Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos
La temporalidad de la transición
Eolo Díaz-Tendero
Si se adopta como instrumento de análisis uno de los componentes básicos de la lógica que nos proponen los teóricos de la elección racional, en esta caso el relativo a que cada actor en juego se desenvolverá en el escenario con el objetivo de maximizar sus posibles ganancias, entonces de modo inmediato nos confrontamos con la necesidad de tomar un marco analítico fuertemente marcado por coordenadas temporales. Así pensado, en este contexto toda ganancia posible estará referida a un tiempo futuro donde se reflejen las acciones (en el sentido fuerte del término) emprendidas en un presente determinado. Del mismo modo, las posibilidades de actuar correctamente para lograr incrementar los créditos de la apuesta realizada, estarán necesariamente intencionados por una evaluación (siempre subjetiva) del pasado en referencialidad a un futuro deseado y evaluado a la luz de un presente particular. El punto que me interesa destacar en este escrito es que dadas estas coordenadas de análisis de una situación específica, asume suma trascendencia el marco cognitivo que cada uno de los actores haya podido formarse en su vivencia del pasado y del futuro, es decir, adoptando este punto de vista, podremos observar con mayor nitidez el proceso de construcción o constitución de una particular intersubjetividad que a su vez posibilitará con mayor detalle los fundamentos de la opción asumida por los actores principales para privilegiar un determinado escenario por sobre otros posibles.
Otro de los principios operatorios de la teoría de la elección racional está anclado a la importancia que en ella cobran los actores y las acciones individuales. Si el esquema de análisis estratégico nos recomienda considerar elecciones orientadas por estrategias de ganancias posibles, entonces deberemos poner especial atención en el rol que desempeñará la subjetividad de los actores involucrados. De aquí entonces el sentido de fondo del concepto de Marco Cognitivo que definiremos como una particular forma de visión de mundo basada en la acumulación de experiencias y conocimientos y en la adopción de ciertos principios que permitirán a los actores situarse en el mundo (en este caso en el contexto decisional) desde una perspectiva concreta y particular y que por tanto influirá al momento de tomar decisiones. Tal vez la referencia teórica más cercana a esta conceptualización es la de paradigma en el esquema de análisis que Thomas Kuhn (1) hace del desarrollo científico y que, según él está marcado no sólo por la adquisición de ciertos conocimientos técnicos, sino fundamentalmente por la pertenencia a una comunidad que comparte una visión del mundo.
Las siguientes páginas están centradas en un tema que requiere para su correcto análisis de considerar los dos elementos que venimos de destacar. Ellas están inspiradas en el análisis que Javier Santiso (2) ha hecho de la transición chilena en el esquema de lo que él llama el posibilismo. Por decirlo brevemente y en el cuadro analítico que él nos propone, este escrito quisiera mostrar cómo y por qué es posible decir que el caso Pinochet podría ser considerado como un punto de cambio en la temporalidad propia de los procesos de transición y consolidación de la democracia en Chile. Específicamente intentaré mostrar que los sucesos que hemos presenciado durante estos últimos meses han sido posibles justamente por el tipo de negociación efectuada por las elites chilenas durante el proceso político y de reforma constitucional de los años 88-89 y que respondería a una específica construcción y puesta en operatividad de una visión de mundo por parte de los actores ahí involucrados.
