Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos
El caso Sokal: crisis y experiencia en las Ciencias Sociales
Claudio Santis Acosta
¿Quién sabe pensé, si lo real en esas formas innumerables no es tan arbitrario, tan gratuito como esos arabescos animales? Cuando sueño e invento sin remisión ¿no soy acaso la naturaleza? – Con tal que la pluma toque el papel, que esté cargada de tinta, que me aburra, que me olvide – ¡estoy creando! Una palabra que se presente al azar se hace un destino infinito, da impulsos a órganos de frase, y la frase exige otra que la habría precedido; y desea un pasado que alumbra para nacer… ¡después de haber aparecido! Esas curvas, esas volutas, esos tentáculos, esos palpos, esas patas y apéndices que tejo en estas páginas, ¿no hace lo mismo la naturaleza a su manera lo mismo en sus juegos, cuando prodiga, transforma, estropea, olvida y reencuentra tantas posibilidades y figuras de vida en medio de los rayos y de los átomos en los que se esponja y enreda todo lo posible y lo inconcebible?
Paul Válery
Uno: crisis
El caso Sokal constituye uno de los más sutiles chascarros en los que la charlatanería y la impostura intelectual son desnudadas. El caso Sokal – o el “ataque de Sokal-, como suele llamársele – constituye un claro intento por desenmascarar a los académicos norteamericanos y la ascendencia lectiva que los convoca: los pensadores franceses contemporáneos. Sokal arremete contra lectores y escritores, quienes, abusando del estilo del ensayo han llevado a lugares poco comunes el lenguaje para construir argumentos y enunciados que no se sostienen – según Sokal – sino a condición de la gracia argumentativa con las que son presentadas las sugerencias teóricas basadas en esquemas analíticos de las ciencias exactas. Sokal denuncia principalmente el mal uso de la teoría de los fractales, la teoría del caos, el teorema de Gödel, la mecánica cuántica, en la retórica de la filosofía francesa contemporánea sin el rigor que este traslado conceptual requiere.
Este activista de la rigurosidad sorprendió a los mal acostumbrados lectores de ensayos que transitan pasmados ante discursos y retóricas alambicadas, las que – según el análisis de Sokal – suelen contener yerros conceptuales y atrevimientos discursivos en el uso de conceptos provenientes de las ciencias exactas y actualizados en el discurso de estos imputados pensadores franceses, entre los que se encuentran Baudrillard, Guattari, Deleuze, Lacan, Virilio. Kisteva y otros más.
La “broma” de Sokal y su posterior texto – “Impostures Intellectuelles”, Paris, Editions Odile Jacob, octubre 1997) – comenzó con la instalación de un peculiar ensayo – Transgresión de los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica – plagado de insinuaciones discursivas y de posiciones inasibles y en donde deambulan situaciones límites en el pensar y en el uso que se da a las ciencias sociales a tales recursos teóricos. Según Sokal ni la metáfora ni la alegoría pueden resolver tales apuestas retóricas cuando en este ejercicio es superado por la falta de rigor de la charlatanería y la consiguiente pose intelectual sobre el conocimiento amplio de que hacen gala estos intelectuales. Social Text – revista depositaria de este peculiar artículo y con elevado prestigio sobre estudios culturales a cargo de F. Jameson – refugió el falso nombre de Sokal y el contenido textual sin que fueran denunciados los inverosímiles encadenamientos retóricos de sus afirmaciones que configuran el modo de reflexiones respecto de la crisis de las ciencias sociales.
El caso Sokal constituye una aventura allí donde pasean en el circuito de los estudios culturales, análisis ávidos de demostrar con similares gimnásticas a las de un vendedor de aparatitos de aseo por TV o de un relator de pócimas intelectuales que oferta un recetario de triquiñuelas, lo que nos lleva a concluir rápidamente dos cosas. Una, que el grupo-objetivo de lectores de tales boletines no ha sido detallado por el estudio de mercado que justifica tales publicaciones. La otra, que no existen aquellos intelectuales atrincherados que reconozcan los mensajes interesantes que le envían sus colegas mediante escritos llenos de seducción y de asombro, faltos además, de comprobación empírica, con aproximaciones titubeantes que recogen la forma antes que el contenido expuesto desde la noción de las ciencias exactas.
