Introducción
Para aquellos que indagan por vez primera sobre los fenómenos generados por la relación entre comunicación y política suelen arribar a dos inmediatas sospechas: a) las que suelen asociar estos procesos al “marketing” y a una especie de maquillaje propio de la oferta/demanda electoral; b) a una acción truculenta de la política: el engaño masivo particularmente de los regímenes totalitarios y su posesión sobre los medios de comunicación.
Probablemente tales distinciones no estén tan lejos de los vicios que se derivan de la comunicación asociada a la publicidad o de las prácticas políticas perversas que genera el conflicto por el poder, lo que reafirma estas sospechas.
Otro tipo de distinciones sobre los vínculos entre política y comunicación reparan en: c) la “caracterización” de los medios de comunicación y la reducción del significado de los hechos sociales a lo que aluden (carácter “magazinesco” de los noticieros); d) la influencia de determinados grupos económicos abocados al negocio de las comunicaciones y su incidencia en la discusión pública.
Abordando cada una de estas distinciones arribamos a positivos resultados investigativos sobre la relación entre comunicación y política que dan cuenta de la influencia del factor comunicacional en el sistema democrático, los que fundamentalmente intentan reflejar los cambios acaecidos en el paisaje político de fines de los noventa en adelante y que hacen más prolífica la literatura sobre tales acontecimientos.
Uno: el paisaje macro
El actual escenario político ha sufrido sustanciales modificaciones en lo inmediato y a nivel estructural que obligan a una revisión del desarrollo político-social en su conjunto.
Durante el excepcional período de campañas electorales y en los primeros meses de los gobiernos – denominada “fase de instalación” – se observa en la agenda una explotación natural del recurso difusión y propaganda para adecuar objetivos políticos con estrategias comunicacionales. En estos períodos, los medios de comunicación se transforman en la escena pública de interacción entre los distintos actores y en un fin para la construcción de mayorías.
Pero tal “excepcionalidad” del proceso político parece no ser temporal.
Las elecciones presidenciales del 99 evidenciaron: a) una mutación del paisaje político; b) reafirmaron las proyecciones teóricas realizadas previamente sobre un tejido social en transformación; c) asentaron las percepciones sobre un cambio en la forma de practicar la política.
En lo referido a la mutación del paisaje político destacan algunos elementos sobados y masticados con el tiempo a raíz del cambio de coordenadas políticas que no podemos dejar de reiterar:
a) La emergencia de una nueva representación democrática que modificó la correlación de los 3/3 (izquierda/centro/derecha/) en la historia política nacional.
b) Se insinuó en las elecciones un electorado “volátil” no adscrito a tendencias partidarias definidas y a la vez una mayoría ciudadana con fuerte adhesión a un “centro” político.
c) La derecha traspasó los umbrales generando identidad en sectores populares.
d) Emergió un particular tipo de liderazgo en el modo de practicar política.
A nivel teórico, tal evidencia recordó rápidamente textos en los que se polemizaba sobre el malestar de la gente (J.J. Brunner); la irrupción de las masas y nuevas identidades sociales (Eugenio Tironi); la indagación por un nuevo tejido social-valórico (Tomás Moulian); la asociatividad y los temores colectivos (Informe PNUD); la vigencia del actual paisaje político (debate entre Felipe Agüero y Eugenio Tironi con A. Valenzuela) entre otros.
Luego de los resultados electorales, esta irrupción de estudios que abordaron nuevas dimensiones de la escena político-social no registrados a esa fecha, pusieron énfasis en:
a) Ir más allá de los dilemas de la transición y del eje dictadura/democracia que marcó la disputa política con los “herederos” del régimen militar: el pinochetismo, la derecha política, sectores empresariales y resabios autoritarios.
b) Más concretamente, estimularon la reflexión sobre la percepción que la gente tiene de la política y la evaluación pública de las instituciones.
c) Hicieron referencia a la discusión sobre el malestar de la gente (nuevas demandas, nuevos actores, tensión en la representación de los partidos políticos).
d) Indagaron por la irrupción de frentes de conflicto que no se expresan en clave “política”.
e) Hacían referencia a la implementación de determinadas políticas públicas de los gobiernos de la Concertación y su relación con los sectores sociales demandantes.
