Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas

El bloqueo a la modernización institucional y económico social

Entrevista al senador Jaime Gazmuri*

AVANCES de actualidad Nº 18
Junio 1995

El bloqueo a la modernización institucional y económico social

Entrevista al senador Jaime Gazmuri*
AVANCES de actualidad Nº 18
Junio 1995

En su Mensaje del 21 de Mayo el Presidente de la República planteó “tres preguntas fundamentales”, orientadas a una reflexión profunda respecto al proyecto de país que queremos construir:
• ¿Cuáles serán las instituciones definitivas de la democracia chilena?
• ¿Cómo podemos superar las fuertes desigualdades y desequilibrios económico-sociales existentes en el país?
• ¿Cómo hacemos que nuestra economía sea altamente competitiva, transparente y con empleos de calidad?

Estas interrogantes están dirigidas, no exclusiva pero sí prioritariamente, a la elite política del país, es decir a las dirigencias partidistas y a la comunidad intelectual abocada a los problemas del Estado y a pensar en un modelo de desarrollo que perfile al Chile futuro.

Sobre el tema entrevistamos al senador Jaime Gazmuri, representante de la VII Circunscripción Norte, integrante de la Comisión de Defensa de la Cámara Alta y miembro del Comité Central del PS. Durante la extensa conversación abordamos el problema de la democratización institucional, los rasgos del modelo económico-social, la identidad socialista y los pleitos con las FF.AA.

- ¿Qué relevancia otorga a las preguntas del Presidente Frei?

- Son provocativas porque apuntan a tres dimensiones que están en el centro de lo que es un proyecto progresista de sociedad, que es lo que encarna la Concertación. Y al mismo tiempo son tres déficit de nuestra gestión, como fuerzas de gobierno, tres problemas de muy difícil separación.

- Vamos a la primera interrogante, sobre el modelo institucional que queremos para el país.

- Es evidente que en materia de democratización de la Constitución en los últimos cinco años hemos avanzado poco. Salvo la reforma municipal y en la regionalización – lo que es importante -, en las otras grandes reformas no hemos avanzado nada. Los enquistes autoritarios de la Constitución del 80 se mantienen tal cual.

Lo más complicado –por eso es tan importante la reflexión a que llama el Presidente Frei- es que no se ve la manera a través de la cual se pudiera avanzar en ese proceso. Evidentemente la ingeniería constitucional de los creadores de la Constitución de 1980 es refinada, un diseño en el cual una minoría consistente condiciona el orden constitucional y logra –si no establecer exactamente un cogobierno- controlar cuotas de poder impensables en cualquier sistema democrático normal. Es muy difícil avanzar hacia una modernización más global del país, integradora, con un orden político-institucional que tiene elementos autoritarios tan marcados.

- ¿Significa que no ha habido avances democráticos durante los dos gobiernos de la Concertación?

- No es eso. Creo que durante la primera fase de la transición la rigidez institucional no fue percibida con la claridad con que hoy la vemos, pero fue un período en el que sí se produjo una progresiva y real democratización de la sociedad. Esto fue lo más visible, la recuperación de las libertades, el funcionamiento del Estado de Derecho –aunque con imperfecciones-, el término de la censura, de la represión en sus formas más brutales, todo ello provocó un gran salto en la democratización de la sociedad.

- ¿En qué medida ese congelamiento de la actual institucionalidad puede afectar las conquistas democráticas en la sociedad?

- Básicamente afecta la calidad de la democracia. No creo que haya riesgos serios de regresión autoritaria, pero sí instituciones democráticas muy imperfectas, que deterioran la calidad de la política.