Este físico neoyorquino, no sólo realiza una revisión científica de los conceptos, contenidos, metáforas, usos y disposiciones de las nociones usadas por los pensadores contemporáneos franceses, sino que extiende además, un análisis sociológico-conceptual sobre la distribución de los saberes en las universidades norteamericanas donde se ha utilizado este estilo escritural como herramienta útil para validar estudios culturales, literarios y estudios sociales. En ese sentido Sokal nos muestra dos ámbitos de un análisis. Uno: el ámbito estrictamente relacionado con la categorización y el traslado de las nociones de las ciencias exactas; el otro: el entorno en donde es depositado este tipo de saber y el mundo de lectores que le otorgan validez a estas insinuaciones académicas.
El caso Sokal arranca desde este supuesto en donde la filosofía francesa – que transcurre desde Bergson a Deleuze, por dar sólo algunos nombres – se ha insertado por un asunto de estilos e interpretación en el circuito académico norteamericano dando forma a territorios, a comunidades de habla y a proyectos de investigación en donde se les ha dado organicidad a estas tramas de sentido discursivo.
Sin embargo, esta polémica no termina sólo allí, es decir, en establecer y distinguir cómo se divide el capital simbólico dentro del circuito académico universitario. Este ejercicio ya realizado por la sociología – en su pretensión de describir los distintos tipos de tribus – no resultaría pueril para distinguir tres momentos – en una figura a la vez – que da forma a este polémico escenario que destapa Sokal:
a) El que se genera a raíz de la disolución del esquema científico-racional que se demanda a las disciplinas que se nominan ciencias;
b) el anhelo de solicitar certidumbre o resolución explicativa allí donde los relatos de grueso calibre de las ciencias sociales han entrado en crisis. El contexto guerra fría en su estado de confrontación ideológica fundó – como en las épocas míticas – la noción de que la conversión secular del saber de occidente estaba soportada en el aparataje de las ciencias y principalmente en su extensión práctica: la técnica y sus derivados industriales, armamentistas, robóticas, cibernéticas, espaciales y entre ellos , la cabida que se le otorgó a las ciencias sociales;
c) y finalmente el acento político que despierta el caso Sokal: la disolución – en el marco de la nulidad de los sentidos que garantizaba el sentido épico de las ciencias humanas – del pensamiento intelectual de las izquierdas que han crecido a la luz del proyecto de la Ilustración que inaugura fundamentalmente el pensamiento crítico reunido en torno a la obra de Marx.
Distinguiendo a partir de tales enumeraciones podemos establecer sin embargo, que la condición de las ciencias sociales es, precisamente, la crisis. Si se observa con especial atención a la sociología y al discurso de los pensadores políticos que han testimoniado mediante un discurso que recoge las transformaciones acaecidas en las postrimerías del mundo pre-moderno, podemos establecer un breve recorrido a tales cambios que dan origen a la modernidad y que comportan una experiencia de la crisis en el origen de las ciencias sociales. Es por eso que podemos afirmar que esta crisis no arranca estrictamente del fundamento abstracto de las ciencias o del rango epistémico que las define, sino que de las condiciones críticas en las cuales nace esta práctica teórica que permite fundar el objeto de las ciencias sociales.
Hobbes y Rousseau por ejemplo, elaboran un discurso complejo sobre la naturaleza humana para reinstalar en el escenario público contratos y pactos que resguarden en las antípodas de lo premoderno, mínimas concordancias para solventar la permanencia de la paz y desorden social sustentado en las deducciones científicas a las que apela el pensador inglés. Rousseau pondría, por el contrario, en cuestión la función de las ciencias precisamente para redimir un pasado de bondad y espontaneidad del buen salvaje. Durkheim, a sus vez, le otorga objetividad del hecho social sin perder de vista este escenario de modificaciones en el ingreso al mundo moderno y las modificaciones que se generan en el ámbito del trabajo y de la religión en donde las representaciones colectivas asegurarían dentro de un horizonte trágico, una nueva organicidad en las sociedades modernas. Trasladar al mundo moderno las nociones religiosas-primitivas de las sociedades para evitar los suicidios masivos, habla bien de un pensamiento que no sólo está enfrentado a la crisis, sino que se hace parte de estas mutaciones y de las cuales su tono le permite asumir un residuo cuasi moral de sus apreciaciones.
