Sección: Sociedad Civil: Transformaciones socio-culturales
Derecha y concentración del poder
Antonio Cortés Terzi
El columnista del El Mercurio, Juan Carlos Eichholz, escribió, el 31 de agosto, un artículo que titula Concentración de poder
¿Renovación de la Derecha?
El artículo es triplemente interesante. En primer lugar, porque la concentración del poder es uno de los típicos “grandes problemas” que se le plantea hoy a la sociedades modernas y difícil de subsanar porque dimana de un conflicto “orgánico” de lo moderno. Es decir, es una tendencia connatural a la modernidad y no una perversión de ella. Lo que no significa que la modernidad no ofrezca también – e intrínsecamente – contratendencias a la concentración del poder.
Es interesante, en segundo lugar, porque su autor vincula muy bien la trascendencia del asunto (desarrollo y fortaleza de la sociedad civil) con algunas manifestaciones coyunturales del debate (elección presidencial y concentración del poder).
Y, en tercer lugar, resulta particularmente interesante, porque el artículo es indicativo de que la cuestión de la concentración del poder se va convirtiendo en un asunto de preocupación de la derecha y que ese sector lo está incorporando a su agenda intelectual y política. Hasta no hace mucho, era un asunto virtualmente privativo de los pensamientos y políticas del progresismo.
Este último es un dato – si se ratifica como conducta permanente – que habla de la esperanza de un mejoramiento de la calidad de la política nacional, pero que sobre todo habla de un fenómeno todavía poco percibido en los círculos políticos – seguramente, por lo incipiente -, a saber, que la derecha también atraviesa por una etapa “renovadora” y cuya expresión más clara es la asunción – reflexiva y política – de materias otrora “simbólicas” y “monopólicas” del progresismo.
Planteamiento del asunto
Eichholz comienza su artículo dando cuenta de dos ideas y afirmaciones de “sentido común” que rondarían por entre círculos dirigentes. Una – que se escucharía en los mundos derechistas – sostendría que lo conveniente para el país es que gobierne la Concertación porque es más idónea controlando las presiones sociales, mientras que la derecha – sin gobernar – hace mejor lo que sabe hacer: producir.
La otra – propia de argumentos concertacionistas – sostendría que un gobierno de derecha conduciría a una extrema concentración del poder, al sumar en las mismas manos poder político, económico y comunicacional.
El autor concluye, acertadamente, que “ambas apreciaciones se refuerzan entre sí” y que están formuladas “desde la lógica de la inconveniencia de la concentración del poder”.
Luego de declararse categóricamente partidario de la diversidad, ergo, sensible a la preocupación por la concentración del poder, Eichholz rebate las apreciaciones señaladas.
La Concertación -según él – no debería seguir gobernando por la operatoria de una suerte de ley natural: “la decadencia que cualquier fuerza política sufre después de varios años en el gobierno”.
Los temores que inspira un gobierno de la derecha, por la concentración de poderes que implicaría, los disipa uno a uno. Comparte que el poder económico está muy ligado a la derecha y reconoce que “quizás sea éste uno de lo factores más distorsionadores de nuestro sistema político”. Sin embargo, piensa “que la Alianza tiene un ideario y está compuesta por un grupo de personas que distan mucho de estar capturadas por la clase empresarial”.
En cuanto a los medios de comunicación, y más específicamente, en cuanto a la televisión, no habría de qué temer. Considerando la oferta televisiva “existente en la actualidad, es difícil sostener que ella se inclina abiertamente hacia uno u otro sector político”. TVN, por su parte, no es un canal del gobierno, sino público, que “como tal tiene una línea editorial definida”.
Sobre decadencias y agotamientos
Sin ninguna duda que la Concertación tiene niveles elevados de agotamiento, desgaste y decadencia. Y sin duda también que ese es un punto en contra para la Concertación.
Pero no es un factor tan decisivo como apuesta la derecha. Entre otras cosas se relativiza por la situación del propio adversario. Pese a la decadencia relativa que afecta a la Concertación, la derecha no luce una ascendencia, una superioridad -que se haga evidente y seductora – ni en ideas, ni en personal político, ni por sintonía fina con la complejidad de los problemas modernos.
Un análisis más exhaustivo, nos debería llevar a concluir que lo que está aquejado por signos de decadencia es, en términos genéricos, una buena parte de las elites políticas y tecno-políticas transversales que han sido protagonistas en el curso de la transición y durante la fase de desarrollo modernizador que finaliza. Es decir, hay decadencia en los círculos de poder de la Concertación, pero también en la derecha. De lo contrario no se explicarían los experimentos con “el nuevo Lavín”, con la nueva discursividad de la derecha, ni con quienes conforman el equipo y las vocerías del lavinismo.
Una de las claves en las elecciones presidenciales de 2005 va a estar en cuál de las dos fuerzas revierten más pronta y eficientemente sus respectivos procesos y síntomas de agotamiento.
