Sección: Internacional: Reordenamientos y transiciones globales
Fidel Castro en Chile
Hortensia Bussi
Estimado Presidente Fidel Castro:
En la mañana de hoy, de madrugada, quiero contarles que el Comandante Fidel Castro visitó la tumba donde reposan los restos de nuestro querido Presidente Salvador Allende y de mi hija Beatriz, gesto de lealtad que lo honra.
Permítame que inicie mis palabras con un saludo muy cordial en esta hora de reencuentro. Hace siete años que no tenía la ocasión de verlo, desde mi última visita a Cuba, en 1989. Me emociona recordarlo, y este sentimiento incluye la profunda cercanía que siento por su nación y su pueblo. Cuba fue la otra patria de mi hija Beatriz, y allí vivió las últimas expresiones de sus sueños y pesares. Cubanos son también dos de mis nietos, y Cuba ha sido además para mí un lugar de cordialidad y amistad permanente. Como usted lo sabe mejor que nadie, Cuba y su proceso revolucionario fue parte esencial de los afectos y compromisos de Salvador Allende, que mantuvo con usted una larga y ejemplar amistad más allá de las diferencias que con usted podía tener en materia de proyectos y visiones políticas.
El Partido Socialista lo recibe esta noche con sincero y fraternal cariño, y quiere por mi intermedio expresarle franca y cordialmente nuestro compromiso y nuestras visiones de Cuba y su proceso.
Lo recibimos con orgullo porque hemos derrotado a la dictadura y vivimos un proceso de extensión de la democracia, proceso en el cual nos cabe un activo y decisivo protagonismo político. Afirmamos hoy, compañero Fidel, que la semilla que sembró Salvador Allende está viva, florece y se afianza en el corazón del pueblo de Chile.
Lo recibimos a usted como una figura principal de la historia contemporánea de América Latina. Sentimos que en 1959 la Revolución Cubana dividió dos épocas en la vida de nuestro continente. Estableció un “antes” y un “después” en nuestra historia y, lo que es todavía más importante, fue portadora de antiguas aspiraciones de todos los pueblos de esta región. El triunfo de la Revolución Cubana representó la fuerza de la independencia nacional, la búsqueda de la dignidad, la superación de la pobreza, la demanda por el respeto por las culturas propias.
La mayoría de los chilenos y chilenas apoyamos ese proceso. A contar de 1952 inscribimos a la dictadura de Fulgencio Batista en el largo y siniestro listado de los regímenes despóticos que han arruinado a nuestro continente. La vimos además como la culminación de un prolongado ciclo autoritario y desnacionalizador que confirió, por sus propios rasgos, plena legitimidad a la rebeldía nacional que se inició en 1953 con el fallido asalto al Cuartel Moncada y se prolongó desde 1956 con el desembarco de los combatientes del Gramma, en la lucha de la Sierra Maestra, y en la acción masiva y nacional del Movimiento 26 de Julio. Para toda una generación de chilenos el Manifiesto Programa del Movimiento 26 de Julio aprobado en 1957, constituyó una verdadera síntesis de las aspiraciones de dignidad y autonomía de América Latina.
Nuestro juicio se fundaba en la comprensión de muchos rasgos propios del proceso político interno de Cuba, muy anteriores a la Revolución y sin los cuales no se explica lo ocurrido en 1959. Sabíamos que la independencia cubana del Imperialismo Español, tras las heroicas acciones de Maceo y Martí, se logró en forma tardía. Y que coincidió a finales del siglo XIX con el ascenso del poder imperial de los Estados Unidos, cuyo primer objetivo fue el control de la Cuenca del Caribe, en la que Cuba y las Antillas Mayores tenían una importancia principal. Conocimos una historia bastante distinta de la nuestra, donde los actos de intervención de Washington se presentaron desde los primeros años de la Independencia, con la imposición de la Enmienda Platt y la configuración de los Protectorados en el área.
Comprendimos también que eso fue determinante en la proliferación de caudillos y dictadores, en la ausencia de procesos políticos abiertos, y en la falta de consolidación de un sistema moderno de partidos que dejó a Cuba, luego de esas décadas, sin “memoria histórica” democrática. Y a ello se agregan los altos grados de corrupción y represión interna que fueron haciendo caer la escasa legitimidad del sistema político cubano.