A nivel perceptivo y paralelamente a estos análisis, se asentaba en el imaginario público otros factores emergentes que proyectaban la sensación de una “crisis” de la política y la cual se evidenciaba por:
a) Los resultados electorales (abstenciones, votos nulos y blancos interpretados a veces como “voto de castigo y protesta”; disminución de los registros electorales).
b) Dificultades de las organizaciones partidarias, e incluso del Estado, para responder a “urgencias locales” y frentes de conflicto que emergían desde lo social.
c) Se reafirma la crisis de los partidos políticos y de sus militantes marcada por: la discontinuidad que generó el régimen militar y el descrédito hacia estas instituciones.
Este conjunto de dimensiones (electoral, analítica y perceptiva) relevó conclusiones sobre la escena política en la que:
Cobran elevada importancia elementos subjetivos como elementos de “realidad” política y que dicen relación con la gratificación del entorno inmediato de las personas.
Se desplaza el eje político dictadura/democracia deviniendo éste en un intangible valórico que reduce su convocatoria masiva en la agenda pública (la inflexión que generó la detención de Pinochet en Londres arriba no obstante hoy, a una “judicialización” – rutinización – del caso en la agenda).
Se abren nuevos frentes de conflicto desde la sociedad civil cuya manifestación registra nuevos canales expresivos: irrupción de protestas de vecinos y pobladores cuyo eje de reconocimiento masivo es caracterizado por el “enfrentamiento” con Carabineros (lo que los “expone” medialmente).
Como principal rasgo de esta escena destaca la emergencia de un formato de exigencia de tipo “inmediatista” sobre la calidad de vida de parte de los actores que intenta superponerse a la acción técnico-resolutiva de la democracia procedimental y que es motivo de constantes acusaciones, entre las que destaca su excesivo “tecnocratismo”, falta de prolijidad y fiscalización, ausencia de política, etc., frente a la mirada social.
En este contexto, los gobiernos y partidos políticos de la Concertación quedaron sitiados por nuevas formas de relación con la ciudadanía y esto como consecuencia de una incomprensión a veces tardía del desplazamiento de la demanda “política” que alude a los “dilemas transitivos” y que no ordena la agenda pública: reformas constitucionales, sistema electoral, Tribunal Constitucional, inamovilidad de los comandantes de las FF.AA., juicio a Pinochet.
La irrupción de esta “matriz de demandas sociales” en la agenda pública tiene por su parte, entre sus antecedentes:
a) La disminución de la “centralidad política” y la incapacidad de las instituciones para responder a la demanda masiva inmediatista que no raciona, ni expresa “racionalidad política”.
- Esto en desmedro de los conflictos protagonizados por actores sociales (federaciones universitarias, gremios y colegios profesionales entre otros) cuya ascendencia partidaria e ideológica enriquece la relación partidos políticos-gobiernos.
- Se refleja así también de paso otro desplazamiento: el fin de la relación con el antiguo Estado “interviniente” o “benefactor” (producto de la privatización de sus capacidades productivas y de sus servicios) y a su vez, la suspensión temporal de la paradójica relación de “clientelismo” y de “prebendas” para mantener y multiplicar militantes o adherentes.
b) En respuesta a esta demanda social, cunde entre los parlamentarios la distancia estratégica de sus colectividades. Por un lado, porque el sistema electoral los obliga a ganar votos de sectores adversos y por otro, por el descrédito implícito sobre los partidos (1). El parlamentario actualmente asume un acento “mesiánico” de la práctica política intentando posicionarse y ser reconocido a través de demandas atrayentes.
c) En medio del debilitamiento de la cultura política, se activan nuevos frentes de conflicto formateados por los medios de comunicación y la emergencia de nuevos representantes de esas demandas.
Dos: el paisaje inmediático
Durante la elección presidencial del 99 y la consiguiente fase de instalación del gobierno de Lagos hay que consignar un hecho novedoso e importante para el desarrollo del actual proceso político: la comunicación masiva se transformó en la política.
Es en esta fase del escenario político en el cual se percibió con más fuerza la confluencia de los factores socio-políticos enunciados:
Emergieron las estrategias político-comunicacionales con la intención de construir adhesiones mayoritarias a través de los medios de comunicación.
La orgánica relación entre política y comunicación genera nuevas representaciones colectivas que se “materializan” a través de la TV y su eficiente labor comunicativa para informar y crear opinión pública.
En este escenario, el punto de confluencia entre comunicación y política se transforma en un desafío para los actores y para la relación autoridad/ciudadanía.
Para todos fue evidente que durante el período electoral, el equipo del candidato Lavín diseñó su campaña bajo un formato comunicacional y televisivo novedoso, sustentado en:
La idea de “anclar” un discurso reiterándolo incesantemente en un formato que a los noticieros les fuera aún más fácil reiterar como “cuña”.
