Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos

La tranca neoliberal

Guaraní Pereda

AVANCES de actualidad Nº 14
Junio 1994

¿Existe una alternativa al neoliberalismo? La interrogante llena de escozor a la izquierda mundial, y muy especialmente a las fuerzas progresistas latinoamericanas.

En nuestro país el debate tiene características singulares, batiéndose entre la denuncia estridente y repetitiva de los insanables males derivados el recetario económico de Milton Friedman apoyado en la arenga ideológica de Friedrich von Hayek por un lado, y al creciente escapismo al tema por parte de la intelectualidad comprometida con el gobierno de la Concertación –el anterior y el actual-, incluyendo a la izquierda.

Los matices, entre estos últimos, giran en torno a en qué medida el actual modelo económico se ha alejado de la matriz ortodoxa neoliberal, no pretendiéndose que dicha distancia sea muy sensible. Naturalmente – sin que esto importe una (des)calificación de carácter moral de los implicados -, ningún dirigente o cuadro técnico concertacionista puede admitir simpatías hacia el neoliberalismo, ni aceptar pasivamente que trabaja concientemente con una lógica neoliberal, aunque sea aduciendo que el marco en que opera tiene ese signo, el que se da por inmodificable.

Los intentos de interponer un modelo distinto y viable, hasta el momento no traspasan el umbral de los simples deseos de superar un esquema que – en eso se coincide – mantiene y acentúa la polarización entre ricos y pobres, pero que funciona con una eficacia que anonada cualquier esfuerzo por modificarlo, en una suerte de pánico por ensayar hacia lo desconocido.

Tres razones de una impotencia

A nuestro juicio, la situación señalada obedece a muy diversas circunstancias, entre las que destacamos tres.

Por un lado, la propia falencia teórica del pensamiento socialista ante el fracaso de los modelos estatistas que inspiraron sus propuestas programáticas del pasado, desde los esquemas populistas-desarrollistas que proliferaron en América Latina a partir de los años 30, hasta las planificaciones centralistas y burocráticas que caracterizaron al “socialismo real”.

Un segundo factor ha sido el involucramiento gubernativo del Partido Socialista. La amplia alianza de centroizquierda que desplazó a la dictadura fue habilitada por la estrategia gradualista y no rupturista en la que convergieron los partidos y movimientos políticos y sociales vencedores en 1988 (No) y 1989 (Aylwin). Victorias que abrieron espacio a una posibilidad democratizadora – en ningún caso a una democracia plena -, cuyo logro dependía de que las mismas fuerzas – y si era posible otras más – compartieran los beneficios y costos de gobernar en conjunto. Tal compromiso redundó en la ineludible complicidad del socialismo con los esfuerzos por la normalización y estabilidad de un régimen político fuertemente cercenado en sus atributos democráticos por los llamados “amarres autoritarios” legados por el régimen militar. La sobredimensión del desafío político que prevaleció durante la administración Aylwin, respecto a sus aspiraciones económico-sociales, aparejó simultáneamente la voluntaria morigeración de la crítica al modelo heredado y, más aún, la coparticipación en una conducción económica dentro de su lógica, a fin de evitar que desajustes desde la economía produjeran desequilibrios inmanejables en la política. Agréguese el que, en esas circunstancias, el mundo popular demostró una altísima madurez al subordinar sus demandas a los pesados requerimientos de la política. Así, la estrechez del espacio político en que se movió el primer gobierno de la Concertación, sumado a la relativa y comprensible pasividad del mundo popular, redundó en una suerte de ablandamiento del pensamiento económico dominante en la izquierda concertacionista y su virtual asimilación a las exigencias explícitas e implícitas de la esquemática neoliberal. Son cosas que recorren, más o menos silenciosamente, la reflexión socialista de los nuevos tiempos.

Los dos factores señalados – la carencia teórica y el compromiso gubernativo del PS -, son habitualmente reconocidos como dificultades básicas a la crítica socialista al modelo neoliberal y, por ende, a la elaboración de una alternativa.

