Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores

Militares y socialistas

Antonio Cortés Terzi

AVANCES de actualidad Nº19
Octubre 1995

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS HISTÓRICOS

Relaciones confrontacionales

“Los monumentos en las plazas públicas a lo largo de todo este país hablan de nuestras glorias porque a nosotros, los militares, no se nos erigen monumentos ni por enfermedad ni por suicidio”. Estas palabras, dichas en junio de 1995, en los momentos más álgidos de las crisis cívico/militar a propósito del fallo en el caso Letelier, corresponden al general Hernán Núñez y sintetizan el clima de odiosidad que pervive en círculos castrenses hacia la cultura socialista.

En efecto, es de toda evidencia que con su alusión al suicidio, el general Núñez quiso denostar al Presidente Salvador Allende y, por esa vía, ofender premeditadamente a los socialistas. La intención agresiva es tanto más vehemente si se tiene en cuenta que el general Núñez pone en oposición el derecho a la gloria con el suicidio, cuando la autoinmolación ha sido siempre y en muchas latitudes un recurso viril y digno empleado por militares en situaciones especiales. El propio Ejército chileno reconoce el valor y rinde respeto al coronel peruano Francisco Bolognesi muerto en un acto de suicidio ante la derrota de sus fuerzas en el Morro de Arica.

Las animadversiones y suspicacias castrenses hacia la cultura socialista tienen también otros datos. Cuando el general Videla y otras vocerías militares insisten en juzgar a los responsables de crear las situaciones que motivaron la intervención militar en 1973, obviamente están refiriéndose a dirigentes y militantes socialistas, puesto que, según las propias lecturas que hacen militares de ese período, serían éstos los principales actores “subversivos” desde 1967.(1)

Ahora bien, es esta una petición paradojal: durante la época dictatorial la dirigencia socialista y buena parte de su militancia fue condenada a muerte, cárcel, exilio, proscripción de la administración pública y de las universidades, sin juicio alguno. ¿Cómo se enjuicia a alguien después de haber cumplido castigo por condenas definidas por los mismos que hoy reclaman un reenjuiciamiento? La única explicación plausible es que se busca una suerte de ostracismo político-histórico de una cultura política particular, largamente asentada en la cultura nacional y producto de la misma; y se busca ese exilio, más allá de factores coyunturales, porque histórica e ideológicamente las Fuerzas Armadas – y la sociedad – siguen viviendo una etapa en la que lo estatal y nacional se halla distorsionado.

El sólo hecho de que exista una disputa tan radical y con gestos tan odiosos entre una institución del Estado y una de las culturas políticas que componen la cultura política nacional, es un síntoma de anormalidad profunda que interroga, quiérase o no, la condición del Estado-nación. Dicho de otra manera: la existencia de conflictos confrontacionales entre ambas instancias indica, por lo menos, un antagonismo entre conceptos de Estado-nación que proviene, a su vez, o de dos visiones esencialmente antagónicas o bien de ignorancias mutuas y prejuicios de cada una respecto de la otra, originadas o acentuadas por cuestiones que, en dimensión histórica, son circunstanciales.

Poco se ha analizado los grados de anormalidad, medidos bajo las pautas de Estado-nación, que representan las actuales relaciones entre militares y socialistas. En primer lugar, es un contrasentido que instituciones del Estado sostengan una rivalidad esencial y permanente con una corriente y cultura política que participa como agente activo no sólo del cuerpo institucional-estatal global, sino también en la propia creación y desenvolvimiento de la normativa que rige a las instituciones. Es decir, esta animadversión no es una simple querella discursiva entre militares y políticos, sino que es también un factor que se interna y perturba el funcionamiento institucional.

Es del todo anormal, por otra parte, que las instituciones encargadas de velar por la defensa de la nación y de toda su gente, expresen ánimos beligerantes y suspicaces contra una parte de la población.

¿Hasta dónde es normal considerar que la subcultura militar y la subcultura socialista son enteramente ajenas y antagónicas? ¿Es normal y racional, es decir, hay causas objetivables, para que el vocablo y el concepto “adversario”, y hasta “enemigo”, sean adecuados para definir las relaciones entre ambos momentos?

