Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores
El insoportable descrédito de los partidos
Genaro Arriagada
No es exagerado decir que los últimos sesenta días han sido un período negro para los partidos políticos chilenos. Su prestigio, ya bastante alicaído, ha recibido un nuevo e implacable castigo a consecuencia de una serie de acciones y falencias.
La lista debe comenzar por el error cometido por la Democracia Cristiana al inscribir sus candidatos a parlamentarios. Un hecho bochornoso, sin duda. La enormidad de esa falla encuentra un atenuante en que no la animó ni un propósito de fraude ni el de atropellar normas éticas. Pero, no obstante ello, sólo puede ser calificada de torpeza administrativa inexcusable, que ha contribuido poderosamente no sólo al descrédito de sus autores – la Democracia Cristiana – sino del entero sistema político.
Ese acontecimiento tuvo una consecuencia igualmente dañina: la dictación, en horas, de una ley que permitiera la inscripción de los candidatos DC. Ello dio la imagen de que “los partidos y los políticos” arreglaban y encubrían aceleradamente sus errores. Así como la falla de la DC no puede sino ser condenada, más difícil es el juicio sobre la actitud del Parlamento y en particular de la UDI.
Respecto de ellos se podría decir que actuaron más que por el interés de salvar a la DC, con el propósito de evitar que ese error condujera a una pérdida de legitimidad del sistema político, que no es un bien particular sino un interés de toda la sociedad. No haber dictado esa ley habría dejado al Parlamento y los partidos cuestionados en su representatividad, lo que con seguridad habría dañado la eficacia de instituciones fundamentales de la República. En este campo la UDI actuó con altura y, para ser claros, en contra de sus intereses de corto plazo.
No se ha apagado el escándalo anterior, cuando el Partido Socialista ha hecho una contribución no menor a esta escalada de descrédito. Su decisión, unilateral, de romper un pacto que acababa de suscribir, ha generado el más duro intercambio de declaraciones entre los dirigentes de la coalición oficialista. La Concertación, por decirlo de modo benévolo, está cuestionada, al punto que algunos, con imprudencia, han llegado a hablar del retiro del Gabinete de los ministros DC. Sin embargo, esas reacciones no son sino una consecuencia de la grave e inconsulta decisión adoptada por el PS. Ella ha dejado el sabor amargo de dos fallas éticas que constantemente erosionan la imagen de la política y de los partidos: a deslealtad y la cortedad de vista de sus acciones que les lleva a sacrificar intereses políticos de largo plazo en favor de conveniencias electorales o afanes de protagonismo menores.
El Partido Socialista ha sido parte, leal habría que reconocer, de un pacto con la DC que ha durado más de 15 años y con el PPD desde su fundación. Esa relación se ha asentado en el respeto a los acuerdos y pactos mutuamente convenidos, de los cuales el último y más importante ha sido el respaldo a la candidatura de Lagos. Por meses el PS negoció la lista parlamentaria de la Concertación, que excluía un acuerdo electoral con el PC, asunto que, por lo demás ha sido una constante desde la fundación de la Concertación. Producida la inscripción de la lista común – esto es, cuando ya no hay marcha atrás para sus aliados y cuando ha conquistado a su favor todos los beneficios de ser parte de la lista de la Concertación – el PS ha reclamado de modo unilateral y de facto aquello a que había renunciado en la negociación formal, esto es un acuerdo con el PC.
El PS, con esta actitud, ha dado la razón a quienes propagan la peor imagen de la política y de los partidos: un ámbito donde no hay reglas, no se respetan los compromisos y todo se puede sacrificar “por unos votos más”. No puede sino calificarse en duros términos el hecho de registrar un pacto el viernes y, cuatro días después, convenir un acuerdo con el PC que sus aliados habían rechazado expresamente.
