Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos
Marxismo y Socialismo: Crisis y actualidad
Antonio Cortés Terzi
Las líneas que aquí se desarrollan no son –ni podrán ser- más que una primera aproximación al tema. Es fácil prever, y así además debe ser asumido, que el debate al respecto convocará a grandes y prolongados esfuerzos y que ocupará un largo tiempo del trabajo intelectual. Para el Centro AVANCE ya constituye un punto cardinal de sus investigaciones y reflexiones presentes y futuras. Por lo mismo, hoy estamos recién en condiciones de adelantar ciertos juicios para la discusión, los que son, a su vez, algunos de los ejes analíticos seleccionados para abordar el tema.
Por otra parte, nuestro interés aquí no es estrictamente el estudio exhaustivo de lo que acontece en los “socialismos reales”. El objeto principal de estudio y, por ende, su intencionalidad, es la realidad, la posibilidad y el destino del marxismo y del socialismo en Chile. No negamos, por cierto, la universalidad de fenómenos. Pero, si algo ha enseñado en proceso crítico que vive el socialismo es el rol determinante de lo nacional en el devenir social. Y eso, por cuanto lo universal se realiza en lo real-concreto, o sea en la especificidad del Estado-Nación.
Claro está que el análisis que nos preocupa no puede eludir el problema del “socialismo real”, toda vez que éste aporta decididamente a la identificación de lo universal del fenómeno en cuestión. En tal sentido, las referencias a él deben interpretarse, en este trabajo, como antecedentes y no como fin de nuestro esbozo analítico.
I. ENVERGADURA DE LA CRISIS
Casi desde sus albores la teoría marxista y el socialismo que preconiza ha enfrentado fases críticas que han obligado a esfuerzos discursivos para contrarrestar las ofensivas ideológico-políticas de sus adversarios y para evitar los efectos centrífugos que configuran estas crisis.
En el presente –qué duda cabe- vivimos un nuevo período crítico. Pero esta vez es de naturaleza y alcance mucho más rotundo y de apariencia casi catastrófica. Abarca una totalidad que nunca tuvieron estas crisis. Lo que a simple vista aparece hoy cuestionado no es uno u otro aspecto parcial de los principios; ni tampoco se discute ahora, como antaño, sobre el fracaso de una o algunas realizaciones socialistas. La forma y la expansión de la crisis vigente, o sea, en tanto cubre a todos los países socialistas y en tanto se delata en los ámbitos económicos, sociales, político-institucionales, éticos, etc., plantea de por sí un rango crítico de dimensiones globales, desconocidas e impredecibles hasta hace muy poco.
Son tantas, tan variadas y extendidas las formas de la crisis que ni siquiera el más casto fideísmo (con pretensión racional), podría explicarlas evitando adentrarse en una revisión o relectura de toda la experiencia histórica y de todo el bagaje intelectual del marxismo.
Las características del debate que dramáticamente se impone por la celeridad y radicalidad de los hechos conocidos, no puede orientarse a la búsqueda de “corrientes” de un pensamiento y de una práctica, puesto que cualquier “corrección” presupone la perfectibilidad de un eje que es, a su vez, la medida del acierto o el error. Ejercicio intelectual estéril o aventurero cuando ese propio eje se encuentra en entredicho. El debate, a nuestro juicio, debe partir de la constatación de que el proceso se asemeja más a una suerte de diáspora que a una “crisis orgánica”, esto es a una crisis predecible de la “normalidad” histórica del socialismo como realidad y pensamiento.
Bajo tal lógica, de poco o nada servirán respuestas de las del tipo que Hegel llamaba “ingenio de salón”, como son, por ejemplo, las que hablan de crisis en el socialismo pero no del socialismo o de crisis entre marxistas pero no del marxismo.
En estricto sentido, estos serían argumentos impropios o, lisa y llanamente, ajenos a la forma de pensar del marxismo; por consiguiente, esgrimirlos como defensa podrían tener un significado de valor político inmediato, defensivo y no exento de una cándida lealtad, pero, a la postre reconocerían la plena caducidad teórica de Marx.
