Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas

El debate medioambientalista ¿La nueva polaridad?

Fernando Estenssoro S.

AVANCES de actualidad Nº 22
Julio 1996

Un fenómeno en boga en los últimos años es el cambio que está ocurriendo en la percepción social para enfrentar el tema medioambiental. Fenómenos como la pugna de la comunidad de San Alfonso y GasAndes respecto al trazado del gasoducto, el debate de los índices de polución en Santiago, el rechazo ciudadano a las explosiones nucleares francesas en el Pacífico Sur, etc., son la demostración fehaciente que el tema medioambiental, en toda su complejidad, ha pasado a integrar con fuerza la agenda del debate público tanto a nivel nacional como internacional.

Sin embargo, cabe señalar que el impacto humano sobre la naturaleza no es un fenómeno nuevo. Siguiendo a Guillermo Geisse, podemos decir que la destrucción de que es objeto el medioambiente y la distribución desigual de sus recursos se remonta a los orígenes de la historia, aunque sus consecuencias profundas se hacen sentir desde la Revolución Industrial. (1)

Por este motivo, lo interesante del fenómeno es el cambio en la forma de ser percibido por la sociedad. De hecho, las primeras conceptualizaciones del problema y los llamados a cambiar las conductas socio productivas, para hacer frente al llamado problema ambiental, no tienen más de tres décadas.

La primera de estas formalizaciones conceptuales aparecidas en el debate internacional fueron los modelos del Club de Roma y Fundación Bariloche. Surgidos en la década del 70, ambos denuncian la acción devastadora del hombre sobre el medioambiente, lo que llevaba a una catástrofe planetaria. Mientras el Club de Roma proponía el “crecimiento cero”, cuestionando todos los valores que implica la continua expansión masiva del consumo, el modelo Bariloche planteaba la indivisibilidad entre los objetivos de eficiencia y equidad del desarrollo económico, los cuales ya no pueden sino centrarse en el medioambiente, producto de que es la sobrevivencia humana lo que está en juego. (2)

Al respecto, podemos decir que si bien la modernidad produjo, con el desarrollo industrial, una abundancia de recursos y un bienestar masivo sin precedentes en la historia humana (por lo menos para el Primer Mundo), también tuvo otras consecuencias insospechadas. Mencionemos, en función del tema que nos ocupa, fenómenos como los desastres ecológicos, la posibilidad de agotamiento de los recursos naturales o su deterioro como consecuencia de la contaminación industrial y el crecimiento de la población. Por ejemplo, el desastre de Chernobyl y la destrucción de la selva amazónica, dos fenómenos que ayudaron a abrir los ojos de la opinión pública mundial sobre las desastrosas consecuencias que podía acarrear la acción humana sobre el medioambiente. Al respecto cabe recordar las palabras de Mijail Gorbachov cuando afirmó que para él la vida se puede dividir en antes y después de la tragedia de Chernobyl, “Chernobyl nos tornó humildes, enseñándonos cómo un desastre puede ocurrir por causa de desmentidos, disfraces y de una actitud egoísta en relación a la tecnología peligrosa”. (3)

Lo cierto es que desde la década del setenta en adelante, y estimulado por el reciente proceso de la globalización mundial, (4) la población comienza a recibir cada vez mayor información que le advierte sobre los límites del planeta y sus recursos, y que su fragilidad ecológica es real. Situación que, sin lugar a dudas, implicará profundos cambios en la cosmovisión de la humanidad.

Se puede afirmar que la toma conciencia sobre el costo medioambiental del “progreso” es uno de los principales fenómenos que llevan al auge ecológico contemporáneo.

Desde esas primeras proposiciones estructuradas en el informe del Club de Roma, la discusión y los escenarios generados en este campo se han desarrollado profusamente. La conciencia ecológica atraviesa hoy todas las estructuras de la sociedad moderna, centrándose la discusión ya no sobre la necesidad de preservar el medioambiente, sino en el cómo hacerlo, bajo qué modelo de desarrollo, si existe viabilidad entre el crecimiento económico y el resguardo de la naturaleza, si es posible compatibilizar capitalismo y conservacionismo ambiental, etc.

En la medida que los distintos componentes sociales (Estado, sociedad civil, sistema de partidos) han venido perfilando posturas y acciones frente a ese debate, el tema adquiere cada día una mayor dimensión político-ideológica que lo proyecta como una nueva polaridad a nivel global, tras el término de la guerra fría, lo que se percibe fácilmente en la prensa.