Indagar sobre estos aspectos requiere, antes que todo, superar un prurito instalado en muchos sectores y que reitera un supuesto desconocimiento de los civiles respecto del mundo castrense. Sin duda que ese es un viejo problema de la sociedad chilena. Pero no puede seguir planteándose como una suerte de crítica de adolescente hacia los adultos, ni menos como un fenómeno unilateral. Hay que revisar cuánta responsabilidad tienen también los militares en este distanciamiento de los civiles y, sobre todo, debe estudiarse cuánta despreocupación ha existido de parte de los propios militares por conocer a la sociedad civil en su realidad plural.

Un olvidado entronque histórico

Ni militares ni socialistas parecen muy dispuestos a reconocer que, con singulares coincidencias, han compartido hitos, a lo largo de sus respectivas historias, que marcaron significativamente sus rumbos. Efectivamente, hay un momento en la historia nacional en el que se encontraron ambas subculturas, con proximidad de idearios y de sociologías, y que revistió para ambas – y para la sociedad toda – un carácter determinante y trascendente. Hecho a todas luces excepcional, tratándose de un encuentro entre instancias castrenses y político-culturales, puesto que respondió a un proceso espontáneo, impremeditado, sin confabulaciones ni integraciones corporativistas.

En las historiografías oficiales poca atención se presta al dato de que el Partido Socialista se conforma como entidad durante la primera intervención sobre la estructura política del Estado, en este siglo, de las FF.AA., y en especial del Ejército. Y menos atención se ha puesto todavía al antecedente de que las razones y propósitos esenciales de esa intervención son casi las mismas que activaron y motivaron a los grupos y personajes que dieron cuerpo a la estructura socialista.

A propósito de la acelerada profesionalización y “prusianización”que vive el Ejército como consecuencia de la Guerra del Pacífico, se presentaron dos fenómenos de envergadura. En primer lugar, sociológicamente se fue modificando la composición de la oficialidad, con una creciente incorporación a ella de sujetos provenientes de los llamados “grupos emergentes” principalmente urbanos y adscritos a los sectores medios. Y en segundo lugar, dada esta nueva composición, en el Ejército se incubaron sentimientos políticamente innovadores y contrarios a la hegemonía agrario-oligárquica que controlaba el poder y el sistema político.

Ahora bien, la manifestación político-pública más significativa de este nuevo cuadro al seno del Ejército se desarrolló a partir de 1924 y se extendió, crítica y convulsivamente, hasta 1932. Es decir, la gran transformación progresista para la sociedad chilena que implicó la ruptura antioligárquica tuvo como uno de los actores importantes al Ejército y de manera especial dentro de él a las expresiones castrenses de las “clases emergentes”. Así lo destaca el general (r) Canessa: “La juventud militar se volcó fuera del marco institucional despejando con su acción el dique que detenía el desarrollo socioeconómico del país. El orden de cosas imperante, regido indolentemente por la oligarquía, impedía el progreso y hacía ilusorio cualquier afán de unidad nacional en justicia social. El desafío se centraba en mejorar las condiciones de vida de amplios sectores ciudadanos, dentro de los cuales se encontraban los propios militares, y en hacer posible la efectiva incorporación de la clase media al desempeño de su gravitante rol en la vida social del país.” (2)

Las fuerzas socialistas de entonces se ubican dentro de la misma dinámica antioligárquica y promotora de la inserción al sistema político de las clases medias. Es decir, en sus orígenes el PS estuvo imbricado orgánicamente a las conductas políticas del mundo militar. Y tan es así que el devenir del socialismo estuvo vinculado a dos de los máximos protagonistas uniformados en la “ruptura antioligárquica”; al coronel Marmaduque Grove, quien fuera uno de sus fundadores y líderes, y al general Carlos Ibáñez, a quien los socialistas apoyaron mayoritariamente para su segunda presidencia.

Por cierto que estas coincidencias no eran absolutas ni exentas de discrepancias. Primero, porque al interior del Ejército nunca dejaron de estar presentes círculos afines al dominio oligárquico. Y segundo, porque, como en todo proceso transformador, al socialismo le correspondió la parte “jacobina”, maximalista.