En efecto, para una filosofía tan terrenal e historicista ¿es teóricamente lítico separar hoy, o desligar enteramente, la concepción originaria del socialismo, o sea en su momento utópico, de los socialismos reales, o sea de un ejercicio práctico que ya está en la historia real-concreta del socialismo?
Expuesto de otra manera: esta supuesta crisis en el socialismo, pero no del socialismo o propia de una forma de construcción socialista, pero no de la idea socialista ¿no es una interpretación que se acerca a la negación de la cualidad de “filosofía de la praxis” del marxismo y a una lectura metafísica del mismo? Lo es cuando menos en dos sentidos. De una parte, según estos argumentos, existiría, de hecho, una verdad teórica, o un momento intelectual, independiente de sus realizaciones prácticas, por lo mismo la realidad tendría una legalidad cognoscitiva inferior e insuficiente para interrogar el instante teórico, ergo, una crisis de lo real no implicaría necesariamente una crisis de lo teórico.
Todo lo cual no significa negar la posibilidad que determinadas conductas de la realidad no coincidentes con previsiones teóricas sólo indiquen “crisis” parciales, producto de errores inevitables para la cientificidad social. Es decir, no cualquier ni toda incongruencia entre teoría y práctica pone en estado crítico a todo el cuerpo teórico. Situaciones de esta naturaleza se presentan con frecuencia en la ciencia social y pueden ser corregidas dentro de la propia lógica teórica y sin ninguna alteración para ésta.
De otra parte, una teoría y, más específicamente, una utopía impermeable o esquiva a la crítica de la realidad, significaría la historicidad, la eternidad de esa utopía, o sea, el reconocimiento de la existencia de aquello que filosóficamente más se afanó Marx por demostrar como inexistente, a saber, la Verdad Absoluta.
En suma, “defensas” de ese tipo lejos de afianzar o reponer la utopía marxista, la deshace al desvincularse de la lógica historicista y dialéctica que la origina.
Como se observa, somos de opinión insistente que la crisis que nos preocupa –y que si bien se ha evidenciado al extremo con lo que acontece en los países socialistas, no son esos acontecimientos los únicos que la reflejan y representan- es integral.
No es sólo la crisis de una forma determinada de realización socialista. Desde el ángulo político-práctico, esta crisis no es monopolio de los socialismos reales. Porque el socialismo marxista occidental, o sea, los partidos y las políticas marxistas en la Europa capitalista o en la América Latina de desarrollo capitalista relativo, tampoco muestra avances notorios como alternativas hegemónicas frente a las opciones conservadoras (más o menos tradicionales o modernizantes). Es decir, son todas las prácticas políticas marxistas las que se hallan en cuestión.
Tampoco se trata de una crisis parcial de la teoría, cuya solución se ha buscado puerilmente a veces en el exilio perpetuo de Lenin y el leninismo y que termina siempre por prolongarse hasta la condena a Engels, para reencontrar a un Marx puro e inocente de cuanto equívoco se haya cometido en su nombre.
Uno de los méritos más trascendentales del pensamiento filosófico de Marx es que acepta el sometimiento de la filosofía a la política y a la historia. Recuérdese la citada undécima tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Probablemente cualquier otra filosofía pueda auto-excusarse si la realidad social no acompaña sus razones y utopías, puesto que su fortaleza intrínseca está en la proclamación de la autonomía metafísica de la Idea. Pero el marxismo se halla en situación inversa: lo especulativo, por confesión propia no es su fuerte ni su propósito. Su veracidad y su existencia misma se debe a la praxis. De allí que, si se nos permite una paráfrasis, ningún acto social que se inspira en él le es ajeno.
Para concluir este acápite, nos resulta obligado adelantar que tampoco compartimos la opinión, apresurada y superficial, cuando no interesada, a nuestro juicio, que declara y declama la obsolescencia del marxismo y de su concepción del socialismo. Es este un razonamiento tan vulgar como aquel que se aferra al marxismo en calidad de fe. Precisamente, uno de los componentes fundamentales de la crisis generalizada que reconocemos, radica en el problema de la práctica teórica, vale decir, en el manejo del legado cultural y del instrumental analítico del marxismo. Dar por cancelada la teoría de Marx sin dar cuenta previa de sus esencialidades y universalidades, puede no ser más que un fatuo ideologismo inspirado en lo que Kosick llamara la seudo-concreción.
