Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores
Extemporaneidad del lavinismo
Antonio Cortés Terzi
En la última semana de julio se dieron a conocer los resultados de dos encuestas – CERC y CEP – que permiten conjeturar acerca de la presencia de procesos interesantes en la vida social y política del país.
Comentarios sobre el valor de las encuestas
Siempre, y no sin razones se discute acerca del valor analítico que tienen esos instrumentos. De partida, se discuten las metodologías empleadas no sólo en sus aplicaciones, sino también en sus lecturas. No obstante, para quienes ofician de analistas son – o deberían ser – antecedentes insoslayables. Y esto tiene que ver menos con los verdaderos aportes que hacen a la cientificidad del pensamiento social que con dos cuestiones derivadas.
La primera es que los datos de las encuestas se convierten en referentes empíricamente objetivos toda vez que son utilizados por los actores políticos para los efectos de definir sus acciones. Es decir, con independencia de sus veracidades o exactitudes, los datos de las encuestas se objetivizan, porque inspiran prácticas políticas. Y la segunda cuestión es que la difusión de sus resultados pasa a formar parte de los mecanismos que crean opinión pública, que contribuyen a la instalación de atmósferas de percepciones sociales. Es decir, analíticamente, puede llegar a ser menos importante el que las encuestas perciban bien o mal los estados de la opinión pública que la gravitación que tienen en la conformación de la percepción ciudadana.
Asumiendo la importancia analítica de las encuestas en los sentidos anteriormente descritos, cabe, no obstante, insistir en un resguardo que habitualmente se omite.
Frente a las críticas por los resultados relativos, imprecisos, estáticos, que las encuestas arrojan, los defensores más acérrimos de ese instrumental se defienden con un argumento que es ya un lugar común: “las encuestas son una fotografía del momento”.
Más allá de que argüir con esa frase está muy próximo a los sofismas, en rigor es también una equívoca analogía. Las fotografías recogen e inmovilizan un momento de la realidad tangible; en cambio, lo que las encuestas hacen es aprehender palabras, verbos, discursos cuyas volatilidades son muy superiores a las de las realidades tangibles y no necesariamente reflejan la realidad del acto que los discursos sugieren. Lo que las personas dicen en las encuestas no es una garantía de que las conductas sociales y personales se rijan por esos dichos.
En la encuesta CERC, por ejemplo, el 62% de las personas se manifiestan contrarias al alza del IVA, medida impulsada, propagada, defendida por el gobierno y, muy especialmente, por el Presidente Lagos. Lo congruente habría sido que ese 62%, o parte importante de él, manifestara desaprobación al gobierno. No obstante, éste recibe un 52% de aprobación.
Algunas interpretaciones
Explicitados estos resguardos al analizar encuestas, veamos algunas interpretaciones de los datos de los dos sondeos señalados.
En la encuesta CERC la popularidad de Joaquín Lavín se muestra estancada, mientras que en la del CEP su popularidad desciende en una cantidad de puntos que llega a ser relativamente sorprendente. Pero ambas, a su vez, confirman que no sólo mantiene el primer lugar entre los personajes con mayor proyección y percibido con mayores opciones de ser el futuro Presidente, sino que, además, mantiene una diferencia considerable con relación a otras personalidades.
Tomados en sí, aisladamente, estos son datos poco relevantes para los análisis, por cuanto se explican por obviedades. Que Joaquín Lavín se encuentre encabezando el listado de popularidad se debe a su presencia mediática y en particular al hecho de que, en rigor, en el presente, es el único candidato presidencial en competencia. Esto último hace que las comparaciones entre él y otros liderazgos resulte forzada e inequivalente.
El estancamiento o baja en los juicios positivos hacia su persona tampoco es un indicador que, evaluado en sí, contribuya mucho a las interpretaciones (salvo lo elevado del porcentaje a la baja que le da la encuesta CEP). Cualquier liderazgo popular extendido en el tiempo está propenso a ciclos naturales de desgaste. Además, el alcalde de Santiago no se ha lucido en su gestión y está lejos de haber respondido a las expectativas que creó. Su “estilo” de hacedor y de iniciativas mediáticamente impactantes, ha devenido en una rutina que no convoca a rating elevado.
Estos mismos datos sí se tornan más interesantes leídos en articulación a otros, en especial, a los tres siguientes:
- El alza en el respaldo al Presidente Ricardo Lagos.
- El tipo de figuras políticas que, aparte del Presidente y de Joaquín Lavín, ocupan los primeros lugares de popularidad.
