Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos
Partido Socialista y Marxismo (A 150 años de “El Manifiesto”)
Antonio Cortés Terzi
Cuando parecía casi finiquitado el proceso de destierro del marxismo como antecedente ideológico de los partidos de izquierda, el PS resolvió, en su último Congreso, oficializar su reinstalación como doctrina partidaria.
Coincide esta reivindicación con el aniversario 150 de la publicación de El Manifiesto.
Ambos hechos justifican de sobra algunas reflexiones sobre un texto y un pensamiento de suyo polémico y que, quiérase o no, han acompañado a la historia intelectual contemporánea durante un siglo y medio. Y justifican también algunas reflexiones sobre el sentido que tiene este “retorno oficial” del PS al marxismo.
Empecemos por esto último.
Visto en perspectiva, siempre ha constituido una curiosidad histórica el afán de los partidos de la vieja izquierda de proclamarse “marxistas”. Es una curiosidad, primero, porque ninguna otra corriente ha adoptado definiciones similares. No existen partidos “agustinianos”, ni “socráticos”, ni “cartesianos”, ni “hobbesianos”, etc. Y es curioso también, por cuanto, el pensamiento de Marx es uno de los más distantes a las visiones subjetivadas de la historia, uno de los que menos releva el papel de las individualidades en el acontecer trascendente. No obstante, la individualidad de Marx, obviamente presente tras el vocablo “marxista”, ha sido una de las más evocadas para identificar movimientos políticos.
Pero retornar hoy a la condición de “marxista”, como lo ha hecho el PS, es una curiosidad mayor, casi un insólito.
Ayer, la adscripción política al marxismo tenía, al menos, políticamente significados, puesto que éste había devenido, de facto, en un programa político global: lucha anticapitalista liderada por la clase obrera (o trabajadora), postulación del cambio revolucionario, edificación de una nueva sociedad sobre la base de la abolición de la propiedad privada y la socialización de los medios de producción, etc. Hoy ni el más radical de los socialistas se niega, en lo mínimo, a revisar ese “programa”.
Por otra parte, ayer, si bien el marxismo, como pensamiento, estaba cruzado por polémicas interpretativas, el “marxismo militante”, el “marxismo” de los partidos, respondía a lógicas, a conceptos y a ideas gruesas comunes edificadas y difundidas por la cultura comunista organizada en torno a la URSS. Pero hoy, con la debacle de la URSS, y de la corriente comunista no sólo dejó de existir una “autoridad” intelectual o comunicacional que discipline las lecturas sobre el marxismo sino que también los textos que antaño cohesionaban al “marxismo militante” están sometidos a un absoluto descrédito. Por consiguiente, en la actualidad, intelectualmente poco o nada dice la autodenominación de “marxista”. ¿Cómo comprender en un mismo concepto a Mao, a Habermas, a Stalin, a Berman o al “Presidente Gonzalo”?
La resolución del PS matiza su “marxismo” considerándolo “método de interpretación de la realidad, enriquecido y rectificado por los constantes aportes del devenir social, recogiendo particularmente los aportes del racionalismo laico y del cristianismo popular”. Sin el menor ánimo de resultar ofensivo, pero esa frase no puede sino ser calificada de barbarismo teórico.
El marxismo de Marx no es un método. Asumirlo así es integrarlo a la escuela positivista. Es más, ¿dónde están los textos de Marx en los que exista una exposición metodológica? Se nos podrá decir, “el método subyace en sus escritos”. Bien, ¿pero cuáles? ¿En la Ideología Alemana? ¿En El Capital? ¿En el 18 Brumario? En cada uno de ellos hay métodos de acercamiento distintos a los análisis.
Lo que Marx esbozó, en rigor, no es un método sino una filosofía o concepción de la historia. A decir de algunos, una concepción historicista de la historia. En consecuencia, mal podría haber construido un “método” que se sobrepusiera a su propia filosofía historicista.