En términos estratégicos “paseó” por todo Chile transmitiendo imágenes de cercanía y complicidad con la gente apropiándose de sus ropajes o acciones más típicas.
Proyectó la idea de convocatorias masivas mediante bazucadas en calles estrechas y en horarios peak que reflejaran aglomeración en las principales ciudades regionales (desplazando televisivamente el concepto dialogante de las ”plazas ciudadanas” del comando de Lagos).
Finalmente, se mantuvo fiel a un discurso/slogan de mínimo esfuerzo que se proyectaba empáticamente hacia la ciudadanía y representaba una molestia no operacionalizable a través de la clave “política”.
La campaña de Lagos por su parte, transitó erráticamente hacia ese formato comunicacional a pesar de los diversos slogan/discurso y “giros” comunicacionales de su campaña que pretendieron ordenar su presencia en los medios imprimiendo una “actitud” de candidato distinta durante la segunda vuelta electoral. Continuidad que luego se reflejó en la fase de instalación y sus primeras señales públicas:
Plazos autoasignados. El más relevante: acabar con las colas de atención en los consultorios el cual se asoció a “un tranco presidencial” rápido.
Una disposición a actuar como “gobierno en terreno”: con la emergencia generada por los temporales del año 2000 el “estilo” del Presidente Lagos se asentó junto con una disposición visual frente a los medios: saltando charcos, sobre maquinarias, con botas enlodadas, etc.
Férrea intervención en distintas áreas: interpelación directa a los actores o soslayando el tratamiento escalonado de conflictos y reapropiándose de su “increpador” estilo con “dedo en alto”.
En este breve “análisis de contenido” del liderazgo de Lagos y Lavín – cuyo material publicado se extendió durante la toma del mando y el primer año del actual gobierno – hay que considerar además atributos y cualidades personales que se insertan en este especial contexto y que dan cuenta de la potenciación de nuevos “estilos” en el modo de practicar la política.(2)
A modo de paréntesis también aflora otro dilema que no resolveremos en este breve recordatorio político-comunicacional: queda un hiato sobre el valor de determinadas convicciones que pueden hallarse en los líderes que intentan “acercar” la política a la gente, proyectando la idea de una autoridad que interviene en los asuntos domésticos de la convivencia y que de algún modo, se acerca a esta “emocionalidad” masiva.
Tres: el paisaje medial
Es en este contexto cuando la caracterización de los medios de comunicación y de la dinámica informativa que reproducen los medios de comunicación, cobra importancia para el análisis político.
Se construye un espacio de interacción virtual y altamente eficiente, denominado por muchos como la “tele-polis”(3); es decir el “pauteo” hegemónico de la TV en la relación ciudadanía-política que construye y experiencia la “realidad” desde el “poderío de la imagen” a través de líderes (que pueden realmente reales o virtuales) que ordenan la agenda de discusión pública.
Los medios devienen en actores relevantes de la política y esta interacción entre ciudadanía y política es coherente con el sesgo comunicacional de los “problemas de la gente” o “los intereses de la gente”. A su vez, se homologan por la referencia hacia las conductas masivas.
La efectividad comunicacional puede distorsionar la representación de intereses y demandas ciudadanas en el sistema democrático, pero ello no es consecuencia inevitable porque configura de paso un nuevo escenario político de pugna por la verdad y la justicia en el dominio de las comunicaciones.
Este nuevo “espacio” coloca a la opinión pública como intangible apetecido “representa” a las mayorías, la adhesión ciudadana y sus intereses. A su vez, la composición inorgánica de la opinión pública expresa motivaciones altamente emocionales la que es filtrada por los grandes públicos y altera la representación de los problemas.
Para ello hay que repensar la relación entre comunicación y política y las positivas intenciones que pueden hallarse para la convivencia democrática: a) crear una comunidad informada; b) representar a dicha comunidad en la esfera pública; c) construir la agenda de asuntos públicos.
También hay que considerar obviamente la propiedad y el control de los medios de comunicación y cómo la “dinámica informativa” (producción y edición de programas de prensa) incide en la convivencia democrática.
En estos días la dinámica informativa es alterada por factores que influyen en la búsqueda de satisfacer la necesidad de información de las distintas audiencias. Y es allí donde la competitividad entre los distintos medios de comunicación en la entrega de información tiende a resaltar y satisfacer un tipo particular de demanda informativa.
