Sección: La Transición en Chile: Su devenir y sus temáticas
Memoria y transición a la democracia en Chile
Ernesto Águila Z.
Dos lecturas recientes me motivan a escribir este artículo: Chile Actual, Anatomía de un mito De Tomás Moulian, y la columna en el diario La Época del 3 de agosto de 1997 ”No vindicar el pasado” del embajador socialista en España Álvaro Briones.
En ambos escritos se aborda el tema de la memoria y la transición a la democracia en nuestro país. Briones considera inevitable y necesario fundar en el olvido (olvido público y recuerdo privado, propone) una transición a la democracia, porque “la transición nunca la hacen unos vencedores – entonces sería refundación o revolución – sino que la hacen (la hacemos) todos”, para concluir: “en un proceso de transición, en consecuencia, no puede haber culpables ni castigo. No puede haber vindicta pública, lo que es lo mismo que decir que debe buscarse una suerte de amnesia pública”.
Por su parte, Moulian reivindica la necesidad de desarrollar una fuerte “pasión por la historia” para así combatir nuestra tendencia “a la mistificación y el olvido”, y destaca la importancia de la “conciencia histórica” y del “análisis histórico” como “armas del cambio social”. La tesis central de Moulian es que en Chile ha operado un “transformismo” en donde ha cambiado “el régimen de poder” – la dictadura – para pasar a “una cierta democracia”, pero donde las bases de dominación han permanecido inalteradas.
Sin duda, dos visiones radicalmente diferentes, sobre las cuales es necesario tomar posición.
Críticas al planteamiento de Briones
Un análisis más acabado del artículo de Álvaro Briones permite observar un conjunto de inconsistencias, más allá de las críticas que merece su tesis central.
En primer término, realiza un paralelo entre Chile y España para luego sacar conclusiones generales sobre las transiciones, siendo evidentes las diferencias entre ambos procesos. Por ejemplo en España – como el propio Briones lo recuerda en su artículo – luego de la muerte de Franco se redacta una nueva Constitución Política, lo que marca una diferencia de fondo con el proceso democrático chileno que se encauza en los marcos de la Constitución del 80, con todos los recortes que a la soberanía popular representan los llamados “enclaves autoritarios”. En segundo lugar, la dictadura de Franco es consecuencia de una guerra civil, donde se enfrentaron fuerzas regulares, y no tiene comparación con lo ocurrido en Chile, donde lo que se vivió luego del golpe militar del 73 fue una política de represión – y de exterminio en muchos casos – de los sectores que formaron parte de la Unidad Popular. Por último, resulta muy forzado vincular el desarrollo actual de España a la existencia de una política de “olvido público”, siendo mucho más significativa la apertura política y económica a Europa y al mundo impulsada por Felipe González y el PSOE.
Un segundo error grueso de Briones surge del tratamiento confuso que da a lo que ocurre durante el período de la UP y lo que siguió con posterioridad al golpe. Iguala peligrosamente ambos momentos. Cuando pide no “vindicar el pasado” – se entiende que en nuestro caso se debe tratar de lo ocurrido post 73 – inmediatamente afirma que no debemos olvidar que la “otra mitad también entonces se sintió amenazada y victimizada y que vio en nosotros (o sea en los “otros”) a los victimarios; es decir, a los culpables”. Olvida Briones esa importante distinción entre errores y horrores. Los errores que se pudieron cometer durante la Unidad Popular – y que pudieron significar una sensación de amenaza para ciertos sectores – no tiene ninguna comparación con lo que significó moralmente las violaciones a los derechos humanos ocurridas con posterioridad.
En tercer término, Briones pide que los sucesos ocurridos en Chile sean parte del “recuerdo privado”, para luego contradictoriamente pedir que se transmita a las nuevas generaciones esta experiencia “para que ellas no cometan los errores que nosotros ya perpetramos una vez”. Al respecto: ¿cómo transmitir a las nuevas generaciones un “recuerdo privado” y cómo evitar que ellas cometan los mismos errores si no existe una “conciencia histórica” en la sociedad chilena sobre el significado moral que representaron las violaciones a los derechos humanos? Y además ¿por qué deben ser privados hechos que fueron públicos, accionados desde el Estado? Toda pérdida conlleva un duelo personal, pero una violación a los derechos humanos es también un hecho público y supranacional. Así lo entendió la humanidad luego de la Segunda Guerra Mundial cuando redactó la Declaración Universal se los Derechos Humanos en 1948.
