Diciembre de 1994 marcó un hito en la región, en la corta historia de la post guerra fría nunca hubo un momento más pletórico de entusiasmo triunfalista seguido de una crisis tan profunda.
Aquel 8 de diciembre se reunieron en Miami todos los presidentes latinoamericanos, a invitación de Bill Clinton. La no invitación a Fidel, junto a la presencia de un recientemente repuesto Aristide, enviaban una fuerte señal a la región: los nuevos tiempos eran de democracia. Se subrayaba además que la democracia había llegado para quedarse y que se habría el amplio y venturoso camino del libre comercio. El presidente Bush ya había proclamado un gran mercado desde Alaska hasta la Patagonia, lo que fue retomado por su sucesor demócrata en la promesa del acuerdo continental del 2005. Chile, el mejor alumno del salón, fue invitado ante todos sus condiscípulos por los tres países vanguardia del proceso integracionista, los países del NAFTA.
El veinte de diciembre, el terremoto financiero mexicano desencadenó una de las crisis más profundas del país azteca y repercutió con crudeza en el resto de la región. Por añadidura, como diría Cervantes, en esos días peruanos y ecuatorianos se enzarzaron en una corta pero violenta guerra.
Con la misma liviandad con que proclamaban el triunfalismo pocos días antes, fueron muchos los que se pasaron con rapidez a las filas de los “catastrofistas”.
¿Qué evaluación podemos hacer a más de un año de estos acontecimientos? ¿Cuáles son los temas de la agenda latinoamericana de la post guerra fría? ¿La crisis del tequila es coyuntural o refleja fallas en el diseño estructural?
Diagnósticos equivocados
No hay pero ciego que el que no quiere ver. Y no hay peor analista que el que pone por delante sus deseos en vez de la realidad. Al final, los tenaces hechos terminan por imponerse.
En estricto sentido, el diagnóstico de Miami descansaba en dos supuestos, profundamente ideologizados: el triunfo de la democracia y el triunfo del mercado.
El primero partía de un error (?) metodológico: suponer que porque la mayoría de los gobernantes latinoamericanos habían sido electos, ello era síntoma de democracia. Desde hace mucho tiempo la ciencia política no reconoce como sinónimos elecciones y democracia. Son necesarias, son condición básica, pero no lo son todo. Los procesos electorales de partida tienen que darse en un marco de transparencia y ecuanimidad que no siempre está asegurada de antemano en América Latina. En palabras menos conceptuales, no siempre se cuentan los votos y no necesariamente se proclama al candidato que sacó más. Muchas veces los electos y reconocidos no pueden terminar sus mandatos.
El realismo mágico electoral latinoamericano daba a finales de 1994 un mosaico donde el calificativo de “democracia” era muy generoso con algunos regímenes políticos de la región. En Guatemala se vivían las secuelas de un frustrado autogolpe en medio de una guerra civil que dura más de treinta años y una sistemática violación a los derechos humanos; en Perú el poder legislativo y el judicial habían sido renovados por decreto presidencial; el narco poder penetraba a lugares impensados de las cúpulas en varios países de la región. A este panorama debía agregársele el hecho de que en varios países, amén de los regímenes electorales, persistían (y persisten) concretos “poderes fácticos” que condicionan y limitan el ejercicio de la soberanía ciudadana.
Por tanto, si bien la tendencia era la democracia, ello no significaba que América Latina estaba poblada de cantones suizos. Por supuesto, uno de los esfuerzos más entusiastas en proclamar el triunfo de la democracia así en abstracto, correspondía a los mismos poderes fácticos que con el calificativo lograban un conveniente “blanqueo” absolutorio.
Con todo, era claro que en 1994 América Latina ya no estaba en los tiempos de los Duvalier ni de los Somoza, los Videla y los Stroessner. Pero tampoco podíamos hablar en todos los casos de nuevas, florecientes y transparentes Atenas de fin de siglo.
El otro supuesto era aún más ideologizado. La generalización de un nuevo modelo de acumulación, basado en la desrregulación y la apertura externa, operado a lo largo de la década de los ochenta, era evaluado no como la estación de partida sino como la estación de término de una nueva era. Aunque las frías cifras hablaban de una economía regional que había logrado estabilizarse, sólo en pocos países podía observarse un crecimiento sostenido a mediano plazo (Chile) y en la mayoría la fase de estabilización antiinflacionaria no había dado paso a una de crecimiento, aunque se registrasen algunos incrementos; medidos a mediano plazo y comparados con los inicios de los ochenta, las cifras eran modestas.
El eslabón más débil
La cuerda siempre se corta por lo más delgado y el triunfalismo no pudo más con las objetivas cifras de la economía mexicana. El año previo al tequilazo, el sistema político había ingresado en una crisis propia con el alzamiento zapatista y los magnicidios de los líderes priistas aperturistas (Colossio y Ruiz Massieu).