Esto no se soluciona sólo con buenas instituciones, pero se agrava con malas instituciones. Genera hábitos políticos perversos, se confundes los roles Gobierno/oposición, la gente pierde confianza en la participación cuando aspectos importantes de las proposiciones programáticas que son votadas por la ciudadanía no tienen ninguna posibilidad de ser realizadas. Por ejemplo las reformas laborales, que apuntan a un nudo central del tipo de desafío económico-social que tenemos. Eran un importante capítulo del programa que recibió el apoyo del 58% de los chilenos, por lo que en cualquier país del mundo esas reformas serían ley, pero es probable que no se hagan realidad. Personalmente he ganado dos elecciones al Senado con esta bandera, en una zona campesina y agro-industrial, pero si no se aprueban esas reformas los electores de mi circunscripción me plantearán: “¿Qué saco con votar por usted con esa plataforma, si no se puede realizar?”. De ahí al “son todos iguales, no cumplen”, “los políticos no resuelven los problemas”, “el Parlamento no sirve para nada”. Así la democracia se desvaloriza y la actividad política se desprestigia.

- ¿En qué medida ese proceso afecta también a la oposición? ¿O para la derecha son puros beneficios?

- Una oposición que tiene cuotas de poder estatal más allá de lo que le corresponde por su influencia en la sociedad, también se va desnaturalizando su propia función. Y hasta puede verse afectada su capacidad de ser alternativa real. Una oposición que no se ve exigida, que sabe que tiene un sobrepoder parlamentario que le permite condicionar aspectos importantes del desarrollo del país, tiende a esclerosarse. Lo que también es malo para las fuerzas progresistas, porque lidian con una derecha que obstaculiza la innovación en todos los planos, no sólo en la política.

- ¿En qué otros planos se observa ese deterioro?

- ¿Vamos a seguir con los grados de autonomía que este orden constitucional otorga a las Fuerzas Armadas? Yo creo que eso es incompatible con un Estado democrático moderno. Es una esfera de la sociedad muy premoderna, como lo observamos estos días en torno a la condena a Contreras. Que el país esté ocupado –no sé si 15 días, un mes- preocupado por ese caso, reviviendo fantasmas del pasado, esperando ver si un ciudadano va o no va a acatar un fallo judicial, si se van a controlar las tensiones institucionales, si el Gobierno va a tener la capacidad de usar los instrumentos judiciales, son elementos que entorpecen el proceso de normalización institucional. La modernidad se manifiesta en un clima de libertades civiles, la seguridad ciudadana, en el funcionamiento fluido de las instituciones democráticas, todo ello debe formar parte del paisaje natural de la vida cotidiana. Y eso no es así en el Chile actual.

- ¿Podría decirse que el sistema institucional politiza una convivencia que no debería ser politizada?

- En un cierto sentido, porque la politiza perversamente, en temas muy elementales, como el acatamiento de un fallo judicial.

El tema de la calidad del sistema político tiene que ver con otras dimensiones del desarrollo. No es banal que hasta en las evaluaciones de los sistemas financieros, la calidad del sistema político es un factor cada vez más tomado en cuenta al momento de considerar el riesgo-país para resolver sobre inversiones.

- Pareciera que no hay salida…

- No es fácil diseñar una estrategia política capaz de producir las transformaciones institucionales. Mientras mantenga su actual apoyo electoral, de poco más de un tercio, la derecha no tiene ningún incentivo para facilitar la modificación del sistema. Requeriríamos una derecha con más cultura democrática. Si esa derecha creyera que en un plazo razonable puede ser alternativa de poder comprendería que el actual sistema institucional le molestaría. Pero no existe ese incentivo, y la reforma institucional debemos hacerla con algún sector de la derecha. Esos son los datos de la ecuación.

El punto es que si no diseñamos una estrategia viable para promover ese cambio institucional, pudiera ocurrir que la respuesta a la primera pregunta del Presidente de la República sea la peor de todas: que la institucionalidad imperfecta que heredamos el régimen de Pinochet se convierta en la institucionalidad política del país por dos o tres décadas.

- ¿En definitiva…?

- … no nos queda sino una apelación política y cultural a la ciudadanía, y mantener las reformas constitucionales como un tema central de la agenda de corto y mediano plazo.

- Vamos a la segunda pregunta referida a la dimensión social del proyecto de país que queremos construir.