Lo ocurrido en Chile, y la manera como la sociedad chilena lo ha asumido, los niveles de verdad y justicia que han estado a la base de la reconstrucción democrática, las responsabilidades históricas de cada uno, etc.; es un capítulo que aún está por escribirse, y será objeto de agudas controversias. No hay por qué temer entrar en ese proceso, y por el contrario va a ser saludable que ello ocurra. Mientras persista un sector de la sociedad que no estén dispuesto a realizarse una autocrítica histórica por haber sido parte o respaldado un régimen que violó los derechos humanos, o mientras algunos sigan pensando que ello fue el costo necesario para “modernizar” el país; estaremos en un nivel primario de democracia, y no habrá ninguna posibilidad de asegurar que Chile no vuelva en el futuro a sufrir una tragedia como la ya vivida.
Si no se construye un consenso nacional sobre el significado ético que representó para Chile las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante el régimen militar no será posible fundar una convivencia sana ni una democracia fuerte. La “memoria histórica” de un pueblo políticamente es demasiado importante para el presente de una sociedad. Por ello no se puede renunciar a recordar, ni a recodar colectivamente.
Méritos y limitaciones del análisis de Moulian
El texto de Moulian tiene diversos méritos, entre los que se pueden destacar cuestiones metodológicas como la construcción de nuestro pasado reciente como una “genealogía”, lo que lo lleva a producir un libro muy vivo y apasionado, no aprisionado en las márgenes tradicionales de la sociología o la historiografía. Sus reflexiones sobre el significado e importancia de la lucha por interpretar la historia, sobre el “fin de las ideologías”, sobre el funcionamiento el modelo neoliberal, etc.; son igualmente sugerentes y meritorias. Sin duda, un texto recomendable, que invita a reflexionar y discutir.
Sin embargo, me genera una visión crítica la tesis central del libro: el “transformismo”. A través de ella se busca fundamentar que la realidad chilena no ha cambiado en lo fundamental con el paso de la dictadura a la democracia; y que el actual escenario político es la consecuencia de una operación política – la “instalación” – llevada adelante por las elites políticas – de la Concertación y la dictadura – por conducir la transición a través de los cauces institucionales de la Constitución del 80, en desmedro de otras alternativas más rupturistas, que hubiesen significado el logro de un sistema político democrático más avanzado.
En esta tesis veo una minimización – recurrente en algunos sectores de la izquierda – de la democracia, y de las llamadas formalidades de la democracia. Se vuelve así a una dicotomía entre lo sustantivo y lo procedimental como si lo procedimental no fuera parte de la sustantividad de la democracia. Se minimiza de esta manera que hoy – con todas las limitaciones – existan elecciones libres de Presidente de la República, parlamento y municipios; partidos políticos legalmente constituidos; libertad de expresión, prensa y reunión, y respeto a los derechos humanos. Este raciocinio permite a Moulian transformar la democracia actual simplemente en una forma atenuada de la dictadura pasada; con lo que no hace sino trivializar esas libertades políticas y derechos humanos reconquistados.
También su análisis busca reducir, hasta convertir en nada, la importancia de los cambios operados en el modelo económico y social de la dictadura a través de un mayor énfasis en las políticas de equidad de los dos gobiernos de la Concertación. No se puede hablar de mera continuidad en campos como la educación, la salud, la lucha contra la pobreza, el acceso a la justicia, la descentralización, el gasto social. Probablemente no se puede hablar de una ruptura a fondo con el modelo anterior, pero tampoco ce mera continuidad en todas estas áreas.
