Sección: Internacional: Reordenamientos y transiciones globales
La democracia latinoamericana a fin de siglo
Gabriel Gaspar
Al finalizar el siglo es posible hacer dos balances del proceso democrático latinoamericano. Los dos se asientan en hechos reales, los dos expresan parte de la realidad política de nuestra región.
El primero se alimenta en la comparación de nuestra realidad vigente contrastada con la de la década de los setenta y los ochenta. En esa comparación el presente se muestra prometedor y auspicioso. De una época en que predominaban los gobiernos de facto, hemos transitado a un período donde predominan los gobiernos elegidos mediante procesos electorales. Recordemos que merced a la “estrategia de contención” diseñada por la administración Nixon y siguientes, impregnada de visiones de guerra fría, sumado a la reacción de los respectivos bloques dominantes al interior de cada uno de nuestros países, en la región se consolidaron diversas dictaduras militares que gobernaron por años.
La oleada de estos gobiernos castrenses, en su versión contemporánea empezó con el golpe militar que depuso en Brasil al presidente Joao Goulart en 1964, la serie continuó con el general Banzer, los coroneles uruguayos, Videla y Massera el 74, por cierto también está septiembre del 73. Sumando y restando, salvo Venezuela, la totalidad de los países sudamericanos quedaron a finales de la década de los setenta gobernados por regímenes militares. En Centro América no hubo necesidad de golpes, porque algunos de estos se habían dado en épocas anteriores (Guatemala el 54) o simplemente no fueron necesarios porque nunca hubo gobiernos civiles democráticamente electos. En suma, la oligarquía cafetalera constituida a inicios de siglo, conservaba las riendas del poder sin problemas pese a que ya estábamos a mediados de la segunda mitad del siglo XX. En ese mar de exclusión social y política que era Centro América destacaba la singular Costa Rica, uno de los países más democráticos del continente. Aparte quedaba México, con una política social de las más logradas en esas fechas en la región, con una diplomacia experimentada, un nacionalismo cultural encomiable y un régimen de partido de estado inexpugnable.
O sea, con todos sus matices, salvo México, Costa Rica y Venezuela, a finales de los años setenta, toda América Latina era gobernada por diversas dictaduras militares. Algunas como herencia de viejos dominios oligárquicos (Centro América, Paraguay) o como articulación de las doctrinas de contrainsurgencia propias de la guerra fría, que veía en cada demanda social o de democratización, una expresión de expansionismo soviético.
Ante aquel pasado, es obvio que el presente es más prometedor. Hoy en día la inmensa mayoría de los gobiernos de la región son resultado de procesos electorales. Es decir, los gobernados eligen a los gobernantes. Más allá de la diversidad de procesos en curso (transiciones concluidas, transiciones bloqueadas) lo cierto es que casi no quedan gobiernos de facto en la región.
Salvo Cuba (con régimen de partido único), Perú (con un alarmante proceso de concentración de poderes) y Haití (con un gobierno surgido de una votación donde participó una escasísima parte de la población y luego inmerso en una prolongada crisis de gobierno), el resto de la región posee gobiernos civiles, surgidos de procesos electorales, con medianas condiciones de competencia.
Por cierto, hay países donde la transición democrática concluyó hace tiempo, es decir, se han constituido nuevos regímenes políticos, donde se ha llevado a la práctica la alternancia y donde existe un efectivo liderazgo civil sobre las FF.AA. Otros van más rezagados y también encontramos casos de involución democrática; el ya mencionado Perú.
Pero con todo, el resultado es abrumadoramente mayoritario para la democracia en la región lo que no quiere decir que ya estemos convertidos en una confederación de cantones suizos.
Porque esa es la segunda lectura posible. La de las insuficiencias de la democracia latinoamericana de fin de siglo. El proceso democratizador lleva ya algunos años, y las expectativas de buena parte de la población se han visto frustradas por el desenvolvimiento del proceso democrático. En efecto, hoy es posible advertir un creciente “desencanto democrático” en sectores importantes de la ciudadanía: lo alimentan razones económico-sociales (democracia con ajuste no siempre genera comprensión ni menos popularidad); también han quedado sin resolver problemas de derechos humanos; la emergencia de nuevos problemas producto del diseño constitucional (un marcado presidencialismo en detrimento de partidos y parlamentos) junto a la mercantilización de la actividad política se conjugan para que muchos sectores de la población miren con ojos críticos al resultado visible de los procesos de democratización.