- En esta materia hay un fuerte condicionamiento de la actual institucionalidad. Pero también existen otros problemas de fondo relacionados con las coordenadas del proyecto de desarrollo.

Como Concertación, básicamente lo que nosotros hemos hecho en este plano es aumentar de manera significativa el gasto social y mejorar sustantivamente las políticas sociales.

Tengo la impresión de que hemos detenido la tendencia concentradora del llamado “modelo”. En los últimos años de Pinochet, en los que hubo crecimiento, también hubo una concentración muy fuerte. La tendencia era el deterioro de las pautas de distribución del ingreso. Hemos logrado detener esa tendencia, pero no hemos logrado revertirla. Aunque falta información para ser categórico, creo que porcentualmente hemos congelado la situación. ¡Congelado una distribución del ingreso de suyo inequitativa! Y como hemos tenido un crecimiento bastante sostenido e importante del producto, ello significa que todos los sectores han mejorado: los pobres están mejor – por poco que sea – y los ricos también.

- Un resultado muy próximo a la teoría del “chorreo”.

- No es un logro menor en el tipo de economía en que estamos viviendo, porque si este examen lo hiciéramos a cualquier país de América Latina, comprobaremos que la tendencia al deterioro es brutal. Lo sucedido en México es clarísimo. Y en Argentina no se discute sobre qué porcentaje del IPC se reajustan los salarios, sino cuánto se disminuyen, pues se está pagando una semana de salarios menos al mes.

Estos modelos de economía de mercado, manejados con criterios neoliberales, producen unos efectos sociales distintos a los que nosotros hemos producido con las políticas de la Concertación. Esto es importante, porque si bien no disminuye la trascendencia de la pregunta del Presidente Frei, se introduce en el debate los efectos que nuestras políticas han generado.

La tendencia a la concentración del ingreso en una economía donde el mercado juega un rol tan importante es una consecuencia propia del sistema. El asunto es cómo quebramos esa tendencia, permitiendo el funcionamiento del mercado y asegurando el crecimiento. Esa es una tríada que hay que cuidar: funcionamiento eficaz del mercado, crecimiento y distribución del ingreso.

Y recalco que el tema del crecimiento forma parte de cualquier reforma progresista o socialista en materia de políticas económicas y sociales.

- Este es un punto debatido, pues desde algunos sectores progresistas se postula que el crecimiento no es imprescindible para una distribución más justa de la riqueza.

- En estas economías de mercado el crecimiento es una de las condiciones para avanzar en sentido progresista en el tema de la distribución.

La experiencia demuestra que los crecimientos lentos, los períodos de estancamiento o de caídas, básicamente los pagan los sectores más débiles. Históricamente ha sido así en América Latina. La izquierda de este país siempre estuvo a la cabeza de la lucha contra la inflación, y en ciertos momentos parecía que la única consigna que la movilizaba era “¡no más alzas!”. Reveló una gran intuición respecto a los intereses concretos de los trabajadores, y aunque quizás no haya tenido una gran sofisticación para comprender a fondo la importancia de los equilibrios macroeconómicos, la izquierda chilena siempre entendió que la inflación realmente la pagaban los pobres.

Pero crecimiento “cero” para detener la inflación también afecta mayoritariamente a los pobres. Salvo que nos salgamos de toda ortodoxia, como realmente lo hicimos con Foxley durante 1990-91. Eso no se ha dicho con la necesaria fuerza, sin precedentes en la América Latina de los últimos 20 años, acometiendo un proceso de ajuste, severo, con redistribución.

- ¿Es una variante dentro del modelo neoliberal?

- No, no hemos hecho una política neoliberal, aunque sí estamos operando con una economía donde el mercado es muy importante, el que impone reglas estrictas. Hemos profundizado el proceso de apertura al exterior, pero en materia financiera no hemos tenido una política neoliberal. Toda la crítica que se nos ha hecho desde 1992 en el sentido de que no permitimos una apertura completa de la cuenta de capitales no tiene justificación, porque esa mesura nos ha ahorrado bastantes sinsabores.

