Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos
Cínico típico (Comentario al libro de Antonio Cortés)
Ascanio Cavallo
Confieso de entrada mi poca objetividad para esta presentación. Considero a su autor un amigo, aunque no extrainstitucional, sino muy institucional; fue una gran satisfacción que nos acompañara durante varios años en el diario La Época; y estoy entre los que lamentan que no sea un columnista frecuente en los periódicos de hoy.
Sin embargo, quisiera despojarme de esos antecedentes para explicar por qué considero que este es uno de los libros más importantes producidos recientemente en Chile en el campo del análisis político.
En primer lugar, porque es análisis. Bien obvio; esta es la primera obviedad que voy a decir, quizás entre varias. Pero, a la vez, son cosas nada de obvias, o al menos no tan visibles como parecieran. La tarea de mirar los hechos sin juicios previos, más allá de los gustos y tentaciones personales, con atención a la globalidad de los procesos, por sobre la casuística menor y el chisme de sobremesa, aparece penosamente ausente en nuestra literatura política, para no hablar de nuestro periodismo político, en el que por cierto me incluyo. Es una ausencia paradójica, porque su lugar aparece ocupado por otros formatos y otros modelos – opiniones impresionistas, evocaciones nostálgicas, epístolas -; de análisis, poco.
Un primer motivo para este estado de cosas es la ansiosa, casi lacerante búsqueda de legitimidad que agita a nuestros intelectuales, no sé muy bien si como vanguardia o retaguardia de una sed de legitimidad más extendida en el cuerpo nacional. La mejor expresión de este fenómeno es el deseo de tener la razón y, mejor aún, de hallarse en el bando correcto, incluso por sobre toda evidencia, una forma de exitismo intelectual que, supongo, replica otras variantes mejor conocidas del exitismo. Si uno no puede ser un empresario brillante, o un líder de carisma original, o un profesional “emergente”, entonces puede ser un intelectual del lado de la razón, lo que significa que tiene un modelo y un método para interpretar las cosas, y probablemente una conclusión ya disponible. Esta puede ser una inclinación perfectamente humana, pero se convierte en una plaga cuando se trata de entender la realidad social.
Por lo demás, creo que las recientes elecciones, al menos desde un punto de vista cuantitativo, han introducido una razonable duda de lo que el público percibe como el bando correcto.
Un segundo motivo, estrechamente ligado con el anterior, es la convicción, demasiado extendida, de que tener la razón y tener la moral son una misma cosa. (¿Remember Fidel?) Con la razón, con la razón/Con la moral, con la moral, con la moral…). Por virtud de esta curiosa asociación, buena parte de nuestra literatura política ha adquirido un tono testamentario, de constatación indignada, de inflamación patriótica incluso, cuando no de manifiesto moral.
Algunos de nuestros intelectuales producen tantos exhortos y exordios, que en lugar de maestros semejan predicadores; parecen haber sustituido la vieja frialdad de la inteligencia académica por una forma más cálida de chamanismo, que imagino que tiene mejor aceptación.
Peor aún, algunas de estas personas consideran los análisis “en frío” como ataques morales, según el grado de disgusto que les causen. En el más suave de los casos, el analista que hace el esfuerzo por fuera de tales cánones entra en la categoría de los cínicos. Por ejemplo, Cortés Terzi. Cínico típico.
¡No condena a los poderes fácticos! ¡No los fulmina, no se indigna, no predica sobre ellos! ¡Los explica! Bien: Cortés Terzi es un cínico.
Lo que tenemos, en cambio, son intelectuales que nos reiteran su indignación ante el estado de las cosas, no por la vía de las cosas, sino por cierto artificio intelectual, por la nostalgia con épocas que nunca podemos comparar o por la extrapolación de pequeños incidentes magnificados convenientemente. Nuestra literatura política nos ahoga con metáforas, con sinécdoques e hipérboles, con perífrasis y metalepsis. De análisis puro y duro, sin amenaza moral y sin pataleta por lo que no coincide con lo que uno cree, de análisis como esfuerzo de aprehensión intelectiva, poco, muy poco.
En El circuito extrainstitucional del poder no figura la palabra “nocturno”, ni la palabra “ocaso”; ni “olvido”, ni “sueño” ni otras fórmulas mnemotécnicas.
Conclusión: Cortés Terzi es un cínico. Ojalá tuviésemos más.
En segundo lugar, creo que este libro es importante porque habla de política. ¿Otra obviedad? Claro.