La aversión al riesgo como marco cognitivo de acción
Según este análisis, una de las características más importantes del proceso de recuperación democrática y de la transición en Chile fue la transformación del marco cognitivo de parte importante de la elite chilena efectuada durante los largos años de oposición frente al régimen militar. Este hecho habría permitido que la sociedad chilena haya hecho “el paso de una sociedad y de individuos insensibles al riesgo a una sociedad y a individuos fuertemente adversos al riesgo”. (3) Si consideramos que el riesgo surge sólo cuando nos situamos frente a coordenadas de análisis temporales, podemos decir que la sociedad chilena se habría transformado en una sociedad dominada por una temporalidad nueva, donde ya no primaría un futuro apasionadamente esperado (como figura de la promesa de una sociedad perfecta) o un pasado omnipresente como expresión de una determinación necesaria por parte de alguno de los componentes de la estructura social. La propuesta de Santiso consiste en afirmar que la temporalidad propia de la transición chilena sería el presente como expresión cabal de las posibilidades entregadas por el propio proceso político. Como consecuencia se puede decir entonces que, al interior de este marco conceptual, el riesgo aparecerá fuertemente vinculado a la presencia del pasado o del futuro en los dominios propios del presente. En el mismo sentido, la aversión al riesgo aparecerá entonces como la posibilidad del libre desarrollo de las potencialidades propias del tiempo presente.
Insistiendo algo más sobre este punto, podríamos afirmar que en esta transformación del modo de percepción de la realidad política, desaparecería o disminuiría drásticamente (hasta dejar de ser hegemónica) la tensión teleológica que identifica tan propiamente los eventos de los años 60 y 70 no sólo en nuestro país. En clave aún más general y abstracta, se podría decir que este giro representa la disminución de las potencialidades de un esquema racional clásicamente moderno de comprender, vivir e interpretar un proceso político y por qué no decirlo, tan vez representaría incluso la fenomenología de cierta percepción de la historia.
En aquello que toca a la transición chilena, este nuevo marco cognitivo marcado por la aversión al riesgo, sería el que posibilitó los acuerdos y los consensos alcanzados durante este proceso. Según las palabras de Santiso, “los demócratas chilenos dejaron al pasado el tiempo de pasar y al avenir el tiempo de venir”. (4) Sin embargo, volviendo la mirada sobre los hechos actuales, se puede decir que el caso Pinochet ha puesto en cuestión la eficacia y durabilidad del proceso de aprendizaje de la elite chilena desarrollado durante los años 80. Hoy este nuevo marco cognitivo estaría corriendo el serio riesgo de trizarse gravemente. Sin embargo, la pregunta que nos deberíamos hacer es cómo ha sido posible que este volver a situarse en las coordenadas del pasado y el futuro se haya efectuado con tanta facilidad. De ello dependerá que podamos sacar algunas consecuencias útiles para la generación de pautas de análisis eficaces.
Sin duda que el personaje involucrado es el icono más claro de una época particularmente cargada de tiempos y esquemas cognitivos diferentes y que su porfía de permanecer en escena trae con demasiada facilidad el pasado al presente. Sin embargo, paralelamente también se debe destacar que la elite chilena no ha sido capaz de hacer prevalecer estas nuevas coordenadas temporales y los esquemas de percepción de la realidad que de ellos se desprenden, utilizando los recursos políticos que el propio contexto político que se construyó en 1989 les entrega. ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de esta situación?
Según las indicaciones o señas entregadas por el marco de análisis propuesto y que hemos descrito de modo general, debemos saber encontrar en el caso Pinochet los elementos que han permitido la vuelta de un pasado y un futuro que presionan fuertemente sobre el presente. O analizado desde otro ángulo, deberíamos poder distinguir cómo nos puede ser de utilidad el caso Pinochet para distinguir dónde se encontrarían los puntos débiles del proceso de aprendizaje realizado por la sociedad chilena en las últimas décadas. En resumen: ¿Cómo fue posible la desaparición (momentánea) de la aversión al riesgo?
Según el análisis sostenido por este trabajo, es posible encontrar algunos indicios claros de lo anterior tanto en la forma en que se desarrolló el proceso de negociación de 1988-1989, como en la fuerte irrupción en el contexto actual de un escenario electoral altamente significativo y tensionante para la sociedad chilena y, muy particularmente, para la elite concertacionista.
