Sección: Sociedad Civil: Transformaciones socio-culturales
Cómo jugaron los factores históricos y socio-culturales en las elecciones
Antonio Cortés Terzi
No podría decirse que los resultados de las elecciones del domingo 11 de diciembre fueron sorprendentes. Es probable que algunas de las cifras no fueran las más esperadas, pero los resultados en su conjunto estuvieron dentro de escenarios hipotéticos que se manejaban.
Sin embargo, lo anterior no significa que no se hayan producido situaciones novedosas o inéditas. De éstas, sólo algunas pueden ser explicadas enteramente por cuestiones de orden político y político-electoral. Hay otras, en cambio, que reflejan y entrañan fenómenos de naturaleza distinta, más complejos y amplios y que importa analizar por sus méritos en sí y también porque seguirán presentes en lo que resta del actual proceso eleccionario.
Cuadro por completo diferente
Lo que aquí se sostiene como hipótesis de trabajo es que los fenómenos aludidos tienen que ver con tres aspectos:
1. Esta elección se está dando en un cuadro y contexto histórico cualitativamente distinto a los que rigieron en las elecciones presidenciales precedentes y, particularmente, a los que imperaban en la inmediatamente anterior.
2. Por cierto que lo distinto del escenario actual se debe a ciertos cambios en el ámbito estricto de la política, pero lo determinante son cambios en la esfera socio-cultural que se han venido acumulando por años y que se han acelerado, precisamente, en el lapso que va desde la elección pasada a la actual.
3. Si bien esas transformaciones socio-culturales participaron en algunas conductas del electorado, lo hicieron en su condición de proceso, esto es, en su condición de transformaciones no finiquitadas y que, por ende, no terminan de definir conductas categóricas.
Salta a la vista que desarrollar rigurosamente estas hipótesis requiere de más páginas que las que apropiadamente corresponden a un artículo. Por consiguiente, este análisis se restringe a esbozar dos de los nuevos contextos político-históricos y sus repercusiones político-culturales y a describir aquellos cambios socio-culturales que más visiblemente se han expresado y se están expresando en este evento electoral.
Después de los post socialismos reales
El gobierno de Ricardo Lagos se inició en las postrimerías de un ciclo histórico que estuvo signado por un mundo en reorganización post derrumbe de los muros. La década de los noventa fue la década de los post socialismos reales y que si bien enfrentó grandes convulsiones se caracterizó también por el dominio de un fuerte discurso hegemonizador que instaló ejes claramente orientadores para el devenir mundial y de las sociedades nacionales y que se sintetizaron en cuatro conceptos: globalización, modernización, democratización y economías de mercado.
Pese a las conmociones y guerras fue una etapa de relativo optimismo merced a la égida de proyectos y discursos que convocaban a confiar en “modelos” políticos y económicos de tipificación y modernización capitalista.
Hacia fines de la década de los 90 y principios del siglo XXI ese estado de cosas se modifica sustantivamente. En lo fundamental, la fase post socialismos reales había sido superada y la centralidad de los problemas y conflictos se desplazó hacia el interior mismo de la oferta optimista de la década de los noventa. Se perdieron los grados de confianza que concitaban los ejes orientadores, puesto que sus despliegues se tornaron menos dinámicos y expansivos y, sobre todo, puesto que empezaron a mostrar sus fragilidades y contradicciones internas. Desde todos los ángulos y desde todas las latitudes surgieron interrogaciones acerca de la marcha que habían adquirido los procesos de globalización, modernización, democratización y tipificación de las economías de mercado.
La incertidumbre
El mundo vio acrecentarse las inseguridades e incertidumbres que entraña el devenir de la modernidad globalizada. El 11 de septiembre de 2001 en EEUU fue el hito que marcó la asunción colectiva de que el terrorismo mundializado pasaba a formar parte – la parte reversa u oscura, si se quiere, pero parte al fin – de la globalización y de la modernidad. Y todo con el agravante de una creciente desconfianza en las líneas y proyectos conductores que hasta hacía poco gozaban de grandes espacios de consenso, desconfianza que, por cierto, encuentra traducciones en crítica social, intelectual y política.
Este nuevo cuadro en el que se desenvuelve el mundo – y que debido al terrorismo y a las guerras se evidencia con dramatismo – repercute en la reconfiguración de las percepciones ciudadanas, en las que se incluye sin duda la chilena, que se ha demostrado altamente sensible a los fenómenos universales merced a las múltiples interconexiones que ha ido estableciendo con el mundo.
