Sección: Internacional: Reordenamientos y transiciones globales
Interrogantes sobre El Vaticano
Rafael Berástegui
Persisten rumores sobre una eventual renuncia del Papa, a pesar de los desmentidos del Vaticano. Hay indicios de una inminente aplicación del párrafo 332 de la Ley Eclesiástica, que haría de Karol Wojtyla el segundo Pontífice en retirarse en vida, después de Celestino V, quien lo hizo en 1294. Pero ello no ocurriría antes del 6 de enero próximo, fecha en que se clausura del Jubileo o Año Santo y se cumple su anhelo de encabezar en gloria y majestad el ingreso al tercer milenio del cristianismo.
A los 80 años de edad, la salud del Papa polaco está lastrada por las consecuencias de seis intervenciones quirúrgicas – una de ellas después del grave atentado de que fue víctima en 1981 – y del mal de Parkinson. Ante las crecientes dificultades para caminar y los temblores en sus manos, el propio Wojtyla habría dedicado los últimos meses a preparar la sucesión. El nombramiento de los cardenales requeridos para completar la nómina de 120 con derecho a voto en el cónclave que deberá elegir al nuevo Papa, sería el toque final. Se han intensificado las especulaciones acerca de si el elegido será un candidato del continente americano, donde vive más de la mitad de los mil millones de católicos; o si el cónclave regresará a la tradición de buscar entre italianos al próximo Obispo de Roma. Lo que no está en discusión es que, en líneas generales, será muy difícil que los resultados del cónclave se aparten del sendero prefijado por Juan Pablo II, pues allí predominarán los cardenales de orientación conservadora, nombrados casi todos por el heredero actual de la mitra de San Pedro.
Condenar la Teología de la Liberación e instalar en su lugar la sensibilidad social de una actualización crítica de la doctrina social de la iglesia; repartir esperanza, calidez y jovialidad por los cinco continentes e invocar una moral añeja en temas de sexualidad y familia; contrastar el voluntarismo autoritario con la simpatía que despierta el manejo audaz de los medios de comunicación: el sello del estilo pastoral de Juan Pablo II tiene algo atractivo para los gustos más dispares. No obstante, en la recta final de su Pontificado se están remarcando los rasgos más controvertidos.
Septiembre negro
Los preparativos para una sucesión papal inusualmente controlada se hicieron mucho más evidentes a partir del noveno mes del año en curso, cuando la iglesia católica cosechaba los éxitos del Jubileo 2000. A pocas semanas de ser centro de una impresionante peregrinación masiva de jóvenes procedentes de distintos rincones del mundo, y con pocas horas de diferencia entre sí, la beatificación del Papa Pío IX y la declaración teológica Dominus Iesus, “Sobre la Unidad y Universalidad Salvífica de Jesucristo y de su Iglesia”, generaron una combinación de sorpresa, polémica y molestia. Los detractores radicales de ambas decisiones aseguran que serán recordadas como el ”Septiembre Negro” del Papa polaco.
El contenido de la Dominus Iesus, dado a conocer el 5 de septiembre por el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, subraya que la iglesia católica es depositaria exclusiva de una verdad “revelada, objetiva y universal”, así como que la primacía papal “proviene de la voluntad divina”. El documento de 36 páginas tornó problemática la continuidad de un esfuerzo de cuatro décadas en pro del acercamiento del conjunto de la cristiandad, pues, junto con proclamar la unicidad del catolicismo romano, rechaza de plano la legitimidad de las demás iglesias. El jefe de la iglesia anglicana y arzobispo de Canterbury, George Carey, reprochó al cardenal Ratzinger desconocer los avances en el diálogo ecuménico. En Ginebra, el Consejo Ecuménico de Iglesias lamentó de inmediato el pronunciamiento del Vaticano e indicó la necesidad de un “testimonio cristiano común” en los comienzos del tercer milenio. A su vez, la Federación Protestante de Francia denunció que la declaración “contradice las invitaciones a la humildad y a la apertura que escuchamos de la iglesia católica durante el Jubileo”. En cierta forma, la Dominus Iesus se enmarcó en el contexto de la ceremonia solemne del 3 de septiembre donde se informó la beatificación de Pío IX, cuyas implicaciones doctrinas y prácticas para el futuro de la iglesia sobrepasan ampliamente las correspondientes al texto del cardenal Ratzinger. El impacto del anuncio apenas consiguió amortiguarse con la beatificación simultánea de otro Papa, Juan XXIII (1958-63), a quien sus admiradores asocian con el aperturismo del Concilio Vaticano II, tan opuesto a Pío IX.
Para varios historiadores, el Papa Pío IX fue un hombre de educación modesta, poco preparado para regir los destinos del catolicismo en el período tan complejo y prolongado que le tocó (1846-78) y mal conocedor del mundo exterior: viajó una sola vez fuera de Italia, en una corta misión diplomática en Chile. Inició su papado como reformador liberal y lo concluyó como símbolo del autoritarismo conservador, no sin antes convocar al Concilio Vaticano I y arrancar a los delegados, en 1870, el reconocimiento de la infalibilidad de los Papas. (1) Esto último, pudo haber sido determinante para que la beatificación de Pío IX se concretara en septiembre, después de un par de intentos fallidos.
