Sección: Internacional: Reordenamientos y transiciones globales

Guerra y Paz en el África Negra

Rafael Berástegui

AVANCES Nº 37
Agosto 2000

El progreso de África al sur y al oriente del desierto de Sahara fue durante décadas un objetivo declarado de fórmulas que le vincularon a la guerra fría. Desde los primeros años de la independencia de la denominada “África Negra”, la trama de la confrontación global Este-Oeste alimentó a bandos contrapuestos. Esta trama proporcionó orden relativo y explicación a las pugnas frecuentes entre africanos, mientras dibujaba el futuro promisorio que seguiría a la derrota final del adversario. Desparecidos los hilos que movían a sus países hacia la izquierda o la derecha del espectro político internacional, el África Oriental o Subsahariana se muestra hoy como un volantín a la deriva, en medio de una tormenta de vacíos de gobierno y de poder, corrupción, conflictos armados con objetivos confusos, asesinatos masivos, enfermedades y hambrunas. Lo peor es que el rescate del volantín africano cuanta cada vez con menos partidarios en el mundo.

Misiones imposibles

La Organización de Naciones Unidas (ONU) tiene tres misiones de paz en África Negra, todas con escasas perspectivas: en la frontera de Eritrea con Etiopía, bajo auspicios de la Organización de la Unidad Africana (OUA); Sierra Leona y la República Democrática del Congo (RDC, ex Zaire). El acuerdo de paz firmado en junio, en Argel, entre representantes del Primer Ministro etiope, Meles Zenawi, y del Presidente eritreo, Isaís Afwerki, es uno de los escasos logros recientes de la OUA, atribuido a la habilidad de su Presidente en funciones, el mandatario argelino Abdelaziz Bouteflika. Etiopía, cuna de los soldados más bravos del continente, es un casi imperio multiétnico que, si bien nunca fue colonia europea, sufrió en dos ocasiones (1936 y 1944) la invasión de Italia. En 1962 se anexó a la ex colonia italiana de Eritrea. La mayoría de los etíopes profesa el cristianismo copto, en contraste con los eritreos, entre quines predomina el islamismo. Pero el cristiano Zenawi y el musulmán Afwerki, antiguos compañeros de armas en la lucha guerrillera contra el dictador militar Mengistu Haile Mariam (1977-91), disponen de una oportunidad, tal vez la única, para limar asperezas y revertir las secuelas de una guerra que deja decenas de miles de muertos y un millón de refugiados. A ello, se añaden las consecuencias de la pertinaz sequía, que arruina cosechas en las dos naciones, situadas en una de las áreas más pobres del planeta. Sin embargo, no se descarta que el acuerdo de Argel sea sólo una pausa en 25 meses de enfrentamientos por la delimitación de la frontera común, en una franja de mil kilómetros de terrenos desolados, en cuyas proximidades habitan etíopes y eritreos cristianos coptos, de la misma etnia tigray. La guerra sigue siendo popular en ambos lados desde el referéndum de 1993, que consagró la independencia de Eritrea y privó a Etiopía de salida al mar.

En el mundo de la postguerra fría, los compromisos militares significativos de los principales miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU dependen de la opinión pública favorable que generan los medios de prensa, los que suelen preferir relatos interesantes, edificantes y comprensibles para el gran público: “buenos” y “malos” deben distinguirse con facilidad en los relatos a los cuales, además, hay que dotar en lo posible de un final feliz. En ese contexto, el África Negra es un sitio inadecuado para ganar rating. La Operación “Restaurar la Esperanza”, ejecutada por EE.UU. en la ex colonia italiana de Somalia, en África Oriental, para neutralizar una guerra entre clanes que diezmaba a la población civil, fue paradigmática. Luego que varios soldados estadounidenses murieron en emboscadas son poder diferenciar somalíes buenos y malos, la prensa dejó de prestar atención al asunto y el Presidente Bill Clinton ordenó la retirada (1994-95), para dejar que los clanes de Somalia sigan ajustándose cuentas hasta nuestros días.

