“Estoy en contra de la polarización entre el utopismo y el posibilismo, porque si estamos en esa alternativa, o bien tenemos un utopismo que lleva sistemáticamente a la derrota, o bien tenemos un posibilismo que lleva a la integración institucional, a la ausencia de la política, y a la transformación de la política en administración, en lo cual no creo”. Ernesto Laclau, entrevistado por Faride Zerán, La Época, 16 de noviembre 1997.
Entre los días 22 y 24 de octubre, Ernesto Laclau, portador del rótulo de “postmarxista”, estuvo en Santiago, donde ofreció un seminario bajo el título “Hegemonía y articulaciones políticas: idea de una acción colectiva en el contexto de la postmodernidad”.
El tema debería despertar interés pues aborda uno de los “nudos” de lo que se ha dado en llamar el discurso “postmoderno”: ¿sobre qué base fundar una “acción colectiva”, si se afirma el fin de los metarrelatos, la disolución de las ideologías, la muerte del sujeto, el fin de las utopías, etc., etc.?
La “acción colectiva”, tal como la hemos conocido, encontraba su base, precisamente, en los grandes relatos revolucionarios-redentores, en ideologías totalizantes, en la idea de un “sujeto histórico”, de una “teoría revolucionaria” que nos proveía de una concepción de la historia, entendida como un proceso dialéctico de progresivo y necesario avance hacia estadios superiores de organización de la sociedad (léase socialismo, comunismo “la tierra será el paraíso…”, etc.)
Cabe preguntarse, entonces, cómo se arregla E. Laclau para reponer, en ese contexto teórico, la “acción colectiva”. Y si acaso, efectivamente lo logra.
La concepción clásica de la emancipación: dicotomía vs. Fundamento
En la conferencia que cerró el citado seminario, E. Laclau expuso una crítica al concepto clásico de emancipación, señalando sus contradicciones internas. Su propósito, explícitamente señalado, no cancelar toda idea de emancipación, sino, más bien, proponer otro concepto de emancipación más acorde con los tiempos (¿postmodernos?) que corren. La teoría clásica de la emancipación se organiza alrededor de dos dimensiones básicas que son contradictorias entre sí, afirmó de entrada E. Laclau.
Tenemos, por un lado, lo que denominó “la dimensión dicotómica”. Esta dimensión supone un proceso histórico en el cual irrumpe un hecho radical (el hecho emancipatorio) tras el cual adviene una sociedad totalmente reconciliada. Desde el punto de vista de esta dimensión de la idea clásica de emancipación, la totalidad de la racionalidad histórica se concentra en la sociedad postemancipatoria (una sociedad en la que se ha superado todo antagonismo en la determinación de sus procesos básicos), por lo tanto, aquello que la precede tiene que, necesariamente, ser no-racional.
Por otra parte, señaló, todo discurso emancipatorio clásico supone una “dimensión de fundamento”, esto es, presupone que hay un fundamento de lo social dentro del cual el hecho emancipatorio tiene lugar. La historia no sería simplemente el corte entre la racionalidad social posterior al hecho emancipatorio y lo irracional social presente en la historia que lo ha precedido, sino que sería un momento en el despliegue de una racionalidad histórica básica. Ahora bien, y por aquí se vienen las anunciadas contradicciones, si hay un fundamento de la historia y el hecho de emancipación es un momento en el despliegue de ese fundamento, las etapas que lo han precedido también tienen que tener una racionalidad interna.
Tenemos, entonces, que, desde el punto de vista de la dimensión dicotómica, toda la racionalidad histórica se concentra en una sociedad emancipada y, por tanto, la sociedad que la precede es esencialmente irracional (opresiva, injusta, etc.); a su vez, desde el punto de vista de la dimensión de fundamento, si hay fundamento histórico por el cual el acto emancipatorio obedece al movimiento histórico de este fundamento, la sociedad que lo ha precedido también tiene que ser racional.
Esta contradicción, concluyó Laclau, atraviesa a todas las teorías de emancipación. La dimensión dicotómica y la dimensión de fundamento se excluyen entre sí. La teoría clásica de la emancipación es, pues, incoherente: al mismo tiempo afirma la dimensión de fundamento y la dimensión dicotómica y estas dos dimensiones no se pueden integrar de ninguna forma coherente.
Prácticas hegemónicas y “decisión”
Si la afirmación de un fundamento de la historia se torna (lógicamente) imposible, pero al mismo tiempo toda acción colectiva postula, necesariamente, un cierto fundamento, un cierto principio del cambio, éste, sostuvo Ernesto Laclau, tendrá que ser necesariamente relativo, es decir, hegemónico.
Las prácticas hegemónicas surgen, entonces, siguiendo con este razonamiento, como resultado del colapso de la distinción entre lo necesario y lo contingente en un sentido absoluto (distinción necesaria en la teoría clásica de la emancipación). Los procesos históricos de cambio social, no ocurrirían por necesidad (una racionalidad histórica fundamental) sino como resultado de articulaciones hegemónicas (contingentes).
Si el fundamento de la historia se relativiza, si no hay ninguna necesidad que asegure que la historia se dirige hacia la emancipación de la humanidad (o hacia cualquier parte), entonces se amplía el papel que el momento de la decisión, que es un momento específicamente político, puntualizó Laclau, tiene que jugar.
Y en seguida agregó: si existiera una sola decisión correcta, no habría “libertad de decisión”, para que exista algo que podamos llamar “libertad de decisión” tiene que haber alternativas cuya elección no sea “necesaria” (en última instancia, entonces, toda decisión será arbitraria – ya que no va a estar fundada en ninguna racionalidad a priori – si no, no sería “decisión” para ser libre, la decisión tiene que fundarse en la arbitrariedad).
