Sección: Temas sectoriales: Diagnósticos y propuestas
Descentralización: un proceso necesario
Ariel Ulloa Azócar*
Chile asumió tempranamente en su historia la forma de Estado Unitario y, por distintas razones, estructuró una tendencia centralizadora que ha dominado fuertemente la vida política y el acontecer nacional. Y aun cuando en los últimos tiempos han ido cobrando fuerza las tendencias descentralizadoras, objetivamente las identidades regionales se mantienen sólo como una expresión geográfica-administrativa, confundiendo el concepto de país unitario.
En nuestro país la tradición ha ahogado permanentemente la expresión del individuo en beneficio de la expresión de las instituciones, olvidando que son “los individuos los que pueden provocar el cambio mucho más eficazmente que ellas” (Naisbitt-Aburdene). Este nefasto concepto de ahogar las iniciativas individuales, de hacer descansar todas las potestades de decisión en las autoridades nacionales, ha terminado por mediocratizar el sistema impidiendo su crecimiento armónico.
El concepto descentralizador se expresa en la identidad que cada uno de nosotros siente con el territorio y la cultura que le parecen propias. No es posible el sentido de pertenencia que cada uno tiene de Chile, si por agregarle el adjetivo de unitario, se le resta importancia a la familia, al barrio, a la comuna, a la región. El sentido de pertenencia, que sublima la identidad nacional, debe estar articulado en la participación libertaria del destino de cada uno de los chilenos sobre el devenir de la familia, de la comuna, de la región.
En los últimos tiempos, no obstante, han ido cobrando fuerza las tendencias descentralizadoras mediante reformas jurídico-institucionales, que contemplan una gradual transferencia de competencias, facultades y recursos, desde el nivel central hacia las instancia regionales. Se pretende constituir así el marco normativo para un mejor, más amplio y más equitativo desarrollo económico, social y cultural de las regiones del país. Así por lo menos se percibe en teoría. El cambio referido se sitúa, fundamentalmente, en el ámbito administrativo, donde se estatuye y promueve un proceso de descentralización y desconcentración territorial, concretamente en lo relativo a la administración del país. Se plantea así una reforma más bien tímida, muy moderada, gradual y progresiva, cuyo desenvolvimiento y profundización se percibe desde las regiones como muy lejanas en el tiempo. Este hecho ha generado desconfianzas regionales que cruzan a todo el ámbito político y social de nuestro país en sus regiones.
Para lograr la inserción efectiva de Chile en el mundo global, no basta la competitividad de nuestra empresa privada que, por lo demás, puede verse afectada si el Estado no se moderniza efectivamente en el mediano plazo. Este proceso de modernización debe tener en su centro la descentralización del país y enfrentar los desafíos desde su dimensión política lo que obliga, necesariamente, a discutir la cuestión de la redistribución del poder político, sin alterar las bases del Estado Unitario. En consecuencia, para que Chile en su conjunto sea un país competitivo, es necesario absolutamente mejorar la capacidad de competir de las regiones.
Desde mi punto de vista, el proceso descentralizador está estancado. No basta la inauguración de obras decididas por el poder central o efectuar anuncios igualmente generados en la capital: Proyecto Costanera, Tercer Puente, cierra de minas del carón, etc. Si alguien aún duda que Chile es un país centralista, lo invito a analizar en profundidad sólo algunos referentes:
• Santiago, la capital, tiene 2% de la superficie del país, el 39% de la población, el 51% de alumnos de la Educación Superior y el 71% de las gerencias de las grandes empresas.
• Las regiones tienen el 98% del territorio pero sólo poseen el 61% de la población, el 49% de los alumnos de la Educación Superior y el 29% de las gerencias de empresas más importantes del país.
• La densidad poblacional en la Región Metropolitana es de 348,6 habitantes por kilómetro cuadrado. En la I, II, III, XI y XII regiones, varía entre 0,7 y 5,7 habitantes por kilómetro cuadrado.
