Sección: Gobierno Bachelet: Gestación y desarrollo

La derecha y su "inteligentzia" política

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.
Octubre 2005

A escasas siete semanas para las elecciones presidenciales y parlamentarias, es enteramente legítimo y saludable intentar visualizar lo que será el cuadro político que emergerá después de un nuevo triunfo de la Concertación y de la consiguiente nueva derrota de la derecha.

Tal ejercicio analítico estaba permitido antes del 19 de octubre, merced a la contundencia y constancia de los datos que arrojaban las encuestas hasta esa fecha. Después del debate televisado entre los cuatro candidatos, las percepciones acerca del triunfo de Michelle Bachelet se han acentuado, acercándose a la condición de certezas. Conversión que se le debe en gran medida a la derecha y a sus candidatos.

El porrazo del vaticinio

Fue ella y fueron ellos los que le dieron un carácter de hito decisivo al evento y los que amenazaron casi explícitamente con destrozar la candidatura de Michelle Bachelet en el curso de esa discusión. No ocurrió así. Las amenazas se quedaron en eso y para los efectos prácticos la campaña presidencial virtualmente terminó. Una vez más la derecha hizo galas de sus equívocos.

Ninguna duda cabe que, en materias políticas y electorales, se ha configurado en Chile un escenario bastante excepcional en comparación con lo que ocurre en otras latitudes y, especialmente, en comparación a otros países latinoamericanos. Lo más reconocible y lo que más se ha destacado de esa excepcionalidad es la sobrevivencia ya casi por 20 años de una alianza de partidos y culturas políticas de orígenes y trayectorias muy diversas y su permanencia como fuerza gobernante eventualmente por cuatro períodos consecutivos, contraviniendo la “ley del desgaste natural”.

Pero esa situación excepcional no puede pensarse sin tener en cuenta el aporte de la derecha, pues en ella participan tanto los méritos de la Concertación como los desméritos de la derecha.

En términos político-históricos es tan “extraño” el hecho que la Concertación perviva y se prepare a gobernar por cuarta vez, como el hecho de una nueva derrota de la derecha que le anticipa, además, la posibilidad de tener que enfrentar tiempos difíciles y debilitadores. Es extremadamente curioso que una oposición vea mermada sus ambiciones de gobierno después de fungir como oposición por más de tres lustros. Algo – o más de algo – funciona mal en la derecha.

Una débil inteligentzia

Lo que aquí se sostiene, como hipótesis de trabajo, es que uno de esos “algos” se encuentra en la inteligentzia, en el “cerebro colectivo” de la derecha. Tiene fallas en el mecanismo pensante y en el sistema que articula pensamiento y acción política. Un ejemplo, casi grotesco, gráfica bien la hipótesis: para qué el exagerado y presuntuoso esfuerzo de los Talleres Bicentenarios si el candidato UDI, Joaquín Lavín, resuelve finalmente hacer una campaña monotemática, siguiendo los consejos de sus encuestólogos y comunicólogos.

En esta contradicción hay asuntos más profundos y gravitantes que los que derivan de la coyuntura y estrategias electorales. Detrás de ella hay una lógica más o menos tradicional de la derecha para enfrentar los problemas políticos, que alude, en el fondo, a esas “fallas de inteligentzia”, las cuales, a su vez, son causales – no únicas ni exclusivas – de la sucesión de equívocos que han conducido a la derecha a sufrir derrota tras derrota.

Cabe aquí una breve aclaración al respecto. Durante varios años y a primera vista lo que afectó negativamente a la derecha fueron factores de orden estrictamente políticos, particularmente tres: i) sus compromisos con el pasado dictatorial, ii) su férrea defensa del legado político-institucional de la dictadura y iii) las feroces peleas intestinas entre RN y la UDI. El punto es que, ninguno de esos factores fueron resultados de una “ley de hierro” que los impusiera. Resultaron de decisiones políticas voluntarias que, es de suponer, estuvieron precedidas de diagnósticos y proyecciones, es decir, de elaboración intelectual. Se vuelve al tema, entonces, de qué ocurre con el “cerebro colectivo” de la derecha que la impele a adoptar definiciones políticas inconducentes o ineficientes para los efectos de una estrategia de poder.

Sólo discursos

Una primera respuesta es que, simplemente, la derecha no tiene un “cerebro colectivo”, no cuenta con una inteligentzia que ilustre la política del sector con un sustrato de pensamientos comunes. Precisando: la derecha comparte ideas en muchas materias (ideológicas, valóricas, programáticas, etc.), pero de lo que se trata es de contar y compartir un cuerpo de ideas directamente válido para la política, para la acción política y para la esencialidad de la política, a saber, la pugna por el poder.