El interés de la prensa nacional se concentró, a continuación, en el extremo opuesto del continente. En Liberia, en la costa guineana, fuerzas regionales de paz que buscaban perfilar mejor a la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEEAO): Nigeria, Ghana, Guinea-Conakry, Gambia y Sierra Leona) establecieron una mediación entre tres fuerzas liberianas en guerra. EE.UU. indujo a un arreglo favorable para el grupo más potente militarmente, en el entendido de que impondría con rapidez el cese de hostilidades. De esa manera, los observadores occidentales validaron las controvertidas elecciones de 1997, que dieron la Presidencia y el control absoluto del país a Charles Taylor, un traficante liberiano de diamantes opuesto a la presencia de la CEEAO y apoyado por el régimen golpista que, previamente, había ayudado a instalar en la república de Burkina Faso. Tan pronto como Taylor se hizo dueño de la situación en Liberia, sumó esfuerzos con Burkina Faso para colocar a las puertas de la victoria al aliado de ambos en Sierra Leona, el líder rebelde Foday Sankoh. En el transcurso de su ofensiva, Zanco tomó de rehenes a quinientos miembros de la misión de la ONU. Se requirieron enérgicas acciones conjuntas en Sierra Leona de Nigeria, Ghana y Gran Bretaña para sostener al Presidente electo Ahmad Tejan Kabbah, cuya fama de corrupto es apenas sobrepasada por la del jefe rebelde. Sankoh, quien fue finalmente apresado en mayo último, podría ser llevado ante un tribunal internacional que juzgue sus violaciones de derechos humanos. En cuanto a Taylor, la sensación más grave dictada en su contra es el congelamiento de un crédito por $47 millones en fondos de asistencia al desarrollo de la Unión Europea.

Puzzle Congoleño

Un conflicto de mayores consecuencias, ramificaciones y enredos sacude a la RDC, la otrora Zaire, un territorio de ubicación geopolítica clave, muy rico en diamantes y minerales estratégicos. El Consejo de Seguridad autorizó el despliegue en el país de 5.537 “cascos azules” que deben funcionar con un presupuesto de $ 400 millones, de los cuales ya han gastado más de $41 millones sin conseguir hacer callar los fusiles. En los antecedentes del caso, hay una primera misión de la ONU en el ex Congo Belga (1961-64), más numerosa y mejor financiada, durante la cual fue asesinado el militante independentista y Primer >Ministro, Patrice Lumumba, y ocupó el poder en Kinshasa, la capital, el jefe del ejército, Mobutu Zeze Zeko. Mobutu sofocó una rebelión separatista en la provincia de Kananga, de extensión similar a la de Francia. Los rebeldes kataguenses se refugiaron en Angola e ingresaron allí en el ejército colonial portugués. El vicealmirante izquierdista Rosa Countinho, a quien la Revolución de los Claveles en Portugal nombró Alto Comisionado en Angola (1974), traspasó 6 mil soldados katangueses del ejército colonial al Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), que recibía ayuda militar de Cuba y la Unión Soviética. Con posterioridad, tales katangueses realizaron dos incursiones armadas sucesivas en la provincia zairense de Shaba (ex Kananga, 1977-78), que Mobuto rechazó con el auxilio de tropas de Francia y Marruecos.