- En nuestras condiciones ¿cuáles son los mecanismos a través de los cuales se puede asegurar un buen funcionamiento del mercado, el crecimiento y una mejor distribución del ingreso?

- Hay que usar algunos instrumentos clásicos. Primero, el tributario, imprescindible para lograr mayor equidad.
El nivel de tributación en Chile es muy bajo. Es perfectamente posible subir los impuestos, sin las irracionalidades del pasado y sin afectar los ritmos de crecimiento en torno al 6% anual que nos hemos planteado, como lo hicimos en los últimos años, porque no pretendemos hacerlo a ritmos espectaculares, de un 10% por ejemplo, como lo tuvo Japón en alguna época, porque en nuestro caso provocaría tensiones insoportables en lo social, financiero, tecnológico, en infraestructura, etc.

¿Para qué ese aumento en la tributación? Para ampliar ciertas prestaciones indispensables, como lo estamos haciendo con la tercera edad, para potenciar todas las políticas públicas, para reformar la instrucción pública. No son medidas de efectos inmediatos, pero sí estructurales. Se trata sobre todo de mejorar la instrucción pública, porque la privada va a andar bien en la medida que la gente de clase media y rica está gastando mucho en educación.

- Hay un cuello de botella en el área tecnológica, no sólo por el retraso y la dependencia de los países desarrollados sino también por la escasísima inversión que hacemos en investigación y desarrollo científico-tecnológico.

- Efectivamente. En esa esfera hay que introducir las becas de fomento, lo que tiene que ver con preferencias sectoriales o ramas de la economía.

En definitiva se trata de un Estado más activo para crear las condiciones de la modernización, cuestión muy mal vista durante los años de la euforia neoliberal, de los cuales tenemos muchos apologistas en el país. Pero se va imponiendo la necesidad indispensable de una función activa del Estado para garantizar el funcionamiento razonable del mercado, en la perspectiva de una sociedad mínimamente igualitaria y con la riqueza más desconcentrada.

Este es un tema que rebasa lo puramente económico. Porque hablar de fomento en algunos sectores suena como si viniéramos saliendo de las cavernas, como que alguien quisiera un Estado que lo copa todo.

Entre los economistas, incluso algunos de la Concertación –en el área de Hacienda por ejemplo-, existe un temor caso visceral a que pudiéramos regresar al tipo de intervención proteccionista y relativamente arbitraria que caracterizó al modelo anterior, hasta los sesenta y setenta.

Los instrumentos que propiciamos no son los mismos que rigieron desde los años cuarenta, con los que se industrializó, electrificó y modernizó el país, superando el modelo oligárquico tradicional. Aquello ya se hizo. La ENDESA está ahí, con algunas plantas más. Lo hicimos con el fomento forestal, y el plan frutícola lo impulsó el Departamento Agrícola de la CORFO, con David Baytelman; y el primero que dijo que teníamos que ser la California del hemisferio sur fue Jacques Chonchol, mucho antes de la UP.

Hay instrumentos de intervención que son enteramente compatibles con una economía donde el mercado tiene un rol central. Hay que discernir cuáles son esos instrumentos, por un lado desde un punto de vista técnico, y simultáneamente desde un punto de vista cultural, entablando una crítica a fondo al neoliberalismo, cuyos presupuestos no resisten el análisis de la realidad pero que sin embargo sigue teniendo una gran fuerza inercial.

- ¿Cuál es a su juicio, el eslabón principal o el núcleo duro de las concepciones neoliberales?

- Que el proceso de modernización consiste básicamente en la retirada del Estado en todos los campos, hasta donde sea posible. Porque el Estado siempre es visto como un factor que distorsiona, sea los espacios de libertad de los individuos, sea la racionalidad del mercado. La idea básica es el retiro del Estado, salvo de las funciones de orden público y para mantener la capacidad de sobreviviencia de los miserables ¡no de los pobres! Incluso se cuestiona que en materia de orden público se deba regular el tránsito, porque eso alteraría la libertad de movimientos de los individuos.