Los nuevos problemas de la democratización latinoamericana
¿Cuáles son esos problemas? A grandes trazos podemos identificar los siguientes:
a) Un marcado presidencialismo. La mayoría de los regímenes constitucionales de la región se caracterizan por un fuerte presidencialismo. De hecho sólo Haití tiene un régimen parlamentario. El presidencialismo en sí no es un problema, pero sí puede serlo cuando el sistema electoral no compatibiliza la generación de la autoridad presidencial con la parlamentaria. Lo que está ocurriendo en varios países de la región es que al existir diferencias en la duración de los mandatos respectivos, a mitad de un período presidencial se suceden elecciones parlamentarias. Si la ciudadanía no tiene otros mecanismos, éstas se transforman en virtuales referéndum de aprobación de gestión y el resultadota ha sido que en varios países se conforman mayorías opositoras en el congreso, esto lleva a un impasse legislativo que repercute en aprobaciones interminables de presupuestos, bloqueos parlamentarios o intentos de gobernar por decreto. En suma, empantanamiento gubernamental y legislativo. Esto les ocurrió al presidente Zedillo, y al presidente Menem, por nombrar dos de los casos más destacados.
b) La debilidad de los partidos políticos. Un rasgo caracterizador del nuevo proceso democrático latinoamericano es un creciente deterioro de los partidos políticos. Hay varias razones para ello. Una de las principales es que los partidos fueron blanco de fuerte represión en los tiempos de dictaduras militares. Privados de recursos materiales (periódicos, editoriales, legalidad); disueltos los espacios donde desenvolvían su accionar (parlamentos, libertad de prensa y opinión, organizaciones intermedias de la sociedad). Pero aun reprimidos físicamente, en especial sus elites (prisión, destierro y muchas veces atentados contra sus vidas). Es natural que los partidos se afectasen. Pero no es lo único, en otros casos, el aislamiento y la disgregación limitó las posibilidades de actualizar programas y propuestas en medio de un mundo en dinámica transformación. Otra fuente es el agotamiento de sistemas políticos que descansaban en otros pactos sociales, construidos sobre otro sistema económico social: el estado de compromiso surgido en los años cuarenta y cincuenta. La bancarrota de los dos partidos tradicionales venezolanos (Acción Democrática y COPEI) es un buen ejemplo de lo anterior. La implantación de un nuevo modelo económico (al que llamaremos neoliberal por comodidad) que prescindía de las tradicionales mediaciones estatales, privó a muchos partidos de los mecanismos básicos para mantener sus vínculos con la población. A todo ello podemos sumar los problemas que presenta pasar de sistemas de partidos de estado a un sistema electoral competitivo: el PRI mexicano, los Colorados paraguayos, y en alguna medida el Partido Comunista Cubano son ejemplos de esto último. Y por cierto, están los problemas surgidos de sistemas políticos donde nunca hubo posibilidad de desarrollo de partidos, porque el autoritarismo era de larga data: Haití, Guatemala, por nombras los más significativos, es decir, aquellos casos donde los partidos son inexpertos porque en general son muy noveles dado que tuvieron escasa posibilidad de desarrollo en la historia. Conclusión, en muchos países de la región los partidos son débiles y tienen buenas razones para ello. Eso no niega, dentro de la diversidad de la región, que existan los casos inversos, donde se ha conformado un nuevo sistema político, allí también se han conformado nuevos partidos o se han reciclado los preexistentes a las dictaduras: es el caso de Brasil, Argentina, Bolivia y Chile en alguna medida.
c) El desfase entre las expectativas económico-sociales y la realidad. La democratización de la sociedad era (y es) una idea fuerza de primera línea en la mayoría de las sociedades de América Latina en la década de los ochenta. También lo eran las aspiraciones a mejoras económicas y sociales. Comprensible en un continente que agrupa a casi 200 millones de pobres, sin contar las castigadas capas medias. La mayoría de los latinoamericanos, asociaron, con legítima aspiración, que el retorno democrático iba a ir acompañado de una mejoría de la condición social. Esto no ha ocurrido necesariamente así, aunque paradojalmente la economía latinoamericana haya vivido momentos de vacas gordas en determinadas coyunturas. El adelgazamiento estatal, la privatización de muchos servicios, las nuevas relaciones laborales (flexibilidad y precarización), entre otros factores hacen del actual modelo predominante un mecanismo excluyente de los beneficios, por lo menos para las mayorías. La revolución de las comunicaciones contribuye con mostrarle a millones de latinoamericanos que la vida es diferente según la suerte que se tuvo al momento de nacer. Es cierto que en varios países de la región se han hecho esfuerzos gigantescos por redistribuir, pero a veces el déficit histórico es superior, como ocurre en Bolivia. Peor aún es en los casos donde la economía ha caído cuesta abajo en la rodada.