En Ruanda, entretanto, al retirarse el colonialismo europeo dejó el gobierno en manos de la mayoría étnica hutu, de procedencia natú, y segregó a los tutsis, emigrados hace siglos de Etiopía y señores tradicionales de la zona. Los tutsis descontentos recibieron orientación ideológica, armas y entrenamiento militar de instructores chinos, norcoreanos y cubanos asentados en Tanzania. Fueron reclutados para operar contra Mobutu en áreas del este de Zaire y, luego de ser derrotados, se dispersaron por la zona. Los combatientes tutsis consiguieron hacerse amos de Ruanda, en 1994, donde pusieron fin a una serie de sangrientas revanchas masivas entre tutsis y humus. Otros contingentes tutsis engrosaron el movimiento guerrillero de Yoweri Museveni, quien maneja desde 1986 los destinos de Uganda. Los veteranos tutsis y los gobiernos de Ruanda y Uganda, junto a tutsis zairenses y soldados katangueses del MPLA angolano, integraron el ejército con que Laurent Descree Kabila derribó finalmente, en 1997, la corrupta y desprestigiada administración zairense de Mobutu. El vencedor de Mobutu fue mimado por la prensa occidental y firmó contratos multimillonarios con varias empresas mineras transnacionales. El jefe del nuevo régimen de Kinshasa era un agitador político formado por el maoísmo, cuyas dotes de probidad y liderazgo fueron, en su momento, cuestionados por el guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara (1). Sin embargo, a pesar de su expediente, de haber prohibido las agrupaciones opositoras, dilatado la convocatoria a elecciones y estar bajo sospecha de violar derechos humanos, las acciones de Kabila recibieron elogios prematuros de líderes africanos del prestigio de los ex Presidentes Nelson Mandela, de Sudáfrica, y Juluis K. Nyerere, de Tanzania. Las cosas se complicaron al año siguiente, cuando se redujo la popularidad interna, Uganda y Ruanda se distanciaron de su aliado y armaron dos grupos opositores rivales que se disputan los yacimientos de diamantíferos del nordeste de la RPC. La administración de Kabila depende de las tropas regulares de Angola, Zimbabwe y Namibia, que combaten a su favor con un elevado costo político, material y humano.

Contexto accidentado

La geografía de la mitad norte de África está marcada por el extenso desierto de Sahara, que establece una frontera geográfica y racial. En el desierto y al norte viven bereberes y árabes, pueblos islamizados, de tez más o menos clara y origen caucásico. En las cercanías del Sahara y beneficiados por el movimiento de hombres que llevaban técnicas y habilidades de un lado a otro, surgieron varios imperios negros en África Occidental (siglos VIII-XIX d.C.): Ghana, Malí, Sangay, Kanem-Bornu, Benin, Oyo, Dahomey, Akwamu, Ashanti, Fulani y Mandinga. Al sur, y también al oriente, es la tierra de los negros, conocida de manera genérica por los griegos como Etiopía; llamada por los bereberes Akal n’Iguinawen o Guinea; y por los árabes Bilad as-Sudan. Al sur del Ecuador, el territorio africano tiene estepas, que parten de las altiplanicies de Etiopía; y tierras bajas y húmedas, por la mitad norte de la cuenca del río Congo. La zona de las estepas es demasiado seca y las densas florestas son demasiado húmedas para la agricultura. Las mejores condiciones para la vida humana se localizan en la frontera entre las dos zonas, o sea en el mismo centro del continente. Esta es la parte de mayor densidad poblacional y donde se organizaron importantes instituciones políticas autóctonas. A excepción de las zonas secas del nordeste (Kenya y Tanzania) y el sudoeste, los pueblos al sur del Ecuador hablan lenguas emparentadas, provenientes de la familia bantú. Algunos grupos bantúes, como los Sotho Tsawana y los Ngunis, carecieron de estados centralizados. Pero otros grupos conformaron reinos que impresionaron a los exploradores europeos (Luba-Lunda, Buganda, Bunyaro, Ankole, Karagwe, Ruanda, Burundi, Congo, Mwenemutapa, Mwta Yambo, etc.).

