Sección: Sociedad Civil: Transformaciones socio-culturales

De la “Ceremonia del adiós” a la exultación. De la exultación al realismo continuista

Antonio Cortés Terzi

AVANCES Nº 47
Diciembre 2004

El síndrome del caballo de huaso curao

Con los resultados electorales recientes, la Concertación parece haber superado por entero el estado anímico que alguna vez la embargó y que, en su oportunidad, fue descrito como “ceremonia del adiós”. Incluso, en algunos sectores y personalidades el ánimo es ahora exultante, al punto que llegan a pensar que para seguir gobernando basta con pasar el trámite de la elección del 2005.

La exultación que provoca el exceso de optimismo, seguramente no es un sentimiento compartido por igual por todos los miembros y dirigentes de la Concertación. Pero, hasta los espíritus más moderados ya acarician cuatro años más de gobierno, aunque lo disimulen con frases de buena crianza.

De no mediar algunos actos reflexivos o algunos hechos políticos intempestivos, la alianza gobernante o buena parte de ella puede quedar a merced del síndrome del caballo de huaso curao, esto es, sujeta a la idea que aunque el huaso se duerma en el camino tiene asegurada la llegada a casa gracias al acostumbramiento del caballo.

Ninguna duda cabe que los resultados de las municipales alientan justificadamente el optimismo en la Concertación. Tampoco puede dudarse que ni el gobierno ni la dirigencia concertacionista van a caer en un absoluto quietismo. Los ánimos exultantes o el síndrome del caballo de huaso curao no tienen por qué expresarse en pasividades generalizadas. Pero sí pueden expresarse en una tendencia a lo inercial, en una premeditada disposición al “dejar hacer y dejar pasar”, esto es, a moverse dentro de los lindes de lo ya practicado y conocido, con el convencimiento de que lo ya practicado y conocido es una probada fórmula para tener éxitos electorales.

Altos dirigentes de la Concertación, empezando por el propio Presidente, y probablemente la mayoría de los analistas políticos, han advertido acerca de lo inconveniente que sería para la alianza gobernante pecar de excesiva confianza en base a los últimos datos electorales. Sin embargo, y pese a esas advertencias, existen altas probabilidades que se peque. El poder y el pecado son muy tentadores. Y la “ley del mínimo esfuerzo” está muy enraizada en la condición humana.

“Conozco a mi gente”, decían antaño los patriarcas o las matriarcas familiares, cuando presagiaban las conductas que tendrían sus descendientes frente a algún suceso, contraviniendo las recomendaciones y consejos paternos.

La política – y tanto más la política moderna – está excesivamente condicionada por el “aquí y el ahora” y es frecuentemente desobediente con los dictados de la lógica político-histórica. En el “aquí y en el ahora” la atmósfera dominante en la Concertación es la de sentirse victoriosa el 2005 y son esos sentimientos los que más influyen en sus actos contingentes. Quiérase o no, lo cierto es que, por ejemplo, el tema presidencial tiene una cuota mayor del enmarañamiento esperado, debido a los cálculos que cada quien ya hace en materia de parlamentarios, ministerios y camionetas.

En suma, no será fácil que la Concertación se sustraiga de la exultación y que se ponga en un escenario más objetivado y cauteloso. No será fácil, al menos que ocurra algún hecho crítico imprevisto (fenómeno común, en los tiempos que corren. Aznar sabe de ello) o que las encuestas empiecen a enfriar los ánimos.

Por lo pronto, al seno de la Concertación ya se pueden prever algunos efectos del síndrome del caballo de huaso curao, que en tres áreas tienen manifestaciones precisas: i) la que se refiere a elaboración de proyecto-país, ii) la que respecta a recambios generacionales y, iii) la que alude a reformulaciones de la Concertación.


En estas tres áreas, lo que se puede ver es una relegación o frenazo en el nivel de preocupación, reflexión y discusión en comparación a los ritmos que esos temas traían hasta antes de las elecciones municipales, que tampoco vamos a decir que eran muy intensos, pero sí que ocupaban más espacios que en el presente.

Difícil reconstrucción programática y del proyecto-país

El nuevo ánimo que reina en la Concertación deviene en una suerte de redistribuidor de energías y de recursos y en esa redistribución sale perdiendo el “presupuesto” para el trabajo intelectual destinado a la elaboración de cosmovisiones, proyectos y programas. No porque ese ánimo y “presupuesto” excluya la necesidad de contar con proyectos y propuestas programáticas. Sí porque le cambia el sentido y el carácter a la reflexión, al debate y a la elaboración.

