Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas

Fundamentalistas, mutantes y liberales: Tres lógicas de pensamiento en la izquierda chilena actual

Malva Espinosa C.

AVANCES de actualidad Nº 5
Agosto 1990

(A propósito del Seminario “La Izquierda en Transición”)

Los días 3, 4 y 5 de mayo se reunieron en Santiago personalidades del mundo académico y político de la izquierda chilena. En el panorama partidario actual, desde el PC y el MIR hasta el PPD, pasando por esa región de fronteras abiertas que es el Partido Socialista unificado. Como se decía en bromas de pasillo, “desde Volodia a Brunner”.

La primera conclusión impresionista que se puede sacar de este evento es que no es posible hablar ya de la izquierda, sino más precisamente de las izquierdas, y esto no por registrar el hecho objetivo de un espectro amplio partidario, sino fundamentalmente porque hay por lo menos tres discursos de izquierda en el Chile actual: una izquierda fundamentalista, una izquierda mutante y una izquierda liberal.

Estas tres lógicas no tienen una correspondencia orgánica directa, más bien diríamos que están presentes, en mayor o menor medida, a lo largo del espectro partidario de toda la izquierda.


LA IZQUIERDA FUNDAMENTALISTA

La izquierda fundamentalista hace del marxismo-leninismo un acto de fe. En ese discurso existen verdades universales y atemporales y se obvia la historia. Según esta visión la historia es simplemente una sucesión de acontecimientos más o menos irrelevantes (o tan relevantes que lo explican todo, incluso que pueden desdecir la teoría y por lo tanto se considera a la historia un error), porque hay una misión definida desde la teoría de la lucha de clases (Marx) pasando por la teoría del poder (Lenin), para terminar en la construcción de un nuevo orden económico, social y político, preferiblemente latinoamericano (Fidel), para no mirar al viejo continente en donde desde Stalin todo se hizo mal.

La izquierda fundamentalista busca en las palabras ya escritas, la teoría, y en las experiencias históricas ya vividas, la práctica; así se mueve en un terreno conocido donde a lo más pueden haber sesgos, errores de apreciación y mala aplicación de un conocimiento ya dado. Desde esa posición lo que importa es rectificar, como si hubiera una línea ideal correcta ya trazada.

La izquierda fundamentalista hace una práctica intelectual endógena (mirando sólo hacia sí misma), porque lo que no corresponde a este universo de conocimiento no existe o no es válido, y como necesariamente debe recurrir a lo dado se transforma en una empresa intelectual y política conservadora. Se sostiene por la fuerza y coherencia de un pensamiento circular, sin fisuras, y por lo tanto no da lugar a la duda, que es la primera condición de cualquier pretensión científica (y, entre otras cosas, el tema favorito de Marx: dudar de todo).

Esta actitud es por lo tanto a-histórica, a-científica y en esta medida profundamente a-marxista y, por qué no decirlo, sin ninguna eficacia para actuar sobre la realidad, la que por ser histórica es cambiante (de Perogrullo) y por eso mismo está exigiendo permanentemente readecuaciones teóricas y, no menos, readecuaciones políticas.

LA IZQUIERDA LIBERAL

En el otro extremo del arco está la izquierda liberal, la que obviamente se desentiende del marxismo porque lo desestima de manera total. No le concede validez interpretativa en ningún campo del conocimiento, ni como filosofía ni como ciencia, ni como universo cultural, ni menos como acumulación de experiencia histórica. Por el contrario, hace una lectura del marxismo como si en su génesis (los clásicos) y en su desarrollo (los marxistas) siempre, en todo momento y en todo lugar hubieran levantado un dogma. Declara no sólo la obsolescencia del marxismo, sino fundamentalmente su indeseabilidad. En esta medida, tienen sobre la realidad una visión que autocalifican de pragmática, pero que en gran medida también se desentiende de la historia.