El caso Pinochet como posible punto de crisis de la temporalidad
En un primer momento, debe ser dicho que el caso Pinochet es un evento absolutamente inesperado por el conjunto de la clase política chilena, por lo que la batería de respuestas imaginadas surge al calor de la propia dificultad. Ello ha cargado la coyuntura de respuestas poco meditadas y cargadas pesadamente de significados vinculantes ya sea con el pasado o, por contraposición y reflejo de las estrategias presidenciales en curso, también con el futuro. Es decir, situándose al interior del marco definido por el proceso político nacional (consolidación) no están dadas las posibles respuestas al hecho de la arrestación de Pinochet. Es difícil encontrar respuestas de lógica interna.
Altamente relacionado con lo anterior, se puede decir que a su vez los recursos políticos que la elite nacional posee para el manejo de la situación son bastante reducidos, ya sea si lo consideramos desde el punto de vista propiamente político o desde una mirada puramente institucional. Esto se puede explicar dada la condición que los hechos que han rodeado la arrestación del ex-general Pinochet no han dependido directamente del equilibrio de fuerzas cristalizado por el sistema político nacional en las negociaciones del 88-89. Esta última característica es muy importante para comprender cabalmente lo que está pasando en el escenario políticos actual, ya que la arrestación fue un hecho que se situó fuera de las coordenadas temporales del proceso político chileno. Es más, sobre todo después de la negación de reconocimiento de inmunidad diplomática efectuada por la Corte de los Lores, se podría decir que este evento se inscribe en una temporalidad más universalista y ligada a la posibilidad de inaugurar una etapa nueva en la humanidad, relacionada con la vigencia internacional factual de los Derechos Humanos, que tiene como antecedente inmediato la creación de la Corte Internacional de Justicia. Esta es sin duda la presencia de un futuro imaginado con mayor sentido por los actores políticos europeos.
Entonces, a partir de la anterior constatación se podría utilizar este hecho anómalo (5) como clave interpretativa de los acontecimientos anteriores, pero fundamentalmente se puede utilizar también como referente evaluativo de la debilidad de la objetividad (entendida como intersubjetividad asentida) construida por los actores políticos-sociales y las instituciones chilenas durante los períodos de la transición y la consolidación. Viene a ser algo así como la irrupción de lo foráneo que logra romper con los equilibrios y que como toda crisis puede ser vivida como donadora de oportunidades o amenazante. Ello dependerá del lado del tablero en que nos situemos, por decirlo en clave temporal, dependerá si nos situamos desde el futuro o desde el pasado, puesto que el presente se nos muestra trabado.
Es justamente en esta característica que se funda la diferencia entre la arrestación realizada a partir de la iniciativa de un Juez español y el intento de Acusación Constitucional emprendido por un grupo de parlamentarios chilenos hace algunos meses. Si bien ambas apuntan a restarle legitimidad a la figura de Pinochet, la primera nace y es controlada por agentes externos al proceso político nacional y por tanto ha tenido larga vida. En cambio, la segunda nace inspirada en actores nacionales y por ello, sólo queda en intento (aunque ello no signifique que no haya tenido consecuencias de duración no coyuntural). En particular, el intento de acusación mostró algunas debilidades del proceso de consolidación; la arrestación las está haciendo evidentes, es decir, para hablar en clave del análisis que venimos siguiendo, en el contexto de la acusación el marco cognitivo mostró sus primeros indicios de debilidad, pero logró mantenerse ¿intacto? gracias a la fuerza del marco institucional y las relaciones de poder heredadas de las negociaciones de 1988-1989. En cambio, durante el proceso de arrestación el marco cognitivo ha sido sometido a presiones mucho más fuertes y aún no logra reponer totalmente la percepción de mundo coherente con el esquema de aversión al riesgo. En mi opinión ello no significa necesariamente la interrupción o caída del esquema cognitivo en comento, pero sí muestra la necesidad de grandes ajustes y urgentes renovaciones.