La causa de Pío IX fue iniciada durante el papado de Pío X (1903-14). Bajo el sistema jurídico existente en la época, fue sometida dos veces a votación por los asesores y prelados de la Congregación para la Causa de los Santos, sin recibir aprobación unánime, pues todos los testigos de primera mano, interrogados por los tribunales de investigación, objetaban la manera de gobernar su iglesia que tuvo el candidato a beato. El proceso tampoco prosperó al ser reactivado, en 1975, por el Papa Pablo VI. Se dice que, en la etapa inaugural de su pontificado, Karol Wojtyla nombró una comisión secreta de prelados y expertos para que le aconsejara sobre una eventual beatificación de Pío IX. Los miembros de la comisión habrían tenido que jurar que no darían cuenta de las deliberaciones del grupo ni reconocerían su existencia. Lo cierto es que, en 1985, pocos obispos estuvieron al tanto de la aprobación por Juan Pablo II de las “virtudes heroicas” de Pío IX, y, al año siguiente del visto bueno a un “milagro de intercesión” que se le atribuyó. Eso suele ser la antesala de una beatificación, a menos que se considere temporalmente “inconveniente”, como volvió a ocurrir en este caso. Según las versiones, se recomendó en la ocasión un aplazamiento, debido a que la condena por Pío IX de la libertad de conciencia y la separación entre Iglesia y Estado, contravenía principios democráticos, incluidos hoy entre los valores y derechos humanos promovidos por el Papado. Los expertos también habrían hecho notar entonces la convocatoria de Pío IX al Concilio Vaticano I con el propósito expreso de definir como norma de fe la infalibilidad papal, lo cual representaba el mayor obstáculo para una reunificación de las iglesias cristianas.
Controversias de santidad
La trayectoria de la causa de Pío IX introduce un debate adicional, relacionado con las innovaciones que posibilitaron que, en 22 años de Pontificado, Wojtyla haya casi duplicado la cifra de santos – y cuadruplicado la de beatos – proclamados por los demás Papas del siglo pasado.
En sus orígenes, hacer santos fue un acto espontáneo de la comunidad cristiana local. En sentido literal, hacer santos o “canonizar” significa incluir un nombre en el canon o lista de santos. A lo largo de los siglos, las comunidades cristianas han compilado numerosas listas de sus santos y mártires. Eran santos aquellos creyentes que habían muerto, estaban dispuestos a morir, o buscaban una muerte lenta “para el mundo”, a través de prácticas ascéticas, para dar testimonio de su fe e imitar a Cristo. La facultad de canonizar implicaba el poder de determinar el significado de la santidad. Los obispos desempeñaron, de manera gradual, un papel activo en la supervisión de los cultos emergentes y en el examen de las cualidades de santidad. Pero el Obispo de Roma sólo obtuvo el control del proceso de beatificación, paso previo para la canonización, mediante los procedimientos codificados por Urbano VIII (1623-1644) y perfeccionados en el siglo siguiente por el Papa Benedicto XIV. La intervención papal diversificó los modelos de santidad y transformó la imagen del santo, para reflejar los valores y las prioridades de la jerarquía eclesiástica. Asimismo, implantó la investigación retroactiva de la vida y obras de los candidatos, conducida por juristas canónicos residentes en Roma. Aunque, en principio, la beatificación póstuma de un Pontífice debe seguir los mismos trámites que la de cualquier creyente, los precedentes establecen que las causas papales sean iniciadas por otro Papa, el cual retendrá de manera directa, hasta su conclusión, todas las riendas del proceso.
El papel en la beatificación del derecho canónico, que se asemeja al derecho consuetudinario anglosajón (common law), en cuanto se basa en antecedentes y no en deducciones derivadas de principios abstractos, quedó desdibujado en la Constitución Apostólica dictada en 1983 por Juan Pablo II. Esta Constitución impulsó los cambios más profundos en materia de beatificación desde los tiempos de Urbano VIII y Benedicto XIV, con el objeto de implementar procedimientos sencillos, rápidos, colegiados y económicos. La reforma de 1983 abolió las disputas entre los abogados defensores del aspirante a beato y el denominado “promotor de la fe” o “abogado del diablo”, cuya misión era encontrar y formular objeciones a la beatificación del postulante. En la actualidad, la función de verificar las cualidades del postulante a la condición de beato recae en un colectivo de relatores al cual corresponde, además, supervisar la confección de un informe biográfico documentado de cada caso. De manera que el sistema vigente dejó de basarse en las prácticas de las salas de los tribunales y pasó a inspirarse en el modelo académico de investigación y redacción de disertaciones doctorales. (2) su flanco más débil es que, tanto la índole deductiva que predomina en las deliberaciones sobre beatificación como una excesiva celeridad en la tramitación de los casos, pueden afectar la calidad del procedimiento y dar cabida a consideraciones ajenas a lo estrictamente religioso.
En la beatificación final de Pío IX en septiembre habría predominado la intención de emitir un claro mensaje de reafirmación conservadora a ultranza en asuntos doctrinarios y preservación del modelo vaticano hipercentralizado que, junto con acelerar los preparativos de la sucesión del Papa polaco, contribuya a conformar un marco de continuidad, difícil de ser revertido a mediano plazo por cualquier sucesor. Tal interpretación se desprende de las palabras de Juan Pablo II en la ceremonia solemne de la Plaza de San Pedro donde, si bien indicó que una elevación a los altares “no celebra particulares hechos históricos, sino que reconoce la santidad y sus virtudes”, no pasó desapercibida su particular reivindicación del Concilio Vaticano I, que “clarificó con magistral autoridad algunas cuestiones, al confirmar la armonía entre razón y fe”.
Notas
(1) Ver, Hasler A.B. Como llegó el Papa a ser infalible, Planeta, Barcelona 1980.
King H. ¿Infalible?, Herder, Buenos Aires 1972.
(2) Un análisis detallado de la reforma en: Woodward K.L. La fábrica de los santos, Círculo de Lectores, Bogotá 1992 págs. 381-413