Alcanzado el ejemplar número 21 de nuestra Revista, hemos introducido modificaciones de forma y contenido que apuntan al fortalecimiento de una de las tareas prioritarias y que mejor define la razón de ser del Centro de Estudios Sociales AVANCE: colaborar a la reconstrucción intelectual y cultural del socialismo, lo que no deja de ser, en rigor, también un objetivo político. Y en relación a ello permítasenos las siguientes reflexiones.
Entre muchos dirigentes políticos e intelectuales existe un diagnóstico consensuado respecto del deterioro de la política como actividad intelectual. Incluso, empíricamente se puede observar una suerte de implícita indiferencia por la esfera teórica en su vinculación con la práctica política. Demasiados datos indican el abandono de una categórica afirmación weberiana sobre esta materia: “La política se hace con la cabeza y con ninguna otra parte del cuerpo”.
En sus inicios podía resultar relativamente válida la explicación de que el fenómeno se debía a una sobre reacción ante un pasado político recargado de especulación ideológica. Pero con el tiempo transcurrido ese argumento resulta más justificativo que explicativo.
Son muchas las causas que dan lugar a este fenómeno.
Una de ellas, quizás de las más profundas y comprensibles, es la crisis simultánea que afecta a la práctica-política y al pensamiento social. En efecto, lo contemporáneo ha desorganizado seriamente tanto las formas y ejercicios tradicionales de la política como a cuerpos teóricos que antaño servían como reordenadores en momentos de crisis.
La imbricación de ambas circunstancias viene generando una situación que merece especial cuidado: lo político, sus instituciones, sus colectivos sociales van perdiendo sustrato cultural, y por ende, las interrelaciones en el espacio de lo político tienen cada vez menos alma y más comercio.
Es innegable que la crisis teórica que afecta a casi todas las culturas políticas, y en especial a las progresistas y de izquierda, es de una radicalidad nada fácil de superar. En primer lugar, porque el capitalismo ha alcanzado una fase nueva, difícil de identificar y aprehender, precisamente, porque se encuentra en pleno período de instalación y porque uno de sus rasgos sobresalientes es la movilidad de los fenómenos que genera. Y en segundo lugar, porque los pensamientos políticos, en tanto tales, construyeron sus ideas matrices y muchos de sus instrumentos de análisis sobre la base de dos datos fuertes: la competencia entre dos proyectos sociales, universales y antagónicos por un lado, y las muestras de estancamiento y de agotamiento del capitalismo para realizar sus propias ofertas originarias, por otro.
La extinción de estos datos – al menos en cuanto a su fortaleza – ha introducido un elemento fatal para el desarrollo del trabajo intelectual progresista: la pérdida o la auto inhibición del espíritu crítico. El pensamiento parece encerrado en un círculo vicioso: como no hay alternativa al capitalismo ¿para qué el criticismo sistémico? O a la inversa: la crítica sistémica ¿no repondrá ideas y proyectos ya frustrados?
Por otra parte, y siempre en este mismo sentido, la izquierda sufrió el embate de una suerte de apocalipsis intelectual, pues articuló mecánica e ilegítimamente el fracaso de los socialismos reales a una supuesta obsolescencia plena no sólo del marxismo, sino también de otras fuentes intelectuales que habían conformado durante largas décadas sus ancestros culturales. Proceso que pudo tener valor y sentido histórico si tal declaración de obsolescencia hubiese estado precedida de una alternativa intelectual propia. Pero no ha sido así. Por el contrario, la continuación del proceso está signada por una creciente asimilación acrítica de pensamientos, categorías y lenguajes provenientes de cosmovisiones afines al estatus.
El devenir de esta crisis intelectual ha puesto hoy a la cultura socialista chilena en un estado que no se merece. Y no lo merece porque, paradojalmente, continúa concentrando a una buena parte de la intelligentzia y porque, también paradojalmente, es la cultura que más ha ejercitado su intelecto durante este período de crisis cultural generalizada y, por lo mismo, ha ido acuñando progresos que ya se quisieran otras corrientes. No obstante, ello aún no deriva en una reconstrucción intelectual identificatoria y colectivizada.
Basta echar una mirada para percatarse que el discurso socialista de hoy es frágil, desorganizado, incompleto y tímido. Para algunos eso constituye parte de las características de los partidos mordernos. Sería lato discutir aquello, pero lo que no puede confundirse es la actividad política de un partido con la cultura política del mismo. Ni menos pueden globalizarse los rasgos de los partidos.
El socialismo por antonomasia no puede concebirse sino como fuerza de cambio social. Por esa simple razón su relación con el trabajo intelectual no es idéntica a la de otras culturas. Postular al cambio social obliga a sobrepasar la pseudoconcretidad de la realidad manifiesta para descubrir la esencia de lo transformable. Nada se transforma en verdad sin conocimiento de su esencia. Más aún, lo contemporáneo ha establecido nuevas modalidades para el cambio: la gradualidad. Los grandes hitos revolucionarios, los épicos momentos a través de los cuales la humanidad destruía obstáculos para recomenzar una nueva etapa, han perdido racionalidad histórica allí donde predomina la contemporaneidad. Por lo mismo, el cambio social reviste menos dramatismo pero mucho más complejidad: definir los muchos instantes y los muchos pasos de la gradualidad para que ésta alcance dimensiones de transformación social, requiere de esfuerzos intelectuales previos de gran envergadura.
En suma, la cuestión de la valoración del trabajo intelectual al seno de las corrientes progresistas pasa, de facto, a convertirse en una suerte de definición política, toda vez que sus cualidades transformadoras sólo podrán pervivir y expresarse con una labor previa de trabajo crítico y analítico que reconstruya una cosmovisión y una lógica del cambio.
En este esfuerzo que convoca a todas las potencialidades intelectuales del socialismo – vigentes y emergentes – y al cotejo con otras visiones contemporáneas, se inscribe la nueva etapa de la Revista AVANCES de actualidad.