Pero es una confusión todavía más aberrante al suponer que el “cristianismo popular” aporta al marxismo “rectificaciones y enriquecimientos”. Ante todo, hay ahí una contradicción flagrante: si el marxismo es un “método” ¿cómo puede aportar el cristianismo popular, al que, por cierto, no se le conoce ninguna metodología? Pero más allá de este error, que puede ser puramente formal, en el plano estricto de lo teórico, de lo conceptual, de lo analítico, es imposible la existencia de un “aporte” cristiano – cualquiera sea el apellido – al marxismo. La obra de Marx bien puede calificarse como una “revolución teórica” contra todo tipo de pensamiento de origen teológico. Sus visiones antropológicas, históricas, éticas están construidas en contraposición a esos tipos de pensamiento. Precisamente, si algo abunda en los escritos de Marx es un desprecio irónico – en el plano del conocimiento – de las visiones idealistas y, por ende, cristianas.
Es muy probable que los redactores de esa resolución quisieron referirse a supuestos aportes del cristianismo al socialismo como corriente política, lo que es más comprensible y aceptable, pero que confirma, a su vez, lo contraproducente que resulta pretender definir a un partido como instancia adscrita a una filosofía específica: una efectiva identidad teórica del socialismo con el marxismo, forzosamente conllevaría a la exclusión de corrientes que en el estricto plano del pensamiento son antitéticas a él, como la cristiana. En la práctica teórica no se puede aceptar y negar, a la vez, por ejemplo, la existencia de verdades divinas. En cambio, en la práctica política tal contraposición resulta intrascendente si los objetivos terrenales son compartidos y aunque a tales objetivos se haya llegado por caminos espirituales diversos.
Pero no todo pudiera ser negativo en esa resolución. Si seriamente quieren recuperarse elementos de la concepción de Marx, el PS podría vivir un interesante proceso intelectual que lo instalaría de mejor manera en la comprensión de los fenómenos de la modernidad. Pero ello a condición de asumir, primero, las dificultades que entraña identificar lo que es el marxismo de Marx.
En vida de Marx sólo se publicó el primer tomo de El Capital, y no se publicaron los restantes por cuanto él no los consideraba suficientemente elaborados. Ese dato ilustra lo erróneo que es concebir el marxismo como un pensamiento totalizador y a los escritos de Marx como la base plana de esa totalidad. Esa debería ser una asunción insoslayable para cualquier marxista.
Una segunda es que, sin ningún lugar a dudas, Marx es conocido más por sus intérpretes y difusores que por él mismo. Más aún, los difusores más influyentes son aquellos que pretendieron hacer de los textos de Marx “libros de bolsillo” y que por consiguiente los simplificaron a extremos grotescos.
Tampoco debería escapar, en tercer lugar, que Marx fue utilizado por un gigantesca maquinaria de poder para explicar y justificar determinadas políticas y que a la postre fueron erigidas como parte o corolario de la concepción marxista.
Dicho lo anterior, veamos en qué colabora la obra de Marx a la comprensión de lo contemporáneo.
Pero antes permítasenos un sinceramiento. La reivindicación de Marx o del marxismo dentro del PS es una plataforma tendencial. Son los sectores autoidentificados como de “izquierda” los que la levantan. Piensan que la sola redefinición del PS como marxista y la reinstalación de la fidelidad a Marx es un golpe a la “renovación de derecha” del socialismo, un avance en la recuperación de políticas tradicionales del PS y una critica definitiva y radical a las políticas sistémicas seguidas por éste en los últimos años.
Soy de una opinión enteramente contraria. La cosmovisión de Marx acerca de la modernidad, sus contradicciones y desarrollo – y cuya agudeza ha sido reconocida por muchos de sus detractores – no se compadece con las lógicas asumidas por las “izquierdas” socialistas para interpretar el proceso de modernización en Chile. Y a ello voy a referirme especificándolo en varios puntos.