Dicho de otra manera. Sin duda que la derecha dispone de intelectuales y de redes intelectuales que elaboran pensamientos que influyen y que se colectivizan en el sector. Pero son pensamientos que no llegan más allá de la parte discursiva de la política. Es en el plano de lo operativo, de la política-acción, donde la derecha carece de una inteligentzia orientadora para la totalidad.

La práctica política de la derecha como conjunto es intelectualmente poco densa, escasamente ordenada por parámetros político-históricos. Es una práctica que se inspira excesivamente en lo temporal y con lógicas internas muy dispersas, dado que no provienen de concepciones y estrategias asentadas en pensamientos compartidos, sino, preferentemente, de miradas político-corporativas (de partidos, grupos o sujetos) y/o de oficios intelectuales que razonan la práctica política desde sí misma, desde sus aspectos puramente fenoménicos, superficiales.

En definitiva, la derecha no tiene un cuerpo intelectual articulador de la política-práctica con la política-historia. Por eso es que sus prácticas no responden a hilos conductores teóricamente concebidos que las concadenen y las hagan converger en estrategias de hegemonía social y de poder.

Ideólogos, pero no intelectuales

Se sabe que toda fuerza o corriente política tiene dificultades con la relación entre el trabajo teórico y la actividad político-práctica. En la derecha chilena esas dificultades son muy mayores a las habituales y, a veces, en extremo.

Por muchas décadas las derechas incubaron desconfianzas hacia el trabajo teórico. Casi por antonomasia, el trabajo teórico comprende la crítica, ergo, el pensamiento crítico. La derecha chilena tradicional, por su doble condición de conservadora y católica integrista, receló de la crítica y, por ende, nunca vio con buenos ojos al intelectual ni su labor. En sus filas virtualmente sólo aceptaba ideólogos.

En parte, y sólo en parte, la derecha contemporánea se ha liberado de esos prejuicios. El acriticismo tradicional se explica porque, en lo fundamental, la derecha en el pasado se encontraba en el lado puramente conservador en materias políticas, sociales y culturales. La emergencia de las teorías y de los modelos económicos neoliberales parcialmente liberó a las derechas de esa cerrada cualidad conservadora. Al asumir la idea y proyecto de cambio ofrecido por el neoliberalismo las derechas encontraron espacios para también ejercitar la crítica. En consecuencia, dentro del mundo derechista se abrieron opciones para una nueva intelectualidad, una intelectualidad crítica de derecha.

Pero este proceso no condujo al nacimiento de una intelectualidad de derecha homogenizada en términos de pensamiento crítico moderno. Por el contrario, introdujo otra ruptura en las elites pensantes. Algunas hicieron suya la práctica-teórica crítica per se y se embarcaron en la construcción de pensamientos políticamente traducibles a una nueva derecha de corte demo-liberal moderna.

Mirada crítica parcial

Otras, en cambio, sin abandonar el uso de la crítica, la convirtieron en un recurso para reformar el tradicionalismo de derecha, para tornarlo “moderno”. Concentraron sus críticas en la pervivencia de estructuras socio-económicas y políticas “premodernas” (léase, Estado, regulaciones, empresas estatales, etc.), pero dejando fuera de la crítica los efectos socio-económicos negativos de los cambios neoliberales. A la par, mientras defendían la aparición de un nuevo modelo de ciudadano (más “libre”, “informado”, consumidor, etc.), levantaban críticas valóricas contra las conductas liberales que entrañaban la aparición de esos mismos ciudadanos.

La ruptura entre estas dos vertientes intelectuales está muy ligada a lo que aquí se analiza, es decir, a las carencias intelectuales que muestra la política práctica de derecha, a la falta de un “cerebro colectivo” que ligue orgánicamente la actividad política con concepciones de la política, de sus leyes, de sus transformaciones, etc.

La intelectualidad de derecha aquí llamada “demo-liberal” es, por sus cualidades críticas, la más idónea para acercarse y comprender los fenómenos políticos modernos y para asumir sus significados en proyección de estrategias que, siendo estrictamente políticas, estén inmersas en un sentido de política-historia. Además, en términos concretos, es una intelectualidad numéricamente no menor, con algunos centros de producción intelectual de alta calidad y que cuenta con integrantes que forman parte de lo mejor de las elites intelectuales chilenas.

Marginados de la realidad

No obstante – y aunque no todos sus miembros lo perciban o estén enterados – esa intelectualidad está fuera de la política de derecha o, a lo sumo, en su margen. La teoría, el pensamiento político sólo interviene en la política real cuando influye en la actividad y en los eventos de la política. En consecuencia, los cuerpos intelectuales “están en la política” sólo cuando efectivamente tienen lazos con la ocurrencia de los hechos políticos.

