¿Desde Macondo a MacOndo?
Hace ya algunos meses – a fines del 96 – el escritor Alberto Fuguet y su colega Sergio Gómez anunciaron el descubrimiento de una nueva ciudad mítica: McOndo. En abierta contraposición al Macondo de García Márquez, las características principales de MacOndo son: mucha contaminación, atochamientos, malls, televisión. En MacOndo nadie se eleva por los aires como no sea en avión o en droga. Nadie come tierra ni nace con cola. Aquí no hay “frescos sociales” ni “zagas colectivas”, afirmaron Fuguet y Gómez. Los escritores se han retirado a sus “cuarteles personales”. La disyuntiva entre “el lápiz o la carabina” que habrían enfrentado otrora los escritores latinoamericanos (¿en los 60?) ha sido reemplazada en los 90 por el dilema entre Windows 95 o Macintosh.
Presentaban, así, a través de esta antología de cuentos a un grupo de escritores nacidos alrededor de 1960 que busca, al parecer, entrar a tallar en la “lucha por el poder interpretativo”. ¿Cuál es el objeto a “interpretar”? Nada menos que América Latina. Seguir mirando América Latina a través del cristal del “realismo mágico” es reduccionista y, a estas alturas, prácticamente, “inmoral”, sostienen. Reivindican una “cultura bastarda”, y abominan de cualquier pretensión esencialista respecto de una supuesta “identidad latinoamericana” (indígena, folklórica, izquierdista, etc.)
Aunque los compiladores se encargan de aclarar, en la “Presentación del país MacOndo”, que este libro no es un “tratado generacional” o un “manifiesto”, resulta difícil no leerlo como tal. El título incita a esa lectura (de lo contrario habría que considerarlo sólo una ocurrencia muy ingeniosa y/o un muy buen gancho comercial, que también lo es).
Cambio de barrio
Pero, ¿qué ocurre cuando uno de los editores de MacOndo – Alberto Fuguet – se traslada de un MacDonal’s de Providencia – donde presentó junto a Sergio Gómez la colección de cuentos MacOndo – a “Los braseros de Lucifer”, restaurant ubicado en las cercanías de la calle San Diego, para desde ahí presentar su novela Tinta Roja (Alfaguara, 1996). Fuguet se cambió de barrio(s). Literalmente, hablando, claro.
El mundo de jóvenes del barrio alto que conocimos en sus libros anteriores (Sobredosis, Mala onda, Por favor rebobinar) ha sido reemplazado por los bajos fondos santiaguinos y el mundo de la crónica policial sensacionalista, la crónica roja, la prensa amarilla. Cabe preguntarse: ¿qué anda buscando Alberto Fuguet al cambiarse de barrio(s)?
Me llama la atención este giro de Fuguet. Aunque las referencias a cierta literatura norteamericana (Bukowsky, claro) permanecen, ahora es un epígrafe de Manuel Rojas el que abre la novela. No puedo dejar de relacionar este gesto con el de Los Tres cantando cuecas choras en MTV o en la Jein Fonda. En estos tiempos de globalización de la cultura norteamericana – de cierta parte de ella – ¿qué andan buscando en la cultura popular local ciertos creadores relativa o decididamente jóvenes? ¿No era tan fantástico esto de que ahora un joven de aquí podía tener el mismo afiche en su pieza que uno de Madrid o Nueva York y compartir las mismas referencias musicales, literarias, cinematográficas y televisivas, mayoritariamente norteamericanas? ¿Qué hay en esta búsqueda de referencias locales?
Yo veo una búsqueda de “filiación”. También podríamos hablar de una búsqueda de pertenencia. Navegar en internet puede ser genial, la literatura norteamericana y el cine de Tarantino, apasionantes, las Mac hamburguesas, un vicio fácil de adquirir, pero en medio de esta Mac aldea global, ¿no hay ninguna “particularidad” en la que reconocerse? ¿Una tradición de la cual se provenga y que permita “distinguirse”? ¿Es que no tenemos antecedentes propios en algún sentido?
El culto a lo popular
Hay un tema recurrente en la narrativa de Fuguet: la relación con el padre – su búsqueda, su pérdida, su encuentro -. Las novelas de Alberto Fuguet exploran las distintas posibilidades. En Tinta roja – la novela en que se cambió de barrio(s) – el tema también es clave. Lo que el joven aprendiz de periodista encuentra en el submundo de la sección policial del diario sensacionalista El Clamor es una figura paterna – el periodista rudo, el “roto choro”, mujeriego, bebedor, amigo de sus amigos -. Figura paterna que sustituirá al padre real ausente (el padre abandonador). El “viaje” por el submundo santiaguino, el tour por la cultura popular, entonces, está al servicio de esta búsqueda de “filiación paterna”.
Me pregunto: ¿por qué se busca al padre en el mundo popular? (pienso en la relación del grupo de rock chileno Los Tres con el “Tío Roberto” – Roberto Parra -, el poeta popular, también el “roto choro”). ¿Qué busca/encuentra cierta “cultura juvenil” en la cultura popular tradicional? (otra imagen viene a mi mente: jóvenes asistentes a un concierto en favor de la abolición de la pena de muerte en nuestro país, pasan, sin ninguna dificultad, de la poesía rock de Mauricio Redolés – otro a quien habría que incluir en esta tendencia – a corear El gorro de lana con Jorge Yáñez).
Que Los Tres o Mauricio Redolés se interesen en lo popular, como una raíz de su trabajo creativo, sorprende menos – por su historia – que sea Alberto Fuguet quien realice el mismo gesto. El Mac escritor por excelencia. El que ha reivindicado el derecho (y la necesidad) de hacer literatura de mall, “realismo virtual”, etc. Insisto en la pregunta: ¿qué busca (y qué encuentra) Fuguet cuando se desplaza del Mac Donald’s a “Los braseros de Lucifer”?
¿Cómo podemos leer esta suerte de renovado culto a lo popular? ¿De qué nos hablan estos gestos de cierta cultura juvenil chilena? (por lo demás, esto pareciera repetirse en otros países – en Argentina – , un tango es el infaltable cierre de cualquier concierto rock). ¿Intuitivas resistencias a la homogenización cultural que parece venir en camino, globalización mediante? ¿Necesidad de afirmar algo “propio” que se presiente en vías de extinción? Sinceramente no sé si una reapropiación acrítica de la cultura popular es tanto mejor que una celebración también acrítica de la globalización, pero no deja de llamarme la atención que no sea precisamente un “padre jaguar” lo que busque la citada cultura juvenil.