Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores

El Socialismo: una cultura en crisis

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Abril 2002

Presentación

En artículo anterior escribí que en el escenario político del mundo occidental se está produciendo un viraje hacia la derecha; que tal viraje no parece ser resultado sólo de las oscilaciones típicas del electorado, sino que respondería a una tendencia de rango más histórico y que se sintetiza en dos hipótesis. Primero, que el estadio actual del capitalismo comprende situaciones de orden socio-cultural que le otorgan grados no desestimables de racionalidad política a las corrientes conservadoras y neoconservadoras. Y, segundo, que las izquierdas (integrando en el concepto a todas las vertientes tradicionales de los llamados humanismos progresistas) están afectadas por serias desorientaciones doctrinarias, discusivas y programáticas por efecto de sus dificultades para asumirse y definirse en el contexto de un capitalismo solidificado y frente al cual no se visualizan – hoy por hoy – otras alternativas de ordenamiento social.

El desconcierto de las izquierdas y la racionalidad política que los tiempos modernos le conceden al conservadurismo, serían las causales básicas que explicarían la inclinación universal de la política hacia la derecha.

En este artículo se busca ahondar sobre este asunto privilegiando el análisis acerca de lo que ocurre específicamente con las culturas políticas socialistas.

Indicadores de derechización y conservadurismo

Las recientes elecciones en Francia ayudan a ratificar las hipótesis del avance de las derechas. Pero, hay que insistir, ese es un fenómeno que va mucho más lejos que los datos puntuales.

En la Unión Europa, si bien se mantiene una mayoría de gobiernos socialistas, en los dos o tres últimos años se ha hecho clara una tendencia que favorece a las derechas e, incluso, a fracciones catalogadas de extrema derecha. A los gobiernos derechistas de España, Austria e Italia se le han sumado, recientemente, Dinamarca y Portugal, países que, por historia política, son altamente sintomáticos e ilustrativos de la tendencia general. En meses venideros deberá zanjarse una disputa electoral en una de las naciones más poderosas del Viejo Mundo, Alemania, que se anticipa muy reñida.

En América Latina es difícil aplicar el mismo barómetro que en Europa, esto es, el signo político de los gobiernos, para medir sus grados de derechización. Primero, por la inestabilidad que afecta a varios de sus países. Segundo, por la emergencia de gobiernos “populistas” de filiación política errática. Y tercero, por la descomposición de los partidos y sistemas de partidos tradicionales que aquejan también a muchas naciones.

No obstante, algunos indicadores de este tipo existen: la elección, hace unos años, de un ex dictador y líder de un partido de derecha, Hugo Banzer, como Presidente de Bolivia. Y, meses atrás, la elección del derechista Ricardo Maduro en Honduras. El fortalecimiento electoral de la derecha chilena es otro dato a considerar.

Pero lo más decidor, en cuanto a la inclinación política en el subcontinente, se encuentra en dos circunstancias: i) el deterioro, la atomización o el colapso, en buena parte de las naciones, de los antiguos partidos que, genéricamente, representaban a las izquierdas o al progresismo; ii) los serios problemas económicos y de gobernabilidad que han venido inundando a la región dejan posibilidades de respuestas muy acotadas y que se enmarcan, en términos gruesos, en políticas tradicionalmente comprendidas como políticas de “derechas”.

Pero para intentar cuantificar los niveles de derechización de la política mundial no pueden omitirse indicadores que emanan de acontecimientos y de políticas internacionales. A partir de ellos se develan síntomas derechistas no fáciles de detectar por su relativa intangibilidad y porque se conocen de manera dispersa y difusa. Sin embargo, son sucesos que, en su sumatoria, aportan a la configuración de una atmósfera ideológica y comunicacional conservadora. Veamos, a manera de ejemplo, algunos de esos datos:

- Inicialmente la operación militar lanzada contra el gobierno de los talibán se denominó “Justicia Infinita”, nombre tan cargado de evocaciones integristas y fundamentalistas que tuvo que ser corregido por sus propios autores.

- En la “guerra contra el terrorismo” el lenguaje utilizado por los líderes de las grandes potencias – no sólo por el Presidente Bush y los liderazgos norteamericanos – alude recurrentemente a frases como “lucha contra la maldad” y a otras que le atribuyen explícitamente carácter “demoníaco” al enemigo. Es un lenguaje, amén de apocalíptico, que sustrae al fenómeno del terrorismo de todo contexto político, social, cultural, y lo ubica en un plano enteramente ilógico, irracional e inhumano, de suerte que, de hecho, abre cauces para pensar que quienes lo combaten pueden estar exentos de actuar con lógica, racionalidad y humanismo.