Los chilenos no sólo saludamos el triunfo de la Revolución Cubana, sino que acompañamos con atención e interés su desarrollo. Así percibimos, como uno de los componentes centrales el que no haya conocido ni un solo momento de respiro o de normalidad política. Desde el primer día Estados Unidos encuadró dicho proceso en el contexto internacional de la Guerra Fría que prevalecía en ese tiempo, y lo enfrentó de un modo agresivo. La expulsión de la OEA, el apoyo de Washington a la invasión de Bahía Cochinos, los múltiples intentos de desestabilización interna, y el largo bloqueo económico, son hitos categóricos de este enrarecido contexto internacional que ha distorsionado por más de tres décadas y media la vida de la isla. Aunque los mejores historiadores nos han prevenido tantas veces frente al examen de la historia que pudo haber sido y no fue, en el caso cubano es perfectamente razonable preguntarse: ¿cuál habría sido el curso de su proceso si estos actos de hostilidad no hubiesen tenido lugar? ¿dónde estaría la economía cubana si no hubiese padecido la guerra económica y el bloqueo?
El peso, aparentemente inexorable del esquema internacional bipolar en que fue situada la Revolución Cubana, hizo que los socialistas chilenos entendiéramos la ubicación abierta de Cuba desde 1961 junto con la Unión Soviética. La vimos como la respuesta inevitable para asegurar un proceso cuyas raíces originales sentíamos como muy cercanas. Miradas las cosas en perspectiva no cabe dudas que tal asociación, siendo inevitable, generó dificultades y dependencias para Cuba que hicieron imposible la realización plena de la vocación latinoamericana que hombres como Camilo Cienfuegos, Ernesto Guevara y usted plantearon como un elemento esencial de su Revolución.
Al recibirlo y expresarle nuestra adhesión nos interesa ver el proceso cubano en toda su complejidad y magnitud, sin las simplificaciones ni distorsiones que tanto hemos visto abundar en Chile en las últimas semanas. La Revolución Cubana debe ser entendida como un gran proceso histórico de la América Latina del siglo XX. Dista de ser perfecta. Tiene como toda obra humana, sus luces y sombras, sus avances y retrocesos y, dentro de ellos, es necesario valorizar sus grandes logros sociales sin ocultar sus dificultades internas.
Especialmente en los indicadores de la salud, la educación y la vivienda Cuba presenta, hasta hoy, a pesar de los problemas de los años recientes, resultados impresionantes. Su tasa de mortalidad infantil, de sólo 9,4 por mil, es la más avanzada de un país en desarrollo y supera a la de muchos países industrializados. Su tasa de mortalidad materna, de 4,3 por cada 10 mil habitantes, es notable. Así como la disponibilidad de un médico por cada 193 habitantes confirma el alto nivel de su sistema de salud; que se refleja en la esperanza de vida actual de los cubanos de casi 76 años. Del mismo modo la virtual eliminación del analfabetismo, el fuerte desarrollo de la enseñanza técnica y el celoso afianzamiento de una cultura nacional, dan cuenta de una preocupación efectiva por el avance educativo. Y lo más impresionante es que estos resultados se logran en un país que, impactado por el fin de la Unión Soviética y del campo comunista, experimentó una caída de su Producto Interno Bruto de casi 35% entre los años 1989 y 1993.
Por la voluntad política colocada en afianzar estas grandes realizaciones, Cuba contará siempre con el apoyo de la mayoría de los pueblos latinoamericanos, que aprecian además su actitud permanente de solidaridad con los demás países y gobiernos del Tercer Mundo.
Con la misma franqueza, Presidente Fidel Castro, quisiera decirle que los socialistas chilenos afianzamos durante el largo período de pérdida de nuestra democracia política, nuestra convicción de inequívoco respaldo a un sistema político que acepte las diferentes visiones ideológicas que pueden prevalecer en una sociedad, la existencia de visiones alternativas a las de quienes desempeñan el gobierno, el funcionamiento de diversos partidos políticos, y la realización de elecciones periódicas para renovar a las autoridades de la nación. Créame, sin embargo, que mi propia experiencia de visitar Cuba desde un punto a otro, me afianza la idea de que la Dirección Política Cubana cuenta con una inequívoca legitimidad en la población, por lo que, en cualquier proceso electoral político-competitivo, tendría un éxito que redundaría en una legitimidad internacional indiscutible.