Por ejemplo, desde El Mercurio se ha planteado que “el ecologismo en sus variadas manifestaciones, es el sustituto perfecto para la ideología que se agotó con el socialismo” y que “agotado el socialismo, el ecologismo ideologizado y politizado se dibuja como la peor amenaza contra la economía libre, pues en su nombre se promueve toda suerte de controles, regulaciones estatales e impedimentos políticos contra la empresa privada” . (5)

En este sentido, el debate medioambiental está provocando modificaciones en las estructuras de poder que atraviesan a la sociedad, y su globalización lo convierte en un tópico insalvable a la hora de proyectar el orden internacional del próximo siglo.

Prefiguración de cosmovisiones antagónicas

Como señalábamos, para muchos la toma de conciencia sobre la fragilidad ecológica del planeta está provocando un fuerte impacto en la cosmovisión de la humanidad. El percibir que la acción del hombre sobre el medio ha llegado a amenazar la sobrevivencia de las actuales generaciones y que es un fenómeno que ocurre a nivel global, plantea la necesidad de modificar nuestra relación con la naturaleza tal cual se ha venido dando hasta la segunda mitad de este siglo.

Sin embargo, al momento de diseñar las estrategias concretas para superar el problema surgen profundas divisiones entre distintos grupos humanos, lo que nuevamente podría llevar a un enfrentamiento polar entre cosmovisiones que se niegan unas a otras. Al respecto vamos a destacar las líneas generales que están preconfigurando a dos grandes corrientes respecto al fenómeno comentado, aunque no son las únicas.

El positivismo neomodernista

Entendemos básicamente por neomodernismo a la tesis del Desarrollo Sustentable. La hemos llamado neomodernista porque considera que la acción humana, guiada por la razón y apoyada en el conocimiento científico, puede ser modificada y adiestrada, de tal forma que le permita cambiar sustancialmente la “espiral depredadora” y llegar a convivir con el medio ambiente, protegiéndolo y sin destruirlo. Todo ellos sin sacrificar el camino del desarrollo y progreso de la humanidad emprendido hace ya varios siglos, el que se debe traducir en una cada vez mejor calidad de vida.

Vale decir, esta postura cree en “una educación ambiental basada en el conocimiento científico integral de los problemas y de las potencialidades del desarrollo el ambiente natural y construido”, lo cual permite elevar el “conocimiento actual de la interacción entre hombre y medio ambiente al conocimiento de las leyes objetivas de la naturaleza, para conducir el desarrollo económico y social en provecho de la actual y futuras generaciones”. (6) Esta creencia se basa en el principio del desarrollo sustentable, que de acuerdo al Banco Mundial y a la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo, significa “la satisfacción de las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades” . (7)

Elemento clave de esta postura es su fe en la capacidad científica del ser humano para desarrollar nuevas tecnologías de producción no contaminantes. Vale decir que no cuestiona el crecimiento y desarrollo sino se trata de lograr una nueva forma de seguir promoviendo el crecimiento y desarrollo, recurriendo siempre a la naturaleza como principal fuente de recursos y sustento pero asegurando su conservación. Aquí, las nuevas tecnologías de producción y las pautas de consuno y de inversión pasan a ser determinantes.

El neopanteísmo

Por neopanteísmo entendemos todas aquellas posturas, para algunos consideradas como ecologistas radicales, que redimensionan el rol de la naturaleza, entrando a cuestionar el hecho de si es posible que su principal rol sea el de “servir” al hombre o, por el contrario, hombre y naturaleza se encontrarían en un plano de igualdad, cuando no de supeditación humana a la naturaleza. Partiendo de un diagnóstico común sobre el peligro en que se encuentra el planeta a doscientos años de la revolución industrial, o a cuatrocientos de los inicios de la era moderna, la singularidad de esta postura radicaría en las soluciones que plantea.

No estamos hablando de una cosmovisión monolítica y única, por el contrario, son múltiples posiciones que tienden a coincidir en apreciaciones que supeditarían el hombre a la naturaleza, y que llaman a una acción ecologista militante para realizar cambios revolucionarios en la sociedad tal cual se ha venido desarrollando hasta hoy día, a fin de salvaguardar tanto a la especie como a la naturaleza. En el plano político, su desconfianza no apunta a los gobiernos sino que al sistema en su conjunto. En el plano filosófico, su visión variaría de un antropocentrismo clásico a una suerte de neopanteísmo.

