Sección: Gobierno Bachelet: Gestación y desarrollo

Bachelet: cambio “aquí” y “ahora”

Antonio Cortés Terzi

www.centroavance.cl
Agosto 2004

La gravitación del uso de los tiempos en política

“Ni el seis ni el ocho. El siete”. Los historiadores de la Revolución Rusa cuentan que esa frase la repetía vehementemente Lenin los días previos a la realización del acto insurreccional que establecería el “Gobierno de los Soviet”. Se refería con ella al día preciso (en calendario gregoriano) en el que la insurrección debía llevarse a cabo para verse coronada con el éxito. Un día antes o un día después, argumentaba Lenin, sería un fracaso.

La Revolución de Octubre demostró que el pronóstico y la decisión de Lenin eran correctos y su frase quedó como dato imborrable de la enorme gravitación que tiene la variable tiempo en política, su cálculo y su empleo. Por cierto que el ejemplo citado corresponde a una “situación límite”, pero sirve para ilustrar cómo la elección del tiempo, del momento político puede llegar a ser un factótum en determinadas circunstancias. La historia está plagada de grandes y buenos proyectos políticos frustrados por mal uso de la variable tiempo.

En la actualidad, el socialismo chileno vive circunstancias en las que el buen o mal uso de los tiempos políticos será clave para el destino de uno de sus objetivos más caros y también para delinear su propio futuro.

a. de B. y d. de B.

Los socialistas parecieran haber asumido que, en cuanto a su potencialidad y proyección política y político-cultural, hay un “antes de Bachelet” y un “después de Bachelet”. Pero parecieran no haber asumido que esa escisión planteada “espontáneamente” en el plano de la macro política tiene que manifestarse como “escisión” entre un antes y un después también dentro del PS.

Esa “escisión” es la que urge iniciar. Sus rasgos son demasiado complejos y radicales, cubren demasiados espacios, afectan demasiadas inercias como para posponer sus comienzos por razones burocráticas, por temores menores, por intereses corporativos grupales o individuales, o por simple indiferencia o incomprensión de la oferta prospectiva que hay detrás del fenómeno social y de la conmoción política que ha causado la figura de la ministra socialista.

La readecuación del PS al “después de Bachelet” plantea un típico problema del buen o mal uso de los tiempos políticos. La tardanza que ya existe al respecto habla, por ahora, de un mal uso de ellos.

Empezar hoy las transformaciones pasa, ante que todo, por superar algunas ideas que se manejan como “dogmas”.

Tres “dogmas” poco fiables

El primero de estos “dogmas” es que, por encontrarse el país en período de elecciones no puede abordarse ninguna otra tarea relevante. Menos una que implique discusiones y alteraciones del actual status partidario. Olvidémonos del lugar común que habla de caminar y de chicles. Pero lo cierto es que las elecciones dejan espacios para infinidad de otras actividades, más si se trata de iniciar un proceso que, como todo proceso, se abre con etapas de reflexión, de interlocución, de planificación, etc.

El tema fundamental, no obstante, es que concebir las elecciones como una actividad política excluyente de cualquier otra, es suponer que con los restantes ámbitos se puede jugar al un, dos, tres, momia… Y, lo que es peor, es pensar que socios, rivales y adversarios se van a inscribir también en el jueguito. La realidad política no funciona así. Menos en una elección que está, a ojos vista, presidencializada. ¿O alguien duda que en los tres meses venideros Michelle Bachelet y el PS no vayan a ser blancos de ataques, de maniobras y operaciones en su contra? ¿Alguien duda que el PS no vaya a ser demandado y provocado a responder sobre temas conflictivos y difíciles? ¿Alguien duda que en estos tres meses todo lo que diga y haga el PS – y no sólo en lo estrictamente electoral – no será acuciosamente observado como el partido de Michelle Bachelet?

En consecuencia, al revés de lo que sugiere el dogma, lo que requiere hoy el PS son readecuaciones que lo resguarden de la sobreexposición que implica, en un período electoral, ser el partido de la ministra Bachelet.