A diferencia de la izquierda fundamentalista, su eficacia intelectual y política es alta, por tres grupos de razones:

a) Recogen la actitud de irreverencia (como pensamiento secularizado) que antes ocupaba la izquierda marxista no dogmática, que es ineludible a cualquier empresa intelectual.

b) No están en crisis porque no se asumen como tributarios de la izquierda histórica que está hoy en crisis. De esta manera no se hacen cargo o simplemente les es ajeno el pasado ideológico, político, cultural de la izquierda chilena. La izquierda liberal tiene un discurso como si no hubiera formado parte o no tuviera responsabilidad en los aciertos y errores de la izquierda chilena pre 73. La izquierda liberal nace y se desarrolla en los últimos años de la dictadura de Pinochet. En este sentido es una izquierda fundacional.

c) Tienen una alimentación intelectual e ideológica exógena, permeable e ilustrada que les permite ser interlocutores y protagonistas de las élites gobernantes e intelectuales del concierto nacional e internacional.

LA IZQUIERDA MUTANTE

Finalmente, está la izquierda mutante, una izquierda en búsqueda, en transición y en proceso de constitución. Esta izquierda se asume en crisis. Parte de la puesta en tensión de la teoría y la práctica marxistas, pero a diferencia de la izquierda liberal no hace del marxismo una dosificación, sino que intenta comprender la historicidad del conocimiento. Hace de la duda no un acto de constricción, sino fundamentalmente una actitud intelectual de revisión y renovación. Le concede al marxismo (clásico y posterior) una validez relativa; acepta su ineficacia teórica como interpretación totalizante o sea, como anticipación del fin del capitalismo, y acepta a la vez su ineficacia práctica como acción de superación del capitalismo vía los “socialismos reales”. Sin embargo, recoge la actitud filosófica fundamental del marxismo: la necesidad de una crítica integral al capitalismo que sea eficaz como voluntad de transformación y que tienda por diversos procesos a la emancipación del ser humano.

La izquierda mutante tiene los mayores desafíos, porque no tiene un discurso homogéneo ni tiene propuestas homogéneas (afortunadamente), salvo las que derivan de sus intuiciones y su biografía. Tiene como autoexigencia hacerse cargo de su historia, de la historia del país y de la historia universal y en ese sentido se propone levantar una crítica teórica y práctica de sus teorías y no menos de sus prácticas políticas. Y por otro lado, tiene la autoexigencia de proponerse políticas y proyectos anticapitalistas sin tener una crítica al capitalismo contemporáneo (un marxismo post-Marx). En ese sentido tiene todo por hacer.

CONVERGENCIAS Y DIVERGENCIAS

La izquierda mutante comparte con la izquierda liberal la necesidad de moverse en un universo cognoscitivo de carácter ecléctico, porque su crítica teórica no puede ser meramente endógena. Esto la llevaría a reificar conceptos que fueron formulados cuando el capitalismo sobre el cual se edificaron tenía otras características. Al aceptar como parte de sus premisas el cambio del capitalismo mundial y nacional, tiene que asumir la extemporaneidad de un cuerpo teórico cuando ha cambiado el objeto: la sociedad contemporánea. De allí que no puede haber una actitud intelectual más marxista que plantearse críticamente sobre el propio Marx, o dicho de otro modo, levantar una crítica contemporánea al capitalismo contemporáneo, y no menos drástica al “socialismo real” y a su derrumbe. Esto lleva a los marxistas en crisis a un cuestionamiento del propio marxismo realmente existente. No como un acto de exorcismo y expiación de culpas, sino como un acercamiento secularizado, en que se ajusten las cuentas del haber y el contra del pensamiento político sustentado y la historia vivida.

Comparte también con la izquierda liberal la necesidad de plantearse políticamente en términos pragmáticos. Si pone en duda la cientificidad como absoluto de sus teorías, y la certeza de sus políticas preexistentes, necesita poner a prueba su “razón de izquierda” como corriente de pensamiento, corriente de opinión, cultura política, ideología, propuesta política y la forma partido. En la realidad contemporánea, particularmente en Chile post 88, esto significa que la izquierda mutante debe plantearse la renovación como un proceso, porque – aunque ya son lugares comunes conviene recordarlo – el mundo está cambiando y Chile está cambiando (no necesariamente en correspondencia lineal, porque a pesar de la distensión que se vive a nivel mundial Chile pareciera seguir en los tiempos de la guerra fría, tanto desde la izquierda fundamentalista como de la derecha neoliberal).

La izquierda mutante comparte con la izquierda liberal la revalorización de la democracia. Esto significa a lo menos consenso en desestimar en dimensión estratégica a la violencia como medio político; la aceptación de la alternancia en el poder; el pluripartidismo; y consecuentemente la convivencia de opciones políticas alternativas.

