Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos
Identidad de izquierda y debate democrático
Eduardo Rojas
“Este socialismo a que me estoy refiriendo sólo podría desaparecer una vez desaparecido el objeto de su crítica, quizás algún día cuando la sociedad criticada haya cambiado hasta tal punto su identidad que sea capaz de percibir en su relevancia, y tomar en serio todo aquello que no puede expresarse en precios”
Jürgen Habermas
La discusión sobre la identidad de la izquierda ocupa recurrentemente el debate público y moviliza voluntades desde hace años, tanto en Chile como en el mundo. Lo cual denota la vitalidad y vigencia que, pese a “crisis” y “muertes” repentinas, conservan ella y el socialismo. Pero ¿de qué habla ese debate? ¿Puede razonablemente plantearse la vigencia de ideas y experiencias que se dirigieron a la sustitución del capitalismo en circunstancias que este se impuso e hizo “global”?
Las respuestas a tales preguntas no parecen o no pueden ya, como otrora, tener la certeza que da verle un fin a la historia. Sólo las puede animar la esperanza débil de una búsqueda siempre renovada. Los que vivimos en una época en que el político desapareció en beneficio del técnico, dice J. Kristeva recordando a Hannah Arendt queremos regresar a su exigente visión de ”la democracia como comunidad de diálogo entre individuos efímeros para quienes el consenso es siempre provisorio y la inquietud, permanente”. (1) Por una similar intuición, el pensamiento de izquierda adquirió pareciera este sello de provisoriedad que da la democracia, su identidad ya no cuenta con un futuro asegurado.
Nuestra argumentación asumirá que si se discute sobre identidades se lo hace sobre tradiciones. Todo el aporte de la hermenéutica a las ciencias sociales contemporáneas descansa en la idea del diálogo con la tradición. Pero, a su vez, el respeto de la tradición es siempre selectivo y, precisamente, esta selección sobre qué se mantiene y se cambia en ella es lo que significa la crítica. Nuestra identidad, señala Habermas, no es solamente algo que hayamos encontrado en la tradición sino que es también y a la vez nuestro propio proyecto, implica una distancia crítica con el pasado: ”sólo la sensibilización frente a los inocentes torturados, de cuya herencia vivimos, es capaz también de generar una distancia reflexiva frente a nuestra propia tradición”. (2)
Este artículo argumentará según esta noción reflexiva de la tradición. Tomará ideas de un reciente debate de Brunner y Moulian y otros autores, como J. Arrate y A. Cortés, y las pondrá en diálogo con la tradición de pensamiento sistemático más significativa de la última década, para el caso, la teoría de la acción comunicativa de J. Habermas.
Escrita haciendo política con la teoría, cuando caía el “muro de Berlín”, la tesis del epígrafe para la cual habrá socialismo mientras haya una sociedad incapaz de tomar en serio (la racionalidad de) aquello que no es mercancía, (3) agrega amplitud teórica al debate mencionado. Situar la señal de identidad, como lo hace, en la racionalidad de la objeción al mercado como principio único de integración social, presupone dos preguntas, sobre todo si el objeto es el ser de algo tan ideal como el socialismo: ¿Pueden las ideas socialistas erigirse como razonamiento válido en la sociedad del capitalismo global? ¿O carentes ya de suelo argumentativo convincente sólo pueden expresar pasión, fe, sentimiento, utopía?
La teoría adquiere un valore práctico poderoso cuando impera un discurso que, como el de la economía “neoliberal”, presume de científico; dudoso título, es cierto, pero no siempre puesto en su lugar. En la transición chilena, argumenta Arrate, las fuerzas de izquierda han mostrado debilidad para participar en el debate de ideas (4) y Cortés precisará que, presa de cierta soberbia normativa, el liberalismo progresista repone ideas teóricamente precarias y renuncia a la crítica de las contradicciones y límites del capitalismo y la modernidad. (5)
Expuesta de un modo brillante, la tesis de Brunner es que el suelo en que pueden todavía afirmarse las ideas de izquierda está en ciertas tradiciones culturales de libertad, igualdad y cambio, que dan forma al sujeto de izquierda, a su personalidad y sus grupos de referencia. Somos hijos de esa cultura, dice, con sus contradicciones y desarrollos, traiciones y malentendidos, grandezas y miserias. (6) Situados en ella, podríamos sostener razonablemente que el socialismo ha muerto y continuar siendo de izquierda, “dentro del horizonte capitalista… de la perspectiva y las demarcaciones del capitalismo global”. (7)
Esta mirada, “ontológica” por su referencia a aquello que constituye pero que a la vez demarca horizontes, otorga fuerza y debilidad al planteamiento. La crítica queda excluida cuando el ser habla y nos constriñe a un horizonte que no elegimos (de allí la fuerza) pero en cuya existencia nos ruega creer (de allí la debilidad). Con toda razón Moulian objetará a Brunner su fundamentalismo (8) y Cortés que diga que la historia empírica habla por él. Sin una filosofía de la historia, una creencia de que esta tiene un fin, no débil como quisiera el criticado, porque en tal caso no hay tradición que nos constituya ni horizonte que podamos distinguir, sino fuerte y totalizante, ¿desde qué lugar afirmar válidamente la muerte del socialismo y proclamar un futuro para el capitalismo global?
Tomada en serio, la ontología es insuperable para la descripción y comprensión del otro en su realidad y fundamentos