- La baja que afecta a personalidades políticas identificadas por sus preferencias por lo formal-comunicacional (Vg. el senador Nelson Ávila, el diputado Guido Girardi, etc.)
Algunas hipótesis
Integrando los datos sobre Lavín con estos otros tres datos son lícitas las siguientes hipótesis:
1. Joaquín Lavín se está viendo afectado por un fenómeno de raíces más significativas de lo que se supone, afectación que comparte con otras personalidades que, de una u otra manera, han practicado una cierta visión y estilo común de hacer política. El fenómeno que les aqueja es el paulatino agotamiento del boom de la política-espectáculo y del político “cosista”, “concretista”, “puntualista” y que desarrolla su popularidad con medidas y cuñas que acaparan la atención medial. El uso y abuso de ese estilo explica, en parte, su decadencia. Su prolongada reiteración ha cansado a sectores del público. Y, lo que es peor, es un estilo que se ha venido desnudando como manipulador y, por ende, poco honrado y confiable.
2. La hipótesis anterior se ampara y complementa con la que sigue. Pese al exacerbado criticismo mediático y masivo contra la política y los políticos, en estas dos últimas encuestas quienes ocupan los lugares más destacados, y en ascensos, son políticos arquetípicos, que jamás han ocultado tal condición ni han recurrido a subterfugios para aparecer – o querer aparecer – como parte de esa extrañísima mixtura lavinista de políticos “apolíticos”. Si se mira el ranking de esas encuestas con un poco de buen humor o sarcasmo, uno podría preguntarse que hace Joaquín Lavín ahí, ante tan preclaros y confesos “animales políticos” como Pablo Longueira, Soledad Alvear, Sebastián Piñera, Michelle Bachelet, etc.
¿Cómo deben interpretarse estos datos? Ante todo, como una corroboración de que la discursividad mediática y vulgarizada contra los políticos es una discursividad en gran medida inorgánica, esto es, que no se traduce linealmente en conductas. Y luego, como corroborantes también de que en amplios sectores de la sociedad chilena pervive una imagen histórica, realista, cuerda y prudente acerca del ser y del deber ser del político y que no ha sido suplantada, como en algún momento muchos anunciaron, por un novísimo y superficial tipo de políticos.
3. Una última hipótesis se desprende, principalmente, de las cifras de apoyo al gobierno y al Presidente Ricardo Lagos. Cumplidos ya más de tres años de gobierno, con una situación económica y de empleo muy inferior a la que existía hace más o menos un lustro, con una Concertación cuyos partidos y liderazgos parecieran, en momentos, complacerse con auto producirse conflictos, con una agenda social que ha debido limitarse, con temas de irregularidades y corrupción que, por meses, ocuparon las primeras planas noticiosas, etc. , es virtualmente “anormal”, inédito, extraordinario el respaldo ciudadano al Presidente que muestran las encuestas.
Por cierto, existen logros objetivos que le dan sustento a ese apoyo. Pero, y he aquí la hipótesis, la razón esencial es que la figura del Presidente (de político-político, sin disimulos) sigue generando confianzas, respetabilidad, percepción de estabilidad, de conducción. Ricardo Lagos cosecha de la memoria social histórica, de la cultura nacional que se reproduce y educa. Es un líder y un Presidente que transmite y responde al imaginario socio-histórico de lo que ha de ser un líder y un Presidente. Sus cualidades de dirigente moderno, contemporáneo, no contradicen la historia: se presentan como una evolución natural de ella. Joaquín Lavín, en cambio, ha hecho ingentes esfuerzos por romper con ese imaginario socio-histórico.
El lavinismo: un fenómeno temporal
En su conjunto, estas hipótesis autorizan a avanzar en un diagnóstico más de fondo que el que arrojan de por sí los sondeos. Soy de la opinión que lo que está ocurriendo en Chile – reflejado en las últimas encuestas – obedece a una tendencia declinante de los factores estructurales y de las subjetividades que ayer alentaron la emergencia, proliferación y ascenso de liderazgos tipo Lavín. Veamos algunos de esos factores y subjetividades:
1. Después de la caída del muro de Berlín, por varios años y quiérase o no, todas o casi todas las culturas y los agentes políticos o adscribieron a la tesis de Fukuyama (en su peor lectura y difusión) acerca del “fin de la historia”, ergo, de la Política, o se resistieron verbalmente, pero intentando y practicando acomodos factuales a ella.
