Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas
Centro AVANCE, diez años
Osvaldo Puccio Huidobro
Cuando hace un par de días, Marcia Martínez – quien ha sido durante todos estos años pulso y pálpito del AVANCE – me llamó para pedirme un artículo con motivo de los diez años del Centro, además de aquella copla de Manrique “como se pasa la vida” con su segunda parte y todo, se me vino a la memoria aquel período en que todo fue más intenso. Es por ello que a partir de aquel momento quisiera compartir un par de recuerdos y reflexiones.
En una izquierda en que la desmemoria parece haberse convertido en una singular virtud purificadora es sano y – estoy cierto – de una gran fuerza explicativa de fenómenos iterativos de incómoda y amarga recurrencia, preguntarse hasta dónde la amnesia es un imperativo de la prudencia y hasta dónde simplemente una coartada.
Quizás lo más distintivo del Centro AVANCE como proyecto político-intelectual, como opción, espacio y búsqueda colectiva, fue el hecho que la exploración de nuevos derroteros de provocación, duda y quiebre con visiones y posturas que se demostraban como superadas, insuficientes o simplemente falsas, fuera hecho con respeto por la(s) historia(s) colectiva(s) e individual(es) y también con afecto por ellas. Es probable que el afecto y el respeto por el propio pasado – individual y colectivo – marque la sutil diferencia ética con los que en un momento afirmaron, con arrogante suficiencia fundamentalista, en un sentido, y hoy, con exactamente la misma actitud, lo hacen en sentido contrario, aquellos en que no cabe duda y llevan puesta la verdad de cómo se hacían ayer revoluciones y hoy modernizaciones, ayer avances y hoy prudencias, ayer compromiso y hoy ganancias como una piel inseparable a su propio ser.
Si la culminación de cualquier empresa intelectual de la izquierda siempre fue la fundación de una revista, en el tiempo de la dictadura ésta era formar un centro de estudios, con revista desde luego. Un centro de esta naturaleza era, más allá de su dimensión suciamente judaica – como el joven Marx denomina en sus manuscritos a las formas más pedestres de materialidad – al mismo tiempo posibilidad de reunirse, de debatir, de tener sentido de pertenencia y de elaboración, en un momento en que esto poseía una perentoria urgencia y en una generación que había pasado de tener sólo respuestas a un infinito catálogo de dudas, preguntas y cuestionamientos. Ellas no eran un simple ejercicio académico e intelectual, sino – y por sobre todo – el resultado de experiencias límites y radicales en cada una de las existencias, tanto en su dimensión colectiva como individual.
El vamos definitivo al Centro AVANCE lo dio Don Cloro en Chile Chico. Era una idea surgida ya antes y cuya concreción pasaba, más que por los recursos, por la viabilidad de realizarla haciendo de ella un espacio de diálogo plural y flexible, que estuviera en condiciones de ser interlocutor hacia la izquierda y el centro, que mantuviera un vínculo privilegiado con otros grupos dentro del socialismo y, sobre todo, no se convirtiera en un lugar donde se produjeran de otra forma las dificultades y avatares del PS (Almeyda).
Luego de definidos más o menos los marcos en que habría de desarrollarse el proyecto, los temas centrales que habría que abordar, los nombres de quienes podrían participar y algunas formas de financiamiento, redactamos un papel y Don Cloro envió algunas cartas que hicieron materialmente el trayecto a Santiago en el forro de la chaqueta de Pancho Rivas, quien, en su calidad entonces de dignatario gremial poseía, suponíamos, una cierta inmunidad.
Al menos tres frentes tuvimos que cubrir: reunir la masa crítica que hiciera posible la producción intelectual y, francamente hablando, la hubo a discreción; conseguir los financiamientos y en esa época los pesos eran más esquivos que las neuronas (Goyo Navarrete solía decir “con plata se compran huevos” y él con Irma Cáceres -una suerte de entusiasta madrina del AVANCE en sus primeros tiempos – se hicieron a la tarea de conseguir los recursos que posibilitaran la tortilla); y luego procurar casa, muebles, máquina de escribir (el computador vino un par de años más tarde) y existencia jurídica.
