Si bien no es posible afirmar que se trata de rumbos inmodificables o que no puedan ser matizados en los próximos meses, un análisis objetivo permite detectar cierta persistencia y consistencia de las señales en esas tres direcciones. Y estos énfasis elegidos no dejan de presentar dificultades y de abrir interrogantes importantes.
Sobre la renovación de rostros y de liderazgos en su futuro gobierno, la principal inquietud es si existe una elite de recambio o si se está, al menos, en proceso de conformación de un nuevo grupo con capacidades dirigentes. Dicho de otro modo si los “nuevos rostros” cuentan con el poder político suficiente para actuar como elite con capacidad hegemónica al interior de la Concertación y en su relación con diversos actores sociales e institucionales relevantes.
La verdad es que gente nueva, joven o no, con capacidad técnica y política, y que no ha estado ocupando la primera fila en las decisiones de la Concertación existe y no es poca; el tema es si ésta nueva camada de dirigentes cuenta con las condiciones de poder para constituirse y actuar como una nueva elite. Lo anterior significa un grado de articulación y ascendiente sobre los grupos parlamentarios de la Concertación, sobre sus partidos políticos, sobre las dirigencia social, y en diversos espacios sociales, económicos, culturales e intelectuales.
Es posible que estemos asistiendo a un proceso de transición de la elite al interior de la Concertación, pero se trata, en el mejor de los casos, de un proceso en ciernes.
El segundo aspecto, dice relación con un cierto privilegio de Bachelet en materias programáticas de los sectores liberales. Sintomático fue al respecto su presentación ante la Comisión de Presupuesto del Senado, y haber escogido a los economistas Marshall y Velasco como sus acompañantes. Sería prematuro pensar que Bachelet ya ha optado por una visión liberal en su futuro gobierno, pero lo cierto es que sería poco realista pensar que éstos no van a contar con un espacio importante en materias programáticas, y que ello nace de una convicción de la propia candidata.
Sin duda, que esta opción de Bachelet generara más de una dificultad no solo con los socialistas sino también, con la DC de Zaldívar, que en diversos aspectos tiene una visión profundamente anti-liberal.
Por último, su reciente decisión de integrar a la DC, fundamentalmente a través de su “ala colorina”, aún cuando pueda ser corregida en parte en los próximos días, constituye una señal compleja para los sectores “alvearistas” acerca de cómo será la relación de Bachelet con la DC y sus diversas sensibilidades internas.
Tal vez en esta manera de integración de la DC predominó un interés de Bachelet de definir su relación con la DC a través de la institucionalidad de ese partido, hoy ocupada por el “zaldivarismo”. Aunque tampoco, se puede soslayar la lectura de que aquí hay una apuesta de más largo aliento en términos de construir un entendimiento privilegiado con Adolfo Zaldívar por parte de Bachelet. Si así fuera, estaríamos ante un recambio importante en lo que ha sido la elite concertacionista, de la cual no ha sido parte el “zaldivarismo” hasta ahora y si lo ha sido históricamente el sector “alveraista”.
Bachelet parece empezar a moverse cada vez con más autonomía en la escena política, y ha comenzado a mostrar, en parte, sus cartas. Algunas de éstas no dejan de ser audaces. Ya nadie podrá decir que la candidata no toma de decisiones, el problema ahora es si está o no de acuerdo con ellas.