• La Región Metropolitana aumentó su población en casi un 66% entre los años 1970-1992. En este mismo período, el país lo hizo n un 50%. Si estos datos se extrapolan al año 2000, la Región Metropolitana tendrá casi 6.500.000 habitantes y el 42% de la población de Chile.
• Las nueve comunas que ofrecen en el país un mejor índice de desarrollo humano se encuentran en Santiago y de las 25 mejores del país, 18 son de la capital.
Esta porfiada realidad estadística refleja, además, otras contradicciones igualmente odiosas. Si aceptamos que la Región Metropolitana tiene actualmente el 39,4% de la población del país, debiéramos suponer que la distribución justa de oportunidades, servicios y beneficios para los chilenos, debería compartirse en una proporción similar. Esto, sin embargo, tampoco es así. Los ejemplos se multiplican, también en las áreas de la vivienda y la educación. De igual modo se advierte una clara concentración centralista en el sector financiero. En el año 1994 el 76% de la colocación de recursos financieros se decidió en Santiago. Cuarenta y seis de los cuarenta y siete grupos económicos y todos los bancos que operan en el país tienen su casa matriz en Santiago.
Así, definitivamente, no es posible generar un sentido de identidad o pertenencia si no se logra coordinar una participación proporcional en la búsqueda de las soluciones a los problemas que nos son propios como individuo y familia y que, indudablemente, están mayoritariamente en las comunas y regiones.
El éxito de muchos países se basa en haber creído en la expresión libre y justa de los grupos sociales con asentamientos comunes, entre ellos el concepto de país unitario, que no es otra cosa que la vertebración armónica de las diferentes comunidades regionales en las cuales habitan. Por el contrario, el fracaso de muchas naciones fue la consecuencia de creer en un centralismo paternalista que sólo dejó experiencias estériles.
Esta macrocefalia ha generado un conjunto de externalidades que atentan contra su propio potenciamiento, tales como deterioro ambiental, calidad de vida, congestión vehicular, inequidades alrededor de la propia Región Metropolitana, etc.
El peligrosísimo incremento de la contaminación en la Región Metropolitana, que genera peligros para la vida humana, sólo se puede prevenir en el mediano-largo plazo, con medidas que ataquen las fuentes mismas del origen de aquellas, no con inversiones estratosféricas. Se trata de disminuir el parque vehicular y, especialmente, incentivar el traslado a regiones de miles de empresas que emiten gases, varios de ellos tóxicos para la vida humana. Comparto, en este sentido, las reiteradas opiniones entregadas al Gobierno por la Bancada Verde. Para que esto suceda, hace falta la decisión política de crear incentivos tributarios por ejemplo, pero, además, desincentivar a aquellas que deseen permanecer en la Región Metropolitana. Pero también desde la regiones – y esto tiene que ver con la descentralización del poder de decisión -, deben surgir señales que permitan al empresariado percibir un marco político, administrativo y social adecuado para la inversión. Pienso que los municipios – y en especial las asociaciones de aquellos – podemos y debemos trabajar para crear tal marco.
A esta altura, entonces, estimo que para que el proceso de descentralización tenga sentido, avance y se profundice, resulta imprescindible poner en discusión la dimensión política de aquél. Esto implica, nada más ni nada menos, que buscar la ruptura de los desequilibrios de poder existentes. Hoy en el país, sus regiones, percibimos un poder central omnipotente radicado en una de sus 406 comunas, alrededor de La Moneda, donde se deciden los destinos de todo el país. Este es un problema complejo, pero hay que enfrentarlo con coraje y visión de Estado.
No se trata de culpar a Santiago de su propia macrocefalia, sino de abrir la oportunidad para que las regiones y sus autoridades democráticamente elegidas, puedan liderar su propio desarrollo. De esta manera se permitirá a todos los chilenos profundizar la democracia, hacer más justa y equitativa la sociedad chilena y hacer participar a un mayor número de compatriotas en el destino de sus comunidades y su país, sin discriminación social ni territorial y con igualdad de oportunidades. Sólo así será posible insertar a Chile con relativa facilidad en el club de los grandes países.
*Alcalde de Concepción