Mas existe otro hecho, prácticamente no esgrimido y a nuestro parecer determinante en la inhibición de las capacidades, e incluso de la voluntad de búsqueda de opciones al modelo socioeconómico neoliberal por parte del cuerpo pensante del socialismo chileno: el éxito de su aplicación en nuestro país.

Las transformaciones en el Estado, en el sistema político en general y especialmente en el funcionamiento de la economía, realizadas durante la dictadura fueron tan radicales y consistentes como no lo han sido en ningún otro país del mundo. Se trata – como sí se ha dicho -, de una verdadera revolución capitalista, inédita en sus alcances y pretensiones de pureza y totalidad. Ni en Estados Unidos con Ronald Reagan, ni en la Inglaterra de Margareth Thatcher, las reformas y políticas neoliberales alcanzaron la profundidad y extensión con que se aplicaron en Chile, ni produjeron los resultados que motivaron a sus impulsores, como sí sucedió en nuestro país.

En América Latina, donde la pasión neoliberalista ingresó rauda en los años ochenta, en la práctica Chile sigue manteniendo el liderazgo desde la perspectiva de la prolijidad con que opera el modelo, aunque la escala de la economía de otros países, como Brasil, Argentina o México, haga que éstos pesen más y sean observados con mayor apetencia desde los centros dirigentes de la economía mundial. Porque a pesar de la decisión con que se han ido imponiendo como eje ordenador de las políticas oficiales, ni en Argentina ni en Perú ni en México el neoliberalismo ha logrado la coherencia y eficacia ya probada en Chile, lo que explica la arrogancia de los tecnócratas y empresarios que acompañaron desde dentro y desde fuera al gobierno de Pinochet.

Esta realidad restringe las posibilidades de salirse de la mecánica en que opera el modelo económico neoliberal. Porque su elevada y hasta envidiable eficiencia obedece precisamente a su capacidad de autodefensa y, como consecuencia, de reproducción, al margen, o relativamente al margen de lo que puedan hacer sus adherentes ideológicos y políticos en cada coyuntura. Es decir que el modelo tiene una alta “autonomía política” (o de la “política contingente”).

Los temores a los desequilibrios macroeconómicos – que se dispare la inflación en uno o dos puntos sobre lo previsto, que la brecha en el comercio exterior se amplíe demasiado (en contra, e incluso a favor de Chile), que el precio del dólar se maneje sin atender lo debido a los referentes externos, que el gasto público genere un déficit superior al 2% -; y los retos a la impersonalidad del mercado, provocan verdadero temor entre quienes tienen el manejo directo de las variables económicas.

Lo serio del problema es que dichos temores tienen fundamento racional, o técnico, en cuanto la modificación de cualquiera de las variables aludidas – por decisión de la autoridad o debido a una secuencia lejana, imprevisible e incontrolable -, tiene réplicas inevitables en el conjunto de las restantes variables. Digamos, simplificando, que el modelo funciona como un reloj, en el que una mínima obstrucción en uno de sus diminutos engranajes produce distorsiones en el conjunto del aparato económico. Usando una imagen más actualizada, una orden discordante con la lógica económica neoliberal es como un virus que enloquece o anula todos los códigos del computador.

En ello radica la fuerza y capacidad de resistencia al cambio –al cambio radical- del modelo neoliberal implantado en Chile, inmodificado en lo sustancial durante el gobierno de Patricio Aylwin y continuado en el de Eduardo Frei, no obstante y a pesar de los propósitos de corregirlo o “humanizarlo”. El fuerte alegato del ex Presidente Aylwin contra la crueldad del mercado es, quizás, el ejemplo más expresivo de su incapacidad para imponer un rumbo distinto al neoliberalismo, a riesgo de echar abajo todo el esfuerzo democratizador que realizó durante su gestión.