II. ALGUNOS ANTECEDENTES DE LA CRISIS
Puede inducir a severos errores el circunscribir preferentemente, o casi exclusivamente, los análisis y los juicios sobre la crisis a lo que acontece hoy en los países socialistas. Es evidente que las explosiones político-sociales y las transformaciones producidas allí tienen raíces en una larga historia, que no compete sólo a esos países.
Nos parece que no pueden quedar fuera de los debates algunos elementos que ayudan a ilustrar de mucho mejor manera los acontecimientos que preocupan. Apuntaremos aquí tres de ellos.
1. Lo que hoy se discute acerca del socialismo y del marxismo no es enteramente novedoso en sí mismo. Por cierto que el contexto le da otra intensidad a la discusión y agrega puntos nuevos y algunos inéditos. Pero, en esencia, nos encontramos frente a una suerte de reproducción de polémicas al seno del marxismo cuyos orígenes se ubican incluso con anterioridad a la primera revolución socialista; polémicas que, por otra parte jamás han dejado de estar presentes a lo largo de la historia de los movimientos marxistas.
Muchos de los puntos de la polémica actual no estuvieron ausentes en el cisma de la II Internacional y son identificables también en los escritos de Lenin como visibles dudas de éste en varios aspectos particularmente en cuanto al contenido, características y alcances de la revolución que postulaba.
Tampoco puede escapar al análisis el hecho de que las oposiciones iniciales más estructuradas y elaboradas en los países socialistas provinieron desde el interior del pensamiento y/o de las organizaciones marxistas. Son los casos, por mencionar algunos, de K. Kosick en el orden filosófico y de Bujarin en la esfera de la teoría y la política. A pesar de las periódicas, rotundas y trágicas purgas y represiones contra las oposiciones marxistas, éstas lograron sobrevivir o recrearse durante toda la historia del “socialismo real”.
Constatar estos hechos tiene una triple importancia. En primer lugar, demuestran que el marxismo y el socialismo “oficializado”, cuyas formas son hoy las que colapsan más espectacularmente, nunca fueron la única lectura posible y existente. Esto no quiere decir que tales oposiciones fueran o sean la alternativa al modelo “ortodoxo”, o que representen la interpretación “correcta” del marxismo. En realidad, la ineficacia política de esas oposiciones no se puede explicar sólo por las coacciones y represiones que debieron sufrir por parte del oficialismo, sino por cuanto también importaban limitaciones teórico-políticas intrínsecas, cuyo caso más visible lo constituye el trotskismo. Cuestión que se palpa hoy ante el relativo desconcierto e incapacidad que muestran para enfrentar los nuevos acontecimientos. Pero lo que importa destacar es que, de una u otra manera, con más o menos prestancia, desde siempre ha existido una vertiente del pensamiento marxista crítica del “socialismo realmente existente”.
En segundo lugar, debe estar claro para los analistas que el marxismo, como práctica política, ha desempeñado, con variaciones de grado, un papel activo en el derrumbe de las formas más dogmáticas, burocráticas y dictatoriales asumidas por los socialismos reales. No siempre –cuando menos no es evidente- fracciones marxistas organizadas han tenido la iniciativa principal ni la conducción de estos procesos, salvo en la URSS de Gorbachov. Pero sí es un dato de la realidad que ha habido un marxismos activo en estos fenómenos; y no nos referimos, por cierto, a los sectores que se han rendido ante los acontecimientos tratando de adecuarse a ellos guiados por un instinto pragmático, sino a esa larga y subterránea oposición marxista que aparece olvidada hoy en la mayoría de los estudios.
