Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores
Ideas para analizar el desencanto y reencantamiento ciudadano
Robinson Pérez
Breve contextualización del tema
Las ideas que se plantean surgen a partir de los indicadores electorales recientes, que contienen por cierto, una evaluación crítica en determinados sectores ciudadanos, del funcionamiento político en el contexto actual.
La lectura de esta crisis de producción de ciudadanía electoral democrática es diversa: se puede sostener con validez, que el fenómeno descrito se explica por las carencias económico-sociales. La solución del tema sería por tanto el diseño e implementación de una agenda social.
Sin perjuicio de esta explicación socio-económica del desencanto, se requiere de la incorporación de nuevas variables: una de ellas es politológica, relacionada con el tema de la institucionalidad y modo de hacer política, que tiene como uno de sus rasgos y fuerte elitismo y centralización decisional. Otra variante a considerar es socio-cultural, se mueve en el campo de los imaginarios colectivos, percepciones de la democracia y las expectativas realizadas o frustradas. Trataremos de analizar y explorar parcialmente algunos aspectos relacionados con el tema.
Elites políticas, ciudadanía y Partido
La reconstrucción de las elites políticas en el país en los noventa ha sido producto de la interacción de diferentes factores y procesos. Entre ellos destacan: el posicionamiento de los líderes emergentes en el conflicto democrático especialmente en la década de los ochenta; el modelamiento conductual derivado del escenario político transicional; las estrategias de los actores políticos; el nuevo estilo dirigente y naturalmente, el efecto posmodernista.
Considerando en particular un factor, como es el complejo escenario de la transición pactada – determinado entre otros elementos, por una institucionalidad y régimen político-electoral de sobre representación de la Derecha -, apreciamos como se ha ido generando un fenómeno característico de Gobierno de mayorías forzado a negociar leyes y políticas fundamentales con un Congreso dominado en la Cámara Alta por los sectores de derecha.
En este contexto institucional se ha desarrollado un estilo de reracionamiento entre las elites, conceptualizada por Lipjhart en estudios de otros procesos de transición, como consocionalismo, de cooperación y consenso – forzado o deseado – entre las elites del régimen autoritario y de las nuevas elites políticas democráticas.
La hibridez articuladora de las elites se explica por la necesidad de dar gobernabilidad al sistema, encontrar salidas negociadas a las políticas del gobierno democrático, la valorización macroeconómica de la variable política de la estabilidad. Sin embargo, el resultado de este consocionalismo o cooperación entre las elites de origen autoritario y de sello democrático, ha tenido un efecto sicopolítico y cultural en la ciudadanía democrática, de insatisfacción por el resultado alcanzado.
Cuando la política moderna se tiende a mover en el campo de los signos, señales y códigos, en la percepción ciudadana, especialmente en los sectores juveniles, más que un discurso o cifras de inversión social, tiende a pesar las imágenes de hibridez articuladora de elites políticas.
El efecto perverso o de sistema (Baudon, 77) del consocionalismo, en relación a la Concertación y a los partidos políticos, ha sido una tendencia a la centralización de la política democrática en pocas manos y el progresivo distanciamiento-divorcio con algunos sectores y actores socialmente significativos.
Del necesario proceso de conformación de elites dirigentes, en el contexto señalado, se ha ido transitando hacia un fuerte elitismo (concentración de la decisión en muy pocas manos), proyectando un cierto desencantamiento de parte de la base social de apoyo democrático.
Esta centralización de la política, derivada del modus vivendi Institucional y la lógica del fenómeno elitario, ha cruzado al propio Gobierno y los partidos políticos. La racionalidad de funcionamiento del sistema, articulado a la cultura política centralizante en el país, ha tendido a formar en las diferentes estructuras políticas, lo que Duverger tipificaba como “el círculo interior”, en las estructuras política, o pequeños grupos de tomadores de decisiones, reafirmando lo señalado a comienzos de siglo por Michels en relación a la elitización inevitable de los partidos modernos. Corolario de la práctica política centralizante y elitaria ha sido un tensionamiento entre directivas y base, entre partidos y entorno social de apoyo, sistema político y ciudadanía.
Para efectos del análisis en curso, trabajaremos y extenderemos la noción de ciudadanía a la militancia y base partidaria. Podríamos tipificar entonces una ciudadanía militante y una ciudadanía electoral no militante. La ciudadanía militante no solamente busca una participación electoral decisoria en materias de programas y gobernantes, sino también se interesa en relacionar e intervenir en proyectos partidarios, designar autoridades, realizar la mediación y canalización de demandas con la base social. Esta ciudadanía militante sería por tanto una profundización de la ciudadanía tradicional: más permanente, de reforzamiento de la ciudadanía no militante, interesada no solamente en ser “representada” sino también en “participación en los asuntos públicos”.