De estas repercusiones las que más se destacan son las que siguen:
• las personas y las sociedades se han tornado más cautelosas, con menos confianza en las perspectivas futuras ofrecidas por los grandes procesos de los 90 (modernización, globalización, etc.) y más receptivas a las críticas que se les formulan a esos procesos.
• Esas mismas cautelas y desconfianzas conllevan a lecturas colectivas prudentes sobre conservación y cambio y en las cuales el equilibrio entre ambos términos parece ser el máximo anhelo.
• La ciudadanía tiende a abandonar la sublimación de la autosuficiencia individual que promovió e instaló el imperio de la ideología neoliberal y vuelve a mirar hacia estructuras de poder, en primer lugar, hacia el Estado, tras la búsqueda de protección y garantía de orden.
• Los ánimos colectivos también impelen a la exploración de nuevas figuras liderales, exploración muy exigente porque el sentido de lo “nuevo” es muy amplio y difuso. Casi podría decirse que tales ánimos son, simultáneamente, de exploración y experimentación. La ciudadanía quiere suplir los arquetipos liderales tradicionales, pero sin tener certezas acerca de cuál es el tipo de liderazgo que hoy le acomoda.
Elecciones y la post transición en Chile
Esta es la primera elección en Chile que se está dando en un escenario categóricamente post transición. Para evitar polémicas sobre el fin de la transición afinemos y reduzcamos la primera afirmación a dos ideas:
• que, en lo grueso, ni la transición en general ni ningún tema significativo de ella ha ocupado espacios en el curso del proceso electoral, y
• que, para los efectos de las percepciones sociales, en el gobierno del Presidente Lagos se produjeron virtualmente todos los cierres reales y simbólicos que participaban en el mantenimiento de atmósferas o síndromes transicionales: extinción de Pinochet, Reformas Constitucionales, Comisión Valech, etc.
Pero la transición no era sólo lo relativo a violaciones de DDHH ni sólo lo referente a materias político-institucionales. Por lo prolongado de ella y por sus características deben incluírsele otros dos rasgos:
• Un cierto clima político-cultural inhibitorio que llevaba a grados de disciplinamientos forzados en las áreas políticas, intelectuales y sociales.
• La constitución de círculos elitarios de poder que dieron lugar a circuitos de poder relativamente cerrados que manejaron la transición y que se proyectaron más allá de ella, dando lugar a fenómenos perturbadores de un sano desenvolvimiento de la política democrática y de las mecánicas de generación de elites.
Rasgos debilitados
Pues bien, también estos rasgos de la transición, si bien no han desaparecido por completo, se han debilitado considerablemente y hoy están inmersos en movimientos que anuncian su ineluctable fin.
Salta a la vista que un tal cambio de contexto le confiere a esta elección un entorno inédito con grandes efectos en las percepciones y conductas de la ciudadanía. Efectos de los que vale la pena resaltar:
• Comparativamente con las anteriores, esta es la elección en la que el electorado ha estado menos compelido por los factores transicionales.
• Las cuotas de dramatismo por el acto electoral y de temores por los resultados han sido muy inferiores.
• El clima global ha tornado más laxas las viejas fidelidades.
• Existe una mayor predisposición al cambio dirigencial.
• Las miradas del electorado están más atentas y receptivas a las críticas sustantivas.
En suma, el fin del clima transicional implica una ciudadanía más “libre” en lo que respecta a elegir opciones o menos coartada, si se quiere, por la “ética de la responsabilidad” que se hacía sentir en el aire de la transición. Dicho de otra manera, sin las presiones o coacciones transicionales la ciudadanía tiende a suplir los énfasis en la gobernabilidad por los énfasis en la representatividad.
Tangibilidad de cambios socio-culturales
Como se decía, otro cuerpo de razones que hacen novedoso este proceso electoral son cambios socio-culturales que se han venido acumulando en la sociedad chilena y que están íntima y orgánicamente ligados a los fenómenos de la modernidad y que se develaron en el curso de las campañas. Cuatro de estos cambios son los que se descubren más fácilmente:
En primer lugar, el grado de aceptación social que concitó la posibilidad de que una mujer se erigiera en Presidente de la República.
En segundo lugar, no es menos notable que un rico empresario no haya encontrado una fuerte resistencia a su candidatura sólo por ostentar esa posición y estatus.
En tercer lugar, el que dentro de la derecha se haya levantado una opción calificable de demo-liberal en oposición a una candidatura de neoderecha, habla de las presiones que está ejerciendo una sociedad mucho más liberal sobre la totalidad de su clase política.
