El acto inaugural en el teatro Concepción, hacia el mediodía del 29 de mayo, fue premonitorio de los contenidos y avatares del Congreso Extraordinario del PS.
Desde el recibimiento a las personalidades invitadas se percibió que a cada cual se le otorgaba según sus merecimientos. A Bitar el cariño de los hermanos carnales, que nunca tiene el ingrediente pasional de los amantes. Krauss sintió un coro de palmas que quería disimular la cuota minoritaria de pifias. El presidente del PS sabía que la invitación era a quedarse a este lado (”¡Sule, amigo…!”). Ricardo Lagos provocó la prolongada ovación que estaba prevista (”¡Se siente, se siente, Lagos Presidente!”). El Presidente Frei fue acogido con el aplauso debido, sin disonancias. Tampoco faltó el reconocimiento a Tencha ni a la memoria de Don Cloro, cuyo nombre titiló el evento.
Abrió la sesión Ariel Ulloa, Alcalde de Concepción, ofreciendo la fraternal acogida de los dueños de casa a ”los compañeros llegados de todo Chile”.
Entre lo obrado y lo adeudado
Por cortesía y para que pudiera optar entre la incomodidad de escuchar los reproches a su gestión o retirarse oportunamente, el primer orador fue el Presidente de la República.
Mantuvo el mismo esquema utilizado en el Mensaje del 21 de Mayo y ante el no distante Consejo General del PPD.
En primer lugar un fuerte énfasis en todo lo importante que se ha hecho, tanto en el mantenimiento de los equilibrios macroeconómicos como en materias sociales.
Luego los grandes desafíos que tiene el país para alcanzar una sociedad más justa, lo que hace necesario proyectar la alianza. Fue el momento en que transparentó su coincidencias con el documento promovido por Boeninger, Bunner y Viera-Gallo, ”La fuerza de nuestras ideas” a días de sus aparición: ”Ninguna alianza política que ha asumido la responsabilidad de gobernar puede subsistir si sus dirigentes y militantes no confinan en ella”.
Y finalmente las blandió contra la derecha – ”egoísta y nostálgica del autoritarismo” -, a la que desafió a aprobar el reajuste a los jubilados, la eliminación del subsidio del 2% a las Isapres y a las reformas que amplían el derecho a sindicalización y negociación colectiva. La sintonía con los socialistas había sido lograda y los aplausos no esperarían.
El presidente del PS se sintió en el deber de entregar su ”pensamiento político” y se disculpó de antemano por las trece páginas de líneas apretadas que le llevaron más de una hora de lectura.
La médula del discurso de Camilo escalona fue el emergente debate intraconcertacionista entre los “autocomplacientes” y los “autoflagelantes”. De hecho, ”La fuerza de nuestras ideas”, suscrito por 45 dirigentes, parlamentarios, profesionales e intelectuales de la Concertación empezaba a cumplir e propósito de sacar de su rutina a las múltiples y desordenadas vocerías de la coalición.
Escalona dedicó unas pocas palabras a los ingratos resultados del PS en la elección parlamentaria de diciembre del 97, no obstante que fue ese el motivo de convocar al Congreso Extraordinario. Su panel de diputados bajó de 16 a 11 y el propio timonel del Partido fue casi doblado por Andrés Zaldívar, apenas superó a Gladys Marín y recogió la mitad – o menos –de la votación que el 99 debiera obtener Lagos.
El presidente del PS tomó distancia de quienes sostienen que en los Gobiernos de la Concertación no se ha avanzado nada en lo político, en lo económico y en lo social. Pero fue un distanciamiento brevísimo, porque su largo alegato apuntó principalmente contra la placidez de quienes se acomodan a los buenos resultados, contemplan pasivamente las falencias y asumen enfoques tecnocráticos sobre los que resbalan las frustraciones de la gente.
En definitiva, pretendiendo ubicarse entre los complacientes y los populistas, de hecho Escalona se confrontó con los primeros y eludió a los segundos.
Firmes y frustrados
El acto se alargaba más de lo prudente y faltaban varios oradores, Pero nadie se había movido de su butaca. Algo más se esperaba.
El jefe de la JS leyó un texto en formato de análisis político – también extenso para la situación -, en la que criticó la tendencia del PS a acomodarse al stablishment, llamó a no ser ”ni pesimistas ni autocomplacientes” y envió un mensaje a Lagos: ”A partir del 11 de marzo del 2000 le cobraremos la palabra”. (Aplausos en la sala). Como Frei, Álvaro Elizalde cerró su estructurada intervención alegando que no se debía olvidar que el enemigo está en la derecha.
