política-historia desde el lugar que estuviera.
¿No son estas las características demandadas para un político contemporáneo?
¿Por qué, entonces, su no figuración pública relevante en los últimos años? ¿Fue resultado de una pura decisión personal?
Sin duda que en algún momento él mismo optó por un relativo ostracismo. Pero ese momento le fue previamente creado por circunstancias y por otros.
Chile es un país que vive orgiásticamente los cambios modernizadores. Como en toda orgía, en esta también la lucidez es anormal, mal vista, aguafiestas. Carpe diem se lee a su entrada y en su interior se proclama extinguida la historia, porque lo único que podría anunciar es la resaca de mañana. En ella, en la orgía, se acabó el tiempo de los pensadores. Es el instante de los hacedores, de aquellos que deben hacer más para que la orgía continúe.
Obviamente que este estado de cosas estrechó los márgenes de acción para un político como Clodomiro Almeyda.
¿Pero qué ocurrió con los espacios de su propio mundo, con los constituidos por los afines culturales y políticos?
Acontece que muchos de ellos también se han “modernizado” al estilo criollo, dando lugar a un “nuevo” y hegemónico tipo de políticas y de políticos: ya no se trata de caminar hacia algún norte predefinido por el imaginario de la razón, sino de estar en el protagonismo de la historia que, en concepto “moderno”, es puro presente. Como en las fiestas de San Fermín: no se trata de dirigir sino de correr delante de las reses modernizadoras parta no ser arrollados por ellas. A eso se le conoce como “pragmatismo”.
Dentro de esos mundos geopolíticos, las concepciones de Clodomiro Almeyda fueron siendo consideradas premodernas.
Y este tal vez sea el dato que más convoca a la perplejidad.
La idea de un Clodomiro Almeyda obsoleto como político-intelectual fue inspirada por grupos que ostentaron – y ostentan – la paternidad de la renovación socialista y difundida empíricamente con la anuencia de buena parte de la neo y pragmática dirigencia de esa cultura. Idea equívoca y, además injusta.
No era vista con simpatías la vindicación que sostuviera Almeyda del pensamiento de Marx. Sin desmerecer sus toles, desde sus inicios la renovación socialista hegemónica combatió al marxismo ideologizado y politizado por la Revolución Rusa, pero sin ahondar en la marxología. Por el contrario, todo el cuerpo teórico de Marx lo redujo a lo esquemas y puerilidades del “manualismo”. Por cierto que aquello violentaba el espíritu crítico y analítico riguroso de Clodomiro Almeyda.
Pero el fenómeno no se detuvo allí. Superada la etapa “revisionista” – que tuvo grandes aciertos y éxitos en lo político-funcional -, la renovación, considerada en sus expresiones más identificables, abandonó ya no sólo el marxismo sino todas las vertientes del criticismo teórico (y que merezcan tal calificación) para devenir en un simple movimiento político con algunos conceptos ideológicos idóneos a los requerimientos de integración al estatus. En este proceso se ha configurado un fenómeno intelectual de sumo interés: el discurso “moderno” de la renovación socialista resulta, en lo grueso, una simple ideología (en el peor de los sentidos) y cuyas categorías, o muchas de ellas, son una amalgama de sentido común y de conceptos básicamente decimonónicos – premarxistas, en muchos casos -. Sin darse cuenta, presa del empirismo la renovación empezó a alimentar un alma conservadora. Fenómeno advertido y replicado por Almeyda y que Habermas había resumido ya a finales de la década pasada: ”Pudiera ser que bajo este manto de postilustración no se ocultara sino la complicidad con una ya venerable tradición de contrailustración”. (1)
En tal sentido, la proclamada obsolescencia de Almeyda era inconscientemente la proclamación de caducidad del racionalismo crítico.
Habida cuenta de lo anterior, la muerte de Clodomiro Almeyda hace despertar otro sentimiento y otra intuición. Para el socialismo histórico es inevitable un sentimiento de indefensión. Sin lugar a dudas que, en su inconsciente, percibía la presencia de Almeyda – cualquiera fuera el grado de figuración pública – como una reserva intelectual y política, como una contención a los procesos de desgarramiento de su ethos. A ninguna otra personalidad socialista se le atribuía una dimensión igual.
La cultura socialista tiene internalizada, aunque no siempre explicitada, sus fragilidades. Sabe de sus limitaciones para irrumpir alternativamente en una dinámica modernizadora tan arrolladora como insatisfactoria. Intuye un proyecto pero lo reconoce no madurado. Sabe, a su vez, que las incertidumbres debilitan y que el débil tiende a asirse a esperanzas externas, las mismas que lo pueden consumir.
El socialismo histórico todavía no concluye su propia transición. La presencia de Almeyda daba tranquilidad para el tránsito y sobre todo certezas de pervivencia. Sin él, los riesgos son más acuciantes.
Está su legado, por cierto. Pero el legado de por sí no basta. Hay que usarlo y no prestarse a que devenga en simple bibliografía de la historia socialista.
Nota:
(1) Jürgen Habermas El discurso filosófico de la modernidad.