Sin embargo, la izquierda mutante y la izquierda liberal se separan en la radicalidad de la crítica al capitalismo. La izquierda liberal no cuestiona al capitalismo como sistema integral de relaciones sociales, en tanto la izquierda mutante sigue funcionando en el leit motiv marxista, es decir, comprometida en la lucha por la emancipación del ser humano, la que evidentemente no está garantizada bajo el capitalismo y más aún, está cada vez más tensionada en el capitalismo contemporáneo, particularmente en el Tercer Mundo y en América Latina.

Los discursos de la izquierda liberal y de la izquierda mutante se separan en lo que se refiere al tema de la “identidad” de la izquierda.

La izquierda liberal, desembarazada del peso de la tradición cultural de la izquierda histórica, intenta crear una nueva cultura de izquierda, como un acto de negación de la identidad tradicional. En este sentido pretende suplantar el marxismo o más genéricamente la “idea socialista” por un eclecticismo (que obviamente no considera el marxismo), por la “idea democrática”, como si fueren polos de una contradicción ineludible.

La izquierda mutante en cambio se plantea renovar la idea socialista en donde ha estado su fuerza históricamente y su posibilidad de incidir en definitiva en la política nacional. Renovación que pasa por asumir la crisis de los “socialismos reales” y la dogmatización de modelos de sociedad. Para la izquierda mutante el socialismo democrático es un proyecto no realizado en la historia conocida, aunque la socialdemocracia se le haya acercado en parte.

Relacionado con el tema de la identidad está el de la modernización. Para la izquierda liberal la modernización es la negación de la tradición (como si no hubiera tradiciones necesarias, como por ejemplo la vocación democrática del pueblo chileno y como si no hubiera modernizaciones conservadoras, como por ejemplo el Código Laboral de la dictadura).

Para la izquierda fundamentalista la modernización no existe, porque necesita apoyarse exclusivamente en las tradiciones, no importa el carácter conservador o anquilosante que éstas pudieran tener.

Para la izquierda mutante el desafío es doble: modernizarse como un acto de síntesis entre lo rescatable de sus tradiciones y las condiciones nuevas que presenta la situación nacional e internacional. En esta medida necesita recuperar sus aciertos históricos y superar sus errores. Sus aciertos fundamentales: encarnar una opción de cambio; y sus errores fundamentales: su incomprensión de la democracia y de las fuerzas sociales de su representación. Necesita adecuar su comprensión de la sociedad chilena y de la sociedad contemporánea. En ese sentido superar una visión marxista estrecha y dogmática y reconocer fuera del universo marxista (por ejemplo en el liberalismo) las preguntas y respuestas relevantes para sus objetivos de transformación. Necesita elaborar propuestas de todos los niveles imaginables, que sean alternativas al statu-quo de la sociedad contemporánea (que lejos de ser un statu-quo estático es dinámicamente conservador). Esto significa que el cambio deja de ser monopolio de la contestación para ser cambio en la lógica del capital o cambio a favor del mundo del trabajo o de la sociedad subyugada.

Es en este contexto de cambio capitalista que la izquierda fundamentalista queda fuera del juego histórico; y la izquierda liberal se ve cada vez más persuadida de la inevitabilidad y aun de la deseabilidad de los cambios a favor del capital. Por ejemplo, lo que comenzó siendo una aguda crítica al modelo neoliberal termina siendo casi un panegírico a la “revolución pinochetista”. La izquierda (que se resiste a la persuasión) no encuentra aún la posibilidad cierta de oponer no sólo una resistencia defensiva (que la hace conservadora), sino una real alternativa de pasos consecuentes hacia un objetivo máximo de la emancipación del ser humano. Emancipación que aun cuando como principio utópico jamás sea alcanzada en términos absolutos, a lo menos permite un marco de comparación (de allí la necesidad de utopías) con las condiciones perceptibles y reales en el horizonte histórico inmediato. La izquierda mutante, no importa donde la lleven sus transformaciones, no puede dejar de luchar contra la subordinación de clases, de sexo, de países, de regiones, contra el hambre, la pobreza, la ignorancia, en suma contra las desigualdades y alienaciones mensurables de la vida cotidiana, concreta y espiritual de mayoritarios conglomerados humanos. Ese es el principio intransable de la idea socialista.