Para nadie es extraño que los medios de comunicación masivos privilegian la información “excitante”, la crítica directa o encubierta y la agresividad. Usualmente en ese proceso, los ataques (a la autoridad; el descrédito hacia las personas; el desorden público, etc.) adquieren mayor visibilidad que las réplicas o contra argumentaciones de las personas afectadas o de las instituciones aludidas. O en último caso, el remanente que asienta la “imagen” televisiva” de caos o conflicto invalida las explicaciones o la continuidad de los argumentos, producto a veces, de lo efectivo del impacto visual en la elaboración de juicios difíciles de neutralizar retóricamente.
Junto con ese estilo informativo, persisten reglas “no escritas” en la difusión de noticias: un grado de incertidumbre sobre los hechos; suspenso informativo; conflictividad; inexactos matices que buscan diferenciar a los actores en conflicto, etc. Esto, sumado a las interpretaciones periodísticas o editoriales buscan equilibrar exigencias masivas o disputas de intereses con determinados conflictos. Pero es parte de la “democracia” (que todos puedan opinar sobre determinados hechos). Lo importante es observar cómo finalmente, la validación de “tendencias” en la opinión pública que realizan los medios de comunicación se transforma en una dimensión del conflicto y por tanto – el medio de comunicación – en un actor de la política.
Así los grandes públicos reflejan lo que los medios inducen como opinión sobre determinados hechos. Y en lo que refiere a la tematización de los asuntos colectivos y a la agenda de conflictos hay dos reglas que marcan ese proceso informativo: a) lo que no se “ve”, no existe; b) lo que no se “explica” resumida y compactamente, no interesa.
Estas reglas no escritas en la difusión de noticias alientan muchas veces la desconfianza y la sospecha sobre las instituciones y la autoridad (sin mencionar el daño que provocan sobre las personas que no comprenden esta “lógica” o el “deber informativo” de los medios).
Pero esta será parte de los próximos escenarios político-comunicacionales que se desarrollarán en el futuro y que estarán aparejados con la dinámica informativa que generan los medios de comunicación.
Como conclusión sobre esta breve caracterización, podemos decir que:
Colocar en el centro de la conducción política la comunicación refleja el nivel de intervención de otros actores que disputan protagonismo a políticos y a gobiernos en la creación de corrientes de opinión pública y mayoritaria.
La urgencia de los actores políticos en intentar responder a las demandas emergentes genera un efecto a veces paradójico si lo contrastamos con la gobernabilidad como el “principio regente” de los gobiernos.
El cuerpo inorgánico de percepciones inducida por los medios de comunicación en este particular escenario, desarrolla un papel polémico para la gobernabilidad democrática en ocasiones en la que se recrean en la discusión pública asociaciones entre realidad y sensación que contrastan con la “racionalidad” del Estado y la implementación de sus políticas públicas.
A modo de ejemplo, la implementación del Plan Maestro de Transportes para la ciudad de Santiago y la recepción de la ciudadanía inducida por los medios de comunicación contrasta con la opinión no sólo de las autoridades, sino de los expertos en el tema, quienes han denunciado precisamente la escasa colaboración de los medios de comunicación para divulgar este plan.
Es que siempre quedan “reglas no escritas” por dejar de enunciar: a los medios de comunicación no les compete desplegarse como “servicios de utilidad pública” en la medida que la dinámica informativa sin “ruidos” (reglas desde arriba) y sin señales polémicas no es atractiva para las audiencias y para la competencia entre las distintas estaciones de TV.
Notas
1. Sin poseer un estudio preciso sobre el caso, las parlamentarias de 1997 evidenciaron una tendencia a “des-partidizar” al candidato y mostrarlo como un ejecutivo profesional de los problemas ciudadanos independiente en ocasiones de sus propios partidos políticos e interpeladores hacia la autoridad.
2. En lo que respecta al primer año del gobierno de Lagos, las señales” que definen el rumbo de los gobiernos es fuerte en un marco de complicidad tácita medios/autoridad, lo que potencia comunicacionalmente a los actores que contemplan y se incorporan a estas estrategias.
3. Este concepto utilizado en distintas publicaciones sobre la “política-pantalla”, la video-política” y otras nociones, intenta dar cuenta de la eficacia que tiene en la actual escena política la influencia del universo telemático: a) cambio en la percepción y en el conocimiento del mundo sensible a través de la influencia de la imagen mediática; b) distorsiones ante la inversión del “cómo se ve” por sobre el “por qué” del mundo sensible; c) flujos incesantes de información con pretensión de conocimiento total. Las fuentes teóricas más destacadas que dan cuenta de estas nociones. Baudrillard, Régis Débray y R. Barthes y G. Sartori entre otros.