También me resulta discutible que Moulian le dé características de una “operación” a las continuidades observadas entre el período dictatorial y el democrático, y no releve lo suficiente las condiciones programáticas en que se encontraba la izquierda y la Concertación para proponer un modelo alternativo para Chile al momento del término del régimen militar. La opción por “administrar” – como lo denominaría Moulian – dice relación también con las condiciones nacionales e internacionales en que se encontraba el pensamiento progresista al comienzo de la transición. La crisis del “socialismo real” a fines de los 80; el proceso deconstructivo del pensamiento de izquierda tradicional llevado adelante por la renovación socialista (de los cuales Moulian fue uno de sus principales animadores) y la no elaboración de un pensamiento crítico que lo reemplazara; el estancamiento de los proyectos socialdemócratas en Europa; configuraban, hacia finales de los 80, un escenario que no permitía elaboraciones programáticas acabadas y alternativas al modelo imperante. No fue entonces sólo un problema de voluntad – o lisa y llanamente pasarse al “enemigo” – haber sido más críticos y alternativos en ese momento histórico.
Una observación parecida me merece la argumentación que busca situar la opción por llevar adelante la transición por las vías institucionales de la dictadura como un proceso fríamente manejado y calculado por las elites políticas; sin hacerse cargo suficientemente del agotamiento y fracaso de otros tipos de salida ensayados durante la década del 80.
Agotado el ciclo de las protestas el año 86 – y con ello salidas insurreccionales o de “ruptura pactada” -, e iniciado el proceso de apertura en el marco de la Constitución del 80, el único camino que quedó frente a las fuerzas antidictatoriales fue el intento – nada seguro en es entonces – de derrotar a la dictadura en el marco del plebiscito del 88; inscribir el máximo de ciudadanos, vigilar las urnas el día de la votación y votar NO. La fuerza de esta realidad, y la falta de alternativas, se hizo tan patente para todos, que incuso el PC, terminó convocando a la inscripción en los registros electorales y al voto NO. Por más “pasión” que le pongamos al estudio de nuestra historia, difícilmente podríamos concluir, que por lo menos en ese momento – 87-88 – existieron otros caminos alternativos al plebiscito.
De lo que de ahí en adelante vino. Probablemente es más discutible: el plebiscito del 89 y los acuerdos constitucionales que allí se establecieron, la política en Derechos Humanos, la desmovilización de los actores sociales, la continuidad de ciertas políticas económicas y sociales, etc. Discutible si se pudo hacer más, y si las opciones elegidas eran las únicas posibles. A condición, eso sí, de asumir a lo menos dos datos:
1) que la dictadura no pudo ser derrocada, y que la derrota fue política, vía mecanismo plebiscitario fijado por la Constitución del 80, lo que condicionó fuertemente los márgenes políticos posteriores, y
2) que el grado de desarme ideológico y programático en que se encontraban hacia finales del los 80 los sectores de izquierda y progresistas era real y profundo, y que ello marcó los grados de alternativismo que la Concertación pudo asumir en ese momento. El propio Moulian reconoce en sus libro que él no tiene alternativas que ofrecer sino sólo una crítica, pero consecuentemente con ello debiera ser más generoso y menos drástico con aquellos que tampoco tuvieron los recursos intelectuales para haber podido formular y conducir un programa de gobierno en ruptura con todo lo anterior.
Moulian critica a quienes quieren ver al “Chile Actual” como el fruto de una racionalidad inevitable, sin embargo, cae en una visión donde el Poder va construyendo su propia perpetuación prácticamente al margen de actores políticos y sociales. Se respira a lo largo de su texto una esencialidad, donde los cambios que operan en la realidad son apenas indisimulados nuevos ropajes de una misma e inalterada dominación. Un poder que que nunca pierde. Un poder que se desplaza, cambia, pero sigue siendo el mismo. ¿Un tributo a Foucault?. No lo sé, pero una visión del Poder que dificulta el rescate del historicismo de la política que con tanta insistencia busca Moulian recuperar a lo largo de su texto.
No obstante estas reacciones que me merecen el libro de Moulian, debe reconocerse que su trabajo está contribuyendo a motivar un debate estimulante al interior de la alicaída y anémica “escena intelectual” de izquierda, y donde no es fácil sostener esfuerzos intelectuales independientes y críticos. Entre la invitación al olvido y la desmesura de una crítica, prefiero para estos tiempos que vienen la segunda proposición.