Dejamos a los cubanos, respetamos sin embargo, el derecho a decidir el curso de su proceso político interno, concentrando nuestra preocupación en el impacto que para Cuba han tenido los profundos cambios producidos desde 1989 en el sistema internacional, que han configurado un escenario nuevo y más desfavorable para su proceso.
Aspiramos a que el paso de la Guerra Fría a la Post Guerra Fría tenga vigencia en todos los países del mundo, y no excluya a ninguno de los Estados de nuestra región, porque esto daña la paz y la estabilidad de América Latina en su conjunto. En este sentido rechazamos la conducta de Estados Unidos, que se niega a readecuar sus relaciones bilaterales con Cuba, dejando atrás la confrontación bipolar de una Guerra Fría ya desaparecida.
No es aceptable en los años 90 que ningún país mantenga actitudes de arrogancia imperial, ni se asigne la tarea de constituirse en un gendarme global del sistema internacional. Manifestamos con fuerza que Washington debe poner término a su conducta actual. Los gobiernos iberoamericanos deben exigir el término del bloqueo económico y la derogación de la Enmienda Helms-Burton, como ya lo han hecho la Unión Europea, la OEA, el CELA y el Papa. Es nuestra esperanza que se logre el pleno restablecimiento de la normalidad económica de la sociedad cubana, y de que estos avances conduzcan a un mejoramiento de la vida de su gente y a la plena normalización de su convivencia interna. Para favorecer estas tendencias, reafirmamos la exigencia que Cuba sea reconocida como un miembro inseparable de la Comunidad Internacional y Latinoamericana, y como un país con igualdad de derechos y deberes frente a los demás Estados.
Queremos enfatizar, para que nadie se equivoque, que mantendremos un apoyo inalterable a Cuba en su lucha por preservar su soberanía, dignidad y autodeterminación.
En función de todo lo anterior buscamos el desarrollo de las relaciones bilaterales entre Cuba y Chile. Lo hacemos convencidos de que se trata de dos pueblos y naciones unidos por una vieja amistad, para lo cual nos basta con recordar las tempranas actitudes de cercanía y cordialidad del patriota José Martí y de nuestro Benjamín Vicuña Mackenna antes de que concluyera el siglo XIX.
En horas difíciles, durante los largos años de dictadura los chilenos recibimos un enorme apoyo del gobierno y del pueblo cubano, que salvaron muchas vidas, que permitieron rehacer su existencia a miles de familias modestas de nuestro pueblo. Además con generosidad las universidades les abrieron sus puertas y formaron cientos de médicos, ingenieros y otros profesionales que hoy contribuyen al desarrollo de Chile. No hemos olvidado ese gesto, esa conducta y siempre lo agradeceremos.
Nos alegra también como socialistas que, desde el inicio de la transición a la democracia en nuestro país, las relaciones chileno-cubanas se caractericen por una progresiva normalidad y afianzamiento. Mantenemos hoy relaciones diplomáticas, comerciales y consulares en plenitud. Desarrollamos también un estrecho proceso de cooperación internacional en valiosos programas en diferentes áreas.
Advertimos un creciente flujo de intercambios entre las personas, afianzado por el turismo y la intensificación de los vínculos comerciales. Todo esto hace que para crecientes sectores de la sociedad chilena, Cuba sea una realidad más cercana y nítida que en el pasado.
Quisiera decirle, estimado Presidente Fidel Castro, al concluir mis palabras, que vemos su presencia en Chile como una oportunidad para consolidar estas tendencias, y para mantener aislados a los pequeños y descontrolados grupos integristas que actúan sin otras motivaciones que una carga ideológica del pasado y un espíritu de revancha.
Al recibirlo fraternalmente miramos con orgullo nuestra historia, evocamos a Salvador Allende y a Ernesto Che Guevara, que por distintos caminos buscaron afirmar un porvenir de dignidad y soberanía para América Latina. Los evocamos mirando el futuro para renovar los sueños de justicia social que otorguen a nuestras naciones la libertad y la igualdad que engrandezcan al ser humano.
¡Viva Cuba, y viva Chile!
*Discurso pronunciado por la Sra. Hortensia Bussi en el acto de recepción del Partido Socialista al Presidente de Cuba Fidel Castro.