Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos
El socialismo humano en Gramsci*
Manuel Vázquez Montalbán
Primero llegaron sus Cartas desde la cárcel, bien en la edición italiana urdida ente el editor Giulio Einaudi y Palmiro Togliatti, bien en selecciones publicadas en Argentina. Era para nosotros un Gramsci doblemente clandestino, por cuanto estaba prohibido por la censura franquista y sabíamos que estaba mal visto por el eje comunista Moscú-París, principal fuente de nutrición de los nuevos y jóvenes marxistas españoles. Hasta que no llegaron sus trabajos más “políticos” y las clarificaciones críticas de los gramscianos autóctonos (desde Sacristán a Fernández Buey pasando por Jordi Solé Tura), Gramsci fue asimilado como la prueba de la vivificación del marxismo político, frente a la esclerotización francesa y el reduccionismo soviético. Tras Gramsci llegó un muestrario completo, deslumbrante, policrómico, policentrista, del pensamiento marxista italiano, capaz de poner en revisión todo el academicismo marxista, desde la reflexión sobre la estética y el gusto de Galvano delle Volpe, hasta el marxismo agónico de Pasolini, que incluía el estado de perpetuo cuestionamiento dialéctico y la asunción del antagonista interior y exterior dentro de esa relación.
Demasiado para el cuerpo. Gramsci compartía con el leninismo el rechazo al determinismo economicista que había podrido a la II Internacional, pero aplicaba el impulso creador “…del análisis concreto de la situación concreta” al marco nacional italiano de la lucha de clases y llegaba a percepciones tácticas y estratégicas fácilmente asumibles desde una situación española en la que se trataba de construir un bloque histórico antifascista y en la que formulaciones ideológicas tenían que modificar conductas sociales que objetivamente se orientaban en sentido contrario. Por otra parte su apuesta por el “intelectual orgánico colectivo”, legitimaba la riqueza de un encuentro de percepciones sociales entre diferentes sujetos de cambio, dispuestos a interinfluirse bajo la hegemonía de la clase obrera. Su curiosidad analítica, que le había llevado a aplicarse sobre cuestiones de organización del partido, de relación con otras formaciones políticas, del estatuto con los católicos, el periodismo, los intelectuales, la cuestión de la lengua, las relaciones entre norte y sur en la joven nación italiana, los nuevos sistemas productivos del capitalismo norteamericano… le hacían especialmente necesario a la hora de buscar una mirada afín, cómplice sobre nuestros propios problemas.
El lenguaje de Gramsci, fraguado en la soledad de sus largas prisiones y construido al margen del marxismo oficializado, abría la caja de polisemia y educaba en un sano ponerse en guardia ante la degradada jerga reducida a un limitado juego de matrices transmisoras de consignas.
Es decir, Gramsci nos parecía un disidente “al más alto nivel”, lo que le permitía ayudar a construir un instrumento cultural riquísimo del movimiento obrero europeo: el Partido Comunista Italiano. Parte fundamental de la tesis del policentrismo que Togliati asume poco antes de morir y que explicita en el llamado Testamento de Yalta, descansa en esa libertad de mirada y lenguaje de un presidiario comunista. Gramsci y Togliati, representan para los jóvenes comunistas españoles de comienzos de la década de los sesenta un punto de referencia, algo parecido a un modelo de la conducta intelectual (Gramsci) y política (Togliati). La mirada no reductora de uno y la capacidad integradora del otro, aparecían como la garantía de que era posible algo parecido a lo que luego se llamaría socialismo con rostro humano o socialismo en libertad. No se trataba, ni mucho menos, de oponer a todas las centralizaciones del comunismo a la soviética, todas las descentralizaciones de una cultura de mercado, ni siquiera por la vía de la corrección de los excesos de la centralización burocrática, fuera de la producción de lechugas, fuera de la producción de teoría. Eran algo más difuso, pero que partía de una evidencia: la corrupción e inutilidad del saber dogmatizado convertido en simple lenguaje retórico. Un presidiario había sido mucho más libre que otros dirigentes comunistas en libertad para aprehender la realidad, analizarla y pronunciarse. Para proponer desde un saber. Y había sido más libre porque había pensado al margen de la servidumbre de un intelectual orgánico colectivo tan falsificado que tenía que asumir el terrorismo de estado stalinista y el pacto entre el nazismo y el stalinismo. Esa libertad interiorizada hizo que el pensamiento de Gramsci fuera durante casi 20 años filtrado, como una inusual generosidad hay que decirlo, por el equipo dirigente del PCI y muy especialmente por Togliatti en persona, receloso admirador de la libertad de la mirada gramsciana, mirada que quería salvar para los tiempos post stalinistas.
El propio Togliati, en un artículo publicado en Paese Sera En 1964 hacía una cierta autocrítica sobre la utilización instrumental del pensamiento de Gramsci desde el final de la Guerra Mundial y planteaba la necesidad de abrirlo a la libertad de análisis e interpretación, más allá del filtro de las necesidades ideológicas del partido. Era una extraña declaración en boca de un secretario general comunista de tan rancia cultura y significó la apertura de un proceso de anexión de Gramsci, considerado por algunos como el avalador de los consejos de fábrica, y por lo tanto de una democracia proletaria directa, y por otros como un practicista reformista que abría las puertas del partido a la socialdemocracia. La riqueza y dispersión de las aplicaciones gramscianas propiciaban esta libertad de interpretación y todavía hoy debe leerse más a Gramsci como un marxista intuitivo y asistémico (son llegar al modelo intelectual de un Benjamin) que como un codificador de conductas sociales obligado a escribir en clave.
Seduce en Gramsci que la cruel relación entre vida privada-proyección histórica, sufrimiento personal-sufrimiento colectivo la tuviera que afrontar casi siempre desde la experiencia del sufrimiento, nunca desde el poder. Hay que reivindicar, y sobre todo en estos tiempos, tanto su desprecio por el determinismo economicista como su condena del maximalismo verbalista.
También el historicismo crítico de Gramsci tiene el valor de replantear la necesidad del conocimiento de las causas para comprender la intención de los efectos estructurados y una relectura de su lúcida interpretación de la formación del fascismo nos educa sobre cómo la usurpación de la historia en el presente parte de la falsificación del pasado. Una técnica que se ha afinado con posterioridad a Gramsci y que ha encontrado en el decreto de inutilidad del saber histórico, la mejor manera de usurpar la historia en el presente y en el futuro.