Las posibilidades de diálogo e influencias mutuas están dadas entre la izquierda mutante y la izquierda liberal, porque ambas corrientes de opinión coinciden en una política pragmática. La primera, porque carece de un cuerpo teórico cerrado al cuestionar las certezas del marxismo circular. La segunda, porque también carece de un cuerpo teórico de interpretación que dé sentido a una lectura de la sociedad de carácter más inclusivo (no totalizante) que tenga perspectiva y retrospectiva histórica. Esto hace que la corriente de izquierda liberal levante y abandone en plazos muy cortos de tiempo sus propias tesis. En este sentido es un esfuerzo teórico de tipo “blando” o por decirlo en otros términos, muy determinado por las coyunturas nacionales e internacionales. Así por ejemplo, si miramos la última década, hay ciertos temas que se privilegiaron, conclusiones que se sacaron y que rápidamente fueron quedando abandonadas. En suma, el discurso se modifica a la par de los acontecimientos y en esta medida es casi un seguimiento periodístico de la realidad. A principios de los 80 se afirmaba: “las clases sociales han muerto, vivan los movimientos sociales”; a principios de los 90 se podría parafrasear la imagen: “los movimientos sociales han muerto, vivan los partidos políticos”.

El fenómeno de las teorías “blandas” también le acontece a la izquierda mutante. Podríamos tipificar este fenómeno como el ejercicio de “un sentido común ilustrado” ante la crisis de los paradigmas explicativos.

La izquierda fundamentalista en cambio se mantiene, como se ha dicho, en el plano de las certezas (aunque la realidad diga lo contrario) y en el plano de un discurso sin modificaciones que resulta, por decir lo menos, anacrónico y por lo mismo resulta una suerte de monólogo de una izquierda autoalimentada ajena a la sociedad que se dirige.

La izquierda fundamentalista, aunque llegara a superar el dogmatismo, será incapaz de superar la limitación discursiva y por lo tanto conceptual si no rompe con la limitación de su universo cognoscitivo. Quedará atrapada en los límites de lo dado, pues abandonar el fundamentalismo significaría su desaparición.

LAS PREGUNTAS DE HOY

Un análisis pragmático y ecléctico, movilizado más por el sentido común que por aproximaciones teóricas redondas, necesariamente desemboca en la necesidad de articular visiones diversas de la realidad.

Esto hace que el debate ideológico presente en la recomposición política de la izquierda post-Pinochet, más que enfrentar posiciones irreductibles (exceptuando obviamente a la izquierda fundamentalista) sea un ejercicio de enfrentamiento de tesis cuya validez no depende ya de un cuerpo teórico dado y probado como verdades universales y atemporales, sino más bien un ejercicio de pretensiones científicas limitadas, de alcance interpretativo cuestionable, tanto desde los marxistas en crisis como desde los liberales anti-marxistas.

El enfrentamiento de tesis y contratesis lejos de ser una limitación para la política, potencia la realización de una empresa intelectual y política fecunda.

Las preguntas de fines de siglo XX ya no pueden seguir siendo si Marx, Engels, Lenin, Stalin, Trotsky, Mao, Bujarin, Luxemburgo, Plajanov, Bernstein, etc., tenían o no la razón (o por el otro lado si Hegel, Weber, Durkheim, etc.), sino más bien cómo enfrentar la modernidad capitalista haciendo nuevas preguntas y buscando nuevas respuestas, en el objetivo de cambiar la sociedad. Un cambio que a lo menos asegure que la hegemonía neoliberal o neoconservadora o el viejo autoritarismo renovado logre no sólo una tenaz resistencia (que también se podría dar, como la respuesta del fundamentalismo de izquierda), sino esencialmente una alternativa democrática inédita, que es más un acto de creación histórica que la reiteración de versiones ya ensayadas.