LOS EJES DE CASTAÑEDA

La relevancia del problema, de ineludible urgencia para una izquierda latinoamericana que puja desde muy diversas situaciones por empinarse hacia el poder en diversos países, motivó a la Fundación Jean Jaurès a organizar un Seminario en Montevideo, con la colaboración de diversas entidades españolas, italianas y uruguayas, cumpliéndole al Centro AVANCE, el patrocinio en Chile.

La ponencia introductoria a los debates – que reproducimos fue realizada por Jorge Castañeda, quien recientemente visitó Chile -, exponiendo en diversos encuentros y a través de los medios de comunicación sus puntos de vista sobre la situación y perspectivas políticas y económicas de América Latina.

La ponencia de Castañeda en el Seminario aludido sugiere “algunos grandes ejes por donde avanzar” hacia una política alternativa al neoliberalismo en nuestro continente.

Luego de referirse a las fuentes que sirven al financiamiento del desarrollo social en América Latina durante el último medio siglo –primero los recursos naturales, luego el endeudamiento externo y últimamente las privatizaciones -, constata que los capitales que siguen llegando lo hacen en función de una lógica predominantemente especulativa, manteniéndose estancada la tasa de inversión. El mecanismo que aviva el ingreso de ese tipo de capitales es el alto tipo de cambio, lo que facilita las importaciones que devienen en desmedidos déficit comerciales.

Para romper ese círculo vicioso que bloquea el desarrollo económico y social Castañeda plantea, en primer lugar, una reforma fiscal que permita elevar los recursos destinados a tales fines, lo que obliga a establecer nuevos pactos internos – para elevar la tributación – y externos – con el objeto de que la libertad al ingreso de capitales sea condicionada al pago de impuestos -.

En segundo lugar, reclama el saneamiento democrático del Estado. Porque “lo que América Latina ha tenido en el pasado no son Estados obesos o sobredimensionados, sino Estados pobres y autoritarios. Ahora se necesitan Estados con recursos y democráticos”.

En su esquema, no se trata de volver a la política de sustitución de importaciones, pero tampoco suponer que el crecimiento devendrá de “las ventajas comparativas del libre comercio”, sino que es preciso una alianza entre privados, trabajadores y Estado que defina las áreas en que se quiera ser competitivos. “Porque el mercado se equivoca; o acierta, pero siempre acierta en función del más fuerte y nunca del más débil”.

¿Será? o ¿No será?

El enfoque de Castañeda no despeja las muchas preguntas que la izquierda latinoamericana se hace sobre el neoliberalismo, acerca de sus fuertes y sus débiles. No redescubre un modelo de acumulación distinto al patrón capitalista neoliberal, a su vez histórica, social y políticamente posible. Es un aporte, como muchos otros, en la búsqueda de una respuesta global y científicamente fundada.

Pero resulta interesante, en particular, por la distinción que hace respecto a Chile, al que considera como el país latinoamericano más próximo a alcanzar grados aceptables de equidad social sin discontinuar los aceptables niveles de crecimiento registrados en los últimos años, opinión que reiteró en las conferencias y entrevistas durante su reciente visita a Chile.

De cumplirse el pronóstico de Castañeda, querría decir que el modelo chileno estaría permitiendo avanzar a un razonable nivel de crecimiento con equidad. Luego, o el neoliberalismo conduce a la justicia social o no la impide – según sostienen sus epígonos -, o el espécimen chileno no se corresponde con el paradigma neoliberal – como se afirma desde los equipos económicos de ambos gobiernos de la Concertación -.

Así las cosas, o el dilema, no resultaría inútil entrar al tema de fondo – la alternativa al neoliberalismo – desde la superficie. O sea discutir en serio –divorciándose de las obligaciones que impone la condición de partido o funcionario oficialista – y dilucidar si el funcionamiento de la economía chilena responde, en sus rasgos esenciales, a la esquemática neoliberal. Lo que pasará por un acuerdo acerca de lo que se considera neoliberalismo, especialmente como modelo económico. Cuestión que muy seguramente revelará diferencias no menores, tanto en el más extenso espacio de la centroizquierda como en el presuntivamente más acotado del mundo socialista.