En la etapa actual, la producción de ciudadanía del sistema político registra síntomas críticos, en ambos componentes ciudadanos.
De una parte, constatamos la existencia de una crisis objetiva de la “ciudadanía militante”, que se demuestra en la baja asistencia a reuniones, precario funcionamiento de estructuras partidarias, insuficiente trabajo militante en la sociedad civil, incluso en las campañas electorales, que se mueven más por la magnitud de las finanzas disponibles que por el aporte humano militante. El recurso analítico del postmodernismo y la crisis de los paradigmas movilizadores pueden explicar en parte el fenómeno. Pero también es necesario considerar el impacto del fenómeno elitario-centralizante de la política, que proponemos como una de las claves para analizar el “desencantamiento” de la ciudadanía militante.
Es probable que sea la tendencia dominante de la política moderna. Un hecho político casi inevitable de la política democrática moderna, que funciona en las sociedades postindustriales con un 45 a 50% de abstención electoral, es decir, con sistemas políticos de depreciación ciudadana. Habría que proyectar, en consecuencia la profundización de la crisis de la ciudadanía militante, expresada en una apatía política estructural, interesada en ser representada antes que en participar activamente, por la percepción de inutilidad decisoria de tal acción. Y por lo mismo habría que concluir en el fin de la ciudadanía militante y su fusión-disolución en la ciudadanía electoral-tradicional, interesaba en movilizarse en torno a las grandes coyunturas electorales del interno partidario o relacionadas con el escenario político nacional.
Algunos hechos sintomáticos al interior de los partidos pueden explicarse, en parte, a la luz de lo señalado: el triunfo de la directiva actual de la DC, encabezada por Krauss y Moreno tiene entre una de sus causas, el sentimiento crítico de la base militante contra la directiva anterior y los mecanismos de toma de decisiones . En el caso del Partido Socialista habría que correlacionar ciertos indicadores de desencantamiento de la militancia activa con la existencia de la estratificación tendencial prolongada sin proyectos nítidos y los mecanismos actuales de toma de decisiones.
En el cruce de la militancia política y ciudadanía electoral, podemos apreciar en la última elección, que en general, tuvieron un fuerte apoyo ciudadano, entre otros, los parlamentarios socialistas o del PPD, que tenían un fuerte trabajo en sus distritos, vinculados a la ciudadanía social y política, y que eran capaces de asumir realmente sus intereses, en el plano del discurso público o de la acción política de mediación efectiva.
Es decir, la demanda de esta ciudadanía tradicional no es contraria a la formación y desarrollo de elites dirigentes, sino al fenómeno del elitismo o alejamiento de esa base ciudadana. Podría afirmarse entonces que hay una demanda de representación y mediación real. No solamente simbólica o virtual
Continuando con nuestro análisis, más allá del fenómeno de la militancia, podemos constatar la existencia de una crisis más global de producción de ciudadanía democrática. El crecimiento político-demográfico del sistema pasa por la inscripción de los jóvenes. Sin embargo, es en ese sector donde se evidencia una paulatina disminución de la inscripción, y por tanto el déficit de producción sistémica de ciudadanía.
En 1993, los tramos etarios de 18 a 19 años; de 20 a 24 y de 25 a 29 años tenían inscritos el 28,8%, en el primer grupo; al 71,5 en el segundo y el 95,9 en el tercer tramo etario. En 1995 en estos mismos tramos disminuye la inscripción al 15,6 en el primer grupo, 53,2 en el segundo y 88,8 en el tercero. En 1996, la tendencia se acentúa; solamente el 6,5% de los jóvenes del primer grupo están inscritos, el 48,3 en el segundo y el 83,7 en el tercero. En particular los jóvenes entre 18 y 24 años manifiestan una persistente conducta de no inscripción.
En la potenciación de la apatía juvenil y de subproducción de ciudadanía se entrecruzan el funcionamiento de las elites políticas y el juego institucional con las expectativas y oportunidades esperadas y logradas.
El desencantamiento y la doble crisis de las expectativas
Un efecto complejo de la evolución democrática ha sido el crecimiento de un fenómeno sicológico-social, el desencanto o decepción de sectores de base social. Si realizamos un vuelo político rasante de un poco más de una década, podemos apreciar como la energía societal desplegada para ganar la democracia, la ilusión abierta en el posplebiscito, el encantamiento con la política, reflejados en procesos tan masivos como las protestas democráticas y el plebiscito de 1988, se ha transformado en un lento desencanto y alejamiento de la política institucional.