La bancarrota del peso mexicano acarreó múltiples consecuencias. Limitó severamente el proceso integracionista diseñado en Miami, obligó al gobierno de Clinton a una costosa operación de salvataje de la economía mexicana y arrastró una onda desestabilizadora en toda la región donde fue Argentina quien sufrió la principal repercusión. Hasta Chile pagó costos indirectos: las resistencias al NAFTA crecieron en la sociedad estadounidense y adiós ingreso chileno en el corto plazo.
La crisis del año 94 es una de las peores que haya experimentado tanto el sistema político como la economía mexicana. Sucede en la frontera sur de la potencia de la región. En la práctica se transforma en lo que algunos analistas norteamericanos califican como el principal problema de seguridad de su país dado que la respectiva relación bilateral involucra migración, narcotráfico, inestabilidad política y guerrillas incluidas. El colapso del sistema de partido de Estado que funcionó durante sesenta años se hace a todas luces evidente, aunque no es evidente su alternativa. Tampoco es muy coherente el esfuerzo del gobierno estadounidense por apoyar a la economía y a los gobiernos del PRI junto con sus ardorosos alegatos en pro de la democracia. Recordemos que hasta hace poco, el gobierno de EE.UU. promovía con entusiasmo la candidatura de Salinas de Gortari a la presidencia de la OMC, colocándolo como un ejemplo de manejo gubernamental.
A un año de la crisis
No fue la primera crisis de América Latina (ni realistamente tampoco esperamos que sea la última). De su impacto regional podemos decir lo siguiente:
a) La reacción fue diferenciada por países y la explicación es obvia: depende de cómo encontró la crisis a cada país. A los que estaban en franco tren de crecimiento la crisis no los detuvo (Chile y Brasil en particular). Los que tenían vulnerabilidades similares a las mexicanas, hasta la fecha se debaten en esfuerzos por superar el trago amargo (Argentina). Los que estaban en situaciones difíciles antes del 94, continuaron en situaciones ahora más difíciles (Venezuela).
b) La región en su conjunto vio mermado el flujo de capitales que hasta 1994 alcanzó la no despreciable cantidad de 60.000 millones de dólares. En 1995 la cifra alcanzó a la mitad. Aunque ésta es una media regional, porque desglosado por países salta a la vista una vez más la diferenciación: mientras unos mantienen constante y hasta incrementan la inversión externa directa (Chile y Brasil) otros la ven disminuir dramáticamente. Las repercusiones sociales no son menores: el desempleo creció a un 15% regional según datos de CEPAL, si le sumamos a ello el desempleo y agregamos los que han tenido que emigrar (a EE.UU. por supuesto) tendremos que el fin de la guerra fría no ha traído a parejas el horizonte esperanzador para millones de latinoamericanos.
c) El programa de Miami ha quedado sin aliento, aunque justo es reconocer que la administración Clinton ha hecho esfuerzos por mantener el cronograma. En base a ello se realizaron Cumbres sectoriales (Comercio en Denver, Seguridad en Williamsburg), pero lo más expectante para los gobiernos latinoamericanos, la apertura del mercado estadounidense, quedó para después de las próximas elecciones, en el mejor de los casos.
d) Al interior de EE.UU. rebrotan cíclicamente las tendencias aislacionistas. Ello se refleja en las reticencias a seguir ampliando el NAFTA (algunas veces sugieren incluso eliminarlo), en la desconfianza respecto a la estabilidad democrática y la transparencia de varios países de la región (mucho daño hace al respecto las denuncias de la narco influencia), y el sempiterno tema de la inmigración ilegal. Para bailar un tango se requieren dos, por lo cual, en sus afanes de integración hemisférica, los latinoamericanos se han quedado sin pareja.
Por cierto, América Latina no ocupa un lugar prioritario en las preocupaciones internacionales de EE.UU. y ello se hará sentir en la campaña electoral que está empezando. Ante lo incierto del panorama hemisférico, la Casa Blanca ha prestado atención – y con éxito hasta la fecha – a otras áreas del globo: Medio Oriente y los Balcanes. La despreocupación por su hemisferio sur ya amenaza con víctimas: buena parte del staff pro Latinoamérica del stablishment amenaza con abandonar el barco ante la ausencia de rumbo (el subsecretario Watson, el adjunto Valenzuela, el asesor Feinberg, entre otros).
e) El posicionamiento estadounidense ha estimulado los recelos de los sectores que en América Latina miran con desconfianza la asimetría de poder estratégico resultante del fin de la guerra fría.