El balance pesimista o poco optimista que pesaba en la Concertación previo al 31 de octubre, era un acicate para búsquedas innovadoras en todos los planos. La idea de que la Concertación debía dar un gran vuelco se imponía mayoritariamente. La impronta del momento se reflejaba en palabras como “reconstruir”, “renovar”, “otra Concertación”, “no más continuismo”, etc. Por supuesto que, en ese clima, la elaboración intelectual se concebía como un trabajo vital y radical.

Es natural que cancelado ese clima la cuestión intelectual tienda a verse con menos prioridad y dramatismo. Más aán, la propia idea acerca de la necesidad de un “gran vuelco” queda bajo sospecha. La política y los políticos – con sus insoslayables cuotas de pragmatismo- tienen derecho a plantearse la duda de si vale la pena arriesgarse a transformaciones significativas cuando con lo que se cuenta, se ha hecho y se ha dicho se ganan elecciones. Tal vez piensen que con unos cuantos amononamientos bastaría para mejorar la competitividad electoral.

Quizás este sea un razonamiento extremo, pero de que existe, existe. Y si bien hay otros razonamientos menos extremos conducen más o menos a lo mismo.

Es cierto que hoy es casi un lugar común el que la dirigencia concertacionista hable de la importancia del proyecto. Sin embargo, es difícil distinguir si esas alocuciones expresan una preocupación real o forman parte de los rituales que se repiten previos a una elección, máxime tratándose de una presidencial. Tampoco es fácil descubrir el significado y contenido que el mundo concertacionista o sectores de él le están dando hoy al término “proyecto”. ¿Se le imagina como un radical nuevo proyecto, pensado de manera integral y para los efectos de refundar la Concertación y prepararla para la apertura de un nuevo ciclo de desarrollo histórico o se le concibe como una selección de temas socialmente sensibles a los cuales hay que responder con ofertas de medidas que comunicacionalmente satisfagan los requerimientos del período electoral venidero?

Muchos indicadores permiten deducir que la cuestión proyecto-país, dado el nuevo escenario optimista, no sólo va a tender a ser relegada por la Concertación en virtud del pragmatismo, sino también porque, en el fondo, es una cuestión que, potencialmente, puede tensarla y complicarla seriamente, lo que entraría en flagrante contradicción con los movimientos centrípetos que genera el cuadro electoral optimista.

Minimización del recambio generacional y direccional

El éxito electoral que obtuvo la Concertación como tal se convirtió, de facto, en un paraguas protector de las actuales dirigencias y grupos hegemónicos dentro de los partidos y del cuerpo de funcionarios que conforman desde años un núcleo estable de burocracia y de tecno-políticos concertacionistas.

Ninguna duda cabe que los buenos resultados logrados por la Concertación se deben en medida considerable a la gestión del gobierno, a su activismo, a su buen manejo discursivo y comunicacional, etc. Por supuesto que ello le reditúa, en prestigio y legitimidad, no sólo a sus máximas autoridades, empezando por el Presidente, ni sólo al gobierno en general, sino también al conjunto de funcionarios medios que conforman las “redes políticas” de la Concertación y de sus partidos dentro de la Administración Pública.

La primera consecuencia que deriva de lo anterior es que esos núcleos y redes quedaron en condiciones de desarmar argumentalmente a sus críticos y competidores o, al menos, de contar con mejores defensas. Y la segunda es que se reafirmaron en sus posiciones de poder, aumentando las posibilidades de reproducción de esas posiciones.

Por otra parte, si bien la DC es el único partido que, como tal, puede lucir resultados comparativamente positivos, todos los actuales equipos dirigentes de los demás partidos se han consolidado en sus puestos merced al buen momento por el que pasa la Concertación y merced a las buenas expectativas abiertas con los resultados electorales últimos.

Tal estado de cosas tenderá a mantener casi sin variaciones los actuales status y relaciones de poder que rigen dentro de los partidos y, por lo mismo, se puede anticipar que tampoco habrá grandes modificaciones en las plantillas de los candidatos a parlamentarios para los próximos comicios.

En suma, las realidades que emergen después de las municipales no son favorables o facilitadoras de las pretensiones de introducir en la Concertación cambios en las composiciones de sus cuerpos dirigentes de todo tipo. Aunque la voluntad persista, lo real es que los sujetos y las estructuras de poder internos en los partidos de la Concertación, ergo, en la Concertación misma, conservan sus situaciones de poder y su resistencia natural a las remociones.

Freno a las readecuaciones en la Concertación

La ex ministra y precandidata Soledad Alvear ha hecho suya y reitera una idea originalmente lanzada por el senador Adolfo Zaldívar – y por otros, con palabras distintas – en el sentido de que un próximo gobierno no sería el cuarto de la Concertación sino un nuevo gobierno.