La intelectualidad “demo-liberal” se encuentra bastante constreñida a los espacios puramente intelectuales, con escasas incursiones en la política real, incursiones que, en muchos casos, se debe al interés que sus ideas generan en el mundo político de la Concertación y no por el interés que despiertan entre sus propios políticos.

El casi ostracismo político en el que razonan esos intelectuales es lo que lleva a que la derecha actúe con un “cerebro colectivo” sin un hemisferio. Se podría decir que, sin ese tipo de intelectuales, la inteligentzia operante de la derecha es semi descerebrada.

¿Quiénes están en el “cerebro”?

En efecto, ese “cerebro colectivo” que, en rigor, es medio cerebro, está ocupado por dos tipos de intelectuales: i) por una franja neoconservadora que vindica la función intelectual defensiva tradicional del derechismo y ii) por una franja de intelectuales “subalternos” autonomizados (Gramsci), en el sentido, esto último, de que debiendo cumplir sus papeles bajo la égida de “grandes intelectuales” (Gramsci), se han independizado de ellos. Dicho metafóricamente: son tecnólogos sin supervisión de científicos y que pretenden suplirlos.

El primer grupo está formado, en lo grueso, por sucesores del político pragmático tradicional de derecha, reticente al intelectual y al pensamiento crítico y que le signa como prioridad a la política y al intelectual (o ideólogo, en rigor) erigir fuerzas defensivas contra los fenómenos modernos culturalmente liberalizadores y aquellos que son considerados como amenazas deconstructivas del orden social.

El segundo grupo se configura a partir de políticos o filopolíticos generacionalmente más próximos a la modernidad, pero, especialmente, en lo que respecta a la modernidad como edificadora de una sociedad y un “hombre tecnológico” (Armando Roa). Tampoco en este conjunto existe una preocupación importante por los nexos entre actividad y eventos políticos con las dimensiones más trascendentes de la política, simplemente porque están afectos a la incredulidad política moderna. Son discípulos de la versión vulgarizada del Fin de la Historia de Fukuyama. Su gracia es la cercanía a la comprensión de las dinámicas de la modernidad, pero con limitaciones y sesgos. Principalmente, porque i) sus alcances intelectuales no dan para omnicomprensiones de los fenómenos de la modernidad y ii) se enceguecen mirando encuestas y se agotan imaginando y creando estrategias comunicacionales. Es decir, son adictos a un muy pobre instrumental analítico.

Como se dijo, las carencias en la inteligentzia política de la derecha y que surgen del cómo se compone su “cerebro colectivo”, es una matriz explicativa de sus errores y son éstos, obviamente, coautores de la reproducción de un escenario en el que se repiten los vencedores y los vencidos.

Una antigua advertencia

Hace trece años, en 1992, Mark Klugmann, el olvidado precursor del lavinismo, le advirtió a la derecha: “Permítaseme ser claro: la UDI y RN se comportan como si estuvieran compitiendo entre sí primordialmente, cuando de hecho lo están haciendo con otras instituciones de la sociedad por una posición de influencia dentro del espacio socio-político denominado la derecha.” (Puntos de Referencia, Nº 100. CEP)

Este aserto pareció superado temporalmente por el ascenso electoral de la derecha entre el año 1999 y 2002. Pero han empezado a surgir señales de que se reaviva esa competencia con “otras instituciones de la sociedad”, producto de la retahíla de errores que ha sumado la conducción política de la derecha y que no dan indicios de poder ser enmendados por esa propia conducción.

Y la reacción se está organizando desde el empresariado. El protagonismo político y discursivo que han adquirido últimamente empresarios como Juan Claro, Hernán Somerville y Felipe Lamarca, entre otros, son señales evidentes de que la “derecha grande” ya no está dispuesta a seguir dejando en manos de la actual dirigencia e inteligentzia política el destino del sector. Y se puede presumir, leyendo el tipo de discurso crítico que han levantado, que pretenden ir más lejos. De hecho esos mismos discursos tienen visos de ser expresivos de otra inteligentzia de derecha, lo suficientemente política como para entrar en la arena de la actividad y de los eventos políticos.

Lo que se puede esperar, en consecuencia, es que, terminadas las elecciones y abierto el próximo año político, la recomposición de la derecha será un proceso en el que las elites empresariales y sus liderazgos político-intelectuales van a asumir mayor protagonismo y no sólo bajo la forma de presión sino también de la acción.