Algunos de sus postulados serían el rechazo total y tajante a la teoría del progreso y al desarrollo tecnológico. Considera que el esquema capitalista de desarrollo económico y la existencia del libre mercado es definitivamente suicida tanto para el hombre como para la naturaleza.

Para esta visión, los logros de la ciencia y la tecnología finalmente se habrían convertido en una suerte de “fuerzas malignas”, tan dañinas para el espíritu humano como lo han sido para el planeta sus consecuencias materiales. Se responsabiliza a la ciencia y a la creencia optimista de que la razón humana podría controlar las leyes objetivas de la naturaleza a fin de dominarla (actitud que habría surgido en el siglo XVI), de cuestiones que van desde la destrucción de la naturaleza hasta la falta de respeto a las minorías étnicas y su cultura.

Quizás si quien mejor traduce esta visión es Morris Berman cuando plantea que la “vida occidental parece estar derivando hacia un incesante aumento de entropía, hacia un caos económico y tecnológico, hacia un desastre ecológico y, finalmente, hacia un desmembramiento y desintegración psíquica … Estamos presenciando el resultado inevitable de una lógica que ya tiene varios siglos… la ciencia… La visión científica del mundo es parte integral de la modernidad, de la sociedad masificada y de la situación descrita más arriba… El colapso del capitalismo, la disfunción generalizada de las instituciones, la repulsión que produce la expoliación ecológica, la incapacidad creciente de la visión científica del mundo para explicar cosas que realmente importan, la pérdida de interés en el trabajo y el alza estadística de la depresión, la angustia y la psicosis son todos parte de un todo… Si es que vamos a sobrevivir como especie tendrá que surgir algún tipo de conciencia holística o participativa con su correspondiente formación sociopolítica” (8)

Si Berman es un crítico de la ciencia, Jerry Mander lo es de su principal asociada: la tecnología. Este señala que si bien dentro del “clima actual de veneración tecnológica, el argüir en su contra no es bien visto”, son muchos los intelectuales en EE.UU. que se consideran neoludistas, en directa referencia al movimiento antitecnológico de los obreros textiles ingleses que entre los años 1811 y 1816 destruyeron maquinarias a fin de evitar el desempleo. Mander cita, entre otros, a la psicóloga Chelis Glendinning, quien en 1990 escribió los Apuntes hacia un manifiesto Neoludista en los cuales planteó que los neoludistas “son ciudadanos del siglo XX que cuestionan la visión del mundo reinante, que predica que la tecnologización irrefrenable representa el progreso. Los neoludistas tienen la valentía de encarar la catástrofe de nuestro siglo en toda su amplitud… las sociedades occidentales están fuera de control y están profanando el frágil sentido de la vida sobre la tierra… Detener la destrucción – sostiene Glendinning – … requiere nuevas maneras de reflexión sobre la humanidad y nuevos modos de relacionarse con la vida. Requiere una nueva visión del mundo”. (9).

Notas:

(1) Guillermo Geisse, 10 años de debate ambiental, CIPMA, Santiago, 1993, pág, 19.

(2) Ibid, págs. 10-20.

(3) Mijail Gorbachov, “Chernobyl me cambió”, en Qué Pasa, 18/5/1996.

(4) “El proceso de globalización se refiere a la intensificación de las relaciones sociales universales que unen a distintas localidades de tal manera que lo que sucede en una localidad está afectado por los sucesos que ocurren muy lejos y viceversa”; esto significa, entre otras cosas, que la “lluvia radioactiva producida por Chernobyl no afectó solamente a Rusia, así como la tala de la selva amazónica va a producir efectos en otros lugares muy distantes del continente americano”, Jorge Larraín, Modernidad. Razón e identidad en América Latina, Editorial Amerindia, Santiago, 1990, págs. 27 y 29.

(5) “Medio Ambiente y Desarrollo”, El Mercurio, 29/6/1996.

(6) Geisse, op. cit., págs. 24-25.

(7) Ibid, pág. 46.

(8) Morris Berman, el Reencantamiento del mundo, Editorial cuatro vientos, Santiago, 1990, págs. 15-23.

(9) Jerry Mander, En ausencia de lo sagrado, El fracaso de la tecnología & La sobrevivencia de las naciones indígenas, Editorial Cuatro Vientos, Santiago, 1995, págs, 45-46,