- Emulando ese lenguaje, a la ofensiva de las FF.AA colombianas contra las guerrillas de su país se la conoció como “Operación Tánatos”. Si alguien no recordara, Tánatos es, en la mitología griega, una representación divina de la muerte. Ni siquiera la teoría de la guerra acepta que el objetivo de una guerra sea la muerte.

- Después del 11 de septiembre del año pasado, las medidas adoptadas en EE.UU. para reforzar su seguridad interna se orientaron hacia líneas coactivas y represivas extremadamente permisivas que, según propias visiones de círculos norteamericanos, atentan contra principios constitucionales de ese país y contra derechos internacionalmente consagrados.

- El gobierno de derecha y el Ejército israelí han tenido impunidad factual en sus actos bélicos y represivos contra los palestinos y contra sus instancias político-institucionales reconocidas mundialmente; actos que, a todas luces, han sido violatorios del derecho internacional, de los derechos humanos y de las resoluciones de la ONU.

- Tanto la guerra en Afganistán como las operaciones militares israelíes en territorios palestinos han sido acompañadas de enormes limitaciones a la prensa.

La gravedad del asunto no está sólo en los sucesos que se mencionan, sino en otras dos cuestiones. En primer lugar, en la anuencia, debilidad o incapacidad de los gobiernos y fuerzas progresistas para contrarrestar políticas internacionales que, en casos, tienen alcances desenfrenadamente derechistas. Y, en segundo lugar, en la precaria, tímida, aislada reacción de la sociedad civil progresista mundial ante hechos repudiables y que son comparables a situaciones de antaño que, en su momento y en más de una oportunidad, provocaron la emergencia y protesta de una verdadera y eficiente opinión pública universal.

La actitud casi catatónica asumida hoy por la ciudadanía progresista puede explicarse, en parte, por ciertos fenómenos psico-sociales propios de la modernidad contemporánea. Pero sólo en parte. En gran medida, se deben a la debilidad o inconsistencia de los pensamientos, los discursos y las líneas de acción de las instancias conductoras y de los liderazgos progresistas.

Socialismo: larvaria y prolongada crisis

De las corrientes progresistas, la socialista es la más extendida en el mundo occidental. Merece, entonces, que en ella se concentren los análisis acerca del debilitamiento global del progresismo.

Pese a los largos y variados ejercicios intelectuales – que suman lustros -, lo cierto es que el socialismo actual dista bastante todavía de contar con un cuerpo doctrinario, conceptual, programático; con una teoría que interprete el estadio vigente del capitalismo y que se proyecte en una cosmovisión sobre el cambio social y sobre el devenir deseado de las sociedades nacionales. Literatura al respecto no falta. Incluso, el socialismo ha experimentado políticas que son útiles para los esfuerzos reflexivos. Pero, la verdad es que ni la literatura ni las experiencias han permitido una aproximación significativa a la reconstrucción de un pensamiento socialista siquiera embrionariamente calificable de cuerpo doctrinario y de eje ordenador de líneas político-programáticas que configuren personalidad propia, distintiva y mínimamente uniformadora. En el presente, el problema no es que el socialismo se vea difuso por la competencia entre escuelas de pensamientos, por las diferencias entre propuestas políticas organizadas al seno del socialismo, como solía ocurrir en el pasado. La cuestión es que las escuelas mismas tienen poca identidad y cada una de ellas sufre y comparte carencias doctrinarias y programáticas.
En los últimos tiempos, el camino intelectual y empírico del socialismo ha sido tortuoso y declinante entre sismo y sismo.

La “venganza” de los socialismos reales

Quiérase o no, el fin de los socialismos reales le causó al socialismo, en su variante socialdemócrata tradicional, más estragos intelectuales y políticos que los que confiesa. Inconfesiones que tal vez tengan que ver más con una falta de autoconciencia de las consecuencias que le originó tal suceso que con premeditados propósitos de escapar del reconocimiento de ellas por vías retóricas.

