Sección: Internacional: Reordenamientos y transiciones globales

CHINA: el otoño tranquilo del tercer patriarca

Rafael Berástegui

AVANCES Nº 39
Marzo 2001

Se dice que en China todo es signo. El conocimiento se adquiere allí siempre de manera indirecta y nunca por medio de datos o de observaciones de los hechos. Si ello es cierto, durante la reciente estancia otoñal en Santiago del Presidente Jiang Zeminn, de 74 años de edad, apenas hubo indicios para evaluar el próximo y quizás trascendental relevo de generaciones al mando de la República Popular China: ninguno de los candidatos a la sucesión de Jiang integró su comitiva.

Se podría comparar el clima de normalidad en que transcurrió la segunda visita a Chile de un mandatario chino con el imperante, en 1989, durante la permanencia del general Yang Shangkung, cabeza de un clan reformista, quien poco después debió abandonar su investidura “a causa de la avanzada edad”. Sin embargo, el parangón resultaría forzado.

Los vínculos entre Chile y China son hoy mucho más estrechos. China es el mayor comprador de cobre chileno. Nuestro país, a su vez, fue el primero que apoyó el ingreso chino a la Organización Mundial de Comercio (OMC) y, hace un par de años, estableció con Beijing un mecanismo de consulta y cooperación en materias legales y de protección de derechos humanos. Además, Jiang exhibe un expediente limitado a propósito de reformas políticas, y sus seguidores parecen bien instalados en diferentes esferas del PCCH y del Estado. Como si fuera poco, en los próximos meses Jiang Zemin incrementará sus glorias al concretar el ansiado ingreso de China a la OMC.

De acuerdo con lo establecido, el XVI Congreso del gobernante Partido Comunista Chino (PCCH), convocado para el año entrante, renovará más de la mitad del Comité Central y a cinco de los siete integrantes del Comité Permanente del Buró Político (CPBP), máximo órgano ejecutivo. Los removidos sobrepasan la barrera de los 70 años. Entre los que deberán jubilar están el Primer Ministro, Zhu Rongji; el titular de la Asamblea Nacional Popular, Li Peng; y el propio Presidente Jiang Zemin. La delegación china de alto nivel, que a comienzos de abril desplegó una cargada agenda comercial y política en Chile, Argentina, Uruguay, Cuba, Venezuela y Brasil, esquivó con frases hechas las preguntas delicadas de los periodistas a propósito de la sucesión en ciernes.

Probablemente, si otro mandatario chino visita Santiago en el mediano plazo, el interlocutor de quien entonces sea Presidente de Chile será el hoy poco conocido Hu Jintao, de 60 años. Es el favorito para ocupar el lugar de Jiang y, por ahora, Vicepresidente. Hu Jintao enfrenta candidaturas rivales, con las cuales competirá en el XVI Congreso. Pero Jiang lo mantiene en punta de la carrera desde que, en 1997, ejemplificó en él “la necesidad de promover a cuadros jóvenes en las instancias superiores”. La trayectoria política de Hu partió con ardores reformistas en las Juventudes Comunistas, antes de que Deng Xiaoping le encomendara la dirección del PCCH en el estratégico Tibet. Por lo tanto, Hu no proviene de la Shanghaibang, la fracción de Shanghai que es la base de apoyo original del actual mandatario. No obstante, luego que el XV Congreso lo eligiera miembro Pleno del CPBP, Hu Jintao adoptó las posiciones neoconservadoras de equilibrio entre las distintas corrientes de la dirección china que, antes, posibilitaron la consolidación del liderazgo del Presidente Jiang Zemin. (1)

Política e ideología en clave china

Mao Zedong (1893-1976) puso en movimiento a un adormecido pueblo de cultura milenaria que hoy conforma casi la cuarta parte de la Humanidad. Fue un líder carismático cuya práctica política sumó marxismo-leninismo y filosofía tradicional china. Con Mao, los chinos conquistaron dignidad, autoconfianza y orgullo nacional a elevado precio: cerca de 80 millones murieron en los años de guerra civil (1927-35 y 1945-49), lucha contra la ocupación japonesa (1936-1945) colectivización e industrialización acelerada (1958-62) y “Gran Revolución Cultural Proletaria” (1966-73).

Una monografía publicada en chino en Beijing y traducida al español en 1957 (2), recalca los estudios premarxistas de Mao sobre las causas del auge y decadencia de las dinastías reinantes en China, cuyos primeros registros escritos tienen 4.000 años de antigüedad. La historia política china es un conjunto de secuencias de diástoles y sístoles. A períodos de gran expansión imperial, siguen en el gigante asiático etapas de fraccionamiento y caos, acompañados de invasiones extranjeras o rebeliones campesinas. Las fórmulas para revertir esos ciclos fatales son búsqueda común de los miembros de mayor nivel intelectual de las sucesivas generaciones de dirigentes comunistas chinos y, con frecuencia, contribuyen a explicar sus conductas ante crisis internas.