Así se ha ido creando un sentido común muy ramplón en amplios sectores del país, lo que se refleja en el Parlamento, en el empresariado, en la prensa y en la formación de nuestros periodistas. En todo caso observo que en algunas universidades este tipo de pensamiento va en retroceso.

- ¿Qué lugar ocupan las reformas laborales en el propósito modernizador de la Concertación?

- El fortalecimiento de la capacidad de contratación del trabajo es clave para la modernización de las relaciones laborales. En esta materia, como en lo político, nuestro retraso constitucional es mayúsculo. Al fin del siglo XX, la resistencia a la negociación colectiva –un principio universalmente aceptado de las relaciones laborales-, da cuenta del grado de primitivismo en que nos encontramos. Las reformas laborales son imprescindibles para establecer mayores equilibrios sociales.

Este tremendo déficit tiene que ver con la debilidad de la sociedad civil chilena en todos los planos. Y eso se expresa en el tipo de mercados que se construyen en la sociedad. Los mercados son socialmente construidos o socialmente determinados. Es distinto un mercado con un fuerte movimiento de consumidores que un mercado donde no haya mucha conciencia de los consumidores respecto de sus derechos. Es distinto un mercado con democracia que sin democracia. Es distinto un mercado con un fuerte movimiento sindical que sin movimiento sindical.

Tanto para el pensamiento neoliberal como para el pensamiento de tradición marxista éste es un tipo de reflexión nunca hecho. Porque nosotros usábamos una misma categoría, sociedad capitalista, para designar tanto a Suecia como a Ecuador, Chile o Tanzania. Era una noción sin ningún valor descriptivo, y analítico hasta cierto punto.

Insisto en que una sociedad civil débil determina y repercute en el tipo de mercado, y éste determina y repercute en la pauta de distribución del ingreso. No es una casualidad que los países más equitativos han sido los que han tenido gobiernos socialdemócratas, lo que se constata desde hace más de cuarenta años, a pesar de la crisis en que están esos movimientos hoy día. De allí que la afirmación de que esos eran o son países capitalistas no es una explicación.

Allí el mercado se construyó sobre la base de una sociedad civil muy fuerte, con un movimiento obrero fuerte. Por eso sus pautas de distribución son diferentes a las de economías en las que el mercado se ha desarrollado sobre sociedades disgregadas, sobre estructuras democráticas muy débiles.

El fortalecimiento de la sociedad civil, de la organización de los trabajadores, de los consumidores, es un factor fundamental para apuntar a la equidad. Las políticas redistributivas que puede realizar el Estado vía tributación no son suficientes para avanzar a una mayor equidad.

- Sugiere que en Chile no se ha avanzado en el fortalecimiento de la sociedad civil bajo los gobiernos de la Concertación?

- Poco, muy poco. Hay algunos síntomas de aumento de la organización sindical.

Sucede que las instituciones, los partidos, las centrales sindicales, están poco preparados para ejercer sus roles en las nuevas condiciones. Hemos perdido la capacidad de ver. Antes éramos – como partidos, como sindicatos – grandes articuladores de lo social, vivíamos en sociedades más dirigistas, el nivel de participación era relativamente amplio. Pero hoy día nos encontramos con formas de reconstrucción y participación social y cultural muy diferentes a las tradicionales. Y las instituciones que vienen de antaño no las ven, no se entrenaron para ver esto nuevo.

Por ejemplo, en lo cultural hay muchas carencias y escasas o poco claras políticas públicas. Sin embargo hay una actividad cultural de gran trascendencia, un espectacular renacimiento de la narrativa y el teatro. La plástica, el rock, muestran la efervescencia de una creatividad cultural muy masiva. Esto sucede también en regiones, aunque no en todas. Pero todo eso no es visto por los “departamentos de cultura” de los partidos.

Tenemos una débil sociedad civil, pero tenemos que mirar cómo se va reorganizando de nuevas maneras.