La aceptación ideológica y empírica de esta apresurada tesis, preñada de extremo rupturismo histórico, conllevó con absoluta coherencia a la idea acerca del fin del político “tradicional”, cuyo concepto y oficio se remonta a los orígenes de la cultura greco-judeo-romana. Con base a esa discursividad supuestamente “post moderna” surgieron por doquier argumentos y experimentos destinados a “reinventar” la política y a sus actores, de manera de adecuar sus funciones a una era “sin historia” y sin política-histórica, o sea, sin conflictos ni proyecciones trascendentes. La política ad hoc debía sujetarse o acercarse a la lógica del Carpe Diem y el político no debía ser mucho más que un administrador del aquí y el ahora.
Sin más sustancia (o insustancia) que la señalada, las diferencias y competencias entre políticas y entre políticos pasaban a ser cuestiones dominantemente formales y personalizadas (carisma, empatía, “telegenia”, estilos de gestión, etc.), y el terreno fundamental de disputas pasaban a ser los mass media, la televisión en sus cualidades no tanto de medios de comunicación, sino de medios publicitarios.
2. En los años inmediatamente posteriores a los derrumbes de los socialismos reales las características del mundo que emergía, aparte de incentivar un exacerbado optimismo, fueron leídas de manera unívoca, unidimensional, exenta de contradicciones y auspiciosamente progresistas. Modernidad y modernización, economía libre de mercado, globalización, gobernabilidad, etc., fueron categorías indiscutidas (devenidas, además, en valores culturales) y manejadas en el supuesto que la sola inercia de esos procesos garantizaba el progresivo avance de la humanidad. Internadas socialmente estas visiones la política se veía más desmedrada en sus funciones históricas, lo mismo que la de los políticos en su connotación tradicional. Administradores y no dirigentes requerían las sociedades para avanzar, puesto que los avances estaban asegurados por la simple marcha natural de la modernización, la globalización, etc.
3. En Chile estas tendencias universales adquirieron un vigor adicional por los varios años de bonanza económica que implicaron saltos cualitativos en crecimiento económico y mejoramiento de la calidad de vida. La rueda de la fortuna parecía clavada, merced a las bondades del “modelo chileno”, casi mitificado por tirios y troyanos. Si bien la política no se desvalorizó a puntos demasiado altos en la sociedad, ello se debió a la centralidad que por harto tiempo tuvo el problema de la transición política. Pero agotada o considerablemente disminuida la centralidad de esas cuestiones, se abrió algo muy próximo a un “destape” de “reinvenciones” de la política y de los políticos. El “fenómeno Lavín” llevaba la delantera. Se expuso como el arquetipo del político “apolítico” en condiciones de gobernar un país que, en su discurso, no tiene una conflictividad estructural, ergo, la política posee un rango menor: dejar operar “el modelo” en su naturalidad y administrarlo lo mejor posible. Es por eso que la propuesta de cambios de Joaquín Lavín alude en lo fundamental al cambio del personal gobernante.
Tendencia a la reversión del “apoliticismo”
Estos rasgos de las sociedades contemporáneas han ido modificándose, pues están propensos a reversiones.
En los últimos años, una infinidad de acontecimientos muestran que el mundo está muy lejos de haber dejado atrás conflictividades profundas y relevantes y, por lo mismo, evidencian que la historia no ha tocado a su fin. Distinto es decir que las contradicciones que la rigen han sufrido significativas transformaciones en formas y contenidos, en sus alcances y actores.
Tal vez lo más novedoso sea que los conflictos de envergadura ya no se representan en la competencia entre dos bloques de poder universal y entre dos modelos contrapuestos de organización social que se internaban nacionalmente, sino que a través de situaciones contradictorias multifacéticas, diseminadas y que, no obstante, obedecen a fenómenos que tienen una misma esencia y que circulan por carriles mundializados.
A estas alturas, ya está claro que la modernidad capitalista globalizada no es unívoca ni unidimensional; que su propio devenir es contradictorio y conflictivo; que es un proceso abierto y no cerrado y sobre cuya conducción existen disputas trascendentes. Dicho más escuetamente: la modernidad capitalista globalizada, tal cual se impuso y concibió en la fase inmediata post socialismos reales, no es, en lo absoluto, el fin de la historia. Apenas configura el encuadre de un proceso plagado de conflictos y cuya dinámica es de resultados inciertos.
La realidad contemporánea ha evolucionado y se ha manifestado de manera muy distinta y distante de cómo se pensó e imaginó el devenir de la modernidad globalizada en los comienzos de su imperio hegemónico. El incesante cambio científico-tecnológico que la caracteriza, y sobre el que se depositaron las confianzas de un mundo en constante y garantizado progreso, se ha develado como lo que realmente es: una sólida base oferente y objetivada de progreso, pero que no asegura per sé un progreso socialmente expansivo y satisfactorio.