La monografía de referencia, da cuenta de la especial atención prestada por Mao a las doctrinas de la llamada “Escuela Legista”, que parecen una precognición de los aspectos más negativos del período estalinista en la ex Unión Soviética y del modelo maoísta en China. Sin embargo, con un siglo de antelación, el Legismo fue el instrumento ideológico para el engrandecimiento y primera reunificación china bajo la mano de hierro del Emperador Ch’in Shih Huang-ti (221-210 a.C.).

El príncipe Shang Yang, fundador de la Escuela Legista, consideraba actividades parásitas el comercio y la artesanía, así como detestaba a los intelectuales que seguían las enseñanzas contemporáneas del moralista Confucio. Shang sostenía que el principal objetivo de un gobernante es retener el poder repartiendo recompensas y castigos. Debe implantar reglas severas y expeditas que, además, tienen que ser internalizadas a través de las pláticas hogareñas, la delación y la responsabilidad colectiva de las aldeas. Para ello, propuso organizar la población en grupos de 5 ó 6 aldeas, cuyos miembros en su totalidad serían responsables de las faltas cometidas por cada uno de sus integrantes. Planteaba, por otra parte, que gobernar es destruir. “Sólo será fuerte el príncipe que sepa producir y, a la vez, destruir”, reza una de sus máximas.

Por el papel asignado al concepto implícito en el ideograma chino BI (“necesario”, “ineluctable”), Shang Yang fue un verdadero precursor de las teorías sobre manipulación de masas. Planteaba que, si se quería establecer un nuevo orden y alcanzar la hegemonía sobre los reinos en que entonces se dividía China, era necesario sustituir las verdades conjeturales por la tiranía de “lo necesario”. Los imponderables y las imprecisiones debían ser desterrados del discurso para establecer una sociedad transparente: los castigos alcanzarían “necesariamente” a los culpables, las recompensas premiarían “necesariamente” a los virtuosos, el ejército vencería “necesariamente” a los enemigos, y el país se enriquecería “necesariamente” (3).

Reformas en la “medida de lo posible”

Zhou Enlai, cinco años menor que Mao y muerto el mismo año, aliñó el marxismo con veladas reminiscencias confucianas y moderadas de la filosofía tradicional china. Suavizó en cuanto pudo las rudezas legistas de Mao, aunque sin contradecirle de manera abierta. Zhou trabajó duro para restañar las heridas abiertas por la “Gran Revolución Cultural Proletaria” y alentó los cambios siempre que se mantuvieran más o menos dentro de los límites del maoísmo. Si los cambios fueron algo trasgresor y reportaron a China un significativo crecimiento económico, los pasos audaces correspondieron a Deng Xiaoping, el jefe de la segunda generación revolucionaria fallecido en 1997.

Zhou Enlai, a la fecha Primer Ministro, presidió el IV Congreso de la ANP, en enero de 1975, donde Deng formuló la Política de las Cuatro Modernizaciones, un plan de mejoramiento en las áreas de agricultura, industria, ciencia-técnica y defensa. Con la Política de las Cuatro Modernizaciones partió la reforma económica china que comenzó a rendir frutos en la década siguiente. El crecimiento económico favoreció principalmente a las zonas del litoral, donde habitan 200 millones de personas y confluyen capitales extranjeros, empresas privadas y leyes benévolas.

Los objetivos de Zhou y Deng exigían un rediseño del modelo chino y se recurrió a una fórmula de poder colegiado, parecida a la implantada en la ex Unión Soviética después de la caída de Nikita S. Jrushov, en octubre de 1964, para dar mayor representación a los grupos de intereses y compensar sus influencias sobre el poder político central. (4) El compromiso con el nuevo esquema por parte de las elites superiores, funcionó mejor en Beijing que en Moscú. Pero, a la vista de la crisis en la Europa del Este y ante percepciones de amenazas para la preservación del Estado chino, el consenso adquirió a partir de las protestas de 1989 en la Plaza Tian Anmen tintes neoconservadores. El neoconservadurismo político predominante en el PCCH canalizó los intereses de la burocracia estatal (30 millones de empleados públicos, sin contar a los trabajadores de empresas del Estado que son otros 70 millones) y del Ejército Popular de Liberación (EPL, nombre genérico del conjunto de las Fuerzas Armadas chinas, con 4 millones de miembros).

