Sección: Gobierno Bachelet: Gestación y desarrollo
Michelle Bachelet y los “fenomenólogos”
Antonio Cortés Terzi
A partir de los indicadores objetivos y de las percepciones que hoy existen es legítimo pensar que Michelle Bachelet será la próxima Presidente de Chile.
Sin embargo, esta casi certeza sigue acompañada de paradojas. En el mundo político y periodístico no mengua el trato de Michelle Bachelet como “fenómeno” y aludiendo con tal término a dos misterios: de dónde proviene su popularidad y quién es Michelle Bachelet.
La paradoja estriba en una suerte de absurdo: la ciudadanía chilena estaría eligiendo a una Presidente que no se sabe quién es y por razones inexplicables.
A estas alturas de la campaña y después de derrochar tanta tinta, papel y palabras escudriñando en el “fenómeno Bachelet”, cabe sospechar que el fenómeno no está en Bachelet, sino en la porfía de calificar su candidatura de esa manera.
Un porcentaje no menor de los “fenomenólogos” lo son, lisa y llanamente, por prejuicios. Lo que los motiva a las indagaciones son sus resistencias –concientes o inconscientes- a que ocupe la Presidencia de la República no sólo una mujer, sino, además, alguien que no estaba en la nómina de las elites políticas de donde –por sacra tradición- deben provenir los presidenciables.
Las preocupaciones de estos “fenomenólogos” –expuestas como análisis- son, en realidad, sublimaciones (en teoría freudiana) de elementales prejuicios sexistas y elitarios. Para ellos, al fin de cuentas, el “fenómeno” en sí es que una mujer sin alcurnia política pueda ser la máxima autoridad del país.
Otro grupo de “fenomenólogos” lo conforman quienes esconden su interés por mantener la vigencia comunicacional del vocablo. Grupo divisible en tres subgrupos:
- Los que adscriben a la política tradicional, sin voluntad ni posibilidad de renovación, pero con aspiraciones futuras de ser o llevar candidato presidencial. Mientras Michelle Bachelet sea considerada como fenómeno, esto es, como excepcionalidad y no como paradigma, existen opciones para los políticos tradicionales. Sería lapidario, en cambio, que se instalara la idea de que no es fenómeno sino el estereotipo de una nueva dirigencia política.
- Otro subgrupo lo conforman los estrategas de las candidaturas rivales. Siendo Bachelet fenoménica es factible intentar generar una atmósfera de vulnerabilidad sobre su candidatura y cultivar la esperanza de su derrumbe. A su vez, si finalmente eso no sucede y triunfa en las elecciones, los perdedores tendrán el consuelo de haber sido derrotados por un “fenómeno” y no por nada políticamente corpóreo. – Por último, está el subgrupo de colaboradores de Bachelet que, a la inversa del anterior, ven que la calificación de “fenómeno” trasunta la idea de que la candidata está protegida por un halo mágico, seductor para la ciudadanía y desorientador para los contrincantes.
Por supuesto que existen otros sectores que honradamente se preguntan sobre el fenómeno Bachelet, pero cuya honradez no los salva de cierta dosis de contumacia.
Es muy probable que la persistencia del tema –que además se da vuelta en los mismos argumentos- se deba a dos tendencias analíticas propias de los tiempos modernos y que en Chile se manifiestan exageradamente: i) la de sobredimensionar el papel de lo subjetivo en las dinámicas políticas y que subestima los procesos y entornos objetivables y colectivos que participan en dichas dinámicas y, ii) la de sobrevalor lo mediático que conlleva a apreciaciones distorsionadas acerca de de las mecánicas que operan en la formación de opiniones y preferencias públicas. Una de las claves de esta distorsión radica en despreciar la influencia que tienen las mediaciones societarias en tal formación y en el suponer una vinculación directa entre el sujeto y el mensaje lanzado a través de los medios de comunicación, muy en particular el televisivo.
El tratamiento que se le da a Michelle Bachelet como “fenómeno” se asocia claramente a esas tendencias. Para explicarse a Bachelet los fenomenólogos se concentran, casi con obsesión, en escudriñar en la biografía de la candidata (sublimación de lo subjetivo) y en tratar de identificar cuáles serían las virtudes telegénicas con las que seduce a la masa de tele-ciudadanos (sublimación mediática).
Si se sale de esas tendencias analíticas y se recurre a lógicas analíticas más densas y aburridas, pero más afines a las ciencias sociales, el asunto, sin dejar de ser novedoso, es bastante menos misterioso y fenoménico.
Partamos por un dato “prosaico”: Michelle Bachelet es candidata de la Concertación y la Concertación ha demostrado una adhesión ciudadana que, ni en las circunstancias más adversas, baja de un 47%.
Sigamos con un segundo dato frío, a saber, el inusual apoyo que, a meses de terminar su mandato, que recibe el Presidente Ricardo Lagos.
¿Por qué a esos datos que emanan de la política común y corriente no se les sopesa cuando se aborda la popularidad de Bachelet?