Lo interesante del hecho aquí analizado son los efectos decisivos que tuvo en el tiempo, para ambas instancias, esa experiencia común.

Las FF.AA. fueron castigadas por la derecha a causa de sus comportamientos antioligárquicos. Fue la derecha la que calculadamente promovió el aislamiento y la indiferencia de parte de los poderes civiles hacia las instituciones castrenses, cuestión que se inauguró con el gobierno de Arturo Alessandri. Así está reconocido, aunque un poco elípticamente, por el general (r) Canessa: “A las FF.AA. se las redujo a la mínima expresión recortando sus medios en tal forma que la promoción de oficiales de ese año no pudo obtener destinaciones al graduarse y fue despachada, lisa y llanamente, hasta que hubo presupuesto para pagar sus modestísimas rentas. Al mismo tiempo se las aisló del resto de la sociedad… En suprema muestra de desconfianza, para neutralizarlas se creó la Milicia Republicana, desafortunado híbrido político-militar.” (3)

Para el PS los efectos fueron varios:

a) Definiéndose como organización de izquierda, e incluso marxista, no se desarrolló en él una ideología anti-militar. Es notable en este sentido la narración que hace el ex-oficial e historiador Carlos Charlín de los debates y conclusiones sobre las Fuerzas Armadas que tuvieron los máximos dirigentes fundacionales del socialismo en la fase preparatoria de la organización del PS: “El debate sobre este tema duró muchas noches, semanas y quizás hasta un mes. Finalmente se reconoció que no se podía tener una fuerza armada popular, paralela al elemento profesional. Ello crearía un recelo suicida que provocaría un fatal enfrentamiento… Además estaba el peligro de la Defensa Nacional que se acentuaba con aquella duplicidad y se agravaría si se eliminaba a los profesionales. De modo que por estas y muchas otras razones se desechó la duplicidad o preferencia por una fuerza armada popular.” (4)

b) Adscribió a un tipo de nacionalismo distante de la ortodoxia marxista y muy próximo al nacionalismo autárquico al que tiende la ideología castrense. Su “anti-imperialismo”, por ejemplo, poco tenía que ver con adscripciones propias de la guerra fría y mucho con la voluntad de poner bajo propiedad nacional los recursos mineros.

c) Desarrolló una suerte de “nasserismo” implícito, o sea no explicitado discursivamente, pero latente en la idea de una alianza popular-nacionalista, con participación e injerencia militar, para dar cauce a un proyecto nacional-progresista. Sintomático de este rasgo son las simpatías con las que el PS observó procesos reformistas liderados por militares en otros países latinoamericanos, como son los casos de los generales Velazco Alvarado en Perú, Juan José Torres en Bolivia y Omar Torrijos en Panamá.

Sería falto a la verdad y demagógico el no destacar que estos rasgos culturales que acercaban a la cultura socialista al mundo castrense, no dejaban de ser conflictivos y polémicos al seno del socialismo, particularmente interrogados por las corrientes de origen radicalmente liberales, próximas al anarquismo, y aquellas que más se inspiraban en el marxismo ortodoxo. No obstante, los sesgos señalados siempre circularon como datos de la política-práctica. Es dable incluso la hipótesis de que la insistencia de Salvador Allende para incorporar a las jerarquías militares a su Gobierno – con fuerte oposición de fracciones de su partido – no resultaban de cálculos y necesidades coyunturales, sino de la idea no confesada de constituir un bloque nacional-popular con los militares para encauzar y dirigir el proceso de cambios en el que estaba empeñado.

También sería intelectualmente inútil desconocer que a la par de las señales comunes que acercaban a la cultura socialista a algunas de las características de las FF.AA., existían otros elementos que tendían a la conflictividad y a la desconfianza.

DISTANCIAS HISTÓRICAS

Conservadurismo vs. voluntad de cambios

En la medida de que las fuerzas armadas se profesionalizan devienen en cuerpos burocratizados. Calificación en nada peyorativa si se atiende al concepto weberiano de burocracia. Para el célebre intelectual la burocratización no es sino la forma necesaria que asumen las instancias del Estado moderno en el proceso de racionalización eficaz de sus funciones. Ahora bien, existe una necesaria correspondencia entre burocratización y conservadurismo. La rutinización de las actividades y la jerarquización estricta de las cadenas de mando, rasgos intrínsecos a todo cuerpo burocratizado, generan, inevitablemente, una fuerte tendencia hacia conductas conservadoras.