Como corolario de lo anterior, puede plantearse lo siguiente: ¿es posible sostener la obsolescencia del socialismo marxista, cuando desde sus propias filas han surgido aires renovadores y cuyas larvas se entronizan también en la historia de los socialismos reales? ¿No resulta imprescindible, en esta búsqueda de verdades, prestar atención también a los elementos teóricos y a los sujetos marxistas que el “socialismo real” conculcó pero que subsisten como testimonio de vigencia?
2. La universalidad y profundidad de la crisis no es resultado espontáneo ni único de los acontecimientos en los países del Este. En realidad, aún sin esos acontecimientos el marxismo hace lustros debió reconocer su estado crítico. Algunos lo hicieron, como, por ejemplo, el Partido Comunista Italiano e intelectuales y políticos cuya lista sería extensa, pero no lograron cuajar en una conciencia universal del proceso.
La crisis estaba expuesta y era visible ante la consistencia del capitalismo avanzado y en sus energías para desarrollar las fuerzas productivas sin conducir a períodos críticos catastróficos. Y lo era considerada la impotencia de las organizaciones marxistas para, ya no digamos dimensionarse como alternativa de gobierno, sino ni siquiera para ocupar espacios significativos en la esfera socio-política, salvo en los muy excepcionales casos de Italia y, bastante más atrás, de Francia.
Pero estos signos de fracaso no se concentraron sólo en ese tipo de países. También en el Tercer Mundo y, específicamente en América Latina ocurría algo semejante. Aun cuando aquí los éxitos capitalistas eran bastante más menguados, con altas desigualdades en cuanto a los beneficiados y con alternancia de períodos críticos profundos, el poderío socialista sólo se dejó ver en unas pocas naciones dominantemente rurales y sometidas aún al sistema oligárquico y excepcionalmente en Chile, con los resultados conocidos.
En suma, para dar cuenta veraz e íntegra de la crisis resulta no menos importante analizar lo ocurrido con el marxismo dentro de los países capitalistas, centrales y periféricos, que lo acontecido en el “socialismo real”. Y esto, de un lado, porque es aquí donde se desenvuelve concretamente nuestra actividad intelectual y política, y, de otro lado, porque en la crisis del “socialismo real” interviene, con diversos grados directos o indirectos, la solidez y el progreso del capitalismo avanzado.
3. Señalábamos que la actual controversia, a pesar de que se inspira en hechos espectaculares, no es absolutamente inédita. Por lo mismo, sería un error y un derroche de energías suponer que la búsqueda de respuestas se inicia desde cero. Existe un ancestro estimable desde el punto de vista teórico, pero también político, para el requerido proceso de revisión crítica del marxismo y del socialismo. Mucho de lo que ayer se leyó u observó con ciertos matices de suspicacia o que se utilizó como puro antecedente testimonial, debe recogerse hoy son el espíritu apriorístico y prejuicio de antaño. Y esto no es sólo válido para con los autores y experiencias socialistas. Precisamente, una de las falacias o distorsiones de la práctica teórica marxista, consiste en no prestar atención o desdeñar con soberbia ideologista la información intelectual y práctica que proviene del pensamiento y acciones no marxistas. Cuestión que tienen una doble importancia. De una parte, porque así como no hay una cancelación estructural del capitalismo, tampoco sus razonamientos son única y exclusivamente ideología acientífica o “falsa conciencia”. Que en muchas latitudes el capitalismo se haya reafirmado estructural y culturalmente no puede explicarse sólo por el manejo de los instrumentos del poder. Si éstos han resultado eficaces es porque se han aplicado sobre una realidad reconocida con rigor, con elevados grados de cientificidad (no exentos, por supuesto, de manipulación ideológica), frente a lo cual el marxismo debería volver a la lógica de Marx, o sea, a devenir en un heredero superador de tales conocimientos.