Tiene razón Eichholz cuando afirma que desde afuera del poder esos procesos son más fáciles. Incluso, dentro de la Concertación no son pocos los que piensan que la necesaria reactualización del progresismo criollo se materializará sólo una vez que la Concertación pierda el gobierno.
La derecha ¿ha estado fuera del poder de decisión?
Pero este razonamiento, en abstracto muy atendible, en la realidad chilena tiene sus bemoles. Veamos algunos.
La derecha ha estado fuera del gobierno por tres lustros. Pero ¿ha estado tan fuera del sistema de poder real de toma de decisiones que opera en Chile? No, no lo ha estado. Más aun, ¿no se adjudica la derecha chilena la paternidad de lo esencial del “modelo” seguido por Chile en las últimas décadas?
Ergo, los compromisos que la derecha tiene, de hecho, con el poder y con la conducción del país, al menos en determinadas áreas, también actúan como óbices para generar nuevas ideas, nueva dirigencia y para “mirar en perspectiva”.
Es decir, aunque a la Concertación le pesen más, al momento de querer innovar, los “lastres” que implica una larga permanencia en el gobierno, ello no significa que la oposición no tenga sus propios “lastres”, fruto de su presencia en las esferas factuales de toma de decisiones y de sus adhesiones a un esquema grueso de gobierno.
Las reservas de la Concertación
La Concertación, por otra parte, guarda reservas y condiciones para los requerimientos renovadores. En primer lugar, porque en pluralidad político-cultural es mucho más rica que la derecha, por consiguiente, potencialmente cuenta con un mayor dinamismo intelectual. Y, en segundo lugar, porque, por causas más o menos objetivables, la Concertación ha gobernado con cuerpos relativamente restringidos de sus elites, lo que dejó margen para la sobrevivencia de elites concertacionistas que no han marchado por los mismos caminos agotadores que recorrieron esos cuerpos gobernantes.
Por último, habría que prestarle atención especial a la siguiente contradicción: así como un largo tiempo en el gobierno tiende al anquilosamiento de las fuerzas que lo detentan, las fuerzas que latamente practican la oposición no escapan por entero de la misma amenaza. Ante que todo porque las oposiciones tienden a comportarse -por lógica política – de manera contestataria y maniquea. En efecto, ejercitar la oposición puede ser una tarea muy simple, pues no obliga a dar cuenta reflexiva y extensamente argumental de sus oposiciones. Por consiguiente, el no estar en el gobierno no garantiza mayor calidad y capacidad política innovadora.
En el caso nacional, debe agregársele a lo anterior dos cuestiones.
La primera es que la derecha tiene, en su conformación político-intelectual, un legado exitista y acrítico. Sus núcleos políticos e intelectuales se afianzaron en un momento histórico en el que lo medular de sus pensamientos aparecía incuestionablemente triunfantes y en el que su imaginario de sociedad tendía a hegemonizar en Chile y en el orbe. Tales circunstancias propiciaron un tipo de derecha intelectualmente acrítica respecto de sus componentes ideológicos “duros”, plasmados hace ya bastante tiempo. En lo sustantivo, intelectualmente, la derecha chilena no ha evolucionado mucho desde la década de los ochenta.
La segunda es que la derecha, por estructura mental o ideológica, tiene enormes dificultades para asimilar tanto la historicidad del conocimiento como la modernidad en su cualidad de fenómeno unitariamente contradictorio. De ahí que las “modernizaciones de la modernidad” – que se expanden a partir de la segunda mitad de la década de los noventa – les resulten un terreno casi ignoto y que sus apreciaciones sobre lo moderno sigan ancladas en los procesos post derrumbe de los socialismos reales.
En pocas palabras, aun reconociendo incipientes procesos renovadores, la derecha chilena todavía no ha hecho la revisión crítica de los antecedentes que nutrieron su existismo intelectual ni tampoco ha tenido disposición para reconocer, con mirada historicista, el mundo que se configuró post éxitos neoliberales.
Corolario de todo lo anterior es que, en el Chile de hoy, ser fuerza de gobierno u opositora no asegura per se mayor o menor potencialidad innovadora.
Poder político y económico de la derecha
Sin ningún ánimo de subvalorar el escrito, lo cierto es que son muy febles los argumentos que su autor da para rebatir la idea de una profunda vinculación entre derecha, empresariado y control de los medios de comunicación.
Partamos por el tema empresarial. Al principio del artículo Eichholz virtualmente destruye toda su argumentación posterior, cuando escribe una frase que le asigna a otros, pero que él no discute: “que la derecha se dedique a producir, que es lo que mejor hace”. ¿Por qué le adjudica a la derecha (categoría política) la función de producir (categoría económica)? ¿No estará usando el término derecha como sinónimo de empresariado?
Con ese lapsus Eichholz evidencia cuán internalizada está la idea de la articulación íntima entre empresariado y derecha.