Por otra parte, el propio “arte de la guerra”, como disciplina intelectual y práctica, se sustenta en formas rígidas de organización y en actos minuciosamente previstos y estructurados. En muchos de sus componentes sustanciales, las ciencias bélicas son escasamente sensibles a modificaciones radicales y céleres. Datos que también aportan al desarrollo de una cultura conservadora en el universo castrense.

A estas cuestiones que se pueden considerar propias de toda estructura militar, en el caso de las FF.AA. chilenas hay que agregar dos que también han fortalecido el conservadurismo. De una parte, y pese a cambios en la estructura sociocultural interna, merced a sus orígenes y al valor que tiene en lo militar la mantención de tradiciones, en las FF.AA. criollas perviven ancestros culturales conservadores de extracción oligárquico-aristocrática.

Y de otra parte, el conocido – y, a veces, buscado – aislamiento relativo en el que viven las FF.AA. respecto del resto de la sociedad, repercute en una insuficiente conexión con los fenómenos de cambios que más asiduamente se presentan en otros diversos niveles societales.

Dada esta aura conductual conservadora resulta natural la presencia de tensiones en las relaciones entre las FF.AA. y una cultura cuya impronta es su sentido crítico al status y su voluntad de cambios.

Lo represivo vs. lo popular

Los espacios más cercanos de representación y desenvolvimiento de la cultura socialista los constituyen universos intelectuales y populares. A lo largo de la historia contemporánea, militares y socialistas se han enfrentado a propósito de las misiones represivas que las FF.AA. han desempeñado en determinados momentos contra movimientos de esa naturaleza.

En apariencia, los juicios críticos sobre las FF.AA. por ese tipo de acciones parecerían injustos si se atiende al argumento resumido por el general® Julio Canessa en el libro citado: “Por desgracia, también hubo oportunidades en las que se las hizo actuar (a las FF.AA.) como rompehuelgas o sofocar estallidos sociales que el poder político no había manejado adecuadamente. Una manera de resolver problemas eludiendo la propia responsabilidad haciéndola recaer en los soldados, para los cuales no puede haber nada más doloroso y desagradable. En tales casos las órdenes se cumplen disciplinadamente, con abnegación, pero los hechos dejan un gusto amargo.” (5)

Sin embargo, es este mismo autor el que legitima las censuras socialistas al reconocer que: “La obediencia debe ser siempre reflexiva… Esa y no otra es la importancia de contar con mandos cultos e informados, que siendo obedientes y disciplinados, tengan por norma proceder responsablemente, con absoluta independencia de los vaivenes políticos consustanciales al sistema democrático.” (6)

En otras palabras, si se estudia la historia de las represiones militares contra movilizaciones populares, no se encontrarán señales de parte de las FF.AA. que expresen pesar por dichos actos. Lo común es encontrar justificaciones de orden político-ideológico. Tampoco se conocen sanciones a oficiales al mando de acciones punitivas de ese carácter por falta de discernimiento, según la lógica que se desprende de las apreciaciones del general® Canessa, en torno a la disciplina militar. En cambio, sí existen homenajes a oficiales que condujeron violentas represiones.

Como es obvio, los comportamientos de las Fuerzas Armadas como “rompehuelgas” o destinados a “sofocar estallidos sociales” forman parte también de los componentes que han distanciado a socialistas y militares.

Pese a lo anterior, hasta determinado momento de la historia nacional, las relaciones entre militares y socialistas eran de una dialéctica de encuentros y des-encuentros, pero siempre dentro de la aceptación mutua de un ethos cultural-nacional común, lo que hacía que la conflictividad no impidiera una relación propia de distintos en los parámetros que fija la pertenencia a la misma nación-Estado.

Es claro que a partir de algún momento las relaciones pierden esas características y se produce una radical ruptura. Y en torno a ella lo que interesa analizar es su magnitud y orígenes, pero, sobre todo, importa indagar hasta qué punto tal postura se explica, en muchas de sus causas y quizás paradojalmente, por elementos de una cultura nacional compartida.