- En el mundo político, y muy claramente en el mundo socialista, hay una creciente invocación a lo ético, a los valores. Es un componente del discurso cotidiano. Se sostiene que es una dimensión cada vez más importante respecto a la ingeniería política y al estrategismo político que llenaban la elaboración y el mensaje del pasado. Sin embargo ¿no observa que ese reclamo “ético” y “valórico” se ha ido convirtiendo en rutina, sin efectos visibles en las conductas?

- Esto tiene que ver con el tema de la identidad socialista, pues en los últimos años hemos tenido que preguntarnos qué significa realmente ser socialistas. En los sesenta nos definimos leninistas, o marxista-leninistas, y eso nos daba una identidad clara. Nuestras disputas iban por saber quién era auténticamente leninista. Eran debates “teológicos”.

Era una identidad vinculada a un modelo de sociedad que había que construir, básicamente definida. Con Allende quisimos hacerle una innovación, importante: ponerle democracia a aquel modelo. Un agregado que producía recelos en muchos de nosotros.

También teníamos ciertas identidades internacionales. Porque cualquiera fueran nuestras opiniones críticas, teníamos referentes mundiales, éramos parte de un mundo, el socialista, aunque habían críticas y se reconocían muchos matices.

Destruido todo eso, en un período histórico espectacularmente breve, con poca reflexión anterior sobre muchos de esos fenómenos – felizmente con algunas -, el tema de la identidad socialista se coloca con mucha fuerza. Vemos que la identidad no está en la ideología, no está en el modelo, no está en los referentes internacionales. La izquierda se queda completamente vacía de contenidos, aparentemente.

Entonces recurrimos a la búsqueda de algo que pudiera ser esencial, al motor inicial del socialismo, a las fuentes originarias. Y encontramos ese origen: el socialismo como doctrina, no como modelo social, no como referente internacional, sino el socialismo como utopía, como una utopía moderna, la utopía de la igualdad y la fraternidad. Así reencontramos el elemento de identificación, el motor ético que da origen al socialismo como movimiento propio de la modernidad.

En su último libro Bobbio aborda esta discusión. Simplificando, afirma que la identidad de la izquierda es la lucha por la igualdad, o la lucha contra las desigualdades. Parte del presupuesto de que el estado “natural” de la condición humana es básicamente la igualdad, y que en su evolución la sociedad va generando las desigualdades. Ese es el núcleo que le da a las izquierdas ese carácter inconformista y transformador. El pensamiento conservador considera que la desigualdad es una cierta condición humana, natural, y por lo tanto los intentos de cambiar eso van contra natura ¡Y afectar el mercado va contra natura!

Otro punto es el de la libertad. Tema tanto de las izquierdas como de las derechas, porque ha habido izquierdas democráticas y autoritarias, y derechas democráticas y autoritarias. Hubo un Stalin – igualitarista y autoritario -, y hubo un Hitler.
El proceso de la renovación socialista toma a fondo el tema de la libertad y de la democracia y concluye que son elementos sustantivos del tipo de socialismo que queremos para Chile. Muchos de nosotros no habíamos leído a Eugenio González, lo vinimos a leer en los ochenta, después de leer a Gramsci, porque en los sesenta leíamos a Lenin.

- ¿Y qué pasa con las clases y la lucha de clases, un componente histórico del pensamiento socialista?

- El tema de la igualdad nos permite comprender que las clases son parte de las desigualdades. En la propuesta tradicional eso se resolvía mediante la revolución, es decir con el desaparecimiento de una de las partes. Sin duda éste es uno de los núcleos duros de la identidad histórica del socialismo chileno. La idea de la revolución ha sido muy fuerte en el Partido Socialista.