De otra parte, reconocer la realidad como “cosa en sí” no ha sido nunca el propósito en donde se agota la interpretación marxista de los hechos. En tanto filosofía esencialmente histórico-política, para el marxismo importa también cómo la realidad en sí está aprehendida por los estamentos sociales, cómo esa realidad se manifiesta en la conciencia humana. Ahora bien, en la formación de esa conciencia participan activa y dominantemente los pensamientos no marxistas y no sólo por una utilización diabólica de los “aparatos ideológicos”. Si así fuera querría decir que la capacidad de discernimiento de los grupos subalternos es nula y que el marxismo jamás podría alcanzar hasta esas conciencias, salvo que dispusiera de una red de “aparatos ideológicos” tan formidable como la de la burguesía. La verdad es que hay racionalidad en el discurso capitalista, por ende, el marxismo ha de oponerse y polemizar con esa racionalidad, lo que implica conocer y penetrar profundamente en su lógica.
III. VIGENCIAS “PARADÓJICAS” DEL MARXISMO
Antes de exponer algunas hipótesis quisiéramos anticipar un par de reflexiones sobre determinados argumentos que se empiezan a dejar oír sobre la vigencia del marxismo y que, a nuestro juicio, pecan de voluntarismo y parecieran reflejar, a veces, una suerte de angustia y nostalgia existencial, más que una concienzuda introspección de la teoría marxista.
Un primer nivel de estos argumentos se ubica en una clara lógica tautológica. Se ha esgrimido, por ejemplo, el hecho de la persistencia de la lucha de clases como factor legitimador del marxismo y del socialismo; o se arguye que, siendo el capitalismo una sociedad injusta e irracional en muchos de sus aspectos, el socialismo marxista mantiene per se su vigencia.
La cuestión estriba en que la crítica al capitalismo, en primer lugar, puede ser compartida –y así ha ocurrido- por pensadores y políticos no sólo distantes del marxismo sino, incluso, adscritos a la defensa global del sistema; y, en segundo lugar, de tal crítica no se desprende necesariamente la solución socialista de los conflictos, toda vez que la realidad del socialismo tampoco se ha mostrado idónea para la solución de los problemas de la sociedad contemporánea. Lo tautológico se encuentra aquí en que justifica o explica la vigencia del socialismo por la conflictividad del capitalismo, cuando lo puesto en duda no es aquello, sino la incapacidad y conflictividad del “socialismo real”. Por consiguiente, el argumento puede ser absolutamente invertido.
Un segundo plano de estas razones se sitúa en lo valórico y ético. Se acuñan así conceptos como “humanización”, “libertad”, “emancipación” del hombre, etc., o sea aspiraciones morales que justificarían la necesidad y vigencia de la utopía socialista. Si bien compartimos la pertinencia de fines éticos en una concepción filosófica histórico-política como la marxista, nos preocupan al respecto dos cosas. En primer lugar, tales categorías y valores deben ser precisados dentro de determinados cánones marxistas, de lo contrario se asemejan al discurso ideológico de casi todo el idealismo filosófico. Y, en segundo lugar, el tema es, en realidad, no sólo el mantener tales aspiraciones, sino el cómo garantizar su realización, después de comprobarse que el “socialismo real” tampoco hizo efectivos esos valores. Y, para ser justos, algunas prácticas de las organizaciones marxistas en los países capitalistas, también denotan un abandono o desprecio fáctico de esos rasgos morales.
Para entrar en materia, resulta conveniente dejar sentado un criterio global a tener en cuenta para juzgar la filosofías marxista, que por motivos de espacio lo señalaremos muy escuetamente: por sus orígenes e intencionalidad, nos atrevemos a afirmar que el marxismo todavía se encuentra en una fase fundacional y que, por consiguiente, el lapso que ha ocupado, medido en términos históricos, exige una extremada cautela al emitir juicios sobre su posible caducidad.
En efecto, la verdadera “revolución teórica” de Marx consiste en el intento de superar la más que milenaria cultura greco-judeo-cristiana. Intento, por lo demás, en el que coinciden filósofos posteriores como F. Nietzsche y J. P. Sastre, y otros más actuales como los identificados bajo el título de “nuevos filósofos”. Pero los hay también anteriores a Marx, de los cuales el más destacable obviamente es Hegel. Recuérdese que en su Fenomenología éste postula la conversión de la filosofía de “amor a la ciencia” en ciencia en sí misma. Quizás si este inicio de ruptura hegeliana con el pasado cultural quede graficado con las criticas acerbas, siempre inteligentes y no sin gracia, que le espetara un típico filósofo cristiano, don Miguel de Unamuno (*Del sentimiento trágico de la vida*), al rechazar el propósito del filósofo alemán de racionalizar el cristianismo.
