Sección: Partido Socialista: Recomposiciones y debates
Cuando la utopía da paso al mercadeo
Germán Correa Díaz
Es tremendamente importante que los socialistas nos dediquemos a reflexionar, a pensar en lo que nos ocurre, a indagar en nuestra historia y en la realidad cotidiana de quienes queremos servir para encontrar nuestras nuevas respuestas y propuestas.
Estamos viviendo tiempos extremadamente difíciles para las mujeres y hombres de izquierda que un día abrazamos la causa de la revolución social y política, con la que queríamos abrir paso a la construcción de un mundo mejor que el que heredamos de nuestros padres y antecesores.
Nuestra vida fue así entregada a un ideal, a una causa, a una bella utopía, en la que hombres nuevos, superando y sublimando sus limitaciones, construirían una sociedad de iguales, fraterna, solidaria, humanista, democrática, socialista. Muchos de los nuestros dieron la vida por esa utopía y muchos de los que sobreviviéramos, luchando día a día, los angustiantes años de dictadura, estuvimos dispuestos a entregarla, por defender y reconstruir nuestro partido, el instrumento para hacer posible la concreción de tal sueño. No había entonces crisis del ideal, de lo esencial que nos definía como socialistas, como algo diferente a los democratacristianos, los radicales o los liberales. Los parámetros de lo que éramos o no éramos estaban claramente delimitados y los contenidos de nuestras propuestas, nítidamente remarcados y tan simples que constituían casi un recetario que se recitaba casi mecánicamente. Y si alguien se atrevía a cuestionar la viabilidad de nuestros planteamientos, allí estaba la Revolución de Octubre, la Revolución China y hasta la Revolución Cubana, hablada en castellano y diciéndonos que no había que ser de otra raza para aspirar a construir tal sueño. El futuro era inexorablemente nuestro, las fuerzas del socialismo avanzaban inconteniblemente, arrinconando cada día más a un capitalismo en retirada y en crisis terminal.
Hoy vivimos una realidad dramáticamente diferente. Los modelos de construcción del Socialismo se han venido estrepitosamente abajo, no como consecuencia de las fuerzas invasoras del imperialismo sino, simplemente, como consecuencia del incontenible avance del reclamo libertario y democrático de esos pueblos. Los avances “irreversibles” del Socialismo se han esfumado como una tenue bruma golpeada por el sol implacable de la lucha democrática de los pueblos.
De golpe, nos hemos quedado sin referentes. Peor aún, dando explicaciones porque alguna vez osamos que lo fueran, o que lo fueran en cierta medida, en circunstancias que demostraron ser dictaduras de un partido burocrático y sordo al clamor democrático de los pueblos que se pretendió “liberar”.
Saliendo recién de nuestra profunda y desgarradora autocrítica por la parte de responsabilidad que como Partido nos pudo haber cabido en el derrumbe del Gobierno del compañero Salvador Allende y de la democracia misma en Chile, hemos sido brutalmente golpeados por la nueva realidad mundial, donde el estruendoso fracaso de los socialismos de todo tipo, casi sin excepciones, se muestra en toda su pavorosa desnudez.
Crisis larvada
Nuestro querido Partido vive, así, una crisis larvada, que aún no estalla como tal pero que se anuncia de diversas maneras y con diferentes manifestaciones.
Derrumbados nuestros referentes, fracasados los modelos que propusimos como solución y arrinconados por el avance de la ideología liberal – si no francamente neoliberal -, incluso en nuestro propio seno, vivimos un período en que lo que nos era esencial está, a lo menos, confuso, o declaradamente cuestionado. Nos mantiene en pie, por sobre todo, nuestra profunda convicción (¿o esperanza?) de que ¡tiene que haber algo mejor!, de que no puede ser que no haya un sistema mejor que el que vivimos, que erradique la pobreza y la marginalidad, la explotación, las discriminaciones de todo tipo, las abismantes desigualdades entre los seres humanos.
Es difícil hoy en día ser Socialista. Es todo un desafío y una aventura. De allí que haya que hacer una larga travesía por las aguas procelosas de la amargura, la frustración, el desconcierto y el oportunismo para buscar y encontrar las nuevas playas y puertos que presten su abrigo a nuestras nuevas, aún no construidas, certezas y propuestas.
¿Cómo se refleja esto hoy en el Partido? Por de pronto, en una gran heterogeneidad ideológica, donde concurren, sin fundirse en propuestas de común elaboración y adhesión, vertientes marxistas, cristianas, racionalistas laicas y hasta liberales. Ello refuerza el fenómeno de la débil identidad de lo que es ser hoy socialistas y que muchos reclaman (¡a la Dirección, por cierto!), como el bajo perfil que caracterizaría al Partido.