El segundo “dogma” es que todo lo concerniente a candidaturas se resolverá después de octubre con los resultados electorales en la mano. Verdad a medias o medias mentiras. Efectivamente, la elección municipal es un trámite que hay que pasar, pero lo más probable es que los resultados electorales de por sí no resuelvan nada y que, por ende y al contrario, los grandes problemas recién empiecen. ¿No sería recomendable, entonces, que de aquí a octubre el PS avanzara en las modificaciones y en las líneas que implementará para su readecuación, de tal manera que esté en mejores condiciones para enfrentarse a problemas que se anuncian muy serios?

El tercer “dogma” se articula al primero, pero tiene lógicas y argumentos distintos. Según este “dogma”, el PS está muy bien, sin dificultades preocupantes y que, por lo mismo, está lejos de requerir discusiones y polémicas. Si éstas se dieran serían artificiales e incomprensibles.

Este es, por cierto, el dogma que se corresponde a la lógica oficialista de cualquier instancia normada o que se pretenda tal. Para la reproducción del poder de quienes ya lo tienen, es obvia la necesidad de un discurso del “aquí no pasa nada”, “todo está bajo control”. Es una ley de la vida que la reflexión crítica no es el atributo preferido de las elites que ostentan el poder ni la de los subalternos que las rodean y que, para ascender, dependen en extremo o exclusivamente de la cooptación de las jerarquías. Se trata de la vieja historia acerca del “contrato” sistémico que se establece entre elites y sectores subalternos. Nunca las oligarquías, de cualquier signo, han sido carentes de “apoyo popular”.

Este tercer “dogma”, siendo, tal vez, el más prosaico es, a su vez, el que puede tener peores repercusiones. No sólo porque insta a un conformismo político e intelectual que contradice de lleno la realidad del socialismo y del progresismo chileno, sino también porque tiende a crear una atmósfera inhibitoria y hasta amenazante para el ámbito de la reflexión crítica conducente a sentar bases para las readecuaciones que urgen.

Los “dogmas” en la prensa

Detengámonos aquí brevemente. Entre los meses de mayo y julio recién pasados los socialistas se enfrascaron en varias polémicas que adquirieron carácter público y con las que se comprometieron una buena parte de sus dirigentes y también de sus bases. Ese solo dato refleja, primero, que las tradiciones socialistas no están muertas, aunque, a veces, anden de parranda y, segundo, que las inquietudes, los inconformismos, los criticismos están presentes y prontos a hacerse notar apasionadamente ante cualquier oportunidad que se preste para ello.

En contraste y quizá como reacción a ese clima inquieto y polémico, en las últimas semanas, desde las elites dirigentes se han alzado voces que, junto con transmitir una insólita complacencia con la situación del PS, abierta o veladamente instan al silencio y al descrédito de las discusiones y de los críticos. Para ilustrar esta “ofensiva” basta con recoger tres opiniones de dirigentes del status de poder socialista que coinciden en esto de la complacencia y de la convocatoria al silencio.

La primera es una entrevista del Presidente del PS, Gonzalo Martner, a La Segunda en donde destaca la institucionalización a la que habría llegado el PS en lo que respecta a toma de decisiones, no asume la existencia de ningún problema en su partido y acusa a sus detractores de ser personas que “sienten la necesidad de tener notoriedad”.

Abramos un paréntesis: ¿Cuál es la institucionalidad que establece el “congelamiento de la militancia”? ¿Puede el Presidente del partido acordar esa medida con un “inculpado” como lo era Eduardo Loyola? ¿No era la resolución del Comité Central pasar al Tribunal Supremo a quien se opusiera al royalty? ¿Por qué a Eduardo Loyola – que no se ha retractado de sus posiciones – se le aplicó una norma inexistente, sin participación del Tribunal Supremo y contrariando un dictamen expreso del Comité Central? Nada de eso suena a mucha institucionalidad. Fin del paréntesis.

La segunda es una entrevista en El Mercurio dada por el Ministro del Trabajo, Ricardo Solari. Las coincidencias son notables. Dice el ministro refiriéndose al PS: “Hay un proceso de creciente institucionalización. Cada vez es menos el peso de las tendencias y cada vez es mayor el peso de los órganos institucionales”. Y luego, también las endilga contra los polemistas: “No entiendo la actitud, la lógica de quienes pretenden, menos a 90 días de una elección, crear polémica al interior del PS.”