LOS MOMENTOS DE LAS RUPTURAS: EL DISCURSO MILITAR Y DE LA DERECHA

Para los ideólogos militares y de la derecha, la animadversión hacia el socialismo chileno tendría sus orígenes básicamente en tres momentos:

Primero: en la asunción por parte del PS de tesis violentas y subversivas a partir del Congreso partidario realizado en Chillán en 1967.

Segundo: en el desastre que habría implicado para la vida nacional el Gobierno de la Unidad Popular, encabezado por un socialista.

Tercero: en la supuesta intención de la izquierda – manifestada en preparaciones y actos durante este mismo período – de desencadenar una guerra civil con el propósito de introducir en Chile un arquetípico régimen comunista.

El mitificado Congreso de 1967

Es cierto que en el mencionado Congreso del PS se suscribieron declaraciones acerca de la violencia y de la lucha armada como recursos políticos legítimos. Pero lo que convierte en falaz ese argumento para explicar el antagonismo entre militares y socialistas, deviene de la interesada y exagerada connotación que se le da a ese hecho casi puramente literario. (¡Cuánto verbo y puro verbo hay en las culturas políticas latino-cristianas!).

En efecto, si se analiza la prensa de la época se observa que la importancia otorgada a los acuerdos de ese Congreso no causó la alarma, ni siquiera la preocupación, que naturalmente deberían haber producido si se atiende al valor que hoy le asignan vocerías de las FF.AA. y de la derecha.

En editorial de El Mercurio del 26 de noviembre de 1967 se lee: “El desarrollo y las conclusiones de este torneo (Congreso de Chillán) pueden en cierto modo, dar la razón a los socialistas que preside el senador Ampuero y que se separaron por considerar que el senador Allende era el símbolo de los compromisos con la burguesía radical…”

Dos días después el mismo diario editorializaba: “El Congreso Socialista de Chillán… ha tenido un desarrollo y conclusiones que revelan que esa colectividad no irá tan lejos en su repudio a los métodos democráticos como se había vaticinado anteriormente”.

El jueves 30 otro editorial del El Mercurio es más crítico: “…el franco desafío que los acuerdos socialistas envuelven para el régimen constitucional y legal del país sitúan de lleno a esa colectividad en un terreno penado expresamente, no sólo por la Ley de Seguridad Interior del Estado, sino por la ley penal común.” Sin embargo, hace otra afirmación que minimiza el sentido de esos acuerdos: “… queda de manifiesto el objetivo netamente proselitista del anterior postulado… no creemos que la irrestricta apertura socialista hacia la vía armada como medio para ganar el poder vaya a fortalecer los cuadros de ese partido”.

Por su parte, en el oficialista diario La Nación del 27 de noviembre del mismo año, en titular a cuatro columnas se leía: “Corriente tradicionalista triunfó en Congreso Socialista”, aludiendo a la elección del entonces senador Aniceto Rodríguez, como Secretario General del PS, reconocido por su tenaz oposición a las tesis sobre la “vía armada”. Y el 28 del mismo mes, en página editorial se decía: “El Partido Socialista reitera su actitud contraria a las elecciones, sin ser capaz aún de presentar una vía alternativa”. Y el 29 de noviembre auguraba; “El PS es una colectividad ya definitivamente fraccionada, rota por sus discrepancias internas… minado por corrientes antagónicas, prometiendo volver al caos político original de donde surgió”.

En suma, ni para el periodismo ni para los analistas ni para los dirigentes políticos, el afamado Congreso de Chillán tuvo la connotación de un hito que marcara la entronización de una violencia organizada y sistemática en la realidad política nacional.

Pero los hechos son todavía más contundentes en este sentido. Desde esa fecha (noviembre de 1967) hasta 1970 no hubo ningún acontecimiento relevante, protagonizado por socialistas, en virtud de una política institucional, que permita descubrir una seria tendencia a configurar una estrategia política armada. Es cierto que existieron actos y actitudes que pretendían emular las experiencias armadas tan en boga en otros países latinoamericanos, pero fueron esporádicos y de escasísima magnitud técnico-militar y constituyeron más bien parte del anecdotario de la época que acciones evaluables como ejercicios bélicos.