Marx y la modernidad
A Marx, instalado en el siglo de oro de la modernidad europea, y a diferencia de lo que le ocurre al “marxismo militante” de los socialistas, no le incomodaba en absoluto el despliegue de la modernidad capitalista. A la inversa, es un exegeta de ella y cuyo baluarte testimonial se encuentra, precisamente, en El Manifiesto.
Pese a sus descarnadas y dramáticas críticas por los efectos destructivos que producía la entonces acelerada construcción de la sociedad burguesa, no hay en él pensamientos angustiosos sobre ella ni convocatorias a resistirlas. Hasta puede decirse que Marx tiene una actitud cínica ante el avasallamiento de lo moderno: cuanta más modernidad más se conflictúa el capitalismo y más se incuban las condiciones reales e históricas para su superación.
Incluso, y en esto hay que poner mucha atención, su idea de revolución es de una revolución de lo moderno. No es en contra de la modernidad sino expresión de ésta. Dicho de otra manera: la hipótesis de Marx acerca de la transformación revolucionaria de la sociedad no descansa, en esencia, en las injusticias sociales que entraña el capitalismo sino en el empuje de la modernidad.
Marx y el énfasis en el crecimiento económico
Sin duda que otro tema que complica a los sectores socialistas aludidos, es el enorme rol que en la actualidad se le asigna al crecimiento económico en el diseño general de las políticas. Pero, precisamente, la valoración positiva que hace Marx del capitalismo es su formidable capacidad para desarrollar las fuerzas productivas. “burguesía, que cuenta apenas un siglo de existencias, ha creado fuerzas productivas más abundantes que todas las generaciones pasadas juntas” (El Manifiesto).
Obviamente que el interés de Marx por el desarrollo de las fuerzas productivas es por su directa relación con el crecimiento económico que, a su vez, siempre en la teoría de Marx, es la condición sine qua non para avanzar del “mundo de la necesidad” hacia el “mundo de la libertad”.
Claro está que discutir las políticas de crecimiento que se aplican en cada momento es enteramente válido. Pero lo que no se condice con el marxismo es el rechazo conceptual a la lógica del crecimiento.
Marx y la ética social
Los reivindicadores del marxismo deberán ser muy audaces y valientes cuando relean y descubran o redescubran que los postulados de Marx no tienen como eje central a los pobres y que no van a encontrar en sus textos recomendaciones sobre políticas sociales.
Es menester esta acotación porque tiende a hacerse la siguiente composición de lugar: ser de izquierda es ser marxista y ser marxista es “apostar por los pobres”. Esta e suna falacia que, de paso, demuestra una vez más lo inconveniente y negativo que es sacar a Marx de la esfera puramente intelectual y ponerlo a militar en un partido.
Veamos, por ejemplo, la cruel mofa que hace de los proudhonistas, descalificándolos por ser “los que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los organizadores de la beneficencia, los protectores de los animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores domésticos de toda laya.” (El Manifiesto). Al lumpenproletariado, que bien puede traducírsele como nuestros actuales marginados, los caracteriza como ”producto pasivo de la putrefacción e las capas más bajas…” Cuando también en El Manifiesto vaticina la “ruina de los “estamentos medios – el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino…”, no sólo no da señales de conmiseración, sino que, además los denosta como “conservadores” y “reaccionarios”.
Es evidente, por otra parte, y a lo largo de toda su obra, que el interés por el proletariado no es en sí por tratarse de un conjunto pobre sino por cuanto encarna a la clase revolucionaria, condición que le supone o adjudica por muchas razones, entre las cuales la pobreza e suna más.
Tampoco Marx muestra conmoción alguna – como lo ha hecho la izquierda en toda su trayectoria – por los procesos de concentración del capital y expresados en la monopolización de la actividad económica. Por lo mismo, tampoco le preocupan las dinámicas que van extinguiendo a la pequeña propiedad y a los pequeños propietarios. Más bien son procesos que evalúa como revolucionarios en tanto permiten una organización superior de la economía.
