La recesión que se ha extendido en la economía de los principales países asiáticos amenaza con tener una duración más larga que las anteriores ocurridas en México y en Argentina y, por tanto, ha impactado de manera diferente a nuestra economía. Lentamente el país ha comenzado a tomar conciencia de las restricciones externas que se derivan de esta crisis. La auto percepción triunfalista que los chilenos hemos desarrollado, funda en la manera – hasta ahora – exitosa como se han salvado las anteriores situaciones eternas adversas, requiere de una adecuada sintonía social y política que esta vez modere las expectativas y las demandas.
Conviene anotar algunos rasgos diferenciadores de la actual situación:
• La economía chilena no ha tenido que enfrentar en los últimos 15 años situaciones recesivas de consideración. En verdad sólo ha tenido que “ajustar” su crecimiento en varias ocasiones, para lo cual se ha recurrido básicamente a la política monetaria y, en menor medida, a ajustes fiscales. La actual situación no se compara con la crisis del precio del cobre, ni con los coletazos del efecto tequila, ni con los mini ajustes inducidos por la autoridad económica frente al sobre calentamiento de la economía.
• De ello se deriva que la cultura económica predominante se ha construido sobre la base de tasas de crecimiento de promedio 7% en la última década. Una brusca desaceleración del crecimiento que nos lleve a tasas de un 3% o 2% representa una realidad inédita para la actual generación.
• El incremento de las expectativas ha sido exponencial en la década, sustentada en las óptimas tasas de crecimiento, de ocupación y de inflación declinante. Regular las expectativas sólo por medio de manejos macroeconómicos puede generar impactos políticos impredecibles, lo que destaca la importancia que debe asignarse a la conducción política de este proceso.
• No resulta fácil predecir cuando ocurrirá la recuperación, ni la velocidad con que los efectos de ella comiencen a ser notorios para la población, por lo cual hay que prepararse para un período largo y lento. Las otras situaciones fueron de crisis concentradas, con bruscas caídas seguidas de una rápida recuperación, por lo cual no alcanzaron a modificar las tendencias de incremento de las expectativas. La actual recesión se expresará más como una curva de lenta evolución.
• El cuadro social se presenta particularmente complejo. El funcionariado público, que constituye el principal actor sindical del país, enfrenta próximamente elecciones internas en diversas agrupaciones (Colegio de Profesores, ANEF, CUT). Como es esperable, parte de las plataformas de las diversas candidaturas reside en un conjunto de demandas salariales muy por encima de las posibilidades con que cuenta el Gobierno. La capacidad de atemperar estas demandas y ejercer una adecuada pedagogía de parte del Ejecutivo ante gremios que expresan una parte importante del apoyo con que cuenta la Concertación, constituye el desafío que se enfrenta. De este modo, se debe procurar que los diversos segmentos del conglomerado (parlamentarios, dirigentes gremiales y sociales) postulen, aunque con matices, el sentido de prudencia que hoy preside al Gobierno.
• El empresariado, por su parte, atraviesa una situación de poca claridad en su liderazgo. A partir de la elección de Lamarca se percibe una sobre ideologización de sus propuestas, expresadas, por ejemplo, en su momento, en vincular la crisis asiática a las reformas constitucionales. A ello se suma la ambigüedad que han mostrado a la hora de expresar apoyos a las diversas candidaturas presidenciales ya en carrera. En verdad se debería afirmar, sin riesgo a equivocarse que, con todo, han manifestado que sólo la Concertación puede asegurar un horizonte claro en el manejo económico; la derecha política parece encontrarse en un período de tremenda disputa interna que pretende zanjara a mediano plazo qué fuerza va a liderar finalmente al sector.