Bitar atinó con el tiempo, recordando su larga amistad con Almeyda – con quien convivió en la Isla Dawson -, y despachando con breves y claras afirmaciones lo que la gente quería oír: ”No estamos para caminos propios ni para polo”, ”la transición está estancada”, ”se necesitan cambios y no más de lo mismo”. Y una tesis algo más sustantiva: ”Lo que diferencia a la Concertación de la derecha es que nosotros queremos que en la sociedad primen los intereses colectivos por sobre los individuales”.
Enrique Krauss debió encarar un clima que no le era confortable. Y lo hizo bien, con invocaciones al corazón. Recordó que democratacristianos y socialistas ”llevamos toda una vida juntos”, naturalmente que salpicada de ”encuentros y desencuentros”. Aludió a la rebeldía social que rodeó e inspiró el nacimiento del PS y rememoró la dupla Julio Barrenechea-Bernardo Leighton – el primero fundador del PS y el segundo de la Falange -, quienes desde las Universidades de Chile y Católica encabezaron la rebelión estudiantil que precipitó la caída de Ibáñez en 1931. El escenario se hizo más acogedor. Sólo le quedaba reiterar el compromiso de que el PDC estaba por ”un mecanismo, un programa y un candidato único”. ”Y, como dice el Evangelio, ¡ay de quienes vengan a colocar dificultades!”. Buen final.
La presión del tiempo fue irresistible para Sule, quien también recordó a Don Cloro – igualmente colega en Dawson – y saltó a una ingeniosa frase que hizo reír a todos pero que nadir pudo explicar: ”Son buenas las corrientes en los partidos, porque indican que hay aire fresco. ¡Pero cuidado con que se les meta la corriente del niño!”
Más de dos horas de discursos y todos permanecían en su lugar. Aunque el programa no lo contemplaba, se esperaba la intervención de Lagos. Pero no llegó, sería al día siguiente. Quedaba claro que el Congreso era suyo.
Rebelión en la granja
El otro gran tema estaba en el aire. Tangencialmente había asomado en el acto inaugural a través de las referencias a los “autocomplacientes”. En la interna socialista sería el otro capítulo central, para algunos dramático, para otros regocijante.
Casi todo ocurrió en ”El Plato”, un anfiteatro circular rebanado en diversas salas, ubicado hacia el fondo del complejo de la Universidad de Concepción.
La primera plenaria – sin la presencia de los delegados fraternales, porque no cabían – revelaría que algo imprevisible y anómalo se posesionaba del evento: una mayoría abrumadora y transversal le quitó el derecho a voto a los miembros del Comité Central. Por Reglamento, los delegados con la calidad de oficiales (voz y voto) eran 380: 285 elegidos en las comunas más los 95 integrantes del Central. El punto había sido motivo de consulta al Tribunal Supremo – por no estar previsto en el Estatuto para la situación de un Congreso Extraordinario -, y éste interpretó que los miembros del Central tenían la calidad de delegados plenos (con derecho a voto). En nombre de la defensa de la institucionalidad la mayoría de los constituyentes – porque la asamblea tenía o se arrogó poderes constituyentes – echó de la sala a una parte de los mismos constituyentes.
La insurgencia fue gavillada por una nueva “sensibilidad”, denominada Identidad Socialista, que capitalizó frustraciones, quejas y ansiedades dispersas. Sus figuras más notorias: Francisco Fernández, Pamela Pereira, Manuel Almeyda y Carolina Rossetti (ésta no asistió al Congreso). Un conjunto proveniente de todas las expresiones tendenciales existentes en el PS, los menos sin esa impronta. Eran un cuarto de los delegados.
Grave como fue el primer episodio, los ofendidos asimilaron la situación con relativa serenidad. ”Se les escapó” comentó Lagos en la cafetería ante un círculo de “fraternales”. Aquello estaba reflejando una fermentación que venía desde los congresos comunales. Se la llamó “la rebelión de las bases”, contra una cúpula partidaria que decide sin consultar, o contra los “barones” que no quieren ver ni oír la insatisfacción de la militancia, o contra un dominio tendencial que anula el funcionamiento institucional