Eso tiene una implicancia fundamental: si vamos a ser –c omo somos de hecho -, una izquierda igualitaria y democrática, eso inevitablemente significa que somos una izquierda reformista, en el sentido técnico clásico. Se podrá decir que continuamos siendo revolucionarios desde el punto de vista de nuestra utopía final, pero desde el punto de vista político somos reformistas. Es una discusión compleja, porque en la tradición de la izquierda chilena se relacionaba con el debate entre reformistas y revolucionarios que se dio a principios de siglo en el movimiento marxista europeo, más que nada en el alemán. Nuestro enganche ideológico-cultural fue más bien con Rosa Luxemburg y con Lenin, no con Kautsky ni con Bernstein.

El asumirnos como una fuerza igualitaria, democrática y reformista potencia mucho la posibilidad de construir una gran fuerza de izquierda en el país. Da perspectivas y sentido a la acción política orientada a la transformación en cada momento. Creo que esto no siempre lo tenemos claro.

En esa dimensión, más que el proyecto, más que el modelo – que no tenemos y que es muy difícil elaborar -, tenemos que hacer una gran afirmación de ciertos principios o elementos éticos, valóricos, que se traducen concretamente en un programa de reformas de la sociedad en que vivimos. Porque sólo en esta medida esa revalorización del elemento utópico no se convertirá en pura retórica, vacía de cualquier contenido concreto. Es un riesgo, si la retórica no se traduce en acción política.

- El fenómeno de la globalización de la economía, de las comunicaciones y de la cultura es un eje de todo análisis político y de todo proyecto político en el mundo y en el Chile actual. Ello supone una reducción, relativa por cierto, de la determinante nacional, e incluso una virtual reconversión de las fronteras. Seguramente este es un tema que cruza el diálogo con el pensamiento militar. Como miembro de la Comisión de Defensa del Senado ¿aprecia cambios en los enfoques militares a consecuencia del fenómeno de la globalización? ¿Hay visiones nuevas respecto al rol de las fronteras territoriales?

- Hay un debate en curso, aún embrionario y genérico. Se ha ido conformando una comunidad intelectual abocada a los temas estratégicos de la Defensa, en institutos, centros y programas de postgrado. Una comunidad en la que hay civiles y militares, hecho inédito en la historia del país. Podría ser la base material para establecer un diálogo y una elaboración a fondo sobre estos temas.

Ahora, salvo el enunciado general que ha hecho el Ministro de Defensa de que tenemos que ir a la definición de una Política de Defensa explícita, hemos avanzado poco en la especificación de sus contenidos.

Estoy convencido que para entrar a un debate a fondo sobre este tema, con resultados prácticos, desde el punto de vista de la Defensa hay un asunto previo: despejar de manera definitiva los pleitos pendientes desde el siglo XIX con nuestros vecinos.

Espero que este año terminemos todo el proceso pendiente con Argentina. Con Perú por lo menos podemos resolver algunos asuntos menores pero que siempre están presentes, que tienen que ver con la Convención de Lima y el Tratado de 1929. Y con Bolivia es más complejo pues no se ve en el horizonte inmediato que no plantee su reclamación marítima.

No se trata de un pasado remoto. Chile y Argentina estuvieron técnicamente en guerra en 1978, aunque la raíz del diferendo viene del siglo XIX. Y hace poco las declaraciones de Fujimori comprobaron que con Perú hubo una situación grave hace algunos años. Es decir que en las últimas dos décadas hemos tenido dos momentos de cuasi guerras reales, que no se trata de “la guerra de don Ladislao”.

Cuando se despejen esos conflictos históricos entraremos en otra fase, absolutamente nueva, y nos podremos plantear abiertamente los efectos de la globalización de la política mundial que está en curso. Ahí surge el tema de la integración, no sólo la del ideal bolivariano, sino la integración que está en curso, económica, física, cultural.

Eso derivará en una rediscusión de las hipótesis de conflicto que tiene el país. ¿Cuáles serán las amenazas a su integridad territorial? ¿Habrá hipótesis de conflicto nítidas en el futuro? En función de las respuestas se redefinirán las funciones y objetivos de la Defensa Nacional.