La crisis de las ciencias sociales puede traducirse en un primer momento como la tensión sacro-secular del relato que anhela construir sobre lo social. Obligada a abandonar la elocuencia religiosa del mito e incluso las pretensiones imperativo-morales que se deslizan en sus argumentos, se expresan en un esfuerzo de cientificidad sustentado en una diferencia con el mundo terrenal, con el sentido común, con los resabios en donde la ideología hace transitar a los sujetos de manera inversa, con un descenso a lo real.
Esta diferencia sostiene su edificio conceptual y su estado de abstracción, su prescindencia de la política o su intervención cauta en lo social. Este modelo no entra en crisis, no se acerca más o menos a la llamada debacle de las ciencias sociales; al revés, son las ciencias sociales las que han surgido para operar sobre la crisis y el eventual abandono a tal condición obedece a los instantes de eficacia práctica que conquistan y con la que pueden operar en el mundo real. Esta intervención técnica es la que sostiene la crisis de las ciencias sociales hasta que no es transformado el objetivo sobre el cual indaga por la política de las situaciones, por las mutaciones estructurales del universo de conceptos que construye la experiencia alrededor de las ciencias sociales.
Dos: experiencia
Pero no sólo existe una condición de crisis de las ciencias sociales que se define por un estado permanente e influencias o de situaciones externas alrededor de esta práctica. Entre otras situaciones odiemos enumerar:
i) el argumento pseudos-moral de sus intervenciones (Durkheim y su reflexión sobre la moral en sociedades mecanizadas; Weber en el análisis de las religiones cuya base de encantamiento permite el sustento espiritual al capitalismo moderno;
ii) el instante histórico de desarrollo de las ciencias (su estrecha relación con la técnica y su vinculación a la producción con la industria bélica con sus aparatos de guerra);
iii) con las relaciones de poder que pretenden construir certezas políticas (Hobbes justificando un compromiso ciudadano del poder autoritario que se deriva de las deducciones sobre la naturaleza humana; Comte y las proyecciones científicas puestas en un sentido cuasi evolucionista del saber).
En distintos instantes se encuentra una relación con una crisis social que afecta el comportamiento de la fundación de las ciencias sociales. Si su objeto de estudio ha estado en crisis, no podemos decir que el status de las ciencias sociales – y en particular de la sociología – no sea además el de una crisis de validación de sus discursos ante estas emergencias. La crisis constituyó a las ciencias sociales y éstas son la base de la emergencia disciplinaria como parcela de saber.
Es por eso que podemos señalar que la emergencia del caso Sokal es también constitutiva del recorrido de imperfecciones que abordan a las ciencias sociales en su búsqueda de legitimación. La apertura que establece la broma de Sokal tiene una pertinencia mayor respecto de situarse en el análisis científico de los argumentos del pensamiento posmoderno e introducirse en las distinciones que le dan cabida a las tribus académicas constituyéndose en una experiencia crítica y contundente entorno de la validación de las ciencias sociales . Su denuncia sobre los fundamentos epistémicos (saber del saber de las ciencias) del saber posmoderno y contra el nudo de articulaciones políticas puede configurarse de la siguiente manera:
a) dimensión tipo de saber: rango del conocimiento, tono y proyecciones de sus alcances, rango epistémico, calidad en el uso y validación de determinados esquemas de análisis;
b) dimensión comunidad-saber: distribución de tales contenidos de conocimiento, su aceptación y validación en determinados circuitos respecto de tradiciones en el pensamiento, su centralidad o marginalidad, su relación con otras academias, sus proyecciones con determinadas resonancias prácticas;
c) dimensión política-saber: enfrentamientos que se dan en los distintos proyectos de racionalidad científica y de racionalidad política que dan firma al criterio de sociedad que vislumbran los núcleos de saber y que aplican a los fundamentos de ciencia que sostienen a cada una de las prácticas académicas.
Si bien estas tres distinciones configuran el escenario hacia el cual la crítica de Sokal hace mención, puede observarse en aquello cómo las relaciones saber-comunidad-política se encuentran en una fase en la que el refugio de argumentos críticos no se encuentran bien hospedados cuando se piensa desde la política tales perplejidades académicas en el pensamiento crítica. Precisamente el caso Sokal se detiene en el pensamiento “posmo” de la crítica ilustrada de izquierda precisamente allí donde se dificulta el trabajo de validación de este tipo de pensamiento tanto en sus acceso como en su operación crítica.