Esto corre en especial para las fuerzas armadas latinoamericanas que tienden a ver en los mensajes de Williamsburg un esfuerzo por disminuir sustantivamente su rol en la región y transformarlos en guardabosques, policías o guardafronteras. En la pasada Cumbre de Comandantes en Jefes realizada a fines de 1995 en Bariloche, ésta fue una de las sensibilidades más compartidas y un lugar privilegiado correspondió al comandante más antiguo: el general Pinochet que, como sabemos, lleva más de veintidós años en su cargo.
f) Al mismo tiempo, en otro extremo del continente, en pleno Caribe, los tiempos recientes muestran que Cuba sigue siendo un resabio de la guerra fría. Porque la política estadounidense se mantiene inalterable desde Kennedy a la fecha, pasando por gobiernos tan disímiles como los de Nixon, Carter, Reagan, Bush y Clinton. A lo largo de todas estas administraciones (incluyendo por cierto a Jonhson) la política hacia América Latina ha sufrido más de algún vaivén, pero en el tema cubano ninguno. Inalterable, permanente, estatal.
Cuba no necesitó del tequilazo para entrar en crisis, porque vivió su peor momento en 1993. Los planes de rectificación a la fecha empiezan a dar modestos síntomas de recuperación, pero a estas alturas nadie afirma que Fidel esté pronto a caer, como la mayoría pronosticaba en medio de la crisis de los “balseros”. Paradoja de la historia, muchas de las aprehensiones que rondaban en la mencionada reunión de Bariloche están hace tiempo en el diseño estratégico de los cubanos. Desde inicios de los años ochenta su gobierno asumió la presunción de que no contaba con el paraguas de otra potencia y debía basar la defensa de su soberanía en recursos propios.
g) El proceso de democratización ha seguido avanzando, aunque más bien podríamos decir que no ha retrocedido, porque en algunos países de la región la situación política amenaza con inestabilidad. Lo veremos en el apartado siguiente, pero adelantamos una conclusión: si la vara es la persistencia de gobiernos civiles y ausencia de golpes de Estado, hasta aquí vamos bien.
Balances y horizontes políticos
Con posterioridad al tequilazo no ha habido sorpresas políticas en la región. En el plano electoral se realizaron dos elecciones presidenciales de importancia: la argentina y la peruana. En ambos casos triunfó la reelección. La receta pasa por el afán de estabilidad de vastos sectores de las sociedades en crisis, los que precaviendo eventuales cambios que amenacen con mayor desconcierto, optan por la continuidad si garantiza una mínima estabilidad. Por este mismo camino en 1994 habían ganado (aunque con distintos currículum) Zedillo y Cardoso.
A fines de diciembre se realizaron también elecciones en Haití. Las primeras en la historia en que un presidente civil puede entregar el mando a otro elegido por la población. Sirvió para demostrar que la amplia mayoría de los haitianos es fiel a Lavalas (recordemos que muchos trataron en su momento de descalificar al presidente Aristide y su capacidad de convocatoria) y asumió René Preval. A fin de año también se llevaron a efecto elecciones en Guatemala que permitieron poner fin, no sin problemas, al período de transición de Ramiro de León, quien asumiese el gobierno al fracasar el autogolpe del ex presidente Serrano Elías. La enorme desigualdad social, cruzada con problemas étnicos en medio de un arcaico sistema político hegemonizado por las fuerzas armadas, hace de la democracia guatemalteca uno de los puzzles más difíciles de resolver a corto plazo.
Este año anuncia tres elecciones presidenciales: dos en mayo, Ecuador y República Dominicana; y una en octubre, Nicaragua.
Los temas de la agenda electoral tienden a coincidir en la demanda ciudadana por transparencia electoral (muy fuerte en Dominicana), por cansancio con la elite y con los fenómenos de corrupción (particularmente fuerte en Ecuador y Nicaragua), y aunque la crítica alcanza a los partidos políticos, sólo en Ecuador encontramos una candidatura extra sistema (el comunicador televisivo Erhels, apoyado por diversos sectores sociales).
Pero para no caer en las deformaciones electorales, nada más alejado pensar que el problema del poder en América Latina pasa exclusivamente por las urnas. Emerge una amenaza extrasistema que se expresa en las redes del narco, que hasta la fecha tiene en las cuerdas al actual gobierno colombiano y ha salpicado a otros poderosos funcionarios del PRI (Raúl Salinas, además de complicado en el asesinato de Ruiz Masieu aparece mencionado en más de un expediente de la DEA). El combate de esta última agencia no se queda ahí: en la lista están dirigentes del MIR bolivianos y funcionarios de otras latitudes. Los contadores de los carteles empiezan a hablar; de ellos el más locuaz parece ser el chileno Palomari, hasta hace poco contador del cartel de Cali, quien se entregó con los talonarios de varias chequeras y luego de numerosos viajes por el continente.