Es Marx, sin embargo, el que hasta hoy presenta el mejor universo intelectual superador, no sólo por su audacia al encarar la visión greco-judeo-cristiana sino también por la integridad y congruencia de su pensamiento, aun con sus vacíos e indefiniciones.
Para resumir: resultarían aceptables las críticas negativas a la obra esencial de Marx si:
• Pudiera demostrarse el fin de la filosofía, o sea de la ambición humana por tornar conciente la unidad y totalidad de su existencia.
• Se demostrara la finitud absoluta del conocimiento, reconociendo ámbitos incognoscibles que en tanto planteados serían explicables fuera de la razón y la ciencia, o sea, fuera de la terrenalidad, lo que nos volvería a una reivindicación absoluta y pre-racional del idealismo y la teología.(1)
• Se expusiera otro pensamiento alternativo a la dialéctica materialista e histórica que, aun con cargas nihilistas o agnósticas, fuera suficientemente elaborado como para concluir en la efectiva cancelación de todas las utopías, y no sólo de la marxista.
• Se interrogara la dinámica fundacional y progresiva del marxismo con la suficiente elocuencia como para establecer que su historicismo y su lógica no le permiten absorber positivamente la crisis que lo aqueja.
Dentro de este contexto, indicamos a continuación cuatro situaciones críticas del marxismo que, paradojalmente, sintetizan su vigencia esencial.
1. La teoría de Marx sostiene que el socialismo “libera” las fuerzas productivas y, por ende, se torna más eficaz que el capitalismo, no sólo en cuanto a creación de riqueza sino también en cuanto a la “desesclavización” del hombre respecto del trabajo necesario para su subsistencia.
Es evidente que el “socialismo real” no ha cumplido esa “profecía”. Ni productivamente ha superado al capitalismo avanzado, ni las condiciones del trabajador son ostensiblemente más libres.
Marx alguna vez escribió acerca de las implacables “venganzas plebeyas”. No sería tan osado hablar hoy de una “venganza teórica”.
El supuesto teórico de Marx se basó en su conocido pronóstico de que el socialismo sucedería al capitalismo una vez que éste agotara todas sus potencialidades progresistas. No obstante, en lo real-concreto, las revoluciones tipos se produjeron en naciones donde el capitalismo había alcanzado débiles índices de desarrollo.
¿Fue éste un equívoco de Marx o de quienes, como Lenin, “aceleraron” la revolución sin contemplar el raciocinio del primero?
A nuestro juicio, no hubo error en Lenin ni una falsa apreciación de Marx.
Inspirado en Marx, Lenin hizo la revolución que la historia le propuso. Pero, objetivamente, no llevó a cabo la revolución calculada por Marx.
El “equívoco” es posterior al acto revolucionario de Octubre de 1917. O sea cuando esa revolución “imprevista” quiso ser socialista a partir de una suerte de “bismarquismo”. Es decir, el problema radicó en que la Revolución Rusa y las siguientes inspiradas en ella se pensaron como socialistas, dentro del concepto de Marx, sin asumir en plenitud lo novedoso y contradictorio del proceso que iniciaban.
En síntesis, la frustración estructural relativa de los regímenes socialistas “realmente existentes” se encuentra anticipada por las concepciones de Marx y su lógica.
2. La planificación central de la economía como “técnica” racionalmente superior al libre mercado es otro de los tópicos que se esgrime contra el marxismo y el socialismo.
Lo cierto es que la discusión entre libre mercado y planificación es un vulgar cinismo de la gran empresa moderna y transnacional, o incluso una ingenuidad de la pequeña empresa nacional.