Y por último, la discursividad crítica que levantaron todas las candidaturas y, sobre todo, el respecto y la legitimidad que se ganó la candidatura de Tomás Hirsch, son síntomas de una sociedad más abierta a todo tipo de debates y que ha sido receptiva al fin de los dogmas heredados de la década de los noventa.
Cambios socio-culturales y primera vuelta
Antes de exponer algunas de las manifestaciones que tuvieron estos nuevos entornos y cambios socio-culturales en los resultados de la primera vuelta, es pertinente formular una par de alcances.
a) Que los nuevos entornos y cambios socio-culturales proponen cambios conductuales, pero sólo como tendencias y no como transformaciones categóricamente instaladas.
b) Que la estructura política chilena y su sistema electoral han estado bastante ajenos, hasta esta elección, de lo que viene ocurriendo en la socio-cultura nacional. Por lo mismo, su relativa osificación entraña que las nuevas tendencias socio-culturales sufren grados de distorsión cuando entran a expresarse a través de los carriles institucionales y formales de la política.
Veamos ahora algunas de las manifestaciones, siempre teniendo en cuenta los alcances anteriores:
1. La radical reducción de la popularidad de Joaquín Lavín se explica en gran medida por la enorme diferencia de contextos y de percepciones (o cultura-social) de la ciudadanía en relación a la elección presidencial pasada. En esa oportunidad a Lavín le favoreció lo transicional, entre otras cosas, por el temor evocativo que inspiraba un gobierno liderado por Ricardo Lagos, un socialista.
El “prototipo” que erosionó a Lavín
Pero lo que, a larga, afectó más gravemente a Lavín fue la incongruencia de su oferta de tipo de liderazgo con las demandas de líderes “renovadamente estadistas” que se originó a partir de la declinación del optimismo en la modernidad y de la emergencia de percepciones sociales de más incertidumbres. El “modelo Lagos” fue letal para Lavín. Y así fue percibido por él en el curso de esta última campaña, pero muy tardíamente.
Por otra parte, la sobre exposición mediática y por largos años le jugó en contra, particularmente, porque esa sobre exposición lo mantuvo ligado a los circuitos de poder tradicionales y él mismo perdió, ante Bachelet y Piñera, la imagen de renovación.
2. El triunfo de Piñera sobre Lavín también encuentra explicaciones en el marco de lo que aquí se analiza. En primer lugar, demostró que para la socio-cultura moderna no es, como antaño, un “escándalo” la posibilidad de un Presidente empresario. Demostración tanto más contundente si se tiene en cuenta que Piñera expuso su condición de empresario como una virtud. Por otra parte, Piñera conjugó mucho mejor que Lavín – y mejor que Bachelet –rasgos de una personalidad informal con la imagen de un presidenciable acorde a las demandas modernas de liderazgo estadista. Es decir, conjugó adecuadamente dos aspiraciones modernas sobre los liderazgos: vinculaciones más transversales con la sociedad y ejercicio del poder autónomo y preciso.
3. Pero la consolidación de Piñera como presidenciable responde también a otras dos cuestiones de orden socio-cultural. La primera es que logró ser percibido dentro del equilibrio entre conservación y cambio o dentro de la idea del cambio sin riesgo. De hecho, el cambio estuvo representado casi exclusivamente por su propia persona, mientras que la idea de conservadurismo (o cambio sin riesgo) la dejó establecida a través de una discursividad que lo situaba cercano a un continuista de la obra de Lagos.
Piñera. El “renovado”
La segunda alude a una cuestión de suyo interesante. Sebastián Piñera desarrolló su campaña bajo el ethos de lejanía con la cultura-política de derecha y de cercanía o pertenencia a las culturas políticas progresistas. En tal sentido, se hizo eco del aura libero-progresista que cubre buena parte de la cultura nacional actual. Un porcentaje no menor de la votación de Piñera debería sumarse al espectro mayoritario de ciudadanía que suscribe en lo grueso a pensamientos y conductas de corte más liberal y progresista. Precisamente, aquí radica uno de los grandes méritos – conscientes o inconscientes – de la campaña de Piñera: lo hizo presentarse no sólo como un liderazgo renovador de la derecha, sino también como un líder “renovado” y competitivo en las esferas socio-culturales libero-progresistas.
En general, todas las campañas fueron sensibles a las menores confianzas que inspiran en la ciudadanía las líneas orientadoras del devenir social que hegemonizaron la década de los noventa. Sensibilidad manifiesta en los debates críticos que se pusieron sobre la mesa acerca del “modelo”, la desigualdad, etc.