Pero es que por influjo de los fenómenos anteriores, domina hoy la tendencia a arropar la política con otras cosas, como la generosidad, la bondad pública, el espíritu de servicio, la moral – de nuevo – y la razón – de nuevo -. ¿Responde esto a una especie de complejo profesional, una vergüenza del oficio? ¿Es un truco sencillo, de bajo costo, para asegurarse electores? ¿O es el resultado del trabajo intrusivo de los medios de comunicación, más poderosos hoy que nunca antes? Probablemente la respuesta sea una combinación de varios de esos factores.
Pero, aunque sus protagonistas lo pierdan a veces de vista, a fin de cuentas la política habla, hoy como antes, de la disputa por el poder, de las maneras de ejercerlo e incluso del modo de no perderlo.
Por tanto, no es beneficencia ni nobleza social. No es un ejercicio de lírica, ni menos de sentimentalismo. Que esté al servicio de unos u otros ideales no cambia mucho las cosas; especialmente no las cambia cuando se alcanza el poder y llega el momento de ajustar los ideales a las crueles normas de la realidad.
Así como tiene su propio objeto, la política tiene también sus reglas propias, su lógica y su estética. Lo que este libro nos describe es una parte de ese sistema, el llamado “proceso de toma de decisiones”, y es un mérito especial (además de un alivio) que no lo haga desde la perspectiva de ninguna fe, sino desde su mecánica de funcionamiento; es decir, como si se tratara de desmontar los engranajes de un reloj para saber cómo opera, sin tener la pretensión de descubrir cuál es la hora más interesante.
Cortés Terzi, a quien le debemos la introducción – y no es malo recordarlo una vez más – en el debate local del concepto de “poderes fácticos” (que más tarde fue cargado con desagradables implicancias valóricas y convertido en un arma arrojadiza en los foros públicos), constata ahora la existencia de un “circuito extrainstitucional” en el que el poder se ejerce fuera de los conductos regulares y regulados. Dicho circuito no es inevitablemente demoníaco; por el contrario, dice Cortés Terzi, es “racionalmente funcional”, y en el caso de Chile ha respondido con cierta eficacia a un período de transición política, pero sobre todo a una fase de profundos e incalculados cambios sociales. Esos cambios comenzaron a gestarse hace unos 20 años, pero han tomado su ritmo transformador en los últimos 10, y podrían acelerarse con el impacto aún no mensurable de las nuevas tecnologías.
Sin embargo, su desajuste con las formas institucionales crea una zona de roce cuyos efectos no son inocuos; o se impone el circuito, debilitando a las instituciones, o se afirman las instituciones, haciendo perder peso relativo al circuito extrainstitucional. Ni una ni otra cosa son inevitables. Pero plantean un desafío nada menor a una clase política que no parece hallarse muy bien dotada para enfrentarlo, precisamente por su falta de reflexión en torno a tal problema y por su resistencia al análisis despojado de voluntarismo.
Finalmente, mi tercer argumento para sostener la importancia del trabajo de Cortés Terzi es éste: es un libro con ideas. Esta es otra rareza en estos días.
No sólo porque se ha internado en un campo poco explorado en nuestras ciencias sociales (el proceso de toma de decisiones), sino que también porque el esfuerzo de objetividad lo induce a expandir al máximo su campo de visión. Cortés Terzi consigue que su texto suscite más preguntas y genere la tentación de ensayar respuestas.
El esfuerzo de objetividad no es una negación de lo relativo y de lo cambiante, sino la aplicación de un rigor metódico que obligue a tener en cuenta la diversidad de posibilidades y variantes del objeto de estudio. Es una tarea más trabajosa, y no menos, que la de revisar los repertorios de lo ya dicho; pero por lo mismo es intelectualmente más estimulante.
No quiero hacer con esto un elogio sin condiciones. Este es un libro áspero, de lenguaje cuidadosamente “técnico”, cuya lógica acumulativa impide saltarse páginas y hace muy difíciles las síntesis. Tiene densidad en una doble dimensión: en su oferta como lectura y en su acumulación de ideas. La diversidad de los comentarios formulados en esta mesa refleja, precisamente, la presencia de esas ideas nuevas y novedosas.
Puedo aventurar que, debido a algunos de los fenómenos que he enunciado, este libro no será objeto de reseñas abundantes ni de polémicas informadas. Cortés Terzi habrá de vérselas, otra vez, con ese páramo donde las ideas florecen con la lentitud de los cactos.
Nada me gustaría más que peder esta apuesta. Pero, entre tanto, puedo dar una cierta seguridad de que estamos ante un texto de importancia inusual en nuestras ciencias sociales, cuya actuación será quizás más tectónica, más profunda, más subterránea que espectacular.