De este modo, se podría caracterizar el contexto político anterior a la arrestación del ex-general Pinochet como un escenario donde el marco cognitivo de aversión al riesgo funcionaba relativamente bien, tal vez sólo un poco tensionado por la irrupción de debates sobre la eficiencia de la alternativa concertacionista (puestos en el tapete por los resultados electorales de las Parlamentarias del 98) y las respectivas estrategias presidenciales ya en curso. Para este último caso, en la coalición de gobierno se enfrenta la puesta en cuestión por los hechos de otro de los elementos claves de los acuerdos de 1988-1989, la subordinación del mundo socialista a la hegemonía democratacristiana.
Si bien durante las primeras semanas del conflicto pudimos observar que el marco cognitivo que estamos analizando casi desapareció de la escena política, después de fuertes tensiones al interior de la alianza de gobierno y la subordinación de los actores díscolos, lo hemos vuelto a ver casi completamente repuesto. Las fisuras fueron evidentes y por tanto las consecuencias lo serán también. Más bien las consecuencias deberían llegar a plasmarse en la nueva forma de posicionarse en el escenario que deberían adoptar los actores políticos para responder adecuadamente a una nueva vivencia de la alianza y por tanto que respondan eficazmente al proceso de construcción del nuevo marco cognitivo que estamos presenciando por estos días y que se inaugura, desde mi punto de vista, no con el caso Pinochet sino, con el hecho de que el PDC dejó de ser el actor hegemónico de la Concertación en las Elecciones Parlamentarias del 98 y del hecho concomitante relacionado con la baja de legitimidad registrada por la fórmula de gobierno Concertacionista.
La pregunta que brota natural es ¿cómo ha sido posible, en tan poco tiempo, se den las condiciones de posibilidad de un cambio de escenario tan importante? Desde mi perspectiva ello responde al hecho de que el marco cognitivo que venimos exponiendo no fue bien asumido e interiorizado por las elites chilenas y también por el hecho que el contexto político-institucional actualmente vigente no ayuda a consolidarlo.
¿La transición como proceso de aprendizaje?
Una parte importante de la respuesta a esta cuestión se puede encontrar, desde mi punto de vista, en lo que podríamos llamar debilidades del proceso de aprendizaje del nuevo cuadro cognitivo que la elite chilena vivió durante la transición. Como bien dice Javier Santiso, “de 1980 a 1988, día tras día, la oposición al general Pinochet se ajustó al timing del régimen militar, aceptando progresivamente los tiempos políticos inscritos en la Constitución del 80”. (6) Sin embargo, también se puede hacer otra lectura de estos mismos hechos: se puede decir que una parte importante de la elite chilena vivió este proceso como una serie de derrotas y no simplemente como el aprendizaje de mecanismos para generar consensos y revalorizar la estabilidad política. En este sentido se puede hablar claramente sobre las derrotas del año 84 y las del 86, sin que ello signifique que no sea posible detallar otras más sutiles, pero no por ello menos formadoras cognitivamente.
Bajo este prisma de análisis la entonces oposición llegará al último escenario de negociación (88-89), que es el que definirá el tinglado institucional del proceso de consolidación, después de haber fallado en la implementación de los dos casos que venimos de mencionar. Si observamos con detención, en todos los intentos anteriores de negociación (sea con apelaciones directas al diálogo, sea con la intervención de mediadores o vía presión social) la entonces oposición puso como tema central el de la legitimidad de la Constitución de 1980. Es más, se puede decir que la oposición se consolidó como tal y pudo generar un ethos constitutivo (que sin embargo cuajó en dos referentes opositores) gracias a la visión contraria asumida frente a la Carta del 80 y, además, se podría llegar a afirmar que fue en el marco temporal en que esta Constitución fue aprobada que ello comenzó a gestarse (los primeros espacios de acción colectiva pública se abrieron en el contexto de discusión sobre la aprobación o rechazo a la Constitución de 1980).