De esta situación también sacó provecho Sebastián Piñera. Siendo Lavín más arquetípicamente de derecha, su discurso criticista era poco creíble. Michelle Bachelet era percibida de manera contradictoria: su condición de izquierda validaba su actitud crítica, pero su condición de “candidata oficialista”, su compromiso factual con el estatus criticado, mermaba la eficacia de su discurso crítico.
Gran votación femenina
4. El proceso cultural-valórico de desprejuciamiento respecto de la mujer tuvo manifestaciones nítidas en los resultados electorales. Bachelet, en competencia con hombres, obtuvo una holgada mayoría relativa. Pero no es menos llamativo el hecho que, por primera vez, en la historia electoral, la centro-izquierda gana o empata con la derecha en votación femenina.
Pero, no se puede soslayar que lo ocurrido en este plano refleja también otras características de los momentos socio-culturales en que se encuentra el país y que fueron reseñados más arriba. Socio-culturalmente la modernidad criolla no está asentada al punto que garantice la realización conductual de los valores que postula discursivamente. Ni siquiera está asentada, en algunas materias, en certezas sobre valores o aspiraciones. Por ejemplo, no es cierto que exista claridad, en una mayoría nacional, acerca del tipo de liderazgo idóneo para el país en las actuales circunstancias. La declinación de la popularidad de Lavín es prueba de ello. Y también es prueba el que, los dos personajes mejor evaluados en las encuestas, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, son figuras liderales, si no antagónicas, muy distintas.
Pero el asunto más importante se refiere al “tema de la mujer”. Ninguna duda cabe que hay una muy superior aceptación de que la mujer ocupe cargos o cumpla funciones de primer nivel. Pero ese es un cambio valórico-cultural en proceso, en un doble proceso: en el de expansión social y en el de conversión de la discursividad en conductas. Y mientras esos procesos no concluyan se va a hacer sentir una tendencia contraria.
Un de los errores mayúsculos de la campaña de Bachelet – y de ella misma en particular – fue el no tener en cuenta las vacilaciones conductuales que origina un cambio socio-cultural en proceso. En lo sustantivo, el error consistió en que se asumió el cambio como dado y se actuó en contra del proceso. En contra, porque se estimularon las tendencias vacilantes y conservadoras al exagerar la reiteración de una discursividad “pro-mujer”.
La menor funcionalidad del centro político
5. Por último, en está elección tuvo una significativa participación uno de los síntomas post transición y que se articula tanto a la búsqueda de cambio de elite como a la búsqueda de cambio de énfasis político desde el asunto de la gobernabilidad al asunto de la representatividad.
La candidatura de Michelle Bachelet, de por sí, resulta de esas búsquedas. Pero los datos más consistentes provienen de las elecciones parlamentarias. En primer lugar, la merma en diputados y senadores sufrida por la democracia cristiana se explica, en gran medida, por el cambio de entorno (post transición) y por los cambios conductuales del electorado. La post transición le resta, natural y espontáneamente, funcionalidad al centro político y por lo mismo pierde una cuota importante del atractivo – también natural y espontáneo – que genera en las fases transitorias.
En segundo lugar, si se observa qué tipo de parlamentarios DC fueron superados por qué tipo de parlamentarios PRSD-PS-PPD, se descubren tres características que dominan, aunque por cierto no son comunes a todos los casos:
a) Los parlamentarios DC son simbólicos de la transición y la gobernabilidad.
b) Los parlamentarios electos del subpacto de “izquierda” se han granjeado una alta representatividad a través del criticismo.
En suma, estos últimos estuvieron mejor situados en los movimientos socio-culturales post transición, particularmente en el eje crítica social-representatividad.
Reflexión final
Mucho se ha dicho que la segunda vuelta es, de facto, otra elección. Afirmación correcta si se está refiriendo a los reordenamientos de las fuerzas políticas, a las redefiniciones de los temas centrales, de los discursos, de los acentos comunicacionales, etc. Pero no es otra elección si lo que se tiene en mente son los entornos históricos y los momentos socio-estructurales.
En consecuencia, los resultados de la segunda vuelta van a seguir bastante condicionados a cómo cada uno de los bloques recoja y proyecte hacia lo político-electoral los contextos novedosos y los cambios socio-culturales.
Racionalmente lo que debería esperarse es que los diagnósticos y las estrategias que de ellos deriven sean más afinados, pues la primera vuelta fue una virtual auscultación del estado socio-cultural y socio-político en que se encuentra el país y sentó bases más empíricas para los análisis. Pero, la política es un “área rara” de la racionalidad – como se ha podido confirmar en días recientes – y, por consiguiente, lo aconsejable es que, por lo pronto, nadie curse apuestas.