Sokal habla de las universalidades de izquierda tal como si la crisis de sentido desembocara en la imposibilidad de traducir mediante una práctica coherente la herencia crítica del pensamiento de Marx. Y en esa demanda en torno de la “crisis” de las ciencias sociales es que Sokal desenfunda su operación sobre el saber posmoderno, denunciando en aquello una estrategia argumental que potenciado – en el distanciamiento de su cualidad moral para solucionar la crisis – su fase de estetización en el modo de reflexionar. Esta fase del discurso se encuentra plagada de detalles argumentales de los sujetos que experiencian en el trance de las ciencias sociales, sus argumentos mediante una actitud ética del discurso de la belleza y del riesgo conformando un tono peculiar para explicitarse: el tono del ensayo, el tomo de la crónica política que encubre el análisis situacional, el tono de la sospecha crítica, el tono de la interrogación, el tono desde el cual el agente de la escritura busca una posición en un horizonte de pérdida de sentido del pensar crítico en la práctica académica.
De algún modo, Sokal resuelve en el cómo se ha afectado a las ciencias sociales a propósito del despliegue discursivo con el cual se desenvuelve la crisis de las ciencias sociales. Es en el rango espistémico frágil de las nociones, el en juego discursivo del asombro, en el tono pirotécnico de la retórica y en la validación de esa experiencia saber-conocer que afecta al pensamiento crítico y al estilo escritural, a la cual Sokal sale al paso en defensa de la intención progresista e iluminista que ronda al pensamiento de izquierda: recuperar esa cualidad en a particularidad de experiencias que rondan a los sujetos que las detallan a través de cierta estetización de su pensamiento en la extraterritorialidad de las disciplinas que trabajan, configuran un instante incómodo a la tradición de las ciencias sociales y en especial del pensamiento crítico.
Por esto si el texto de Sokal sólo tuviera relación con las pesquisas policíacas ancladas en la rigurosidad de las metáforas utilizadas de las ciencias exactas e incorporadas a la discursividad de las ciencias humanas, el esfuerzo sería inquietante exclusivamente para el estrecho circuito de académicos que observarían qué tan lejano o cuál bien usado son las metáforas, menciones e impostaciones de los esquemas complejos de las ciencias exactas aplicados a las deducciones de las ciencias humanas. Sin embargo, tal esfuerzo no saldría de los ámbitos en los que precisamente Sokal despliega su particular broma, en donde se observa que los textos no son leídos, analizados, socializados, discutidos ni revisados con la importancia con que los resultados de las ciencias exactas son desplegados, es decir, respecto de su efectividad, su resonancia práctica, su validación operacional en el mercado de competencias políticas, etc.
El caso Sokal se interpreta de este modo para dar cuenta de la existencia de circuitos de saber en los que la experiencia del conocer se sintetiza en la escritura y en la poderosa relación entre interpretación y estilo de la práctica posmoderna del pensamiento crítico. Esa incomodidad es la que plantea, no en menor grado, el status del ensayo, la crónica literaria de los estudios sociales, la excesiva historización y fragmentación de los relatos, las artesanías de investigaciones cualitativas de las ciencias sociales que tienen sustento en la moderna filosofía francesa o en el cuerpo teórico con que son validados los postulados de una diferencia de criterios de investigación soportados en la ascendencia lectiva que elaboran estos pensadores.
En ese escenario criticado por Sokal, queda la interrogante sobre si es posible argumentar a favor de una escritura en donde son enfatizadas sus condiciones ensayísticas y sus despliegues escriturales a favor de un tono que incorpora aquella experiencia saber-política con el escenario de disolución del sentido de la reflexión crítica. En ese marco, un texto al cual ser interrogado responda en eficacia a sus elevada expresión para plantearse pareciera graficar la tendencia de la actual crisis en las ciencias sociales e ilegible para su pretensión de cientificidad que se demanda.
Se pondrá en cuestión un texto de este estilo interrogándolo cómo despliega sus preocupaciones por el género del ensayo en el cual se inserta, demostrándonos de algún modo la dislocación que sufre el agente de la escritura con la narración sobre situaciones o experiencias por otros conocidas, sin demasiado recursos empíricos; construyendo teoría genérica sobre elementos coyunturales pero sin fuentes que permitan explicar lasa relaciones o planos con los que se instala; otorgando explicaciones a fenómenos de composición individual, insertándolo dentro de definiciones amplias de lo social (narcisismo, melancolías, pulsiones) sin precisar tales modificaciones o los saltos cualitativos de los conceptos utilizados, etc.