Sin embargo, puede decirse que el desarrollo del escenario post-plebiscito es en el único en que se produce propiamente una negociación entre Gobierno y Oposición, es decir, un espacio donde cada parte logra afectar la percepción del Punto de Seguridad (es aquello que poseo como actor sin necesidad de entrar al marco de una negociación) de cada cual para inducirlo a negociar y eventualmente a conceder. Si bien este escenario debuta en un ambiente marcado por la rigidez de las posiciones emergentes desde una parte triunfadora y otra derrotada, dadas las circunstancias políticas e institucionales (existencia del Capítulo XV sobre las Reformas, las elecciones Presidenciales del 90, el rol mediador de RN, etc.), sucede que ambos actores se convencen que necesitan ceder frente al otro para conformar el cumplimiento de sus objetivos fundamentales. Sin embargo debe ponerse en relieve un hecho principal y que puede explicar muchas decisiones posteriores; para el equipo negociador del Gobierno Pinochet el punto básico de su estrategia siguió siendo el asegurar la legitimidad de la Constitución, en cambio para la Oposición este pasó a ser el de asegurar la eficacia del futuro Gobierno que le correspondería dirigir. En este sentido se puede decir que el objetivo fundamental de la oposición dejó de ser una abstracta transición a la democracia y se transformó en la necesidad imperiosa de lograr avanzar en la democratización del país desde el Gobierno de la República en el corto plazo. (7)
Por ello, se podría decir que las debilidades mostradas por el nuevo marco cognitivo que ha guiado la transición chilena se podrían encontrar con la aceptación mal evaluada de los acuerdos y los consensos en torno a la Constitución de 1980. En esta mala evaluación están implicadas las apuestas a la construcción de un polo de derecha liberal que venimos de ver desmoronarse en las elecciones parlamentarias de 1998, la posibilidad de lograr mayorías parlamentarias suficientes para hacer las reformas pendientes, la estrategia de privilegiar la estabilidad por sobre la legitimidad al largo plazo, etc. Tal vez por ello, cuando sucede un evento que podría poner en cuestión la legitimidad de este marco, como lo ha hecho el affaire Pinochet, los actores aprovechan la oportunidad y retoman su gusto por el riesgo. El punto está en que hasta el momento ello no ha cuajado en ninguna iniciativa política de envergadura.
La aversión al riesgo como riesgo
Como ha dicho Przeworski, el objetivo más importante para asegurar una consolidación democrática sólida, es evitar por todos los medios posibles que pueda llegarse a formar un escenario proclive a una regresión autoritaria. Es decir, ello significará concretamente asegurar la fidelidad de los actores conservadores y militares al sistema democrático. Desde mi perspectiva para considerar las negociaciones de aquellos años, en el caso del proceso chileno, la aversión al riesgo no ha permitido una democratización definitiva del sistema político, situación que se habría confirmado durante las gestiones de gobierno concertacionista. Es decir, se ha hecho más evidente que en estas negociaciones ganamos en estabilidad (a estas alturas algo removida), pero perdimos en la creación de oportunidades para ampliar la legitimidad del sistema político nacional.
Termino con una cita: “Por cierto, disminuyendo los costos para la burguesía y los militares se llega a un buen acuerdo de equilibrio. El ejercicio de la precaución extrema en las transacciones con ellos puede entrar en conflicto con las metas programáticas básicas que anima el ejercicio de restaurar la democracia en primer
lugar.
“Del mismo modo la competencia democrática empuja a los gobiernos a buscar el apoyo (o al menos la aquiescencia) del sector popular, y favorecer a la burguesía y los militares puede llevar a perder votos”. (8)
Sin embargo, ¿qué podría suceder cuando nuestro sistema político no ha logrado construir un mecanismo de representación que entregue la capacidad de gestión a las mayorías electorales efectivas y por tanto no posee un claro contra-balance de las concesiones realizadas en vistas de la estabilidad del sistema? Es claro a partir de los hechos desencadenados por el caso Pinochet y las tensiones que se hicieron explícitas sobre el tablero político nacional, que aquello que tiempo atrás era vivido como una necesidad política para la estabilidad bajo un marco cognitivo de aversión al riesgo, hoy ya no lo es tan claramente. Creo que hoy estamos en presencia de un proceso de configuración de un nuevo marco cognitivo que aún no cuaja cabalmente, pero que está marcado por la experiencia achatante y desmotivadora de consensos sustentados sobre desequilibrios institucionales evidentes.