Que ello ocurra depende de las decisiones que se adopten sobre su uso y éstas dependen, a su vez, de quiénes deciden y de cómo se decide. Y a esto último se le conoce como política.
El avance científico-tecnológico no es una mecánica superadora de la política, sino, por el contrario, la torna más sustantiva, puesto que sin ella la marcha y destino de la humanidad quedaría sujeta a dos amenazas complementarias: i) que se definan por la simple inercia de lo que acontece en el espacio científico-tecnológico y/o ii) que se resuelvan por el interés y la voluntad particular de quienes se apropien y controlen ese espacio y el incontrarrestable poder que de él deriva.
El flagrante contrasentido de aquellos que postulan el apoliticismo o la desvalorización de la política en virtud de que serían efectos connaturales a la modernidad, radica en que es la modernidad, precisamente, el estadio histórico que crea fuentes de poder y posibilita acumulación y concentración de poder en proporciones jamás vistas en la historia y que deberían atemorizar a cualquier mente lúcida y con una básica capacidad de imaginación.
Es de Perogrullo decir que si de más poder se trata, más importa la política, o sea, la actividad “especializada” en la competencia por el poder. Competencia que, al igual que en el libre mercado, evita o limita los monopolios y dispersa los poderes.
En resumen, el acontecer mundial en los últimos años ha puesto en revisión y en reversión los discursos y prácticas que suponían el fin de la historia y la subsumisión de la política. Supuestos sobre los que se erigió el “fenómeno Lavín” y la “lavinización” de la política de derecha.
Las desconfianzas, las suspicacias que se han levantado universalmente contra el optimismo original que inspiraban los procesos modernizadores y globalizadores – y que servían de pábulo para subestimar la política – también están presentes en Chile. Acentuados, además, por dos razones:
a) Porque las dificultades económicas y sociales de los últimos tiempos le restaron sostén al exitismo que inundaba a la sociedad chilena hasta finales de la década pasada e introdujeron dudas e interrogaciones acerca del afamado “modelo económico”. Éste perdió su suerte de manto mágico y su aura de factótum incuestionable, ideas-fuerzas colectivizadas que amparaban y alentaban la discursividad “antipolítica”.
b) Las convulsiones internacionales, las crisis económicas, sociales y políticas en el entorno regional actuaron como factores revalorizadores de la política, de sus instituciones y de sus actores.
En suma, los antecedentes que otrora le otorgaron cierta racionalidad histórica al “apoliticismo”, a la subestimación de la política y a la emergencia del “político-apolítico”, se baten en retirada, lo mismo que sus promotores y cultores. Incluido Joaquín Lavín y sus émulos.
Tres conclusiones
1. Las encuestas confirman las previsiones analíticas más consistentes: Joaquín Lavín va a ser el candidato presidencial de la derecha y cualquier especulación en sentido contrario es simple canto de sirenas. El 2005, la derecha, como bloque de partidos, no será mayoría. Ergo, para superar al candidato de la Concertación requiere un postulante que supla esa falta de votos. Y al respecto las mediciones son claras: ninguna otra personalidad derechista siquiera se acerca a la popularidad de Lavín.
2. Las hipótesis aquí esgrimidas para explicar el estancamiento o declinación del alcalde de Santiago aluden a fenómenos estructurales, pero también tendenciales y sólo tendenciales. De ninguna manera significan que se hayan extinguido por completo las causas socio-culturales y objetivadas que subyacen en la popularidad de Joaquín Lavín. Esas causas perviven también como tendencias. En cuanto tendencias, la única diferencia entre ambas es que la tendencia hacia la revalorización de la política y de la política-historia se condice mejor con las necesidades histórico-racionales y con una percepción pública ascendente de esas necesidades. La tendencia al apoliticismo deviene cada vez más en extemporánea.
3. Planteadas así las cosas, la contienda presidencial del 2005 no estará signada sólo por el enfrentamiento “clásico” entre posiciones progresistas y posiciones derechistas. Será también una contienda entre “estilos” y “formas” de concebir y de hacer política, porque, precisamente, la diferencia entre estilos y formas es una de las expresiones más precisas de la pugna entre dos cosmovisiones acerca de lo contemporáneo y su futuro: una, pasiva, conformista, acrítica, que se rinde a las inercias y deja en “manos invisibles” el porvenir y otra, rebelde, crítica, inconformista que brega para que un ser humano y una humanidad activas decidan el camino de la historia moderna.