d) La penetración del marketing en la política. La democratización de fin de siglo en nuestra región llegó de la mano de una fuerte penetración de los valores y los métodos del mercado. Marketing electoral, uso de refinadas técnicas comunicacionales, elites más preocupadas del rating que de la coherencia. Políticos que no hacen ninguna acción si es que no van con una cámara de televisión al lado. Eso es por el lado de las formas. En cuanto a los métodos se acentúa una competencia despiadada, un individualismo que disgrega a la sociedad, la mercantilización de buena parte del quehacer político. A lo anterior debemos sumar la importancia que adquieren crecientemente los medios de comunicación en la conformación de la opinión pública, en varios países, por no decir en la mayoría, estos medios están manejados por consorcios privados que no garantizan el pluralismo. Asimismo, la ausencia de mecanismos de control de gastos en campañas contribuye a crear desequilibrios gigantescos en el manejo de recursos publicitarios amén del delicado tema del origen el financiamiento de las campañas. La receta para estos nuevos problemas es la transparencia del gasto, la legislación respectiva que asegure igualdad de condiciones a todas las opciones ciudadanas.
e) La construcción de una nueva relación civil-militar. No es un tema totalmente nuevo, pero tiene un escenario diferente al de la Guerra Fría. El tiempo de las dictaduras dejó muchas heridas no cicatrizadas en materia de derechos humanos. Desaparecidos, secuestros de niños, negación de justicia, en fin. Ello conforma la herencia de un pasado de confrontación entre buena parte de la civilidad y los institutos armados. Las denuncias involucran a personal en retiro y algunos en activo, también a civiles que participaron en los servicios de seguridad. Sobre todo implica responsabilidades de mando. Pero junto a estos temas de corte judicial, están los temas propiamente profesionales: las nuevas concepciones de defensa en tiempos de democracia. Más aún, el replanteo de la problemática estratégica como resultado del fin del orden bipolar, la emergencia de la globalización y sobre todo, el acelerado proceso de integración que experimenta la región en la presente década. Estas mutaciones en la política internacional repercuten en el diseño de las políticas de defensa y conforman parte de la nueva agenda a desarrollar entre civiles y militares. Por cierto, esto exige la reconstrucción de las confianzas, el involucramiento de los civiles en los temas de la defensa, la incorporación a la doctrina castrense de la aceptación irrestricta del liderazgo civil, entre otros temas. Es un proceso en curso, en algunos países muy avanzados (pensemos al respecto en Argentina y Brasil) pero en otras regiones la evolución del tema es más lenta. También hay regresiones, es decir, un progresivo incremento de la presencia de las FF.AA. y los servicios de inteligencia en la política, en el caso del proceso peruano.
Los anteriores, son algunos de los principales desafíos que presenta la nueva democracia latinoamericana. En algunos casos, unidos a sus insuficiencias, han desembocado en la conformación de un emergente “desencanto democrático” que es posible observar en algunos países de la región. Síntomas de este desencanto el creciente abstencionismo, la pérdida de legitimidad de la actividad política, en particular de los parlamentarios, una subvaloración de los partidos políticos. En algunos casos, este desencanto ha cobrado formas de reciclarse al interior del propio sistema democrático. Ello conduce a un cambio de representaciones políticas castigándose a las tradicionales. Venezuela y el reciente triunfo del comandante Chávez es un buen ejemplo de esto, la crítica a los políticos tradicionales no deriva en conductas antisistémicas sino que alimenta la emergencia de nuevos actores políticos (el carismático nuevo presidente y su partido Movimiento por la V República).
Así, concluye el siglo con un proceso democratizador generalizado, pero con diferentes velocidades por países. Un avance importante respecto al período de militarización del Estado, pero con no pocos nuevos problemas.