Todavía en 1879, el 90% del África Oriental y Subsahariana era patrimonio de los africanos. La situación se modificó con rapidez luego que el comercio de los europeos con África dejó de limitarse a las costas del Atlántico. Los ferrocarriles y los avances del transporte fluvial permitieron el acceso al interior del continente y agudizaron las disputas por la participación de África entre Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Portugal, España y Alemania, durante la Conferencia de Berlín (1884-85). No se planteó una empresa colonizadora en profundidad, como en el Nuevo Mundo español y portugués. El impacto del dominio europeo tardío en las sociedades africanas varió en función de as políticas aplicadas por cada potencia colonial, así como también en función de los territorios y las etnias involucradas. Los franceses diseñaron en África Occidental el sistema más firme y centralizado de gobierno colonial, basado en la prescindencia de las etnias locales y la aniquilación de los reinos autóctonos existentes, Bélgica y Portugal copiaron en muchos aspectos el modelo francés. Gran Bretaña, en cambio, optó por la Política de Mandato Dual que encubría el control colonial bajo una administración ejercida con participación de los jefes africanos tradicionales. Al mismo tiempo, el gobierno británico fomentó y subsidió una mejor educación para las elites africanas, impartida por misiones cristianas. (2) Bajo los diferentes modelos coloniales hubo etnias privilegiadas por su colaboración con los nuevos amos y grupos castigados por su rebeldía. Para los señoriales y orgullosos pueblos pastores (hereros en Namibia, masais en Kenya, tutsis en Ruanda y Burundi) resultaba más ofensivo aceptar la dominación colonial que para los pueblos agrícolas y dóciles (hutus de Ruanda y Burundi, etc.). Para grupos guerreros, que antaño habían sido colonizadores (ndebeles de Zimbabwe, ngunis de Zambia) constituía una verdadera deshonra pagar impuestos al europeo y hubo estados centralizados (mandinga y Ashanti) que libraron guerras prolongadas de resistencia.

Las fracturas preexistentes en las sociedades africanas no fueron subsanadas con el advenimiento de repúblicas independientes en el África Negra, que prolongaban las separaciones de un mismo pueblo mientras imponían la convivencia con etnias enemigas. La OUA fundada en Addis Abeba, Etiopía, en 1963, tomó nota temprana de los problemas que ocasionaría respetar las demarcaciones arbitrarias fijadas por la Conferencia de Berlín para las potencias europeas. No obstante, concordó en que se trataba del mal menor: el cuestionamiento de las fronteras habría provocado múltiples confrontaciones bélicas. Tampoco ayudó que el proceso de descolonización e independencia se comportara como caldero de la guerra fría en las primeras dos de sus tres oleadas (1956-62, 1975-80 y 1989-94). El desarrollo del panafricanismo, meta estratégica de la OUA, quedó lastrado por las desavenencias entre el radical Grupo de Casablanca (Ghana, Guinea-Conakry, Malí, Argelia, Egipto, Marruecos y Túnez) y el moderado Grupo de Monrovia (Liberia, Sierra Leona, Nigeria, Etiopía y todas las ex colonias francesas, excepto Guinea-Conakry y Malí). No obstante, los Grupos de Casablanca y Monrovia tenían a su vez diferencias internas y los frecuentes golpes de estado de la época provocaban en ellos constantes acomodos y realineaciones. A comienzo de los 80, ambos estaban desarticulados. Para entonces, el papel de la OUA era insignificante y la retórica panafricanista estaba desacreditada. El llamado a la unidad y la integración de los pueblos africanos se transformó en justificación para líderes que, con frecuencia, actuaban como jefes de tribus más que como presidentes de repúblicas. En nuestros días, algo queda de la invocación a lo africano para dificultar el libre juego político mientas se distribuyen entre parientes los puestos clave en el gobierno, e ejército y los negocios.

Serios desafíos

Hace cuarenta años, el producto interno bruto (PIB) de África Negra era casi igual al del sudeste de Asia, una región de menos recursos naturales, que también venía saliendo de la prolongada tutela europea. Hoy el PIB de los africanos es apenas la sexta parte del correspondiente al sudeste asiático, no obstante las secuelas de la crisis económica. A partir de 1961, mientras el sudeste asiático superó en cuatro veces la media de crecimiento mundial en la producción de alimentos, esta producción per cápita se redujo en África en 12%. En realidad, las comparaciones de datos asiáticos con africanos hacen abstracción de contextos históricos, políticos y socioculturales muy diferentes. Las grandes cosmovisiones asiáticas, puestas al servicio de vastos imperios, redujeron en fecha temprana la atomización de las comunidades tradicionales y allanaron el terreno para el crecimiento económico. Si desean indicadores socioeconómicos superiores, los africanos necesitan mejoras sustantivas en variados aspectos, donde son prioritarios los relacionados con la consolidación del estado nacional. Semejante consolidación, que no implica renunciar a las especificidades africanas, es imprescindible para generar consensos, autoridades legítimas, gobernabilidad, sana administración y paz en los territorios. Es hora de comenzar a ser serios a propósito de un subcontinente que parece perdido para la modernidad, lo cual significa que, tanto la comunidad internacional como los propios líderes del África Negra, abandonen de una vez los zigzagueos políticos y la improvisación. Si existe voluntad para ello (y suficiente comprensión de desafíos, urgencias y plazos), se tienen medios para inducir el salto cualitativo en los estados nacionales africanos, aunque por cierto, nadie puede sustituir a los actores ni obligar a los africanos a saltar.