El texto de este modo se transforma traspasando el umbral de objeto a cuerpo teórico: es sujeto – el texto del ensayo así presentado – de una operación que incluye al lector sólo a propósito de acciones de desmalezamiento verbal, de desmenuzamiento conceptual o de sofisticación deductiva. Muchos de los planteamientos pueden parecernos inquietantes por el hecho de que son denunciados con la verbigracia de una pluma incómoda a la sintaxis ordenadora que define la taxonomía que clausuran a la retórica. Señalar en estas tramas simplemente orden, significado, línea de fuga, contigüidad, continuidad, significante, rizoma, kafkiano, otredad, dispositivo, anulación, repetición, diferencia, adquiere de alguna manera un tono peculiar que nos transporta a situaciones teoréticas que contemplan encuentros prosa/ciencia, prosa/filosofía, prosa/poesía, prosa/política. Menos verosímil que una medición o que una constatación simple explica por la rigurosidad de los métodos o las sofisticaciones de las regresiones, pero díscola en la medida que se resuelve dentro de otra cadena significante, o al costado sombrío de las ciencias.
Otro modo de solucionar ese acertijo de, a quién le habla el texto inserto dentro de una escena escritural, puede dilucidarse a través de la distinción. Distinguir la autopista en la que transitan estas cartografías del saber moderno otorgándole cabida a las diferencias de capital simbólico, a la ascendencia radicada en un proyecto de sociedad, al énfasis en la composición de clase o casta académica que construye, a la condición material de los intelectuales que escudriñan y desenfundan cuerpos teóricos respecto de sus diferencias con el saber, la política oficial, los centros de investigación y las comunidades que los validan, constituiría solamente un ejercicio descriptivo para detallar los paisajes de las ciudades ilustradas y los ghettos que la habitan a menos que se piense desde la actual crisis de indiferencia.
Para un sociólogo de oficio, tal caracterización de las condiciones de vida de los nómades del saber o de los bandos en cuestión, permitiría diseñar un teatrillo de competencias políticas alrededor del saber. Dicho groseramente, el entorno que rodea no constituiría una operación trivial en la medida que se establecieran los campos ya minados por la astucia de la retórica y de la racionalidad pseudocientífica de la política.
Una última manera de dilucidar un escenario de sospechas entre intelectuales y charlatanes, puede establecerse mediante el uso de aceros hirvientes que trocen la mantequilla de disciplina que configura a las ciencias sociales. De este modo, no sólo se establecerían tales distinciones – entre ciencias con mayor o menor rango – sino que se establecería con claridad la confrontación de estilos o de ejercicios narrativos, posturas, relatos, decodificaciones que experiencian aquellos que pueden acceder a estas cadenas significantes. No obstante, bastaría interrogarnos de un modo simple sobre quién define este acero y accederíamos a un escenario en el que la “llamada crisis de las ciencias sociales” se define precisamente desde un lugar en que la “crisis” no se hace cierta, o sea, desde la certidumbre y la efectividad operativa con la que se reconoce una función neutra y aséptica a esa práctica.
Tres: experiencia y crisis
El caso Sokal ha permitido desnudar no sólo determinadas prácticas académicas en la que la presencia de un cuerpo discursivo apuesta a favor de la interpretación y del estilo antes que la constatación y la aplicación de los procedimientos de rigor del modelo de las ciencias exactas que sirvió de la base para las ciencias humanas. La crónica que se ha configurado en torno a este caso ha permitido abordar debates desconocidos o tascados por la indiferencia de los ghettos o por la distancia que se inventa principalmente la academia respecto de la política. Este hecho sintomático que abre el caso Sokal, demuestra de este modo tres tipos de nudos conflictivos:
a) las relaciones entre ciencias humanas y naturales, el carácter de las ciencias y lo referido a la estricta producción del saber;
b) la distribución de esta mercancía en el circuito académico que da paso a la configuración de ghettos y trincheras, capitales simbólicos en competencia;
c) el acento ideológico-político y la competencia por la eficacia política de determinados centros reproductores de ciencias sociales en un contexto de disputa permanente por la legitimación, allí donde las ciencias sociales son vistas como externas a las relaciones de poder.