En suma, si se atiende a la realidad, los efectos sobre la política nacional que tuvieron los acuerdos del Congreso de Chillán fueron irrelevantes. Por consiguiente, ubicar en ese torneo el punto de inicio del quiebre institucional es, en lo mínimo, una exageración y un enfoque absurdo de los sucesos de ese tiempo. En el fondo, ese recurso argumental ha devenido en discurso puramente ideológico y retórico y construido a la medida de las necesidades políticas de hoy.

Crisis generalizada durante el Gobierno de la UP

Es indudable que la crisis global que se desarrolló entre 1970 y 1973 es la razón más objetiva que pueden esgrimir las fuerzas conservadoras para explicar el golpe militar. Pero no es suficiente para explicar racionalmente y de por sí la odiosidad castrense hacia el socialismo.

Al respecto, en los debates contemporáneos hay una contradicción insalvable en el pensamiento de derecha y del que se hacen eco los ideólogos castrenses. Todas las culturas políticas han reconocido cuotas de responsabilidad en el advenimiento del fenómeno crítico que caracterizó ese período. Sin embargo, para el conservadurismo es natural que las FF.AA. concentren su crítica y odiosidad sólo hacia el universo socialista.

A los socialistas puede culpabilizárseles en grado superior por haber sido el partido mayoritario de la alianza gobernante y por cuanto, a través del Presidente Allende, tenían la mayor responsabilidad en la conducción del país. Autocrítica que, por lo demás, los socialistas han hecho casi hasta el masoquismo. Pero ¿qué ocurre con las otras fuerzas políticas, particularmente con la derecha? El estado crítico que enfrentó el país y que tenía un primer origen en el proceso de cambios que introdujo el gobierno ¿habría tenido la misma intensidad y dramatismo si la conducta de la derecha política y fáctica no hubiera sido la que fue? ¿No aportaron al desgobierno las conspiraciones subversivas de la derecha con el apoyo desde el extranjero, o el boicot económico nacional e internacional que promovieron esas fuerzas, o la acción de sus grupos armados, etc.?

La catastrófica polarización de ese período y los grados de desorden social que se alcanzaron, no pueden ser analizados sin agregar dos variantes de las que no son responsables los socialistas.

Primera, la decisión política adoptada por sectores de la derecha en cuanto a impedir que el gobierno de Salvador Allende cumpliera su mandato. Por cierto, una decisión de esa naturaleza incluía como propósito preconcebido y organizado producir un nivel álgido de desorden institucional y social.

Y segunda, la premeditada obstaculización intra y extrainstitucional definida por la derecha fue, en gran medida, también causal de la creciente radicalización del proceso UP, con la correspondiente agudización de la polarización. En otras palabras, los comportamientos de la derecha desempeñaron un rol activo, y quizás en varios aspectos determinantes, en el carácter que fue adquiriendo el proceso UP, por la simple operatoria de la ley de la acción y la reacción.

La no aceptación de este fenómeno es resultado de una lógica intrínseca al pensamiento conservador y que consiste en ver al mundo escindido sin articulación “positiva” entre sus partes, o sea, sin una articulación que interna condicionantes recíprocas al funcionamiento de las parcialidades. Supone, dicho de otra forma, que cada una de las escisiones es un mundo en sí, vinculado a los restantes por lazos puramente externos y, además, beligerantes. Pero lo social funciona de manera muy distinta desde el momento que es una totalidad que da lugar a sociedades. El carácter final de las sociedades y de los procesos sociales proviene siempre de la síntesis que configura el encuentro de sus parcialidades.

Es en tal sentido que el deterioro objetivo que vivió la sociedad chilena entre los años 1970 y 1973 fue causado por las acciones de los diversos colectivos.

En consecuencia, si los análisis se situaran en estos carriles, o sea, si se reconociera la crisis de esa época como una crisis nacional producto de la conducta de los más variados agentes, ¿Por qué insistir en que tales circunstancias marcan un punto de ruptura total entre los militares y uno sólo de esos agentes: el socialismo?

