Para analizar y proyectarse hacia los escenarios políticos futuros es necesario y válido incorporar dos hipótesis:
• La posibilidad de quiebre o de resquebrajamiento profundo de la Concertación.
• La recomposición unitaria del bloque socio-político y cultural de la derecha con la correspondiente capacidad de recuperación de iniciativa política.
Es evidente que la Concertación está y seguirá tensionada por la sucesión presidencial. Y ese es el factor más visiblemente amenazador de división. La fórmula de las primarias no es en sí y todavía una solución suficientemente sólida. Sólo lo será si está precedida, y luego acompañada, de una efectiva voluntad política, ideológica y hasta emotiva y, además, colectivizada en los partidos concertacionistas para llegar a una mecánica de esa naturaleza. Proceso que está en una etapa muy incipiente y bastante lejos aún de constituirse en voluntad generalizada.
En cierta medida, se ha convertido en un óbice para avanzar en esa perspectiva la idea de que el uso de la segunda vuelta electoral no es del todo descartable, ni tampoco dramático para los efectos de la continuidad de la Concertación. Pero esa idea es profundamente equívoca, cuando no interesada. En primer lugar, porque ello significa, como señal pública, que la Concertación deja de ser una instancia configurada básicamente desde visiones y programas comunes, para devenir en una estricta alianza electoral para formar mayorías, lo que no sólo merma su fuerza convocante sino que, obviamente, el gobierno que emanara de esa génesis tendría una debilidad intrínseca.
En segundo lugar, esa alternativa abre opciones a un gobierno de derecha. Las elecciones municipales demostraron, en algunas comunas, una vieja sospecha: que un porcentaje de votantes de la DC puede desplazarse hacia candidaturas de derecha. Es decir, si la competencia final es entre un candidato de ese sector y otro del mundo PS-PPD, no hay seguridad de que las fuerzas de la Concertación, en esas circunstancias, mantengan sus mayorías. Y hay que observar los efectos históricos que tendría un resultado de ese tipo.
Baste mencionar sólo tres:
• La irrefrenable crisis catastrófica que afectaría a la DC,
• El retorno de las tres culturas políticas tradicionales en competencia sin un sistema político coherente a aquello, y
• La fragilidad de un gobierno de derecha sin pacto estable de mayoría.
Ahora bien, estos elementos electorales que operan centrífugamente dentro de la Concertación podrían verse más potenciados si no se asume a la brevedad el agotamiento político y programático al que está llegando la alianza gubernamental. Agotamiento que está relacionado a la naturalidad del acontecer y no necesariamente a responsabilidades subjetivables. Y esta cuestión se articula, a su vez a la segunda hipótesis arriba expuesta.
El eje político-programático fundante y que nutrió, durante bastante tiempo, el alma activa y endopática de la Concertación fue la llamada contradicción entre democracia y dictadura. A todas luces, ese es hoy un eje extemporáneo. Por cierto que se puede debatir acerca del fin o no de la transición. Pero es claro, cualquiera sea el concepto que se tenga de la transición, que está no está sometida ni orientada, en la actualidad y en rigor, a salvar amenazas dictatoriales ni tampoco a instalar las instituciones democráticas. El tema de los llamados “enclaves autoritarios” entra, en realidad, en un contexto de desenvolvimiento más global del país.
La esencia del conflicto político hoy en Chile está dada por un nuevo estadio y al que hemos venido denominando de “transición profunda”. Es decir, por aquellas situaciones erigidas e instaladas durante el régimen dictatorial y que tienen que ver más con fenómenos que transcurren en la sociedad civil que en la sociedad política. En otras palabras: es la transición desde fenómenos societarios profundos – creados durante el régimen militar y que han configurado una sociedad segregada, elitaria, de privilegios odiosos, etc. – y que fueron postergados por demandas de la transición político-institucional, hacia el reordenamiento de una sociedad civil congruente a los paradigmas de una verdadera modernidad.
Los grandes temas de hoy y de mañana estarán dados por esta “transición profunda”. Y en ese plano la derecha está no sólo mejor pertrechada sino también más auto consciente de los problemas y más unificada en sus propósitos defensivos. En cambio, en la Concertación hay un retraso al respecto y un muy menor grado de uniformidad conceptual.
Pero allí radica el encuentro del nuevo gran mito articulador de la Concertación. Tiene frente a sí a una derecha dispuesta y capaz de resistir para conservar un modelo de sociedad neo-oligarquizada y en virtud de ello recomponerse como bloque socio-cultural y político. El poder factual de la derecha es de tal magnitud que si no se le enfrenta desde los poderes democráticos, pero también desde la sociedad civil, puede lograr asentar un orden social que, en lo sustancial, entrenó durante la dictadura, y ello a pesar y con independencia del funcionamiento de un sistema político democrático.
Si se analizan así las cosas, es fácil comprender que la pervivencia de la Concertación continúa teniendo relevancia histórica como movimiento social, cultural y político. Sin ella, no importa quién gobierne porque en tal caso, se impondría igualmente como rectora fáctica del Estado-nación.