Y el último ejemplo es otra entrevista. Esta vez en La Tercera y del embajador Marcelo Schilling: “El PS ha actuado muy responsablemente en su apoyo al gobierno. Su institucionalidad se ha estabilizado y sus finanzas han mejorado notoriamente. Sus liderazgos nacionales y locales se han desarrollado y profundizado.”

Es evidente que estas apreciaciones resultan de intereses políticos (legítimos) y no de intereses analíticos. Buscan proteger el actual status de poder interno y acallar el inconformismo. Mal que mal las tres vocerías representan la alianza interna (o lo que queda de ella) que eligió (¿o nombró?) a las actuales autoridades partidarias.

No a la “guerra sucia”

No obstante, estas conductas –y hay que insistir en ello- encierran tres riesgos, aun cuando no estén en los propósitos de sus autores:
a) Que se inhiban las reflexiones en pos de las readecuaciones necesarias a tal punto que, cuando quieran hacerse, ya sea demasiado tarde.
b) Que la ausencia de ese tipo de reflexiones permita la instalación de estrategias y políticas improvisadas o sin densidad histórica, de suerte que el capital político acumulado por el “fenómeno Bachelet” se desperdicie en objetivos menores.
c) Que alienten a individuos o grupos del status actual de poder en el socialismo a declarar una “guerra sucia” contra quienes postulen la necesidad y urgencia de cambios en el PS.

Con respecto a esto último, que pudiera parecer exagerado, es recomendable poner atención a un reportaje sobre el PS aparecido en la revista Que Pasa del 23 de julio y que se titula “El difícil camino a diciembre”. Es un típico artículo basado en trascendidos. Lo sintomático son varias cosas: i) que algunos de los trascendidos no pueden provenir sino de miembros de las instancias superiores del PS (Mesa o Comisión Política); ii) que uno o más de esos dirigentes dejan caer elípticamente la idea de que existiría un ánimo proclive a “disciplinar” a los críticos a través de su paso al Tribunal Supremo y iii) que se hace “trascender”, con mención de nombres, que habrían socialistas articulados a precandidaturas no socialistas de la Concertación.

¡Cuidado! Ese tipo de artimañas no entran en la categoría de la rudeza política, sino en la de la degradación política y moral.

Para entender a Bachelet

El problema que enfrenta el PS se resolvería más fácilmente y sin tanto drama, con un esfuerzo por entender la intensidad de lo que representa Michelle Bachelet. En varios artículos de esta página se ha abordado el tema, describiendo y analizando los rasgos que explican su popularidad y su rango de presidenciable.

Ahora bien, la sumatoria de esos rasgos le confiere peculiaridades a su liderazgo las que, a su vez, lo instalan armónicamente en el momento histórico en que se encuentra Chile y que bien puede caracterizarse como de “quiebre” histórico.

El desarrollo nacional reclama de un nuevo impulso modernizador progresista y que no podría llevarse a cabo sin una reformulación o reconstrucción del propio progresismo (Concertación). La figura de Michelle Bachelet cubre ambos espacios.

En primer lugar, no le pesa el “conservadurismo” que sí le pesa a la mayoría de los dirigentes concertacionistas, debido a su larga adscripción a los circuitos de poder elitarios y que deviene en óbice objetivo para conducir una “refundación” del progresismo.

Y, en segundo lugar, por convicciones, por historia y por su capacidad para generar respaldo popular, goza de autoridad socialmente legitimada para encabezar un proyecto-nación integrador, progresista, modernizador que necesariamente va a encontrar resistencias en atavismos de las culturas de centro-izquierda.

En otras palabras, Michelle Bachelet aparece como la figura de la Concertación que mejor reúne las cualidades del liderazgo requerido en esta etapa para hacer converger en un mismo movimiento político una radical renovación del progresismo con un proyecto nacional de envergadura histórica.

Si se comprende aquello debe comprenderse también que su potencialidad no debe desgastarse en la aspiración socialista de subir a un 15% del electorado. Ni que tampoco debería pretenderse instrumentalizar esa potencialidad para proyectos refundacionales de una nueva izquierda.

Pero, seguramente, lo que más exige una muy pronta compresión es que la precandidatura y la eventual candidatura de Michelle Bachelet implican esfuerzos excepcionales.