Preparación de la guerra civil y del establecimiento de un régimen comunista

Esta argumentación de la derecha y de los ideólogos castrenses es la más requerida e idónea para justificar no sólo el golpe militar sino, sobre todo, la violencia del mismo y la posterior indiscriminada represión y sus secuelas en cuanto a violación de los DD.HH.

Ahora bien, como durante el gobierno de Salvador Allende no hubo ni atisbos de establecimiento de un régimen comunista, si por tal se entiende el modelo político emanado de los “socialismos reales”, ni tampoco existió nada parecido a una guerra civil, ni represión masiva a los contrarios al Gobierno, lo primero que hay que constatar es que toda esta argumentación constituye un “juicio de intenciones”.

No deja de haber cierta ironía al presumir que el Gobierno de la UP y sus fuerzas de apoyo pretendían erigir un régimen comunista. Nunca hubo algo tan alejado de la cultura socialista que el considerar el modelo soviético como paradigma propio. Pero tampoco los comunistas concebían el proceso UP orientado hacia la creación de un Estado comunista. Muy por el contrario, eran los más interesados, dentro de la alianza gobernante, por acotar el proceso dentro de un esquema democrático y desarrollista.

Por otra parte, si algo le era propio y caro al Presidente Allende era su concepción de la llamada “vía chilena al socialismo”, que consignaba en su esencia la edificación de un orden social distinto con respeto y bajo parámetros de la institucionalidad.

No obstante, sería ingenuo desconocer que fracciones integrantes de la UP, y específicamente socialistas, pensaban el socialismo bajo la impronta “ortodoxa”. Pero no eran estos pensamientos los que hegemonizaban al Gobierno ni tampoco a las bases de sustentación de la UP. Es más, no es muy aventurada la hipótesis de que si se hubiera planteado prácticamente una pugna frontal entre los partidarios de la “vía chilena” y los de la opción tradicional – comunista -, no sólo habrían fracasado estos últimos sino que además la contienda habría terminado en la ruptura de la UP.

En suma, cualquier análisis serio y desprejuiciado debería concluir que jamás tuvo viabilidad una alternativa socialista ortodoxa. No sólo porque las correlaciones de fuerzas no lo permitían, sino por sobre todo, porque ni los liderazgos principales ni el universo mayoritario de la izquierda de entonces aspiraban a un tipo de régimen alejado de las tradiciones institucionales y democráticas.

El problema del desarrollo de las fuerzas para-militares por parte de la izquierda es un dato real, pero es también un problema rodeado de bemoles.

En primer lugar, tales fuerzas nunca tuvieron la magnitud que hoy le atribuyen los discursos militares y derechistas. Si los responsables sobrevivientes de ese tipo de actividades confesaran los grados de preparación técnica de esos grupos, de disciplina, de estructuración, la calidad y cantidad de armamentos que poseían, etc., sería irrisorio continuar sosteniendo que representaban una amenaza cierta para las Fuerzas Armadas y para el desencadenamiento de una guerra civil.

En segundo lugar, ese fenómeno se explica en gran medida por el clima general en el que se desenvolvía el proceso UP. Por razones enteramente objetivas, el gobierno de Allende y sus partidarios tenían la convicción de que deberían enfrentar acciones violentas destinadas a impedir el cumplimiento del mandato presidencial y no existía plena confianza en que las Fueras Armadas y de Orden actuaran íntegramente en defensa de la institucionalidad. En la memoria inmediata estaba el “tacnazo” y el asesinato del general Schneider. Por consiguiente, la cuestión de los aparatos armados representaban una paradoja, pero tenía a su vez lógica y racionalidad política: eran inconstitucionales, pero su existencia se vinculaba a la defensa de la institucionalidad.

Y en tercer lugar – situación que ha desaparecido de los discursos derechistas -, ningún partido, absolutamente ninguno dejó de configurar estructuras para-militares en ese período, lo que por cierto generaba una espiral reproductiva de ese tipo de organismos. Y, dicho sea de paso, el mayor activismo armado durante el gobierno UP corrió por cuenta de los aparatos organizados por la derecha que, como hoy se sabe, contaron con apoyo significativo de miembros de las FF.AA.OO.

Nos encontramos nuevamente aquí, entonces, en que la explicación de los conflictos entre militares y socialistas resulta de visiones unilaterales de los acontecimientos presentes entre 1970 y 1973.