Lysette Henríquez y Patricio Arroyo se convirtieron en los propietarios legales del Centro de acuerdo a una escritura redactada por la joven egresada de Derecho Regina Clark y a partir de ahí se conformó un directorio que, en largas, frecuentes, apasionadas y sorprendentemente entretenidas reuniones, dieron orientación y forma al intento. De este modo y de un equipo tan entusiasta como plural, no era raro que se expandiera un trabajo con mucha fuerza. Cursos, seminarios, investigaciones, revistas, discusiones y mucha mucha gente dispuesta a aportar, fue la tónica en la vieja casa de Simón Bolívar con Manuel Montt.
Es difícil resistir la tentación de nombrar los que ahí estuvieron y jugaron un papel central en el funcionamiento y producción del AVANCE – omisiones son inevitables y cualquiera sería injusta -, como nombrar a Sergio Arancibia obsesivo productor, editor, encuadernador y corcheteador de papeles inteligentes, sin mencionar la centena de economistas que logró reunir en su taller; a Guaraní Pereda con sus analistas y creaturas impresas; o a Malva Espinosa introduciendo temas y dudas nuevas; Loreto Hoecker que es el prototipo de amigos que hace falta en la política; Hugo Espinoza, que hizo nos ocupáramos de manera nueva y con un sello distinto de problemas hasta entonces tratados desde el denuesto al remedo, con el sistemático y ordenado equipo de sus colaboradores. Sergio García, Ernesto Águila o Jaime Pérez de Arce tratando de vender las publicaciones, escribiendo para ellas y haciendo política juvenil; la llegada de Antonio Cortés que imprimió con su contundente genio (en todos los sentidos de la palabra) una impronta intelectual productiva y novedosa; como no mencionar de manera especial a Andrés Signorelli que aportó bastante más que un orden paradójico, creativo y flexible a la hora de multiplicar los panes. Carmen Pizarro, Gladys Gómez, las primeras en estar ahí, y un sinnúmero de mujeres – ¡vaya que se reunieron hartas! – que con singular entusiasmo se tomaban todos y cada uno de los trabajos con una energía y coraje – y entonces algo de eso también se requería – que hacía parecer fácil casi todo, bastaba para ello observar a Lysette en su actividad inagotable.
Largo y además imposible sería nombrar a todos aquellos que jugaron un papel central en el funcionamiento y producción del Centro AVANCE. Permítaseme sin embargo, destacar a Patricio Arroyo que tan bien encarna lo mejor de las cualidades morales de ese período de nuestra historia, de los que siempre estuvieron dispuestos y a disposición – en las duras – y que sin ansiedad ni amargura, más bien con alivio y una irreductible dignidad, retrocedieron de la primera línea en las maduras, a la hora de los puestos y las posiciones.
Pero si alguien hizo posible, desde todo punto de vista, que el Centro AVANCE cumpla diez años es Marcia que con mucho cigarro, mucho trabajo y un talento que es lo único que en ella supera a la modestia, entendió y le dio sentido y forma efectiva al proyecto.
A estas alturas será difícil recontar el sinnúmero de actividades del Centro AVANCE en su primer período. Desde la primera publicación medioambiental de difusión masiva, como separata de la Revista Análisis, hasta proyecciones y lucubraciones del acontecer político cotidiano; desde abstrusos debates acerca del ateísmo en Marx, hasta precisiones sociológicas sobre la estructura de clases en el Chile de los 80. Publicaciones de toda naturaleza eran testimonio de nuestra productividad y los comentarios acerca de ellas daban cuenta que eran efectivamente leídas, lo que en nuestro país no deja de ser sorprendente. “No se preocupe, en este país no lee nadie”, le habría dicho Andrés Bello al asustado Barros Arana por las consecuencias de su primera e irreverente publicación.
Junto con la academia fue un activo período de vinculaciones internacionales. Una red amplia de contactos que iban desde los países socialistas (o ex países socialistas como suele decirse hoy por alguna razón extraña, ya que nadie habla de la ex Roma, o del ex Imperio Otomano o del ex Tercer Reich), hasta España (a pesar de Elena Flores, una dama algo pertinaz en lo que a tratar de evitar la unidad socialista se refería); desde Alemania Federal hasta Ecuador, Cuba, Paraguay, Argentina o Francia.
Se firmaron no pocos convenios académicos, algunos con universidades como Granada y Málaga y Centros de Estudios y Fundaciones significativas. En el plano internacional, pero sobre todo en Chile, los requerimientos fueron siempre más que las posibilidades de cubrirlos o satisfacerlos, las expectativas mayores que nuestras capacidades y las platas de una cortedad y modestia que dejaban incrédulos a los responsables de otros centros cuando veían con qué hacíamos lo que hacíamos.