Veamos dos de esas consecuencias:

a) Por mucha crítica y enemistad que los socialismos reales le despertaran al socialismo socialdemócrata, y viceversa, había – o podía haber -, entre ambos, una interlocución teórica sobre la base de un telón de fondo común: el marxismo. Desde el marxismo los socialismos reales defendían sus revoluciones y obras y desde el marxismo la socialdemocracia, o sectores gravitantes de ella, las criticaban y vindicaban sus políticas y logros (Willy Brandt). Es decir, mientras los socialismos reales estuvieron vigentes, la socialdemocracia pudo mantener una matriz teórica, un núcleo duro de pensamiento proveniente de los escritos de Marx. La “caída de los muros” extinguió ese tipo de competencia intelectual y tornó políticamente inconveniente la continuidad de los debates sobre el “verdadero Marx”. El ritmo de las cosas puso el resto: proclamó la definitiva obsolescencia de Marx y/o incitó a su guillotinamiento. Descabezado Marx, las lecturas o escuelas marxistas (la de Viena, la de Frankfurt, por ejemplo) que habían influido al interior del socialismo socialdemócrata, si bien no siguieron la misma suerte que su progenitor, fueron confinadas a ermitas.

b) Mientras rigieron los socialismos reales, la socialdemocracia pudo sostenerse como fuerza representativa de una opción de cambio de sociedad y como proyecto intermedio entre una economía pura de libre mercado y una economía de absoluta planificación central. Representaciones que constituían una propuesta sintética, puesto que la economía intermedia, la “economía mixta”, podía ser concebida como parte y movimiento de un proyecto reformista que conduciría a la superación gradual y sin traumas revolucionarios del capitalismo.

Sin los socialismos reales como punto referencial y con la consolidación exitosa y legitimada de la economía de libre mercado, dejó de tener consistencia la propuesta intermedia de la socialdemocracia y, por lo mismo, su cualidad de fuerza reformista y representativa del cambio social.

De ahí en adelante, el drama socialdemócrata ha consistido en su carencia de una cosmovisión que la sitúe crítica o analíticamente ante el capitalismo y, simultáneamente, le permita el desarrollo de políticas de cambio social dentro de los límites de la economía de mercado.

La Tercera Vía emergió como intento de respuesta al proceso crítico que sufre el socialismo contemporáneo. No obstante, su nacimiento no ha pasado de un estado embrionario y muchos síntomas le auguran un aborto espontáneo.

Probablemente, el trabajo más sistemático y ordenador sobre la Tercera Vía fue el realizado por el prestigiado intelectual inglés Anthony Giddens en el libro que lleva precisamente ese nombre. Sabido es que el texto fue recibido, en general, con frustración por el mundo intelectual y político. Ni siquiera motivó grandes polémicas y sí motivó, en cambio, interrogaciones al prestigio de su autor.

Otro esfuerzo intelectual y político de gran envergadura lo constituyeron los encuentros para debatir sobre la Tercera Vía que convocó a figuras de la talla de Jospin, Schroeder, D’Alema, Clinton, Blair, etc. Los documentos que circularon como producto de esos encuentros tampoco cautivaron a los conglomerados socialistas. Ni siquiera devinieron en materiales que fueran recogidos por otros círculos y que ilustraran discusiones posteriores, al menos en niveles significativos y ponderados, de acuerdo a la relevancia de sus autores.

Sin pretender analizar aquí concienzudamente el contenido conceptual y programático de lo que, embrionariamente, identifica a la Tercera Vía, me atrevo a aventurar un juicio acerca del porqué de su fragilidad y de su relativo fracaso como propuesta reconstructiva de las culturas socialistas.

La Tercera Vía ha soslayado los aspectos propiamente doctrinarios de las culturas políticas socialistas. De hecho, entre sus filas hay quienes no le asignan importancia ni valor a esos asuntos. Consideran que hoy las corrientes políticas no requieren de sustratos teóricos, habida cuenta de los fracasos de los llamados megarrelatos. Por cierto que esa es una posición muy debatible. Pero en el aquí y en el ahora tal posición es un error de orden estrictamente político. Intentar refundar un movimiento político con un pasado tan intensamente doctrinario e ideológico sin revisarlo con extrema rigurosidad, explícita y colectivamente, es desconocer el papel de la memoria histórica, del peso de lo cultural, el funcionamiento intrínseco de las estructuras socio-políticas, etc. El socialismo – cualquiera sea su nomenclatura concreta – es un movimiento compuesto por aparatos partidarios, por partido-masas, por conjuntos masivos de adherentes que por décadas, hasta por más de un siglo, en algunos casos, han alimentado su identidad por cosmovisiones, categorías, lenguajes, etc., que, entre otras cosas, daban cuenta crítica del capitalismo y de las economías de mercado y lo hacían con relación a las connotaciones genéricas de ambos. La Tercera Vía, por ejemplo, no explica qué cambió del capitalismo para que hoy el socialismo renuncie a su antiguo criticismo o qué cambió del ethos socialista para que acepte y se comprometa con el capitalismo y el mercado. Como es natural, la ausencia de explicaciones sobre esos puntos contradice las lógicas de razonamientos de los actores que conforman y han conformado la realidad de las culturas socialistas. Y mientras tal ausencia no sea resuelta, difícilmente un discurso refundador podrá ser un convincente convocante de los “socialistas realmente existentes”.