Pero, más aún, se refleja también en un cambio significativo en la forma en que hoy se hace política por parte de la militancia y, en particular, de las cúpulas a todo nivel (nacional, regional, provincial y comunal). En la medida que se ha hecho más difuso el objetivo del Partido (¿qué Socialismo proponemos hoy?) y, por lo tanto, el carácter del Partido como un instrumento para lograr algo definido (la conquista del poder ¿para qué?, ¿para hacer qué, concretamente, con él?), él mismo se va transformando crecientemente en la herramienta para la realización o satisfacción de los intereses de poder de grupos o personas. Pero no necesariamente del poder para hacer mejor las cosas y avanzar más decididamente al objetivo socialista (hoy difuso), sino muchas veces para tener poder, el poder por la simple satisfacción de tenerlo, o bien de poseerlo para así tener acceso al otro Poder (con mayúsculas) que radica en los aparatos de Estado, como el Parlamento o el Gobierno.
De tal forma, se ha venido produciendo una lenta pero perceptible e inexorable transferencia de objetivos, desde aquel que nos hacía aspirar al Poder del Estado para realizar nuestra Utopía Socialista (con los rasgos concretos que antaño la definiéramos), al actual de aspirar a ese Poder para no quedar fuera de cargos de relevancia, sin objetivo superior más o menos claro. Más aún, no se trata de aspirar a ese Poder tanto para el Partido como institución sino más que nada para el “lote” o “tendencia”, ya que hoy muchos no se sienten representados como Partido si no lo están a través de alguien perteneciente a su “lote”.
Y, así, no sólo se ha ido produciendo una des-institucionalización del Partido sino, también, una cierta “mercantilización” de las relaciones internas. Si antes luchábamos entre los que estaban por la vía armada y los que estaban por la vía electoral para que el Partido conquistara el Poder y llevara a cabo la Revolución Socialista, hoy la lucha es entre “lotes” de poder que aspiran, más que nada, a “no quedar fuera”, importe o no mucho al Partido, se beneficie o no el Partido, se aporte o no al Partido y sus supuestos objetivos. Por lo tanto, la regla predominante parece ser: “Yo te ayudo para que te beneficies, siempre que tú también me ayudes a beneficiarme”. De la mística alimentada por la Utopía se va pasando al Mercadeo de intereses circunscritos y cortoplacistas.
Crudamente, hacia esa realidad posiblemente marchamos, si es que no estamos ya caminando en ella. Por lo menos es lo que uno ha podido percibir, por ejemplo, en el trasfondo de las negociaciones de la lista parlamentaria, donde el resultado no es mejor para el Partido porque, en coyunturas cruciales de la negociación, tendió a primar el interés de las tendencias por sobre los del Partido como institución, defendiéndose distritos malos por sobre otros buenos porque había que defender al candidato del “lote”, independientemente si se puede elegir o no el candidato, es decir, de si eso convenía o no al Partido.
¿Tendencias o lotes?
Hoy se habla mucho de “tendencias” en el Partido, pero creo absolutamente pertinente que nos preguntemos: ¿Los agrupamientos hoy existentes son tendencias? Tiendo a pensar que no lo son, o que lo son sólo precariamente. En el pasado hablar de tendencias en el Partido era hacer referencia a grupos de compañeros con posiciones ideológicas o políticas claramente delimitadas y diferenciadas entre sí, incluso en términos de prácticas militantes. Había los que estaban por la vía armada y los que estaban por la vía electoral para la toma del poder, los que propiciaban el Frente de Trabajadores y los que impulsaban los Frentes Populares pluriclasistas, etc.
Hoy, ¿qué posiciones efectivamente diferentes pueden derivarse al comparar a los “nuñistas” con los “escalonistas”, “arratistas” o “terceristas”? ¿Son efectivamente tendencias, marcadas por posiciones políticas distintas, o simples agrupaciones de compañeros que siguen juntos por tener una cierta trayectoria común, o una historia compartida, o simplemente por amistad?