Si, en lo esencial, a Michelle Bachelet se le considera “fenómeno” por la adhesión masiva que concita, ¿por qué no se le concede al mundo concertacionista y a la gestión del gobierno ningún mérito en esos apoyos”?
La gracia de Michelle Bachelet, lo que le es propio –en tanto candidata- es la facilidad con que ella reunió y entusiasmó al electorado concertacionista. Es más, con el devenir de la campaña ha demostrado sus dotes para “blindar” a ese electorado, “protegiéndolo” de tentaciones exógenas, como, por ejemplo, las que se insinuaron desde la candidatura de Sebastián Piñera.
En suma, es hora de que se entienda que la primera fortaleza de Michelle Bachelet está, lisa y llanamente, en la existencia de un electorado concertacionista que ha alcanzado la solidez de una fuerza colectiva de dimensión histórica. Así lo avalan 10 triunfos electorales en 17 años.
Por cierto que, visto lo anterior, queda pendiente el porqué ella devino con tanta facilidad en líder de esa fuerza colectiva.
Para responder a esta pregunta tampoco es menester socorrerse en la idea de “fenómeno”. En términos gruesos la explicación se encuentra en la sintonía que ella establece con diversos sectores sociales en un momento de la vida nacional que se caracteriza por la sedimentación de largos procesos acumulativos de cambios socio-culturales y socio-políticos.
Para abreviar, se consideran aquí sólo algunos cambios sedimentados y seleccionados en virtud de los rasgos más llamativos de la personalidad de Michelle Bachelet.
1. Sin ningún lugar a dudas que lo que más causa extrañeza es que su condición de mujer no ha sido óbice para ganar las adhesiones que tiene y, muy especialmente, entre el propio electorado femenino. Hasta hace poco era impensable que se diera una situación tal. Es evidente que este cambio resulta de transformaciones estructurales que han modificado el mundo de la mujer. Pero lo verdaderamente gravitante es que los nuevos roles asumidos por la mujer se plasmaron en una discursividad culturalmente recreativa de mayor autorespeto y autoconfianza y que se ha expandido hacia las nuevas generaciones y hacia la sociedad en general.
La biografía personal de Michelle Bachelet corresponde, precisamente, más o menos al arquetipo de lo que hoy empieza a configurarse como paradigma de mujer moderna.
2. La sociedad chilena, por efecto de la dictadura y luego por efecto de los miedos y cautelas transicionales, se mantuvo mucho tiempo relativamente distante de los procesos de reculturización demo-liberal que impulsaba la modernidad globalizadora. Los cuerpos políticos de la Concertación y sus liderazgos tradicionales –en distintas medidas- postergaron la traducción política de esas tendencias, no obstante, que la sociedad chilena avanzaba hacia allá y con tanta más rapidez aún los entornos sociales de la Concertación. A propósito esas lentitudes políticas y sistémicas se incubó en Chile una demanda de cambio referida fundamentalmente a los aspectos culturales. Casi huelga decir que Michelle Bachelet es la figura política que por personalidad, discursividad, gestualidad, etc. muestra más empatía con esa noción “atmosférica” del cambio. (Dicho sea de paso, el predominio de ese tipo de noción del cambio es lo que torna inútil el afán de sus rivales de querer representar el cambio a través de programas o medidas novedosas)
3. Un componente muy fuerte de lo cultural-valórico moderno es la tendencia de la gente a mirar con ojos seculares la actividad política y a sus protagonistas y a la desacralización de muchas de las maneras tradicionales de hacer política. Lo que el público percibe de Michelle Bachelet es su natural cercanía a la terrenalidad, su carencia total de prosopopeya, su lejanía de los rituales “sacros” de la política, su comodidad con lo informal, su trato sencillo y normalmente distendido de los problemas, etc. Michelle Bachelet contrasta con la imagen del político tradicional, precisamente, por su lectura secular de la política y de sus idearios, coincidiendo así con una suerte de reinvención de las percepciones que la gente tiene del “deber ser” de la política y del político.
Ahora bien, el conjunto de estos factores socio-culturales en los que se asienta la popularidad de Michelle Bachelet, se han visto políticamente potenciados por obra y gracia de sus opositores. Encapsulados en interpretaciones y fórmulas conservadoras, sus estrategias, críticas y ataques destinados a mermar las fortalezas de Bachelet, necesariamente se les revierten. Primero, porque contradicen las tendencias socio-culturales y valóricas modernas y, luego, porque terminan por confirmar y resaltar los rasgos políticos y personales que han hecho de Michelle Bachelet lo que es.
Dos comentarios finales y a modo de conclusiones.
1. Michelle Bachelet va a ser elegida como Presidente de Chile, precisamente porque la ciudadanía no la ve como “fenómeno”. Al contrario, la elegirá porque empatiza con su “normalidad”.
2. Los “fenomenólogos” no avanzarán un ápice en sus “estudios” si siguen buscando lo fenoménico en Bachelet y no en donde los fenómenos si existen y se originan: la sociedad.