El Socialismo en Chile: entre el racionalismo y el sentimentalismo

La situación del socialismo chileno es aún más delicada que la de su par europeo. En Europa, el dilema, con sus bemoles, está planteado básicamente entre las matrices de la socialdemocracia tradicional y las matrices de la Tercera Vía. En Chile, aunque con revisiones y renovaciones no menores, todavía se suman a los debates componentes del “socialismo revolucionario”. Con el agravante que tanto los antiguos esquemas socialdemócratas como los nuevos esquemas de la Tercera Vía requieren de precisiones, de traducciones, de readecuaciones a la realidad de un país latinoamericano y de desarrollo relativo. Dicho gráficamente, dentro del socialismo criollo todavía no existe consenso acerca de que los parámetros socialdemócratas tradicionales sean la respuesta de izquierda para esa cultura política. Y, de hecho, la Tercera Vía goza de escasísimas simpatías. En términos prácticos, los adherentes a fórmulas como las sugeridas por la Tercera Vía se hallan fuera de los cauces formales del socialismo chileno o cercados y aislados tras los motes de “liberales” o “neoliberales”.

La complejidad de la situación la describió acertadamente el senador José Antonio Viera-Gallo: “El problema en algunos sectores de la izquierda fue decir cayó el paradigma comunista, yo asumo ahora el paradigma socialdemócrata clásico europeo. Pero resulta que el paradigma clásico europeo está siendo cuestionado en los grandes partidos socialistas de Europa. Está en discusión en el Partido Laborista con el nuevo laborismo de Tony Blair; lo está en la Alemania de Schroeder y lo está en el PSOE con Rodríguez Zapatero. Entonces nadie me puede decir que simplemente se trata de dejar de ser marxista leninista y asumir el pensamiento socialdemócrata clásico. Ojalá fuera tan simple” (La Tercera 7/04/2002).

El desconcierto o crisis universal de la cultura socialista se manifiesta en Chile de manera particular dado que se mezcla o yuxtapone con los inconformismos de sectores socialistas respecto de lo obrado por los gobiernos de la Concertación, incluido el actual, encabezado por un militante de esa cultura. Esa circunstancia coadyuva al ocultamiento o a la evasión de la esencialidad de la crisis – de pensamiento, de teoría, de doctrina –, pues la subsume a los aspectos políticos gubernamentales.

El publicitado y polémico documento del diputado socialista Sergio Aguiló, “Chile entre dos derechas”, es un excelente indicador de esa subsumisión, pero además, y por sobre todo, de un creciente proceso de abandono de las lógicas reflexivas ancestrales del socialismo, que, en su momento, lo ubicaron como una de las culturas arquetípicas de la modernidad. Por ejemplo, ése es un documento que no corre absolutamente ningún riesgo de que alguien lo califique con el “epíteto zahiriente” de “materialista ateo”. Por el contrario, es un escrito que comienza con una narración humanamente conmovedora, que termina con un mea culpa y con el compromiso del autor de ceñir sus conductas políticas, de ahora en adelante, a su estricta moral individual, que, uno puede conjeturar, debe ser para el diputado Aguiló superior a la ética política del colectivo al que pertenece.

La cultura socialista es depositaria de la larga historia de los pensamientos de carácter racional estructuralista y es ese ancestro el que le posibilita continuar desenvolviéndose como cultura política vigente, crítica y propositiva de cambio social. Las cosmovisiones y el instrumental de los racionalismos estructurales permiten un relectura del capitalismo moderno a través de la cual se torna asimilable el conjunto de dinámicas revolucionarias que entraña. Si el socialismo reconoce que no tiene ya un modelo de sociedad alternativo al existente, su pervivencia como necesidad político-social orgánica radica en su capacidad para desentrañar los movimientos revolucionarios del capitalismo y para actuar en virtud de potenciarlos.