¿Un “nuevo gobierno” con la misma Concertación? Eso no sería creíble ni fiable ni practicable. Para serlo se requeriría agregarle a esa consigna algunas palabras que denoten que esa decisión está acompañada de una segunda decisión.: “Para un nuevo gobierno, una nueva Concertación”.

El problema es que no se visualizan procesos e iniciativas que apunten a readecuaciones de envergadura tal que efectivamente conduzcan a una “nueva Concertación”.


De por sí, los obstáculos ya señalados para reelaborar pensamientos y políticas y para renovar los cuerpos dirigentes y representativos de los partidos, son indicadores de que una “nueva Concertación” no es un objetivo de realización cercana.

Pero también en esta materia los resultados electorales y sus efectos “exultantes” juegan en contra de procesos que están o estaban en germinación. Particularmente de uno que es de suma importancia y que se refiere a un reordenamiento de las fuerzas de la Concertación en virtud de parámetros doctrinarios y político-históricos.

Es absurdo, por ejemplo, que la Concertación reúna cuatro partidos cuando tres de ellos adscriben en lo grueso a las matrices intelectuales y políticas socialdemócratas. Y es sólo un poquito menos absurdo que exista en su seno una corriente demo-liberal moderna, con influencias, fuerza y figuras relevantes y que, sin embargo, se expresa por canales difusos por no contar con una representación orgánica, sistemática y nítida.

Mientras el miedo a una derrota el 2005 era cosa viva se promovían discusiones sobre estos temas y estaba presente algún grado de disposición para abordarlos y resolverlos. Pasado el miedo, se ha vuelto casi a foja cero.

El reordenamiento político-cultural de la Concertación o la simple apertura de procesos en tal sentido, sería una potentísima señal de que se avanza hacia una nueva Concertación. Principalmente porque, más allá de las mejorías que implicaría en cuanto a eficiencias político-orgánicas, daría cuenta de las carencias y obstáculos que hoy tiene la Concertación para recoger y representar el pluralismo contemporáneo. El actual ordenamiento de sus culturas-políticas es, de hecho, “desordenador” de lo plural, tanto porque lo plural se disemina por casi todo el arco de los partidos, lo que tiende a crear un pluralismo en el que sus partes tienen poca personalidad, como porque esa misma diseminación no permite la construcción de discursos más satisfactorios para los diversidades específicas que conforman la pluralidad. El pluralismo en la Concertación tiene, hoy por hoy, cauces y manifestaciones confusas, debido a que su ordenamiento político-cultural, en lo fundamental, todavía está muy impregnado de los contenidos y formas que revestía el pluralismo en el pasado y poco adecuado a los sentidos y tipos del pluralismo moderno.

El continuismo se afirma

La confianza en que la Concertación volverá a gobernar otro período promueve el estancamiento de procesos que busquen renovar en esos aspectos. Las necesarias actualizaciones y readecuaciones de la Concertación como tal han quedado paralizadas y seguramente permanecerán en ese estado, porque:
• ante el éxito electoral reciente, la “filosofía” que más se prestigia es la que trasunta la famosa frase de don Quijote: “Eso, mejor no menearlo, Sancho” y,
• dada la cercanía de una eventual nueva repartición de poder, nadie con intereses político-corporativos – y esos “nadie” son muchos – va a arriesgarse a menear las estructuras y cuerpos que amparan dichos intereses.

Si, de todo lo escrito hasta aquí, hubiera que sacar una conclusión esencial y resumirla, ésta sería la siguiente: los resultados obtenidos por la Concertación en la elección municipal han potenciado factores objetivos que favorecen el desarrollo de tendencias continuistas y, por ende, subsumidoras o morigeradoras de las tendencias innovadoras que se venían desenvolviendo en los tiempos previos al último evento electoral.

El dilema

La situación post elecciones y el escenario que previsiblemente se irá configurando, ponen a la Concertación ante un dilema, en el sentido lógico-retórico del término. Es decir, la Concertación está frente a dos proposiciones contrarias entre sí y, no obstante, cualquiera de ambas es una opción “correcta” para alcanzar el mismo fin: ganar las presidenciales del 2005.

Dicho de otra forma: la Concertación puede elegir libremente, sin coacciones objetivas, entre dos caminos alternativos pues ambos le ofrecen perspectivas de éxito en lo estrictamente electoral. Son errados, en consecuencia, los diagnósticos que anuncian, categóricamente, un triunfo o una derrota si se decide una u otra estrategia. Esos diagnósticos tenían consistencia en el período previo a la última elección, cuando los pronósticos – y con razón – eran más negativos para la alianza gobernante.