• La autoridad del Gobierno para encabezar el enfrentamiento a los efectos de la crisis asiática es incontrarrestable. Sin embargo, en el plano ideológico-comunicativo se volverá a plantear la disputa clásica entre el modelo solidario de economía de mercado y el modelo neoliberal, expresado en la disputa acerca de quién debe asumir mayores costos en el ajuste: la derecha y el empresariado insistirán, con carácter de monserga, en la reducción del gasto público, que es en definitiva gasto social. Es obvio que el Gobierno no debe ceder a esa pretensión ideológica, pero debe enfrentar el debate y emplazar a la derecha a sugerir el tipo de gasto que se debe recortar. Habrá una disputa ácida sobre el sentido del ajuste y el Gobierno debe enfrentarlo con la claridad que requiere un período político electoral, sin abandonar a su electorado y exigiendo que los costes de la recesión no se traspasen a los trabajadores, vía despidos injustificados, ni a los consumidores vía precios. No es menor constatar una vez más los notables logros de los gobiernos socialdemócratas – básicamente europeos – que han logrado acompasar acuerdos estrictos en materias macroeconómicas con “cartas sociales” francamente notables.
Por otra parte, el Gobierno debe asumir que lo que resta de este año y 1999 serán complejos en cuanto al manejo político y económico: por primera vez e conglomerado oficialista deberá enfrentar la construcción de su consenso programático en pleno período restrictivo. Además, esta vez no se trata sólo de proyectar la obra hacia un segundo período, sino que ha cruzado el debate una cierta orientación de rectificación o de profundización que se hace más vigorosa en el plano económico y social. Por ello, la emergencia de tensiones entre el discurso oficial que debe dirigir la situación de crisis y el discurso emergente de parte de los partidos de la coalición se presenta como un dato inevitable. Asumir esa tensión sin dramatismo, pero limitándola y encauzándola de modo que no contamine la agenda concreta del Gobierno, se impone como una exigencia de la conducción política.
Hasta ahora, la verdadera magnitud de la crisis es desconocida. Debe ser el gobierno el que vaya marcando la pauta de los alcances reales, tanto globales como sectoriales de la misma. Los riesgos de una comunicación que magnifica los efectos, es que conductas que prolongan el ajuste. Los riesgos de una comunicación que reduce la gravedad de los efectos, es que permite que subsista el populismo y el consumismo. Lograr la justa medida exige calibrar adecuadamente las señales gubernamentales. En esta línea el Mensaje Presidente ha sido impecable: ha entregado tranquilidad y certidumbre evitando cualquier alarmismo o actitud acomodaticia. Más allá de las cifras, su apelación al comportamiento individual y colectivo responsable y maduro apunta a lo medular para enfrentar los momentos difíciles.
El actual Gobierno es, sin duda, uno de los mejores que ha tenido Chile. Su desempeño económico y social es notable. Sin embargo, la recesión ad portas puede significar que en los últimos dos años se resientan las cifras y crezca una percepción de deterioro o de fracaso, aun cuando se mantenga el promedio de la década. Pero el propio éxito del primer cuatrienio puede transmitir la sensación de freno en estos dos años. Ello es inevitable, por lo cual la principal victoria que el Gobierno puede exhibir para mejorar el ánimo subjetivo del país, es el de la tranquilidad y falta de incertidumbre respecto del relevo presidencial. Contribuir a sortear exitosamente las dificultades políticas que la Concertación tiene por delante, constituye el éxito que corona la gran tarea realizada.
Debe recordarse que todo gobierno termina con algún grado de dificultad. Incluso el de Aylwin, que fue corto y exitoso, tuvo al final, en el caso CODELCO, un pequeño balde de agua fría. Por ello, restringir el campo de dificultades resulta necesario. Un final de gobierno con una coalición pensionada o fragmentada no constituye un final feliz de cara a nuestra historia política. Sólo la Concertación ha podido efectuar relevos ordenados y no traumáticos.
En la actual situación, la oposición es un actor que sólo representa incertidumbre. Su mejor opción es intentar pasar con un candidato a la segunda vuelta. Por el contrario, el Gobierno conserva intacta una buena parte de su fortaleza, lo que le otorga la capacidad de ordenar la discusión del país y llevar adelante una agenda acotada de iniciativas. La fortaleza del Gobierno arranca de su gestión exitosa y de la certeza de que tendrá un candidato único para su relevo.