Ante estos hechos, no faltan los nostálgicos del autoritarismo que señalan, como en España antaño, “en tiempos del Generalísimo esto no se veía”. Y tienen razón, porque en el autoritarismo no se veía nada. Los latinoamericanos sabemos de eso, de que hubo Cutufas, Operaciones Cóndor (¿hubo o hay?), desaparecidos y negociados y que los ministros de comunicaciones hacían campaña para que la ciudadanía mirase el paso del cometa Haley.
Las alternativas anti sistema de antaño están de baja intensidad. Las guerrillas de fin de siglo en América Latina son diversas de lo que fue el movimiento “foquista” de los sesenta y de la guerrilla urbana de los setenta y, por cierto, diferentes a las guerras civiles centroamericanas de los ochenta. Hoy queda en pie la primera guerrilla post guerra fría, con Page Home en Internet: los zapatistas chiapanecos, que manejan con maestría sus comunicaciones supliendo con ello sus debilidades militares y políticas. Sendero está desmantelado y a las guerrillas colombianas es muy difícil entenderlas respecto a qué es lo que proponen para su sociedad. Por su parte, la URNG guatemalteca prosigue con su lucha de décadas ante un régimen inmutable, donde el arribo de Arzu a la presidencia entreabre la puerta para las negociaciones de paz.
Rumbo al fin del siglo
América Latina se aproxima a fin de siglo y muchos de sus problemas no son necesariamente nuevos, algunos son harto viejos y más bien parecen haberse agravado.
A semejanza de cien años atrás, nuevamente la región parece apostar a una inserción económica internacional que asume el supuesto de un normal desarrollo del libre comercio a escala planetaria. Muy conveniente para los países con potencial exportador, pero ello no es parejo para todos los latinoamericanos. Además, los términos del intercambio no se controlan desde este lado del océano (ya sea que miremos al Pacífico o al Atlántico). En otro nivel está el problema del escaso valor agregado de nuestras exportaciones. Cómo combinar apertura externa (inevitable a estas alturas) con profundización, al estilo de lo que llama Guillermo O´Donell, es un serio desafío.
La política también está al día, es decir, su replanteo. Acabadas las presunciones de guerra fría, hoy es claro que la demanda por una mayor igualdad social y mayores oportunidades económicas no tienen nada que ver con un plan de expansionismo soviético, digitado desde La Habana o Managua. Algo bueno del fin de la guerra fría es que nadie puede razonablemente esgrimir los archiideologizados anatemas anticomunistas con que el conservadurismo intentó defender sus privilegios. Bueno, nadie es mucho decir, porque el parque jurásico de la derecha ultraconservadora, excluyente y autoritaria, tiene aún resonantes voces que incluso se agregan con afanes integristas que los latinoamericanos creíamos haber superado el siglo pasado cuando se separó la iglesia del Estado.
La emergencia de regímenes electorales, en el marco de sociedades civiles desarticuladas por largos años de autoritarismo y frágiles estructuras partidarias, ha dado lugar a un escenario político que reemplaza la articulación social por la comunicación vía medios. Esto permite muchos políticos “súbitos” y de ascenso según sus capacidades financieras o comunicacionales. Todo ello repercute en lo que Cortés Terzi denomina una política más como espectáculo que como opción entre alternativas sociales. La no regulación del gasto electoral complica más las cosas. Por supuesto, los señores políticos que disponen de más dinero serán los más interesados en que no se legisle al respecto. Según responsables denuncias, el candidato prisita a gobernador de Tabasco gastó en su campaña muchísimo más de lo que sufragó Bill Clinton en toda la república americana. La política como mercadotecnia asoma como un rasgo del fin de siglo, y al mismo tiempo ello muestra la debilidad de la política.
La sociedad latinoamericana se aproxima a un fin de siglo con más del doble de habitantes que hace cien años. Con un porcentaje mayor de escolarización y con mayor esperanza de vida. Pero con cerca de 40% en condición de pobreza (casi 200 millones de latinoamericanos). A diferencia de los pobres de comienzos de siglo, los pobres de los noventa saben perfectamente que existe una vida diferente, y también saben (aunque no les guste) que es muy difícil que las cosas cambien, al menos para su generación.
Así, modalidades de inserción económica internacional, demandas de participación y estabilidad política, luchas por preservar la soberanía, crecimiento demográfico, rebeldías de los excluidos, desconfianza en las elites, anhelos pero dificultades para la integración, son, entre otros, los temas que acompañan a América Latina en el fin de siglo. ¿Son temas nuevos o son la medición de viejos problemas? A cuatro años del cambio de milenio se hace necesario una vez más reiterar una enseñanza de la historia regional: la necesidad de estudiarla en su conjunto, en su globalidad y, en lo posible, desafanándose del triunfalismo o del catastrofismo. Ya lo dijo Rubén Blades, somos hijos de la mezcla.