- En la definición de objetivos de las FF.AA., muchas páginas de sus manuales tradicionales han quedado en desuso: la URSS y el comunismo –los ejes que ordenaban sus estrategias-, han desaparecido. La “guerra interna” no tiene sustento porque de las fuerzas subversivas, orientadas a la destrucción el “Estado burgués”, sólo quedan restos minúsculos. Contreras es un reflejo vivo de aquella lógica de la “seguridad nacional” que causó una tragedia en nuestro país.

Para los socialistas ¿qué pasa con las relaciones con esas FF.AA, en las que pervive aquel discurso, aquel pensamiento y aquella cultura, como si sobreviviera el Satanás “soviético” y “comunista”? ¿Es posible “bajar la cortina”, el cierre o el “punto final” a lo acontecido? ¿Qué contradicciones producen esos dilemas en los socialistas?

- Son varios asuntos y hay que arrimarse a ellos con cautela, pues a pesar de los prejuicios creo que los socialistas podemos contribuir seriamente en los temas de Defensa. Nos interesa el tema de la modernización del Ejército, por ejemplo, sobre el que existe un gran interés de la propia institución.

Quienes nos desempeñamos en el área política tendemos a privilegiar las dimensiones políticas de los problemas, los instrumentos diplomáticos, la acción cultural. Los militares tienen su propio enfoque. Cada uno en su oficio. Pero una política de Estado, como debe ser la Política de Defensa, debe integrar todas las dimensiones.

Sin duda nuestra relación con las FF.AA está necesariamente teñida con el tema de los derechos humanos. El ideal es hacer una distinción entre ambos problemas y nosotros hacemos un gran esfuerzo en esa dirección.

En materia de derechos humanos nosotros, en términos procesales, es muy poco más lo que podemos hacer. Una nueva amnistía nos resulta absolutamente imposible de cursar. Y en el momento actual tampoco veo viable una revisión de la Ley de Amnistía de 1978. Así llegamos a un punto en el sólo queda concluir los casos que no fueron cubiertos por la amnistía, que en realidad no son tantos. El tema mayor, el caso Letelier, ya está resuelto con la condena a Contreras. Debatir si es emblemático o no, vale poco. Las situaciones simbólicas valen por sí mismas, se aceptan o no por unos u otros.

Pero los socialistas tenemos un problema muy complejo con los militares, relativo a la interpretación de nuestra historia. Ellos tienen una historia “oficial” sobre las circunstancias que llevaron al golpe de Estado del 73 y sobre el rol histórico que cumplió el gobierno militar. En esa interpretación se instruye al contingente. Y eso los socialistas no lo podemos aceptar y es inadmisible en un Estado democrático.

Podemos aceptar distintos enfoques, distintas teorías de la historia. Es obvio que la reconciliación nacional no depende de que lleguemos a una interpretación única de los acontecimientos históricos. Todavía hay o’higginistas y carreristas y van a seguir existiendo, hay por lo menos dos interpretaciones de la Revolución de 1891 y no hay una sola opinión sobre el primer gobierno de Ibáñez, sobre la República Socialista y sobre Marmaduke Grove. No es ese el tema.

El tema es que no puede haber una versión de una de las partes, como versión institucional de un órgano del Estado. Si ese texto no es oficial en las escuelas y liceos públicos, tampoco lo puede ser en la Escuela Militar, en la Naval y en la de la Fuerza Aérea. Porque eso introduce una grave distorsión entre las Fuerzas Armadas del Estado y el Estado Democrático, y entre los distintos actores políticos con el Estado y con sus Fuerzas Armadas.

Cuando se está discutiendo si Contreras va o no va a la cárcel ese tema puede parecer un tanto exquisito. Pero para fundar una relación sana entre el Estado y sus distintos componentes políticos y las Fuerzas Armadas, en algún momento ese punto se va a tener que enfrentar. Tiene que ver con el pasado, con la historia nacional y tiene que ver también con la cultura de los chilenos del presente y del futuro, con los componentes de la memoria histórica asociados al tema de la identidad nacional. En este plano, en cinco años de transición tampoco hemos avanzado nada.

  • Entrevista realizada por Guaraní Pereda.