Ante todo, porque es el liderazgo que provoca más temores y odiosidades en los círculos de la “derecha grande”, lo que redundará ineluctablemente en una implacable anti-campaña y en la que se activarán concentradamente las formidables redes de poder de esa derecha. Un botón de muestra, el principal partido de la “derecha grande”, a saber, El Mercurio, en su Semana Política del 1 de agosto, escribe: “Una probable candidata concertacionista con grandes posibilidades de triunfar, que por añadidura adscribe al ala más extrema del conglomerado, puede generar un cambio importante en las expectativas de quienes toman decisiones de inversión y, por tanto, en los pronósticos de crecimiento y en la confianza y estabilidad futura de las reglas propias de un mercado libre en la economía chilena”.

Y luego, porque no se puede perder de vista que al seno mismo de la Concertación habrán reacciones en su contra y resistencias no menores. Y aquí no estamos hablando de la simple y natural competencia entre culturas políticas y personalidades. De lo que se trata es de las resistencias que opondrá de por sí, casi de manera inercial, el sistema de poder, el mecanismo de toma de decisiones que se ha afianzado a lo largo de la existencia de la Concertación y que opera “espontáneamente” como una estructura conservadora, naturalmente opositora u obstaculizadora de cambios al seno del progresismo. Sistemas y estructuras que, por lo demás, están articulados a los circuitos de poder oligarquizantes que existen en el país y en el que, en algún grado, confluyen círculos de poder tanto de la Concertación como de la derecha.

Ambas cuestiones son las que anticipan la envergadura de los esfuerzos a desarrollar en torno a la figura de Michelle Bachelet.

Cambios “aquí y ahora”

Miradas así las cosas se hace insostenible la complacencia, reseñada más arriba, de los dirigentes socialistas con la realidad partidaria. Hoy, las condiciones del PS están lejos de ser las apropiadas para acompañar los procesos y movimientos que potencialmente puede conducir Michelle Bachelet. No obstante, sí podría disponer de ellas.
Por razones que no viene al caso analizar aquí, el PS es un partido que ha venido cultivando formas orgánicas, prácticas internas, políticas y discursos que han generado un constante derroche y desaprovechamiento de sus propias energías y de aquellas que pudiera canalizar desde instancias y fenómenos sociales. Actitud que quizás se deba a que “antes de Bachelet” había perdido o subsumido su vocación histórica de poder y de movimiento político-cultural protagónico, reemplazándolo por una suerte de vocación burocrática de poder y de inconsciente pesimismo respecto de su papel político-cultural.

“Después de Bachelet” hay un vuelco en la actitud del PS.

Sin embargo, todavía es un vuelco que se expresa más en el plano de lo emotivo o psicológico que en el plano de lo real-concreto. Ni su orgánica, ni su conducción ni su discursividad se han reconstruido o están en aras de reconstruirse en virtud de la recuperación de su vocación de poder y de fuerza capaz de pugnar por ocupar espacios significativos en el edificio donde radica la hegemonía político-cultural que rige en el país.

Insistamos, otra vez, en que el comienzo de esa reconstrucción ya está retrasado. Los tiempos se escapan. Es una obra que debe iniciarse con la perentoriedad del “aquí y del ahora”.

La actual dirección del PS, en vez de negarse tan obstinadamente a reconocer la necesidad inmediata de iniciar cambios – de cambios cualitativos y acordes al “después de Bachelet” – debería emprender la obra, aun a costa de “auto sacrificios”, pues en la lógica de lo que se discute, un cambio prioritario es en la conducción del PS, ojalá por la vía menos traumática y con las cautelas y prudencias más aconsejables. De lo contrario, arriesga ser la principal responsable de que a la hora de la hora, las debilidades del PS dejen en la indefensión el “proyecto Bachelet” y que la frustración de éste devenga en una catástrofe para el PS. O cabe también la posibilidad de que sin los cambios, el eje del proyecto Bachelet se desplace fuera del PS, con el riesgo de que se desnaturalice y de que el PS deba resignarse con la función de acólito.

A más de un dirigente socialista le consta que esta última posibilidad es una estrategia que está en la cabeza de algunos y que los preparativos para plasmarla se encuentran en ejecución. Quien soslaye la existencia de esa alternativa o es un ingenuo o un cómplice o alguien que está al agüaite…