En su producción intelectual el Centro se organizó en talleres y en ellos participaron cientos de personas que posibilitaron el rol que jugó el AVANCE como articulador, catalizador y conceptualizador de una propuesta política de un sector significativo de la izquierda y no sólo del Partido Socialista o una de sus manifestaciones en ese tiempo.
No exageramos al afirmar que esa pléyade de personas y la elaboración colectiva que realizaron, devino en un elemento de principal importancia en el reposicionamiento del socialismo en el cuadro político, en los empeños por su unidad y en la búsqueda de nuevos derroteros para enfrentar la dictadura, involucrando con convencimiento y entusiasmo a sectores que hasta ahí no daban cuenta cabal del profundo cambio en las condiciones que se operaba tanto en el país como en la realidad internacional.
Así, el Centro AVANCE fue en este período – y sólo así puede ser visto – primero y fundamentalmente una empresa política con intenciones y ambiciones en ese sentido, que entendía sin embargo, que su forma específica de concreción y manifestación estaba en el plano de lo académico e ideológico. Un sector significativo del socialismo – sin temor a equivocaciones puede afirmarse, como lo han demostrado los eventos electorales del socialismo unificado, que se trataba del sector con lejos la mayor influencia y adhesión dentro de la militancia – no tenía una expresión ideológica, teórica y programática sistematizada en condiciones de ser parte del debate que se desarrollaba en diversos círculos de la oposición antidictatorial. A nadie cabía duda que participar en ese debate hacía imprescindible un instrumento para ello. Y esa participación completaba un cuadro que era requisito para no pocas operaciones de la política. Don Cloro, padre tan entrañable de todos nosotros, fue el primero en percibirlo y el más decidido factor de su realización.
El debate al que el Centro AVANCE, desde su posición singular, sirvió de marco y que al mismo tiempo estimuló, ayudó a orientar y a conceptualizar, estuvo encuadrado en los siguientes factores que sobre determinaban la acción política del universo socialista.
Lo primero eran los profundos cambios y desafíos que significaban para el conjunto de la izquierda la elaboración y propuesta de la renovación socialista – tema de otro debate y aún pendiente es definir si la renovación fue obra exclusiva del sector que la monopolizó políticamente -. Esta elaboración y propuesta de la renovación que de manera estimulante, rupturista e innovadora situaba – más allá de sus limitaciones y de las cuales el Centro AVANCE también quería dar cuenta – la política de la izquierda en una perspectiva del todo novedosa y prometedora. Derechos Humanos, Democracia, en una valoración correctamente totalizadora de sus aspectos formales y sustantivos, libertades públicas eran puestos en la propuesta socialista en un rango idéntico a la justicia social, del mismo modo que se comprendía que los fines no eran irrelevantes a los medios con que se conseguían. Si algo se puede agregar a estos puntos de contenido es la raíz y el carácter irrenunciablemente laico del socialismo y aquí es de constatar un retroceso sensible al punto que, hoy por hoy, el Partido Socialista tiene parlamentarios que comulgan con los sectores más integristas y conservadores de una de las confesiones religiosas del país.
Un segundo factor, de no menor importancia en este contexto, fue el debate surgido a partir y en torno a la Perestroika que, en los sustantivo, ponía en duda con gran fuerza y autoridad, visiones y esquemas (para no decir con toda su implicancia dogmas), que para sectores muy importantes en la izquierda eran sobre todo elementos definitorios de la auto identidad. Este proceso jugó el papel de camino de ruptura que en otros sectores del socialismo ya habían jugado las propuestas de Berlinguer en Italia o la confrontación con la socialdemocracia europea, en especial el socialismo español.
Un tercer elemento, y sin duda la clave con la que se entendían las anteriores, eran las nuevas condiciones que se generaban en la política chilena y que permitía vislumbrar una salida cuya viabilidad efectiva, y no sólo teórica, era factible en la medida que se lograra involucrar afectiva, ideológica, programática y materialmente al conjunto de la izquierda dejando, como en los hechos sucedió, a los sectores más conservadores de esa izquierda y, por tanto, más renuentes a la salida que se insinuaba, al menos, en una posición de pasividad expectante.