El liberalismo de izquierda y el marxismo autocrítico se necesitan mutuamente, porque una vez establecido el consenso básico de la necesidad de un proyecto democrático de cambio social, es imprescindible para la izquierda marxista mutante reconocer la paternidad liberal de la idea de democracia como régimen político. Pero en el mismo movimiento es imprescindible para la izquierda liberal (si no, no tiene para qué ser izquierda) reconocer que las democracias históricamente conocidas no han asegurado la libertad, la igualdad y la solidaridad, y que por ello está aún pendiente un proyecto radical democrático que redefina la democracia política y redefina la democracia social (esta última referida a la transformación de las relaciones sociales asimétricas, incluidas las de clase, que sojuzgan a algunos seres humanos sobre otros).

La izquierda liberal tiene sentido además como componente del proyecto de izquierda, porque el salto ideológico neoliberal amenaza la idea democrática como pensamiento político. Esto es particularmente visible en Chile, en donde la democracia recién recuperada vive en permanente amenaza, no desde la izquierda que mayoritariamente asume el proyecto democrático como suyo, sino fundamentalmente desde la derecha que no trepidaría en reponer el régimen autoritario parcialmente desplazado.

Así, el liberalismo actual es también la sobrevivencia de un pensamiento político cuestionado y puesto en crisis por el neoliberalismo. En esta medida se trata también de valores decimonónicos puestos en juego, que no por ser decimonónicos (como se le acusa al marxismo) dejan de ser actuales y vigentes.

El discurso y la práctica política neoliberal, que nace con la impronta autoritaria, obliga a la izquierda chilena marxista, ex marxista, a los marxistas mutantes, no marxistas, liberales de izquierda, pragmáticos, eclécticos, cristianos, no cristianos, etc., no importa cuál sea su componente ideológico, a repensar los temas del individuo y de la sociedad. La experiencia autoritaria no sólo intentó acabar con el sistema político chileno, sino que fundamentalmente atentó contra la sociedad misma, es decir, contra la gente en su circunstancia individual y colectiva. Así, intervino de manera dramática en las biografías de millones de personas.

Durante los últimos 16 años se afirmó, y con razón, que Chile vivía la más profunda crisis de su historia durante el siglo XX. Esta afirmación se hacía desde la perspectiva de la sociedad castigada por el Estado autoritario impuesto por las Fuerzas Armadas, es decir, desde la perspectiva de la gran mayoría del país que sufría los flagelos de la exclusión y de la represión directa.

En el acto de “sobrevivir” a esa dictadura se produjo en el país y obviamente en importantes sectores de la izquierda, una mutación cultural respecto de la democracia. Esto quedó de manifiesto en el plebiscito de octubre y, posteriormente, en el triunfo electoral de la Concertación.

Una izquierda que no entienda esa mutación cultural está condenada al ostracismo y a una práctica política defensiva e inconducente.

El país, que vivió tan largos años presa de la violencia estatal, quiere paz social. No una paz social bovina, sino una paz social fundada en la razón democrática que reconoce el conflicto, la justeza de las demandas de los excluidos, el derecho a sus reivindicaciones, pero rechaza la violencia como medio político.

El país que vivió el cercenamiento de la libertad quiere un Estado de Derecho que garantice esa libertad, y eso supone la negación de toda dictadura, incluida la dictadura del proletariado.

El país que vivió excluido por la lógica del mercado, como idea totalizante del neoliberalismo, exige la formulación de un modelo de desarrollo con equidad, y esto lejos de ser un tecnicismo de carácter neutro, recoloca el viejo tema socialista de la justicia social (para el cual el liberalismo no tuvo respuesta, a pesar del principio utópico de la igualdad, y el “socialismo real” no tuvo respuesta a pesar del principio programático de la propiedad estatal). Queda entonces pendiente cómo acercarse a la justicia social de manera no sólo pragmática, sino también como un esfuerzo teórico que redescubra los mecanismos esenciales de la explotación de unos hombres sobre otros.

Finalmente, pero no menos importante, es el reconocimiento de que esta mutación cultural de revalorización de la democracia, que de acto de sobrevivencia a la dictadura se transforma en conciencia política, y que de conciencia política se transformó en el triunfo del gobierno de la Concertación, es el más importante juicio político a la dictadura de Pinochet y a su sustento neoliberal. De la izquierda depende que este juicio político se transforme en conciencia y opción política socialista.

El aprendizaje histórico genera una izquierda que debe tener la capacidad para erigirse en alternativa política que reivindique su pasado socialista, su presente de renovación socialista y su futuro de opción de mayorías.