La decepción de la acción pública, puede analizarse como resultado de la brecha abierta entre un imaginario idealizado que mueve dicha acción y el resultado práctico, que es siempre más sinuoso, pragmático y mediatizado. La persistencia de una razón utópica o radical en el comportamiento de grupos sociales en el accionar público ha sido explicada en algunos autores como Hirschman, por la necesidad social de un autoengaño para lanzarse a la acción, sea la de ganar una elección, la presidencia de un partido, el cambio de un régimen odiado.
Esta reflexión puede contribuir, en parte, a entregar una lectura explicativa acerca de la decepción de un sector de la juventud de los 90 en relación a la acción política pública: el actor juvenil no sólo fue un protagonista central de la lucha democrática de los 80, sino el que se movió con expectativas más altas. La brecha de insatisfacción con el resultado final fue más profunda en este sector. El elitismo de la conducción estratégica y la construcción parcial de una democracia, habría potenciado el distanciamiento de un sector juvenil con la institucionalidad y política vigente (el “nihaismo” político de la juventud de los 90). En este caso, el desencanto sería inversamente proporcional a la magnitud de la ilusión democrática.
Esta crisis de expectativas derivada de lo político y del imaginario colectivo esperado de la acción democrática, en el caso de un sector juvenil, permitiría explicar su orientación a un neoradicalismo (expresado en las elecciones universitarias de 1997) y búsqueda de utopías menores.
¿Se trata de un alejamiento de toda política?. ¿Es posible deducir una actitud antisistema generalizada?. Más que una conducta antisistema, de retiro de toda acción pública, o de individualismo extremo, el desencanto o decepción, en particular de los jóvenes refleja un cuestionamiento a los grupos dirigentes y partidos políticos: el 70% de los jóvenes manifiesta no tener confianza en los partidos políticos y un 58% señala no tener nada de confianza en los senadores y diputados (INJ, Primera encuesta nacional de juventud). De allí la pertinencia del análisis del tema del liderazgo público, de funcionamiento de las elites políticas y del modo de hacer política para analizar el tema de recuperar una confianza perdida o erosionada.
Pero existe una segunda crisis de expectativas en la juventud, que permite explicar la desafección con el sistema político. Está vinculada a la esperanza de cambio en las condiciones de vida socio-económica y cultural del sistema.
El 67,5% de los jóvenes señala que la carencia de oportunidades (incluyendo el desempleo y las oportunidades para el estudio), constituye el problema más importante. Si correlacionamos este indicador, con la opinión juvenil que la finalidad de la política es de orden socio-económico (desarrollo económico y disminución de desigualdades sociales) como lo plantea un 62,7% de los jóvenes, podemos concluir que la brecha de insatisfacción y desafección política juvenil dice relación con las carencias en materia de igualdad de oportunidades y equidad social para los jóvenes. (Ver INJUV, Jóvenes de los 90: antecedentes generales, 97).
Rawls en su análisis de la justicia social, sitúa como principio fundamental, el de lograr una efectiva igualdad de oportunidades para disminuir la condición de inequidad de los individuos situados en una hipotética posición original. Esta igualdad de oportunidades e una condición esencial para “triunfar” y requiere de una necesaria intervención pública para generar condiciones igualitarias de competencia y desarrollo.
En el caso de un sector importante de juventud, la demanda de igualdad de oportunidades al no ser satisfecha deriva en una crítica a las carencias de intervención pública o la ineficacia o debilidad de su acción. La democracia no ha logrado todavía satisfacer sus expectativas en materia socioeconómica y de desarrollo individual. Lo cual fomenta en un sector de juventud, la apatía cívica, la no inscripción, su negación como ciudadanos.
En suma, pensamos que el abordaje del tema del reencantamiento ciudadano, requiere de un enfoque holístico, con un tratamiento politológico, socio-cultural y económico-social. Dice relación con espacios de participación, credibilidad y estilos dirigentes, utopías movilizadoras, igualdad de oportunidades.
Referencias bibliográficas:
1. Lijphart, Arendt “Constitucional choice for new democracies” Journal of democracy I, John Hopkins University Press, Baltimore 1990.
2. Duverger, Maurice, “Los partidos políticos”. FCE, 1994.
3. Michels, Robert “Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna”. Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1975.
4. Hirschman, Albert “Interés privado y acción pública”. FCE México, 1986.
5. Rawls, John “Theorie de la justice”, París, 1971.