Las proposiciones que componen el dilema son: i) una estrategia con acentos continuistas y, por ende, diseñada dominantemente en base a los parámetros tradicionales de la Concertación, y ii) una estrategia con énfasis en cierta radicalidad innovadora, que revise la relación Concertación/“modelo” y que reformule algunos de los ejes orientadores de las políticas y programas seguidos hasta ahora por el progresismo.

Por supuesto que, traducidas a la política, ambas proposiciones pierden la “pureza” de lo abstracto y en cada una se encontrarán ingredientes de la otra. La distinción está en los énfasis y en el concepto central que las ordena y caracteriza.

La hipótesis en la que aquí se insiste es que ambas estrategias son igualmente idóneas para enfrentar con claras posibilidades de éxito la elecciones del 2005 y la eventualidad de una derrota no radica en la preferencia que se le dé a una u otra. Hipótesis que contempla considerandos previos de factura simple:

• que el padrón electoral no se modifique sustantivamente,
• que la candidatura de la Concertación recaiga en una de las ex ministras (imagen de renovación y cambio),
• que la buena evaluación del gobierno y del Presidente Lagos al menos se mantenga en los rangos conocidos,
• que se cumplan los augurios sobre crecimiento económico para el próximo año,
• que no se presenten hechos azarosos, intempestivos e irruptivos de la marcha “normal” de la política.

Ahora bien, ¿por qué la estrategia continuista puede ser exitosa? Para responder la pregunta hay que aclarar primero que tal estrategia no debe confundirse con el síndrome de caballo de huaso curao. El continuismo es un énfasis que no excluye de su estrategia toda innovación. Una estrategia continuista no es enteramente contraria a presentar “novedades” que generen comunicacionalmente percepciones de cambio. “Novedades” como, por ejemplo, la candidatura de una mujer, la jerarquización y priorización distinta de las políticas gubernamentales, la inclusión de temas postergados, ofertas de nuevos rostros y estilos políticos, etc. En definitiva, el continuismo se refiere, en lo esencial, a que la propuesta es de un gobierno evolucionista y no globalmente reformador, que no pretende alterar o revisar lo sustantivo del “modelo” grueso y que sectorialmente persigue profundizar, acelerar, corregir las reformas en marcha, pero no interrogarlas en su médula.

Ahora bien, en el plano- político-electoral, a favor del continuismo operan los siguientes factores:

• La solidez del piso electoral histórico de la Concertación y el estancamiento del ascenso electoral de los partidos de derecha.
• El desgaste de la figura de Joaquín Lavín y, por ende, la baja en su plus electoral.
• El férreo y permanente respaldo ciudadano al Presidente Lagos.
• Evaluaciones positivas al gobierno en lo genérico, pero también en cuanto a gestión sectorial en áreas tan sensibles como, por ejemplo, salud y educación.
• El mejoramiento en los índices de crecimiento económico, los anuncios de un crecimiento mayor para el próximo año con una probable baja en las tasas de desempleo.
• Percepciones y conductas ciudadanas que se apegan a las ideas de “cambios con continuidad” y “continuidad con cambios”.
• Poca recepción social de los discursos proclives a una mayor radicalidad de lo cambios por sus vaguedades conceptuales, políticas y programáticas y por carencias comunicacionales.
• Sintonía con el pensamiento de los grupos de poder más estructurados e influyentes de la Concertación y del país.

La estrategia con énfasis en el cambio y centrada en propuestas de cambio, también tiene a su favor buena parte de los puntos que se señalan como favorables a la estrategia continuista. Y si bien sintoniza menos con los grupos de poder, esa sería, seguramente, una debilidad inicial y superable en gran medida con el correr de su desarrollo.

Por cierto que esta estrategia tiene diferencias con la anterior en cuanto a ventajas y desventajas, pero si se hace una comparación al respecto el resultado es un empate entre unas y otras. Por ejemplo, la estrategia continuista da más seguridades en cuanto a convocar, sin esfuerzos adicionales, al electorado medio y tradicional de la Concertación. La estrategia de cambio no da las mismas seguridades, pero compensa con una mayor capacidad de estimulación al activismo concertacionista y de integración a ese activismo de sectores de concertacionistas críticos y desencantados.

El conflicto


Planteado como dilema el tema de las estrategias es casi inocuo. El verdadero conflicto radica en cómo armonizar la estrategia con el proyecto y programa. En efecto, el dilema de la Concertación termina para transformarse en conflicto, cuando de lo que se trata ya no es de estrategia electoral sino de cosmovisión y proyecto de gobierno.