¿Todo esto es indiferencia ética? En lo absoluto. La ética de Marx tiende a romper con la tradición ética judeocristiana, de origen y carácter teológico, para ubicarse en una racionalidad historicista. Así, por ejemplo, el concepto de igualdad en Marx no emana de ninguna idea religiosa sino de la convicción de que la existencia social se debe a la capacidad creativa común a todos los seres humanos expresada en el trabajo y que las desigualdades han surgido por una apropiación individual e indebida de riquezas generadas colectivamente.
Esa construcción de la ética no le permite a Marx ocultar bajo discursos morales la crueldad de la existencia real y de su devenir, ni mucho menos pretender resolver los conflictos y problemas de la modernidad confiando en bondades morales. El contenido ético de su obra sólo se torna apreciable si se entiende que su ambición es superar la irracionalidad social de la historia a través de un proceso que no puede ser sino histórico. Otra vez nos encontramos con el filósofo que piensa, como alguien dijo “en términos de siglos y de continentes” y no con el político, forzado a pensar el saquí y el ahora.
Marx, Estado y “estatismo”
En los sectores de “izquierda” del PS es casi un dogma el vincular a Marx linealmente con una noción estatista de las políticas y del proyecto socialista. Noción que, por lo demás, adoptaron universalmente todas las izquierdas y que incluye no sólo a la idea de un Estado como agente protagónico en la propiedad y funcionamiento económico sino también como dirigente principal y, en instantes, exclusivo de la sociedad.
Esta es otra falacia gigantesca respecto del pensamiento de Marx. Tanto así que cualquiera que indague medianamente su obra escrita no podría dejar de interrogarse con perplejidad acerca del cómo fue posible esa vinculación, como tampoco podría dejar de admirar la insolente audacia intelectual de quienes la edificaron.
No es exagerado decir que, lejos del estatismo, Marx es un pensador “anti-Estado”. Es verdad que en algunos textos postula una economía bajo control estatal y a un estafo férreamente conductor de lo social. Pero esas postulaciones están referidas a un “otro” Estado, a un imaginario de Estado surgido por y para un momento revolucionario. ¡Jamás se le habría ocurrido a Marx proponer concederle mayor manejo de la economía y de la propiedad económica al Estado propio de la sociedad capitalista!
Su aversión hacia el estatismo es palmaria: ”Eso de educación popular a cargo del Estado es absolutamente inadmisible… Lejos de esto, lo que hay que hacer es substraer la escuela a toda influencia del gobierno y de la Iglesia”. Léase también: ”Pese a todo su cascabeleo democrático, el programa está todo él infestado hasta el tuétano de la fe servil de la secta lasallana en el Estado”. Glosas marginales al Programa del Partido Obrero Alemán).
Recuérdese por último, que, para Marx, lo moderno instaura un proceso un proceso a través del cual el estado se “disuelve en la sociedad civil” y que el anhelo libertario se contrapone al Estado: “La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella”.
Atendidos estos cuatro puntos, tratados a “vuelo de pluma” – como gustaba decir Engels – cabe preguntarse si a ese Marx se refiere la vindicación del marxismo que hizo la mayoría de congresales socialistas. Puesto que si es así, el PS habría dado un gran paso político-cultural al emular a un encomiable crítico de la modernidad capitalista, y elogiable en tanto tal, porque lanzó sus críticas desde la modernidad, internándose intelectualmente en sus mecánicas más profundas y que al momento de pensarlas lo hiciera sin más prejuicios que los que él mismo citara de Dante: ”Déjese aquí cuanto sea recelo/Mátese aquí cuanto sea vileza”
Marx no hizo de las ilusiones una razón. Desde la razón hizo ilusiones.