Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores
Las regresiones de la UDI y de Lavín
Antonio Cortés Terzi
Habría que ser muy ideologizado y sectario para desconocer que Joaquín Lavín – y lo que se configuró como lavinismo – jugó, en su momento, un importante papel en la política nacional por la vía de introducir cambios y romper el anquilosamiento de la derecha. Lavín y el lavinismo conformaron un buen movimiento adecuador de la derecha a las realidades democráticas y modernas y con eso se distendió la política, se pudo avanzar más rápidamente en la transición política y, por ende, abocarse con más energía a otros problemas nacionales.
Sin embargo, la extensión de tal movimiento fue muy mayor a su densidad. Estuvo muy circunscrito a intereses político-electorales y poco acompañado de las necesarias revisiones conceptuales, doctrinarias y políticas que había acuñado la derecha, especialmente la UDI y su dirigencia tradicional, en los años anteriores, incluidos los años en que experimentaron el autoritarismo.
En consecuencia, fue un proceso que vivió y se desarrollo en yuxtaposición – y no en organicidad – a cosmovisiones y prácticas tradicionales del partido del gremialismo. De ahí que deviniera en un proceso intelectual y políticamente inconcluso y débil.
Esa debilidad es la que explica la facilidad con que se abandonó ese proceso y la incubación de síntomas regresivos en la política y en la discursividad de la UDI., una vez que se constató los reveses electorales sufridos por Lavín.
En efecto, la actual campaña de Joaquín Lavín es una radical renuncia al lavinismo y un vuelco hacia una estrategia de reanimación de los rasgos duros de la derecha. Y entendamos por “rasgos duros” no aquellos que encarnan una legítima acentuación opositora, sino aquéllos que evocan a la derecha prepotente, beligerante, inescrupulosa y agresiva en pos de la defensa del “mundo libre”.
La estrategia adoptada por la candidatura de Lavín desde fines de septiembre tiene fórmulas que se acercan más a lo goebbelsiano que a las fórmulas empleadas en las elecciones norteamericanas (que se suponen son las quieren imitar)
Goebbelsianas, en primer lugar, porque sus ejes discursivos – reiterados al infinito – apuntan a crear un clima social de temor, desesperanza, frustración y fatalidad. Sus mensajes describen un país ocupado por la delincuencia, en donde sus mayorías están sumidas en la pobreza o mediocridad económica y gobernado por una fuerza corrupta, inepta y coludida con las elites privilegiadas.
Goebbelsianas, en segundo lugar, porque, contra el miedo y la miseria nacional, la oferta es la un “Salvador” más que la de un Presidente. De un “Salvador” heroico y perseguido. (“Se los digo una vez más: ¡No me van a callar!”) Dispuesto a reprimir con “mano dura”, sin miramientos de ninguna índole a los “ejércitos” de la delincuencia. Y, de un “Salvador”, a su vez, místico, pues su gobierno tendrá a Dios como asesor (“Van a tener un presidente que siempre va a tomar una decisión delante de Dios y pensando en Él”. Palabras de Lavín en el debate)
Goebbelsianas, en tercer lugar, porque trabajan una línea de estimulación a la odiosidad y enardecimiento de sus adherentes. En el acto de proclamación de Jovino Novoa, en la pantalla gigante se mostraron imágenes del Presidente Lagos y de Michelle Bachelet. ¿Para qué? Para exaltar al público con la identificación visual de los enemigos.
En ese mismo acto se hizo una vinculación de hechos que raya en lo tenebroso. Dijo Lavín: “De alguna manera, Jaime y Jovino, los dos, han sido víctimas del terrorismo”. Huelga explicitar quiénes serían los terroristas en el caso de Jovino Novoa.
Da la impresión que nada de esto preocupa mucho al mundo político y periodístico. Probablemente porque se piensa que son cosas propias y pasajeras de un período electoral. Pero el asunto no es tan simple. Es cierto que las elites de la UDI, concluidas las elecciones, tenderán a volver a la racionalidad política y dejarán de lado o morigerarán esa discursividad manipuladora de los “bajos instintos” de la plebe. Pero, ¿y qué pasará, precisamente, con la plebe?
Las percepciones masivas no cambian con la rapidez que lo pueden hacer los discursos elitarios. Por consiguiente, la UDI y Lavín deberán hacerse cargo de las secuelas negativamente “educadoras” que dejarán sus discursos gobbelsianos. La primera de esas secuelas será la regresión ideológica y política que afectará a su propio partido-masa y los obstáculos que ello representará para retomar sendas políticas más ad hoc a los tiempos.
Una segunda secuela tendrá que ver con las deconstrucciones valóricas y conductuales masivas que conllevan los discursos catastrofistas y que son nutrientes de descomposiciones sociales, violencia colectiva y delincuencia.
Pero la secuela más importante será una sublime ironía: la UDI y Lavín habrán aportado más al descrédito social del “modelo” que todo lo que han hecho al respecto sus críticos de izquierda. Nunca durante tanto tiempo y desde la televisión se habían enviado tantos mensajes alimentadores de una oposición anti-modelo y a favor de políticas redistributivas, hasta que la UDI optó por la estrategia que ahora aplica.
La izquierda extraparlamentaria debería estar extremadamente agradecida de la UDI y de Lavín. Le han adelantado una pega que le habría llevado mucho tiempo y esfuerzo para realizarla por sí sola. Después de las elecciones el inconformismo social y las reivindicaciones de justicia social tendrán un soporte de legitimidad significativamente más alto y, por ende, se potenciarán las posibilidades de un desarrollo superior de fuerzas políticas y sociales anti-sistema.
Claro, esa será una forma de pago de la UDI a la izquierda extraparlamentaria por su contribución a una eventual segunda vuelta. Es decir, habría sido un buen negocio para ambos, salvo por el hecho de que las expectativas más claras es que el negocio (segunda vuelta) le sirva al actor que más sabe de negocios: Sebastián Piñera.