Pero no nos vamos a aprovechar de un lapsus para sacar ventajas en la crítica. Y la primera crítica es muy simple: es empíricamente demostrable la articulación político corporativa entre la Alianza y el empresariado y no sólo referida a los partidos, sino a una gama de instancias que coadyuvan al poder político de la derecha, léase, entre otros, centros de estudios y universidades. También esto está explícitamente reconocido por él en el artículo: “En el caso del poder económico,... comparto que está muy ligado a la derecha y, quizás, sea éste uno de los factores más distorsionadores de nuestro sistema político”.
De ahí que resulte un tanto extraña la aseveración siguiente: “Me parece que la Alianza tiene un ideario y está compuesta por un grupo de personas que distan mucho de estar capturadas por la clase empresarial”.
La verdad es que no se entiende. Se reconoce la estrecha relación entre poder económico y derecha y simultáneamente se dice que la Alianza, por su ideario y su personal, no representaría esa relación. Una de dos: o la Alianza no es de derecha o, si lo es, como lo es, entonces encarna la ligazón entre derecha y poder económico, de acuerdo a los propios juicios de Eichholz.
Tal vez, en un gesto de buena fe, podría desentrañarse esta antinomia prestando atención a la palabra “capturadas”. Tal vez, lo que quiere decir Eichholz es que el personal de la Alianza no es “prisionero” del empresariado ni está enteramente sometido a él.
Pero, si así fuera, no significaría más que lo obvio: que la Alianza no es un ente corporativo, sino político y que, por lo mismo, piensa y actúa con relativa autonomía de los corporativismos empresariales.
Sin embargo, lo que importa para el tema en discusión son dos cosas: de un lado, que las elites de la derecha, ergo de la Alianza, tienen la misma pertenencia socio-cultural que la del empresariado y, de otro, que derecha y empresariado hegemónico comparten una común ideología e ideario de sociedad. Esas son las bases “estructurales” de la vinculación orgánica entre unos y otros y lo que torna ineludible la sumatoria de sus respectivos poderes cuando se trata de pugnas de poder por la conducción de la sociedad.
Poder político, económico y mediático de la derecha
Como se dijo antes, nuestro autor no considera que los medios de comunicación sean sumables a la concentración de poder de la derecha. No le asigna mayor gravitación a los medios escritos, pues es la televisión “a través de la cual se informa el 80% de los chilenos”. Y la televisión no puede ser sino neutral dada la oferta existente en la actualidad.
Para evitar extender en demasía este artículo, se puntualizan brevemente las réplicas.
a) Al discutir sobre concentración de poder en los medios de comunicación, no se puede soslayar tan fácilmente la cuestión de los medios escritos. En ellos es donde se torna más ostensible la concentración de su propiedad y el control por parte de la derecha. Es cierto que no son las principales fuentes de información del público masivo, pero sí ejercen una enorme influencia, por tres razones:
- Tienen capacidad para imponer temas en la agenda social y política.
- Con frecuencia y de hecho pautean a la televisión.
- Son los medios que más nutren con opinión a los “creadores de opinión”, por consiguiente, configuran una formidable red de influencia sobre las elites.
b) En la televisión abierta es menos notoria la concentración de la propiedad, pero también hay un predominio político-cultural de la derecha. Veamos por qué:
- La ley de la oferta y la demanda, efectivamente, obliga a la televisión a no sesgarse. Pero a no sesgarse respecto de los públicos masivos, no respecto de las posiciones ideológico-políticas o político-culturales.
- Aparte de los propietarios legales, la televisión tiene otros “propietarios”, a saber, las empresas que publicitan, esto es, grandes empresas cuyos propietarios y ejecutivos, normalmente, son confesadamente de derecha y poseen clara autoconciencia del poder que les confiere el pago por publicidad.
- En la televisión chilena se ha desarrollado una suerte de “doctrina” compartida que inercialmente favorece a la difusión de pensamientos y actitudes de derecha. Por ejemplo, la anti-política, el exacerbado criticismo hacia las instituciones, el desprecio a la práctica intelectual que conlleva al desprecio por la reflexión crítica, etc.
- Y no es menor el hecho que los sistemas de poder, formales e informales, dentro de la televisión estén integrados de preferencia por sujetos que adscriben o han sido cooptados por los universos socio-culturales de las clases altas.
En definitiva, no son convincentes los argumentos de Eichholz en cuanto a que sería falso que en un eventual gobierno de Joaquín Lavín aumentaría aun más la concentración de poder de la derecha.
No obstante, el artículo de Eichholz sugiere la necesidad de análisis más concienzudos sobre el tema de la concentración del poder. Cuando escribe: “el poder de la sociedad civil en nuestro país es muy débil”, está apuntando a una cuestión esencial y que el progresismo debería asumir como una sana “provocación”.
“El desafío que se nos plantea como país es fortalecer a la sociedad civil”. Eso lo escribe un intelectual de derecha y desde las páginas de El Mercurio. El progresismo debería asimilarlo como un golpe a sus lógicas y prácticas “estadolátricas”.