Pero lo más grave de todo esto es que, esta ruptura unilateral, ha destruido confianzas, que es cierto ya venían desgastadas, entre quienes han sido miembros del más exitoso pacto político que Chile ha conocido en más de un siglo. Una visión simplista pone la confianza en la categoría de las buenas maneras, algo que es bueno que exista, que es elegante pero de lo que se puede prescindir sin mayor costo. Esa es una visión equivocada. Hoy se acepta que la mayor fuerza de los países, de las organizaciones y, por cierto, de los partidos y las coaliciones de partidos, depende del grado en que sus miembros comparten unos mismos proyectos y valores y del grado en que estén dispuestos a subordinar los intereses particulares a los generales del grupo o asociación. Eso es la confianza. Sin ella las naciones como los partidos decaen y las coaliciones no son nada. Un ejemplo de lo que puede ser la cortedad de vista el partido del Presidente de la República.
Pero si a los partidos de la Concertación les ha correspondido en los últimos diez días el dudoso honor de haber contribuido al desprestigio de la política, en rigor en esto han hecho con la Alianza por Chile una carrera de postas. En los 45 días anteriores el testimonio estuvo en manos de la derecha.
La negociación del acuerdo parlamentario permitió que la UDI hiciera una demostración de arrogancia hacia sus aliados de RN, que impactó negativamente al país. La consecuencia de ello fue la renuncia del presidente de RN y su reemplazo por Sebastián Piñera, como única alternativa para evitar un virtual colapso del que había sido, desde 1989, el principal partido de derecha. A partir de ese momento, la acritud de las recriminaciones entre esos dos partidos y entre sus presidentes, destruyó en semanas lo que ellos habían ganado como imagen de una coalición que había superado el “canibalismo” que – según ellos mismos han denunciado – ha caracterizado a la derecha. “Una alianza política que no se puede poner de acuerdo en cosas como éstas, no está preparada para gobernar”. La frase no corresponde a alguien de la Concertación sino a Lily Pérez, una de las figuras más destacadas de la derecha en la Cámara de Diputados.
Más descalificatoria fue la operación organizada por la UDI para levantar la candidatura de una persona que, al momento de ser comprometida, era el comandante en jefe de la Armada. Ese hecho hizo un flaco favor a la política en general y uno peor a la política de la derecha en particular. La “Operación Arancibia” se recordará como un caso de falta de transparencia, pues quedó claro que se actuó con engaño de todos, incluso del Presidente de la República. También como un ejemplo, tal vez sin precedentes, de extrema rudeza y deslealtad hacia un partido aliado y su presidente. Y lo que no es menor, revivió en muchos sectores del país la imagen de una derecha militarista que opera una red política al interior de las Fuerzas Armadas.
Una preocupación nacional
Si los partidos fueran un hecho accesorio y prescindente en el sistema político, su descrédito debiera ser un asunto privado de sus miembros. Pero esas organizaciones son uno de los pilares esenciales sobre los que se erige la democracia y el buen gobierno.
La teoría política es, en esta materia unánime. Y la práctica lo confirma cada día. Donde hay una excesiva fragmentación del sistema de partidos – demasiados partidos, para decirlo de otra manera -, donde ellos no tienen unidad de ideas y programas, ni disciplina para respaldar a los gobiernos que eligen, ni lealtad para consigo mismo ni para el sistema político en general, donde las relaciones entre ellos nunca son de cooperación sino sólo una competencia salvaje, lo que tenemos son países en crisis, incapaces de tener estabilidad en sus gobiernos y coherencia en sus políticas.
Y la prueba más fehaciente de ello es lo que está sucediendo en América Latina, en donde el deterioro del sistema político y económico está sumergiendo a muchos países en crisis de tal envergadura, que ya no dan salida para nadie.
En tal sentido, compartimos con los que tienen desafección por la política y con grupos de derecha, un común diagnóstico acerca del enorme descrédito de los partidos y la condena al espectáculo que ellos están ofreciendo. Pero, nos diferenciamos, de modo absoluto, de aquellos que, tomando pie en esa realidad, quisieran para el país un sistema político o un gobierno fundado en el vacío de partidos. Aquí lo que cabe hacer es, en nombre de los intereses permanentes del país, asumir la crítica de los partidos pero plantear su reforma y refundación. La política de “botar el agua sucia, la bañera y el niño” es un error que los países pagan demasiado caro. Hay que limpiar la bañera, llenarla de agua limpia y clara y… ¡salvar al niño!.