MOMENTOS DE RUPTURA: VISIONES SOCIALISTAS

En este caso las visiones no son enteramente coincidentes. Y ello se debe a que el socialismo ha hecho efectivamente un proceso de revisión crítica de su pasado y para lo cual era menester releer los acontecimientos históricos, ejercicio que, por cierto, produce discrepancias.

El golpe militar

Naturalmente que el golpe militar en sí marca el origen de los resentimientos socialistas hacia las FF.AA.: afectó gravemente sus biografías colectivas e individuales. Es decir, hay un componente emotivo de muy difícil superación.

Pero más allá de aquello, las críticas políticas estriban en:

a) El derribamiento violento de un Presidente elegido constitucionalmente.
b) La interrupción de la vida democrática por varios lustros.
c) El ensañamiento represivo contra los socialistas.

En estas críticas hay un debate postergado por razones evidentes. Tiene que ver con un diagnóstico concienzudo de la situación existente en Chile en 1973. Diagnóstico que probablemente tendría que llevar a la conclusión de que la profundidad de la crisis nacional no podía ser resuelta sino con la participación de actos de fuerza. Difícil paso en la reflexión socialista, por cuanto aparecería como una legitimación del golpe militar. En rigor, no era esa la única salida con el ingrediente del uso de la fuerza. La cuestión de fondo, de cualquier manera, no es tanto discutir la legitimidad o no del golpe de Estado, sino la forma y el carácter que este revistió.

En efecto, el golpe militar no tuvo la forma ni el carácter de una intervención en que las FF.AA se comportan como entidad estatal, como una institución que resguarda lo nacional y que actúa con prescindencia de la polarización política que origina la crisis. El golpe militar de 1973 fue un golpe político de derecha, tanto por la definición que se hizo del enemigo como por el ánimo exterminador con el que se operó contra parte de la cultura política nacional y sus espacios sociales.

Un régimen derechista

Esta es otra de las cuestiones sustanciales que explican la distancia de los socialistas hacia las instituciones armadas. La prolongación de la dictadura no se debió a la permanencia de un estado de inestabilidad social y política. De hecho fue esa prolongación la que hizo reproducir la polarización y los síntomas de inestabilidad. Lo que explica la duración de la dictadura fue el ánimo de edificar en Chile un modelo de sociedad sometido íntegramente a concepciones derechistas, desde lo económico hasta lo cultural, pasando por lo institucional. Esto ha traído como consecuencia una fuerte modificación en los conceptos que las FF.AA. tienen de sí y en sus contenidos nacionales.

En efecto, al configurar un esquema de sociedad e institucionalidad sobre la base de principios propios de la cultura de derecha, las FF.AA. han comprometido su institucionalidad a las lógicas de una parcialidad de las culturas nacionales. Quiéranlo o no, han perdido pertenencia a lo cultural-nacional, esto es, a la cultura que se configura desde la diversidad. Han devenido inercialmente en FF.AA. doctrinaria y políticamente de derecha.

Por otra parte, esta fuerte articulación ideológica, social y cultural con el universo de derecha ha venido desarrollando al seno de las FF.AA. lógicas conductuales propias de lo elitario y oligarquizante de las culturas conservadoras, lo que obviamente tiende a divorciarse emocionalmente de lo cultural-popular.

Persistencia de su voluntad política

Por último, el conflicto militar/socialista está muy predeterminado por la evidente voluntad de las FF.AA. de mantenerse como una instancia política tanto formal como informal, alterando con ello la esencia misma de las concepciones demo-liberales de la democracia. Es decir, hay un punto de distanciamiento que se genera estrictamente por conductas actuales de las Fuerzas Armas y no en situaciones del pasado.

Notas:

(1) Véase por ejemplo, el libro del general® Julio Canessa, Quiebre y Recuperación del Orden Institucional en Chile, Ed. Emérida, 1995.

(2)*Op. Cit*., 86.

(3)*Op. Cit*., pág. 228

(4) Carlos Charlín, Del Avión Rojo a la República Socialista, Ed. Quimantú, 1992, págs. 866-867.

(5) *Op. Cit., pág. 210.

(6) Op. Cit,, pag. 242.