Sostengo, por ello, que más que frente o tendencias, nos encontramos en realidad frente a grupos de poder, o “lotes”, que se alían o des-alían según convenga a determinados objetivos coyunturales o puntuales de poder para cada cual, terminando por producirse un verdadero desorden, que en días recientes ha llegado a desordenar incluso a todas y cada una de las “tendencias”, con apoyos cruzados que ya nadie entiende o puede explicar, a lo menos en términos de posiciones político-ideológicas. Porque las tendencias, cuando son realmente tales, es decir, acotadas por posiciones ideológicas o políticas de cierta universalidad claramente definida, ayudan a ordenar los procesos de toma de decisiones, estableciendo alianzas relativamente estables. Pero cuando se transforman en simples máquinas para el poder de los que pertenecen a ellas, se produce un proceso de “particularización” de la política que lleva a un extraordinario “coyunturalismo” y hasta “puntualismo” o “casuismo” en las alianzas y acuerdos, si no a un franco “individualismo”, que atraviesa y divide a cada lote según las decisiones que convienen a cada miembro por sí y ante sí.
Esto no es teoría. Lo estamos viviendo hoy mismo. Si no, obsérvese lo que sucedió en torno a las elecciones internas de candidatos a parlamentarios.
La lógica tendencial, sobre todo aquella que ha derivado en agrupamientos de poder o “lotes”, tiende fatalmente a chocar con la lógica institucional del Partido. Porque esta última obliga a poner, por sobre todo interés particular, el interés colectivo de la organización, lo que siempre perjudica a uno u otro interés particular y beneficia a otros, deseablemente la mayoría. Detrás de toda decisión institucional, tomada en función del interés colectivo, hay algún perjuicio para alguien, casi siempre. Ello supone, sin embargo, un objetivo colectivo comúnmente compartido, lo que legitima las decisiones institucionales y sus costos para determinados sectores o individuos. De lo contrario, no habiendo un objetivo colectivo claro y legitimado, tiende a producirse lo que hoy venimos observando en el Partido.
De allí que cuando la Dirección, en un esfuerzo de institucionalización poco comprendido (o quizás, no llevado bien a cabo) intenta tomar decisiones de acuerdo al interés del Partido, fatalmente choca con los intereses de algún “lote” de poder, o de varios, produciéndose automáticamente una reacción defensiva de éstos, y sus correspondientes alianzas, para derrotar el objetivo e interés institucional y hacer prevalecer el interés del o los “lotes” afectados. Eso ha sucedido en el Partido. Y probablemente siga sucediendo, pese a los esfuerzos que se hagan por suavizar las cosas, por dialogar más, por dar mayor procesamiento previo a las decisiones, en lo que hay también un peligro, ya que existe una frontera tenue y difícil de determinar entre una Dirección que sólo arbitra y equilibra entre los intereses de los lotes y una Dirección que conduce al Partido para el Partido y sus intereses superiores.
Re-politizar al Partido
Creo que estos fenómenos que estamos viviendo se agravarán en la medida que el Partido se siga des-politizando. Por ello creo que es urgente re-politizar al Partido, poner más tiempo y energías en la reflexión colectiva sobre nuestra realidad, sin prejuicios, sin etiquetas previas, sin temor a pensar o a decir lo que se piensa, por heterodoxo que parezca. Es crucial que, en paralelo a las tareas del futuro próximo en torno a la campaña parlamentaria y presidencial, asumamos esta tarea de manera sistemática, pero también desformalizada, en grupos de compañeros, en seminarios, en los comunales y provinciales.
Tenemos urgencia de reencontrarnos al alero de nuestros viejos ideales, revalorizados en torno a nuevas propuestas que den cuenta de los grandes cambios que ha vivido el mundo y nuestro Chile, propuestas compartidas y legitimadas por su origen participativo y democrático.
Además tenemos que dar una batalla decisiva, desde la base, contra lo que está sucediendo, pero a partir de ideas y propuestas y también combatiendo a quienes hacen del Partido la cancha donde dan sus batallas pequeñas y mezquinas por el poder para sí, tratando a todos los que se les oponen como virtuales enemigos, marginando a valiosos compañeros y empequeñeciendo al Partido día a día, en una lógica, al final, destructiva.
Es preciso, también, promover encuentros y acuerdos, desde las direcciones a todo nivel, con todos los sectores partidarios en torno a las tareas políticas concretas del período y a la forma de llevarlas a cabo, promoviendo asimismo la formación de equipos plurales y abiertos que permitan efectivamente la participación de todos en su realización, re-creando lazos de confianza y lealtad y de voluntad por empujar juntos por el engrandecimiento del Partido. Junto con ello, creando las bases para un diálogo y debate político franco y fraterno que nos ayude a encontrar y delinear nuestras nuevas propuestas, que nos vuelvan a dar claros perfiles de identidad y de expresión de nuestra voluntad de ser una fuerza que está por algo diferente, por el cambio profundo de lo que es este país y esta sociedad, en la perspectiva de una renovada Utopía Socialista que los explotados y marginados siguen esperando.