En palabras simples, casi burdas: si el asunto es con qué estrategia ganar las elecciones, entonces se está ante un dilema, porque una estrategia de continuidad o una estrategia de cambio ofrecen más o menos las mismas posibilidades de éxito (y ninguna exime de los riesgos de derrota, no hay que olvidarlo). Pero si el asunto es definir qué tipo de gobierno y para qué proyecto, entonces, se está frente a un conflicto entre concepciones continuistas y concepciones de cambio. Y ese es un conflicto que está muy entreverado en la Concertación.

En primer lugar, porque en las reflexiones y discusiones sobre estos puntos se confunde la cuestión de las estrategias con la cuestión de los proyectos.

En segundo lugar, porque se ha convertido en un verdadero prejuicio el pensar que hay un solo y perentorio proyecto posible, a saber, el que innove radicalmente la matriz de los proyectos con los que se ha gobernado.

En tercer lugar, y consecuencia de lo anterior, porque, merced a una suerte de “discriminación” generalizada, se rechaza a priori toda expresión que dé la idea de inclinarse por un proyecto continuista. Sin embargo, como esa alternativa existe lo que ocurre es que no se verbaliza o se disfraza y, por consiguiente, no entra sanamente en el debate.

Y en cuarto lugar, y este es un punto clave, el entreveramiento del conflicto se debe a que la Concertación se urgió a pensar en el cambio de proyecto como un problema de estrategia político-electoral y no como un tema en sí y anterior a la estrategia. Por lo mismo, muchas de las propuestas que se lanzan como representativas de un nuevo y alternativo proyecto concertacionista, se corresponden más a medidas político-electorales que a componentes de un proyecto distinto e integral.

Pero la conflictividad es todavía mayor si se tienen en cuenta otros aspectos.

La Concertación – y el país – requieren efectivamente de un nuevo proyecto-histórico, porque se ha entrado a una fase de agotamiento de las dinámicas que han imperado en los últimos años y porque estructuralmente surgen demandas para abrir un nuevo ciclo. Pero ni el agotamiento es absoluto ni se puede inaugurar mañana ese nuevo ciclo. Es decir, el “antiguo” ciclo todavía puede subsistir con cierto dinamismo y se necesita más preparación para iniciar otra fase.

Debe tenerse en cuenta también que comenzar otra etapa de rango histórico implica una fuerte y más intensa pugna política, porque el desarrollo de lo nuevo enfrenta las naturales resistencias de las inercias y estructuras preexistentes y porque las derechas tienen visiones opuestas en cuanto a qué cambiar y hacia dónde orientar los cambios. O sea, debe tenerse en cuenta el viejo problema de las “correlaciones de fuerza”. La racionalidad político-histórica y una justa ética social no bastan para la realización de obras transformadoras. La factibilidad y alcances de esas obras dependen de las fuerzas políticas y socio-culturales de las que se disponga. Sería ingenuo y voluntarista apostar que la Concertación, en el plazo de un año, será capaz de modificar sustantivamente las correlaciones de fuerzas y asegurarle a su eventual futuro gobierno que cuenta con un respaldo político y socio-cultural suficientemente amplio como para implementar un ambicioso plan innovador.

De lo que hay que percatarse y convencerse es que uno de los dramas que hace tiempo rodea a la Concertación es, precisamente, su incapacidad para construir fuerzas sociales y socio-culturales de respaldo a sus gobiernos y que, sumadas a su poder político y político-electoral, permitan superar los cierres que establece la derecha, merced a la sobrerepresentación de poder que le concede el binominalismo y merced a sus redes de poder factual.

Conclusiones

Seguramente los tópicos atinentes a la construcción de un proyecto de cambio seguirán formando parte de los debates de la Concertación. Pero, en el plano de lo real-concreto ya está virtualmente zanjado el tema de las matrices orientadoras del proyecto. La mayoría de las tendencias objetivas y objetivables que participan en esa definición apuntan a matrices de continuidad.

Lo más razonable y eficiente sería que las discusiones se centraran en cómo evitar que se imponga un continuismo inercial y en cómo edificar un proyecto de un continuo evolucionista, que se inscriba en un proceso de “acumulación de fuerzas” y que establezca las condiciones políticas, sociales y socio-culturales para viabilizar a futuro un proyecto de cambio.

Si así se concibiera el proyecto de matrices continuistas, podría incluir, sin alterarlo en lo sustantivo, vetas de un proyecto de cambios más radical, a saber, propuestas y políticas (no sólo públicas) que respondan a la necesidad de redistribuir poder en la sociedad civil e incorporar espacios mayores de ella a la contienda por el cambio progresista.