Uno de los riesgos más evidentes de las democracias contemporáneas es sin duda alguna la carencia de legitimidad. La representatividad, en una visión clásica de la democracia, es el mecanismo por el cual una sociedad es capaz de institucionalizar el sentir de los ciudadanos que la componen. Si no somos capaces de reconstruir los tejidos de relación entre aquello que sucede en los sistemas especializados en que se han transformado la política y la economía y aquello que sucede en la vida cotidiana de los ciudadanos, es muy probable que los niveles de abstencionismo y desinterés por la actividad pública sigan creciendo. Las lógicas derivadas de los requerimientos sistémicos del mercado son evanescentes, se disuelven en cuanto se concretan. El consumo es efímero como sensación de satisfacción. Por otra parte, la solidaridad y los sentidos de pertenencia generados en lo cotidiano y en los ámbitos cercanos a la sociedad civil no han tenido hasta ahora la suficiente fuerza para irrumpir las dinámicas sistémicas del poder y la economía.
El desafío de reforzar los niveles de legitimidad de una sociedad compleja está situado en el ámbito de la política y su capacidad de construir sentidos de pertenencia e integración. El punto clave está en que nuestras estructuras institucionales no permiten un funcionamiento eficiente de los actores políticos y a su vez estos actores políticos no han encontrado un camino de desarrollo propio. El primero no cumple con su función de entregar un conjunto de instituciones donde se pueda institucionalizar la opinión pública y los segundos no han tenido la capacidad de orientar sus acciones hacia un ámbito propio que es el del poder y la institucionalidad que lo conforma.
Notas
(1) Ver Kuhn, Thomas “La estructura de las revoluciones científicas; México, Fondo de Cultura Económica, 1985. También Díaz-Tendero, Eolo: “Fisuras de la modernidad”, Santiago, PUC; tesis para optar al grado de Licenciado en Filosofía, 1994; especialmente concepto de Escepticismo Crítico tomado de la gnoseología de David Hume.
(2) Santiso, Javier, “De l’Utopisme au Possibilisme: une analyse temporelle des trajectoires chiliennes et mexicaines” ; Institut d’Etudes Politiques de Paris ; Thèse Doctorale, 1997.
(3) Santiso, J., “Théorie des Rationnels et Temporalités des Transitions Démocratiques”, L’Année Sociologique, 1997 ; 47 Nº 2, pág. 140.
(4) Santiso, J., Ibid, pág. 142.
(5) Ver el tratamiento que hace Kuhn en su obra ya mencionada de los hechos anómalos como puntos de giro en el desarrollo normal de la ciencia y por tanto, dependiendo de su profundidad, se constituyen en punto de inicio del cambio de paradigma y de las visiones de mundo concordantes.
(6) Santiso, J., Ibid, pág. 142.
(7) Cfr. Con Cavallo, Ascanio, “Los Hombres de la Transición”, Santiago 1993. En el capítulo referido a Patricio Aylwin se relata el debate producido entre el que será posteriormente Presidente de la República y Ricardo Lagos, líder de la izquierda concertacionista, sobre las reformas que en ese momento se negociaban con el Gobierno. Frente a la oposición del líder izquierdista a la última propuesta del equipo Pinochet, Aylwin retruca que “la reforma busca el objetivo de la estabilidad democrática, no el de la destrucción de las instituciones. Se ha debatido suficientemente en la Concertación la necesidad de subordinar los intereses máximos al objetivo básico, que es el de ganar el Gobierno”. Las cursivas son nuestras.
(8) Collier, David and Norden, Deborah, “Strategie Choice Models of Political Change in Latin America”, Comparative Politics; Vol. 24, Nº 2, January 1992, pág. 236.