Como señalábamos anteriormente: a pesar de que la broma de Sokal hace mención a una disputa bastante divulgada al interior de las disciplinas sobre el estado de la reflexión de la crisis, en el circuito nacional puede observarse que entre prácticas académicas y el posicionamiento del caso Sokal – lo que este problema enuncia, no sólo la tensión entre pensadores franceses y la disolución del pensamiento crítico de la izquierda norteamericana – no se establece un lugar común de habla, ya que la crisis tienen una exclusiva relación al conjunto de prácticas teóricas que provienen de la sociología principalmente, y más aún, del estrecho circuito que convoca a la crisis como instancia fundacional de la reflexión en torno de las ciencias sociales. Pero ¿por qué una ciencia puede arrogarse un estado tal de su reflexión – sofisticado, o en búsqueda de un fundamento que detalle su accionar – que lo diagnostique en crisis?
La crisis de la sociología se encuentra en ese sentido en estrecha relación con la experiencia política de los agentes que le han otorgado divulgación a este tipo de práctica. Las ciencias sociales en Chile transitan en los contextos en los que se valida una orientación política de sus desarrollo como disciplina. La ciencia del cambio a la luz de la matriz de los sesenta en la que se piensan las relaciones periferia-centro, dominación-ideología, cambio-tránsito, etc., obedecen además a las situaciones específicas que ocupan los actores que piensan y que actúan alrededor de esta disciplina. Es por eso que Moulian puede establecer en un pasaje de su texto sobre los mitos, un paredón de juicios sobre J. J. Brunner y E. Tironi a propósito de la distancia con determinado sentido crítico de la sociología, abandonado, según Moulian, por estos agentes de la política y activistas de la disciplina.
Esa experiencia que sufren estos actores respecto de su posición en el ámbito de la práctica académica y de la política, evidencia una crisis de la sociología en cuanto existe una contingencia que no es ajena de la contingencia política de la sociedad civil y a la experiencia de los agentes políticos que le otorgan rango a una práctica disciplinaria como la sociología.
Quizás hace un tiempo atrás, el axioma de J- J. Brunner sobre el fin de la sociología inquietó a los afiliados a esta disciplina. Quizás este anuncio pudo haber aventurado cierta instancia novedosa sobre el devenir de las ciencias sociales dada la tensión política en esta disciplina entre ciencia del orden versus ciencia del cambio.
Pero esta misma frase esconde una gama de sugerencias que no están ajenas a al reflexión que se da en torno a la vigencia de esta disciplina. El hecho relevante de esa afirmación es principalmente la comparación poco casual con otras disciplinas que no han experimentado la crisis de las ciencias sociales en relación al fundamento del saber, a la episteme que define al carácter de las hipótesis y supuestos que formula, etc. El fin de la sociología es predecible en cuanto sus legitimidad con otras disciplinas es invalidada por la efectividad de las técnicas que procedían de sus esquemas analíticos. Las técnicas de investigación de de aproximación a lo social relacionadas con encuestas, estudios de opinión, intervenciones en el campo de las redes humanas y de los movimientos sociales sufren una retirada frente al arsenal técnico-instrumental de otras ciencias sociales como la economía y que se intuye en la afirmación de Brunner respecto del uso de esta disciplina para la toma de decisiones de proyección política y de organización social como las que validad el FMI.
Bien detalló J. J. Brunner, que las decisiones de la política, la validación social, el reconocimiento práctico de este tipo de metodología permitían desplazar las trabadas tensiones que se dan entre a política de la sociología y la sociología como modo de operar en a política. No podemos dejar de aventurar que esta conjetura planteada por un experto y reconocido actor de la sociología en Chile, conocedor de la experiencia que han sufridos las ciencias sociales, no se transforme en un ejercicio tan similar como el que pretende desnudar Sokal: introducirnos en la cueva de fantasmas del saber y de indiferencias alrededor del uso y validación de los saberes universitarios, el estado de las academia, el rango del pensamiento crítico y la experiencia política de los agentes respecto de la elaboración de argumentos y de posiciones críticas que se utilizan en el sentido de la política, a propósito de las ciencias sociales.