La consolidación final del equilibrismo neoconservador del Presidente Jian Zemin, reflejada en octubre de 1997 por el XV Congreso del PCCH, recibió un impulso decisivo previo al erigirse Jian en titular de la Comisión Militar Central (CMC), el organismo partidista que controla al EPL. Después de abandonar los cargos restantes, en el 2002, Jian desea retener el CMC para continuar en el mando supremo del EPL, pieza clase en un país con problemas pendientes con varios vecinos, reivindicaciones sobre la isla de Taiwan y preocupaciones domésticas en la región de Xinjiang, el inmenso Turkestán chino. Allí moran 7,5 millones de uygures, kazajos y kirghizos, etnias musulmanas de origen turco, las cuales rechazan las costumbres chinas y son focos de tensión desde hace tres siglos.

Marxismo-confucianismo en el horizonte

No obstante, la transición de la tercera a la cuarta generación de dirigentes comunistas chinos promete transcurrir en relativa calma y sin sobresaltos graves. Una democratización política radical o “Quinta Modernización”, reclamada por manifestaciones de consideración en cinco ocasiones (1979, 1980, 1986 y 1989), parece haber perdido fuerza. Los gobernantes de Beijing muestran avances en la instauración de un estado de derecho que proporcione algunas garantías individuales, al tiempo que se resisten a propiciar que los fundamentos de la plena democracia política se adentren en el sentido común de los chinos ya que, argumentan, podría introducir gérmenes de desunión.

Lo cierto es que en el Extremo Oriente de influencia confuciana las experiencias de democracia política son escasas y limitadas. La reflexión al respecto permanece bloqueada por el mismo idioma, pues, en chino, la idea de libertad de la persona suele traducirse con los caracteres GE REN ZIYOU, que se entiende en el sentido negativo de “escaparse de algo” o “desarraigarse”. La verdadera disidencia democrática anida en grupos pequeños, familiarizados con la cultura occidental. Está muy perseguida, atomizada y confinada en espacios urbanos. Hay escasos vínculos entre esa disidencia y las áreas rurales, donde habita el 77% de la población y el escaso chorreo del crecimiento económico genera descontento.

El acceso a tales sectores rurales mostrado en pocos años por la Falun Gong, una agrupación de ejercicios y meditación que afirma tener millones de adherentes en China, determinó la virulenta campaña lanzada en su contra por las autoridades locales. La mezcla de Tai chi, budismo, taoísmo y mesianismo chino, características de la Falun Gong, apuntan a las hendiduras ideológicas ocasionadas en el modelo político por la erosión parcial del marxismo-leninismo y del maoísmo. El régimen chino aspira a llenar esos vacíos con la reivindicación, cada vez más explícita, de la llamada “Pequeña Tradición” de la herencia de Confucio.
Mientras la “Gran Tradición”, identificada con el sistema del mandarinato, quedó abolida en 1911 con el derrumbe de la dinastía manchú y el establecimiento de la primera República China; en territorios de Japón, Corea del Sur, Singapur, Hong Kong, Taiwán y, de manera soterrada, China continental, sobrevivió una “Pequeña Tradición Confuciana” en forma de ética popular que acentúa el respeto de la jerarquía familiar, la comunidad, la educación, el ahorro y el trabajo duro. En Shandong, sitio natal del moralista, el gobierno chino organizó en 1994 un congreso internacional sobre “El Pensamiento de Confucio y el Siglo XXI” que concluyó que: “Las teorías que identifican la modernización con Occidente ya no se sostienen. Quien va a quedar más en evidencia es el cristianismo, ya que no puede mantener la moralidad y los valores humanos contra la furiosa embestida de la ciencia. Sólo un humanismo no religioso como el confucianismo puede cohabitar armónicamente con la ciencia moderna”.

Por orden del Presidente Jiang Zemin, a continuación de la reunión de Shandong se creó un equipo de científicos sociales chinos para realizar una interpretación marxista de las enseñanzas de Confucio que deberá enfatizar sus tres aspectos válidos para la modernización: Moralidad, Método Dialéctico y Materialismo. De manera que las proyecciones de la ideología del marxismo-confucianismo de “Pequeña Vía”, así como sus repercusiones en la salud de un modelo político redibujado, figuran entre las principales incógnitas que deberán despejarse en el trayecto hacia la cuarta generación de dirigentes chinos.

Notas

1. Un acucioso análisis de las corrientes al interior del PCCH es realizado en: Wo-Lap Lam W. The era of Jiang Zemin, Simon & Schuster (Asia) Singapore 1999.
2. Li Jui, Las tempranas actividades revolucionaras del camarada Mao Tse Tun-g, ed. Lenguas Extranjeras, Pekín 1957.
3. Las máximas de Shang Yang están traducidas al francés por el sinólogo Jean Levi: Shang Yang, Le livre du Prince Shang, Flammarion, París 1981.
4. Detalles de la gestación de la fórmula soviética en: Carrere d’Encausse H. Le pouvoir confisque. Gouvernants et gouverners en U.R.S.S. Flammarion, París 1980, pp 143-195