Con espontaneidad emotiva cuesta entender un socialismo que ya no tiene al capitalismo como su más inmediato enemigo mortal o cuesta aceptar un socialismo cómplice en la función de impulsar la “reproducción ampliada” del capitalismo. Quienes no están dispuestos a renunciar a su emotividad espontánea tratan de recrear un socialismo sentimentalista, que no se rinde ni a la realidad ni al ethos ni a la historia cultural del socialismo.

Pero el socialismo, parafraseando a Hegel, “es una pasión fría”.

El “derechista” Carlos Marx

“El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución”.

Aunque sorprenda, esta es una frase de Marx, y no de rango puramente “teórico”. Forma parte de sus respuestas al programa político del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. Con ella hace un abierto reclamo a quienes confunden el socialismo con un pensamiento cuya centralidad está en el problema de la distribución (lo que no quiere decir que no sea un tema del socialismo). No obstante, la izquierda del socialismo chileno actual acentúa sus denuncias, y cada día más, en la mala distribución que acompaña al desarrollo de la economía nacional y demanda que el gobierno privilegie políticas que per sé mejoren la distribución. Según Marx, esa no sería la prioridad de un programa socialista. De sus dichos se colige que el punto clave es mejorar el “modo de producción”.

Siguiendo esta misma lógica, lo que Marx estaría sugiriendo hoy es que si las políticas socialistas están inmersas en el “modo de producción capitalista” y no están pensadas para otro modo de producción, lo que debe proponer un programa socialista es el mejoramiento del modo de producción capitalista. Así de simple. Así de frío.

La izquierda del socialismo se queja lastimeramente del abandono que ha hecho el Estado no sólo respecto del asunto de la distribución del ingreso, sino sobre infinidad de otras materias y exige la recuperación de un mayor activismo estatal. Leamos, otra vez a Marx, al supuesto máximo promotor, entre otras cosas, del estatismo: “Pese a todo su cascabeleo democrático, el programa está todo él infestado hasta los huesos de la fe servil de la secta lassaellana en el Estado”. Colijamos, Marx no tiene “fe” en el Estado, menos en el Estado de una sociedad capitalista. Simplemente, porque la cultura racional estructuralista del socialismo aboga por “la reabsorción de las funciones del Estado por la sociedad civil”. Pero Marx llega aún más lejos, casi hasta el escándalo: “Eso de ‘educación popular a cargo del Estado’ es absolutamente inadmisible… lejos de esto, lo que hay que hacer es sustraer la escuela a toda influencia por parte del gobierno y de la Iglesia. La prohibición general del trabajo infantil es incompatible con la existencia de la gran industria y, por tanto, un piadoso deseo, pero nada más… el poner en práctica esta prohibición – suponiendo que fuese factible – sería reaccionario”.

¿Qué tienen que ver estas apreciaciones programáticas de Marx con las propuestas que nos dibujan los socialistas de izquierda chilenos?

He citado a Marx provocativamente, porque tengo la convicción de que una cuestión medular que explica la crisis del pensamiento, el discurso y la práctica socialista, al menos en Chile, tiene que ver con la falta de reivindicación, de actualización y uso del material teórico (a la manera, por ejemplo, expuesta por Marshall Berman en su libro Todo lo sólido se desvanece en el aire) del que disponen los pensamientos seculares, efectivamente analíticos y críticos, de los que se alimentó históricamente el socialismo.

El socialismo ha sufrido muchas derrotas en los últimos tiempos y todavía le esperan varias más. Pero la única que se le yergue como amenaza catastrófica es la que en ciernes simboliza hoy el tipo de razonamiento expuesto por el diputado Aguiló. Su documento es antitético a la forma de razonar histórica del socialismo: es anti-secular, es premoderno, ideológicamente sectario. Y, precisamente, lo que el socialismo no puede perder a manos de la derecha – porque entonces no le quedaría “ventaja comparativa” alguna -, es su condición de cultura política moderna, sintetizadora y traductora político-programática del avance de los pensamientos más osados e insurgentes. Me temo que, intelectualmente y hoy por hoy, el diputado Longueira es más político secular que el diputado Aguiló. Quizás cómo habría teatralizado Ionesco este absurdo. Lo cierto es que el absurdo está a la vista: a más secularización de la humanidad la derecha se sensibiliza a esa realidad (Lavín reunido y fotografiado con travestis) y la izquierda socialista se aleja de ella, siendo que la plena secularización de la humanidad ha sido por siglos la gran utopía de las izquierdas y del socialismo.