Por razones que no han sido suficientemente investigadas, sobreviven en África demasiados residuos de cultura tribal que chocan con el normal desarrollo de instituciones políticas modernas. En su forma más pura, la estructura tribal aparece generalizada. En una tribu no hay tantas instituciones diferentes como FUNCIONES diferentes de las mismas instituciones. Las familias, por ejemplo, que son entidades políticas, tienen considerable importancia en la sociedad tribal. Son una pequeña jefatura dentro de una serie de jefaturas. Pero son, en igual medida, las principales autorreguladoras puesto que están organizadas desde el respeto y la autoridad englobados en las relaciones familiares. La supervivencia parcial de estas prácticas puede llegar a ser fuentes de desestabilización para cualquier estado nacional.

La característica proliferación de conflictos en África Negra, unos subsumidos en otros, casi hasta el infinito, donde los aliados de hoy serán los enemigos de mañana, son también rasgo básico de las sociedades tradicionales segmentarias. Allí, una superestructura, estatal o de otro tipo, es un arreglo político, un muestrario de alianzas y enemistades, con una finalidad moldeada por consideraciones tácticas. Las relaciones importantes de confederaciones de clanes o regionales surgen, la mayor parte de las veces, determinadas por amenazas competitivas, en relación con las cuales la cooperación económica y ritual a gran escala puede desempeñar el papel derivado de suscribir la cohesión ante peligros exteriores. Pero la formación de entidades políticas superiores, sin embargo, es con frecuencia difícil para los clanes, por algunas de las mismas razones que la harían provechosa: una unidad más elevada tiene que luchar con las divisiones segmentarias de la infraestructura, con grupos locales económicamente concentrados en sí mismos, dispuestos a defender sus propios intereses contra los intrusos. Un conocido antropólogo cultural estadounidense advierte que tal anarquía “Puede ser un riesgo grave, quizá demasiado profundamente arraigado para que sea posible superarlo”. (3)

La idea no es identificar el progreso con lo nuevo y moderno, en contraposición absoluta con lo tradicional, como supusieron algunos teóricos en os años 60. Aquella visión, que despreciaba en bloque las viejas costumbres, condujo en el subcontinente a serios errores políticos, económicos y sociales. De manera que, ya en 1889, un estudio del Banco Mundial (4) puntualizó que las estrategias viables tienen que asumir que muchos valores e instituciones tradicionales africanas pueden ser un sustento sólido para el progreso. El estudio concluyó que, en concreto, la lealtad persistente hacia los grupos primarios en África Negra, la cual ha sido tan denostada, es un factor de desarrollo económico si se le sabe utilizar bien y combinar en dosis apropiadas con lo moderno. Por ahí va, también, la receta para algunos males políticos africanos.

Notas

1. Laurent D. Kabila fue el jefe nominal del área de la actual RDC donde operó en 1965 Ernesto Guevara, al mando de un reducido contingente cubano. Ver: Guevara, Ernesto Che, Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1999. Ver: Gálvez, William, El sueño africano del Che. ¿Qué sucedió en la guerrilla congolesa?, Ed. Casa de las Américas/Cultura Popular, La Habana, 1997.
2. Una descripción exhaustiva del tema en : Oliver R./ Atmore A., África desde 1800, Ed. Francisco de Aguirre, Buenos Aires, 1977, págs. 163 a 211.
3. Sahlins Marshall D., Tribesmen, Ed. Prentice-Hall Inc., New Yersey, 1970, pág. 34.
4. The World Bank, *Subsaharan Africa: from crisis to sustainable growth, Washington D.C., 1989.