Ahora bien, en el marco de reflexión en el que se está moviendo Laclau, la decisión nunca es la decisión de un sujeto, sino que es un evento que ocurre en una situación, sin que pueda ser referida a ninguna racionalidad de ningún carácter que la explique. Y si la decisión no está dictada por una racionalidad a priori del agente, la decisión va a tener que ser el resultado de una hegemonía. El sujeto no es la fuente de la decisión; es la decisión la que crea al sujeto, concluye.
Democracia y emancipación
Hecha la crítica del concepto clásico de emancipación, e introduciendo los conceptos de “hegemonía” y “decisión”, Laclau abordó el tema de la democracia señalando que un sistema político (un sistema de decisión) tiene que ser incompleto para ser democrático. Una sociedad totalmente reconciliada, en la que todos los antagonismos hubieran desaparecido, implica también que el diálogo democrático habría desaparecido, puntualizó. Si se elimina totalmente el poder, la sociedad sería transparente, pero en una sociedad así, no hay lugar para el disenso, y entonces tampoco puede haber democracia. La condición del diálogo democrático es la opacidad de lo social que implica necesariamente relaciones de poder.
Una sociedad de una democracia radical – que es precisamente, la propuesta política que está tratando de poner en escena Laclau – es una sociedad en que se ha construido un sistema de poder distinto, no una sociedad en la que se ha eliminado radicalmente el poder. La democracia está ligada a la cuestión de la incompletud esencial de lo social, concluyó.
En seguida procedió a mostrar cómo este mismo razonamiento puede aplicarse a la emancipación: si la emancipación global fuera posible, en ese caso, la sociedad ya no podría cambiar, habría encontrado el momento perfecto de coincidencia consigo misma. La emancipación total y el fin de toda práctica democrática sería uno y el mismo proceso.
Mientras que para el marxismo clásico, la solución global, es decir, la revolución, es la condición de solución de todos los problemas parciales, para una concepción hegemónica de la política (esto es, la concepción postmarxista de la política), la solución de todo problema parcial se va a dar con el trasfondo de un punto muerto de una solución global que es, por siempre, inalcanzable, señaló.
Se va delineando así una idea de emancipación distinta de la emancipación clásica. Bajo esta idea (¿postmoderna?) los contenidos de la emancipación no están unidos a un objetivo final: la sociedad reconciliada. Hay muchas emancipaciones concretas, parciales, y no hay que pensar que sus contenidos van a converger, naturalmente, por sí mismos, hacia un estado de unidad. Por el contrario, si van a unirse, va a tener que ser a través de una lucha hegemónica (o sea que entonces, la tierra no será nunca el paraíso). La unidad de los contenidos del proyecto emancipatorio es una unidad mucho más pragmática y resultado de una lucha que lo que la teoría clásica presuponía, insistió Laclau, puntualizando que no se trataba de negar ninguno de los contenidos de la teoría clásica de la emancipación, sino que poner en cuestión que la lógica de su unidad sea tal como la teoría clásica presuponía.
La radicalización de la democracia
Esta pluralidad de emancipaciones parciales que ocurrirían por obra y gracia de decisiones colectivas que acontecerían sobre la base de articulaciones hegemónicas radicalmente contingentes, podrían inscribirse en un proyecto de radicalización de la democracia (proyecto sobre el cual se podría bosquejar una nueva política para la izquierda, sostiene Laclau, en su libro Hegemonía y Estrategia Socialista).
La lógica de la democracia es la de la igualdad, señaló en la conferencia que estamos reseñando. Democracia no significa un régimen político, democracia significa expansión creciente de la lógica de la igualdad, enfatizó. La radicalización de la democracia consistiría, entonces, en la penetración de los discursos de la igualdad a áreas cada vez más extendidas del tejido social. Este proceso habría empezado a fines del siglo XVIII con la revolución francesa. Ahí habría tenido su origen la idea de creación de un espacio público de igualdad de los hombres como ciudadanos. Con los discursos socialistas, en el siglo XIX, el principio de igualdad se habría hecho extensivo a la esfera económica. Con todos los discursos de emancipación de los distintos grupos en el siglo XX (feministas, minorías étnicas, etc.), se extendería a áreas cada vez más complejas del tejido social. Hay una pluralización de liberaciones, pero esas liberaciones ya no coinciden, ya no se reúnen en ese momento jacobino único, de ruptura total, con consecuencias ilimitadas.
Y así nos pilla, entonces, el fin del milenio. El imaginario jacobino reemplazado por un imaginario de emancipaciones parciales, el fundamento relativo, las articulaciones hegemónicas radicalmente contingentes, las decisiones sin sujeto.
¿Y dónde se sitúa la “responsabilidad” en este horizonte de “decisiones sin sujeto”? preguntó alguien desde la audiencia, sin que el punto llegara a esclarecerse.
¿Es posible activar las miradas críticas y el deseo de cambio social (la mentada acción colectiva a la que se refería el título de la charla que hemos reseñado), desde estos fundamentos relativos, despojados de todo idea de “totalidad”, de sentido de la historia, arrojados a la “contingencia pura”? fue otra de las preguntas planteadas.
¿Hay aquí realmente “un bosquejo de una nueva política de izquierda” o simplemente un “pensamiento que surge de la derrota”? (es desde la perspectiva de los derrotados que el devenir histórico se percibe como carente de todo sentido, contingencia pura, etc.; es desde la perspectiva de los derrotados que los objetivos se minimizan, planteó otro de los asistentes.
Las preguntas siguen dando vuelta.