Es evidente que uno de los flancos elegidos por las elites del mundo político y socio-cultural de la derecha para atacar a Michelle Bachelet – por ahora, de manera elíptica y a través de vocerías menores – es su supuesta falta de experiencia política y sus supuestas carencias en conocimientos de economía.
Estos reparos o críticas – que también rondan por algunos círculos de las elites concertacionistas – tienen que ver con cuestiones que van más allá de lo puramente comunicacional.
De partida, ocultan un primario e inconfeso sesgo discriminatorio: el archiconocido prejuicio que dicta que para aceptar la capacidad de una mujer ésta debe demostrar, una y otra vez, que sus capacidades son mayores a la media de un hombre de reconocida capacidad entre sus pares.
Pero también detrás de esas críticas o reparos hay otros dos prejuicios que emergen de esencialidades del pensamiento derechista y neoconservador.
Uno es que la primera vara que usa la “derecha profunda” para medir experiencia política es la que mide la experiencia acumulada conviviendo dentro de las elites y de espacios elitarios y codeándose con los “dueños” de los poderes factuales. Es decir, pone en duda la experiencia política de quienquiera no hubiese practicado la política desde las altas esferas del poder formal o extra-institucional.
El otro prejuicio emana del siguiente silogismo: el país no es mucho más que una empresa grande. La economía es la ciencia de los negocios. Ergo, se estará más apto para dirigir el país en tanto más especialidad se tenga en economía de los negocios.
Ahora bien, si la derecha persiste y desarrolla esa líneas de ataque, le va a ir mal o, en rigor, le va a ir peor.
Han sido ellos, la derecha y el lavinismo, los que han explotado hasta el extremo las reticencias de las personas hacia la política y el político. Favor le harían a Michelle Bachelet si insisten en destacar su falta de experiencia política. No sólo porque ese discurso la distancia del desprestigio de la política, sino porque la erige en auténtica representante de un recambio de dirigentes.
Y, de yapa, hunden más la figura de Lavín pues le asignarían a Michelle Bachelet los atributos que le dieron buenos méritos a Joaquín Lavín en la elección presidencial anterior. Michelle Bachelet y no Joaquín Lavín sería ahora el símbolo de un “nuevo tipo de político”.
Seguramente, Michelle Bachelet no sabe de economía de los negocios. ¿Y qué? Su discursividad no apela al país-empresa, sino a la nación-sociedad compuesta por personas. Su sustento social está en la afectividad no en la técnica.
Que tendrá que pronunciarse sobre temas económicos. Claro que sí. Y no va a tener problema alguno con ello, gracias una vez más, a la derecha: el discurso económico de la derecha es tan simple y majadero que dejan espacio hasta para que un lego se luzca.
Peor aún, es probable que Michelle Bachelet construya un discurso económico que sorprenda y que deje en mal pie a Joaquín Lavín.
Primero, porque ella no está sujeta a ninguna ortodoxia. Y segundo, porque la derecha está amarrada a un concepto atávico y obsoleto de la economía, el economicismo, esto es, a concebir la economía como un factótum técnico y sin más variables que las que les son endógenas. Las tendencias modernas son a comprender la economía de manera más totalizadora y en la que es tan variable económica la cohesión social o el desarrollo cultural como lo es el afamado equilibrio macroeconómico.
Bajo esa óptica, la conceptualización de los problemas económicos permite un trato más amable, comprensible y orgánicamente cercano a las personas y, sobre todo, permite convocatorias social y técnicamente armónicas.
En fin, es visualizable que la derecha empieza a diseñar la estrategia contra Bachelet sobre dos ideas: i) que en aptitudes mediáticas existe un equilibrio entre ella y Lavín, ii) que la ventaja de Lavín estaría en lo político (experiencia) y en lo técnico (economía).
¿Será cierto?
La mayor experiencia política y de gestión pública de Joaquín Lavín es la de haber gobernado dos comunas. La de Michelle Bachelet la de haber dirigido dos ministerios. ¿Son comparables los presupuestos, el número de funcionarios, el tipo y la magnitud de los problemas que manejó Michelle Bachelet en el Ministerio de Salud y de Defensa con los que manejó Joaquín Lavín en Las Condes y Santiago? ¿Alguna vez se ha visto, por ejemplo, a Joaquín Lavín elaborando y negociando proyectos con el Poder Legislativo?
En la práctica, Joaquín Lavín ha sido un jefe de localidades. En el plano nacional, no ha sido más que un declamador de ideas y nunca ha sido un dirigente gestionador de sus propias ideas. Michelle Bachelet sí lo ha sido.
No es nada de claro que exista tal equilibrio en cuanto a condiciones comunicacionales. Michelle Bachelet, aun en sus mensajes más livianos, siempre transmite más densidad que Joaquín Lavín. La comunicación de Michelle Bachelet con el público produce grados de identificación, por lo mismo, su comunicación es empática. La habilidad comunicacional de Joaquín Lavín no llega a la empatía, se queda en la simpatía, que es un vínculo bastante más feble y pasajero.
Esas diferencias no las puede resolver asesor alguno, porque lo que compite en ese plano es la apoltronada y latera vida personal (material y espiritual) de Joaquín Lavín contra una existencia personal llena de vicisitudes, de experiencias intensas y que, dentro de su excepcionalidad, comparte infinidad de puntos comunes con la experiencia de vida de una gran mayoría de connacionales.
Las vivencias de Michelle Bachelet – acuñadas en cultura, en inteligencia, en sensibilidad, en tranquilidad espiritual, en disposición al esfuerzo, en energía alegre – son las que, a la postre, redundarán en una manifiesta superioridad sobre el candidato Lavín.