Si hubiese que señalar tres méritos relevantes del Centro AVANCE en el momento de la transición, sin duda el primero fue haber contribuido de manera importante a generar una cierta voluntad y ambiente intelectual que facilitó, en grado no menor, a que fuese política y anímicamente para su militancia, el giro que hizo el PS-Almeyda en las nuevas circunstancias políticas para situarse activa y creativamente en ellas y, al mismo tiempo, darles un sello y un peso que la hacían viable.
No fue casual que prácticamente la totalidad de los cuadros que el PS-Almeyda aportó al trabajo programático de la Concertación en su primer gobierno, eran miembros de los talleres del Centro AVANCE.
Un segundo mérito es haber comprendido que el proceso de debate y transformación no se reducía sólo al mundo del socialismo, y menos, a su llamado tronco histórico. Se abrió y estimuló un diálogo al interior de la izquierda que, valga decirlo, tenía una primera prioridad en las ocupaciones de Don Cloro. Especialmente fluida y productiva fue la interlocución con el Instituto Lipschutz y con grupos de inquietudes similares en el MIR, así como con sectores cristianos de izquierda. Ello devino en un proceso conjunto y complementario de búsqueda y elaboración que concluyó de modo más consciente que azaroso en una convergencia militante.
El tercer mérito es el rol jugado en abrir espacios de diálogo y estimular ánimos a la comprensión del imperativo de unidad socialista. En todos los grupos socialistas y muy especialmente en los dos principales, había sectores que veían que la unidad no sólo con desconfianza sino con manifiesta y argumentada hostilidad. El Centro AVANCE ayudó con fuerza desde su posición singular a demostrar que la política socialista sólo sería fértil si superaba tanto el conservadurismo nostálgico de vanguardias iluminadas por un lado, como la pedante creencia que la política era una evento – más endogámico que exclusivo – de comunidad Castillo Velasco. Este empeño sólo era posible porque el equipo de Vector, estimulado por Jorge Arrate era el partner imprescindible. Múltiples encuentros, seminarios, coloquios, talleres abiertos y discretos fueron abriendo caminos al nivel de los Centros. Probablemente uno de los fenómenos más apasionantes al observar la política, es el cambio que se opera en los actores de ella ante la transformación sutil de los estados de ánimo colectivo y como se van situando en las nuevas circunstancias. Hoy por hoy, la unidad del Partido Socialista es de tanta obviedad como la pertenencia a la Concertación y es defendida con pasión por aquellos que entonces invitábamos a los grupos de debate del Centro AVANCE, porque justamente desarrollaban baterías argumentales de lo contrario.
En el marco de aquel trabajo por la unidad no es posible no mencionar un gran seminario conjunto que hicimos con Vector con el auspicio de ISER un Centro francés que dirigía nuestra Reneé Fregossi. Este encuentro fue en la práctica el primer acto público de la unidad socialista y un evento que permitió a todos los actores del proceso, tanto presentarse en el conjunto como hacer saber sus singulares visiones, con la comprobación de una mucho mayor cercanía entre ellos de lo que se podía suponer.
El fin de la dictadura abría una etapa y perspectivas nuevas, con todo y como en el caso de todos los Centros surgidos en la brega por la democracia, el paso a los nuevos tiempos no fue fácil. El grueso de las ayudas exteriores dejaba de tener justificación, parte importante de la masa crítica de estas instituciones era requerida en funciones de gobierno y, francamente hablando, las ideas y las visiones críticas adquirieron un cierto tufillo de incomodidad. El Centro AVANCE – y lo demuestra su décimo aniversario – teniendo un expertisse de pobreza ganado en los tiempos en que otros eran “ricos”, demostró mayor astucia en la supervivencia y, además, el equipo que lo conformaba estaba convencido de lo irrenunciable que es tener y mantener espacios de creación, elaboración y desarrollo intelectual con una perspectiva que se sitúa, con independencia crítica, en y desde la política. También por ello el Centro ha sabido desarrollar en los últimos años un área fuerte de consultoría y asesoría requerida por actores del Estado y la sociedad civil.
Lo que da fuerza y sentido al Centro AVANCE es justamente el convencimiento que la política es principalmente una vocación transformadora y que en ella se requieren espacios que provoquen y cuestionen lo existente. En un país en que la despolitización que involucra de modo peligroso a los propios agentes de ella y que tiende progresivamente a formas de desocialización, propuestas como el Centro AVANCE, más que necesarias se hacen imprescindibles.