En efecto, el libre mercado capitalista hace tiempo que no existe en los términos concebidos por el pensamiento liberal ortodoxo. Por el contrario, la gran empresa privada ha llegado a cálculos inmensurables de centralización planificada, que se extienden por décadas y continentes. Planificación que, incluso, sobrepasa lo previsto por Marx. En sus tiempos la planificación se concebía en términos del control de la propiedad y el producto. Hoy, en cambio, la planificación de la gran empresa alcanza hasta el consumo. Así, es el propio devenir del capitalismo el que augura y fortalece la noción marxista de la centralización planificada de la economía.
3. En las áreas del pensamiento se exponen como novísimas y modernas algunas concepciones eclécticas y escépticas. Y como superiores a la teoría marxista algunas ideas muy peregrinas derivadas de aquellas nociones.
Se proclama y declama, por ejemplo, el fin de las utopías y de la razón. Todo esto en aras de otra utopía: el término de las utopías. Lo cual se explica por una razón: el término de la racionalidad y su reemplazo utópico y racional por el pragmatismo. Intelectualmente, la teoría de Marx es la más antidogmática concepción que haya gestado la mente humana y es esa una de sus características fundamentales y que la opone a otros pensamientos. Ahora bien, este carácter no siempre ha logrado expresarse en toda su intensidad, por dos causas principales: primero, porque el propio marxismo no pudo escapar a las herencias de una cultura maniquea, o sea edificada sobre nociones rígidas de lo verdadero y lo falso; y segundo, porque la humanidad misma sólo puede acceder al historicismo y a la dialéctica como sustento de una nueva cultura tras un largo proceso de ruptura con el pasado ideológico, proceso que no se desenvuelve sólo en el plano abstracto de las ideas, sino que se halla en relación y en dependencia del proceso científico y cultural global.
En otras palabras, el marxismo como cultura universal puede expandirse más fluida y orgánicamente con el ascenso del conocimiento en general y cuando este conocimiento se expande como sustrato cultural de manera más universal. Nos parece que hoy nos encontramos en un estadio de esas características, y es con su vertiginosidad en los cambios científicos y el amplio espectro informativo que existe sobre tales cambios y sus secuelas, lo que inspira concepciones inicialmente escépticas.
De allí que somos de la opinión que las corrientes escépticas y agnósticas que tienden a primar en las nuevas corrientes intelectuales, son en realidad una suerte de reconocimiento de la esencialidad marxista, en su sentido de relativismo histórico y antidogmático; y constituyen una virtual recomposición de un pre marxismo, el que en los tiempos de Marx fue un antecedente de su construcción teórica. Recuérdese en este sentido los elogios de Marx y Engels al agnosticismo inglés en cuanto a una aproximación al pensamiento historicista y materialista.
4. Otras de las características esgrimidas contra la vigencia de Marx son aquellas que eluden al supuesto fracaso de su tesis sobre la disolución del Estado en la sociedad civil, toda vez que los “socialismos reales” habrían mostrado una dinámica inversa.
Sin embargo, es esta una apreciación superficial o por lo menos, incompleta. Es efectivo que en esos países se fortalecieron hasta los extremos los compuestos coactivos y burocráticos del Estado y que los instrumentos de la hegemonía fueron abandonados o formalizados groseramente, siendo precisamente esos instrumentos los que permiten la realización de la tesis sobre un Estado en extinción. Pero los acontecimientos últimos muestran, a su vez, la extraordinaria vitalidad y consistencia de la sociedad civil, aparentemente ahogada, puesto que esos acontecimientos resultarían inexplicables sin tener en cuenta la permeabilidad de los aparatos estatales frente al desarrollo y ofensiva de esas sociedades civiles. En términos gruesos, podría decirse que los recientes procesos en los países socialistas no están ajenos a ese apreciado precepto marxista que pronostica el tránsito de las sociedades hacia su auto-control.
Nota:
(1)Lo incognoscible como absoluto es un absurdo. El sólo hecho de identificar un incognoscible implica un conocimiento. Un incognoscible absoluto implicaría su inexistencia ante la capacidad humana de sentir y pensar. Si así fuera jamás nos enteraríamos de tal incognoscible.