La UDI tiene una inagotable capacidad para sorprender a la sociedad y a la política nacional y, por supuesto, a sus rivales. En la política, como en la guerra, “el factor sorpresa”, representa una enorme ventaja para el contendor que lo emplea.
El buen uso del factor sorpresa no es sólo resultado de la habilidad del actor que lo utiliza. Resulta también del desconocimiento o descuido del actor que se deja sorprender.
Con un mínimo ejercicio de memoria se constata que, desde hace ya varios años, la Concertación y RN han sido recurrente y sucesivamente sorprendidas por acciones de la UDI. ¿Por qué?
Parafraseando el lenguaje militar, una fuerza beligerante para no ser sorprendida debe, primero que todo, conocer al enemigo, no sólo cuantitativamente sino también en sus lógicas, en su inteligencia, en sus formas de razonar, en el espíritu que rige sus conductas, en suma, en las cualidades de sus mandos, etc., al punto que le permita prever y anticiparse a sus movimientos y maniobras. Y, en segundo lugar, debe estudiar y conocer en profundidad el terreno en que se desenvolverán las operaciones y prepararse y apertrecharse adecuadamente para actuar en él.
En ambos aspectos, la Concertación y sectores de RN presentan carencias. El conocimiento que tienen de la UDI no les alcanza para comprender a cabalidad la extensión y novedad que representa el fenómeno UDI en sus manifestaciones político-culturales, valórico-conductuales y político-empíricas. Ha habido falta de atención, de análisis, de interés para indagar sobre el fenómeno y sus complejidades, probablemente porque durante demasiado tiempo se supuso que para conocer a la UDI bastaba con saber de su adscripción al neoliberalismo y de su pasado de compromiso con el régimen militar.
Pero la incomprensión también se explica porque existe una resistencia, que surge de entrañas morales y éticas tradicionales, para aceptar, para leer fríamente los efectos disruptivos que tienen los comportamientos de la UDI respecto de esas modalidades tradicionales de la política. Es decir, aún cuando están a la vista muchos datos que informan de esencialidades del fenómeno UDI, actores de la Concertación y algunos de RN han tenido dificultades para asimilarlos, en su seriedad y gravedad, porque sus estructuras mentales, sus estructuras valóricas e ideológicamente orientadoras, construidas en base a experiencias ancestrales de las relaciones políticas nacionales y a largas tradiciones históricas republicanas y democráticas, les impelen espontáneamente a negarlos como moral y racionalmente posibles, a considerarlos inconcebibles en virtud de los parámetros ético-políticos tradicionales. El desprecio de la UDI por las pautas éticas y morales que en el pasado caracterizaron, prestigiaron y enorgullecieron la política chilena es una de las razones que hacen que sus actos sorprendan a sus rivales que continúan intentado regirse por ese tipo de pautas.
La UDI, por otra parte, ha demostrado conocer mejor el terreno en el que se libran las batallas. Observa los cambios sociales, los nuevos comportamientos colectivos, con menos prejuicios que los que aún perviven en las fuerzas progresistas respecto de los efectos culturales y conductuales de las modernizaciones. Es más, con un trabajo muy tesonero, sutil, multifacético ha sido la UDI la que ha ido configurando, en medida no menor, el teatro de operaciones y es ella también la que en muchos momentos elige el campo de batalla que más le conviene y obliga a sus contrincantes a batirse en él.
Un partido clasista y multiforme
La UDI es el arquetipo de un partido clasista. En el se expresa la representación político formal y político institucional del grueso de las clases altas, las que, a su vez, están uniformadas por un sólido núcleo empresarial. No puede pensarse a la UDI sino como un elemento constitutivo de un circuito más amplio de poder y cuyo pivote es una red empresarial, político-corporativa, que reclama para sí la hegemonía del país. Esta es una apreciación bastante compartida por analistas y políticos. No obstante, hay que acentuar en la idea de que la UDI pertenece a un circuito de poder más extenso, puesto que en tal pertenencia radica una de las principales causas que la distinguen de otros partidos y que explican además varias de sus peculiaridades.
Pese a discursos muy en boga y que postulan el aclasismo de los partidos, lo natural es que los partidos posean, en mayor o menor grado, de manera más clara o más difusa, representación clasista o, si se quiere, de grupos, segmentos, sectores o categorías sociales. Pero también, lo normal y habitual es que los partidos se desenvuelvan en la esfera de la política exclusivamente con los recursos de poder que adquieren en virtud del apoyo de sus representados y a través de competencias políticas y democráticas. La UDI, en cambio, complementa su poder político institucional con poderes extra institucionales (o fácticos), que son propiedad intrínseca de sus representados, y que, en tanto poderes que derivan en lo político, no son un simple respaldo al partido UDI y a sus agentes institucionales, sino que conforman, en conjunto, un solo y mismo sistema de toma de decisiones. En estricto rigor, el partido UDI es la sumatoria del aparato-partido y de otros varios poderes, léase, por ejemplo, El Mercurio, una red empresarial con gran influencia en las políticas de los gremios, enclaves al seno del mundo televisivo, centros de estudios, universidades privadas, etc.
Diferenciar entre la UDI y poderes fácticos es un ejercicio un tanto ficticio o un error o desconocimiento de lo que es en esencia, y no sólo en sus formas, el partido UDI. El acelerado avance electoral de la UDI y la fortaleza que muestra como organización política, no son resultados obtenidos, ni principal ni puramente, por las habilidades, destrezas, talentos, esfuerzos individuales y colectivos de sus dirigentes, como enseña la mitología y el aura mística que rodea a la UDI. Se deben, en porcentajes muy elevados, a esta inserción en un circuito de poder de las clases altas ordenadas en torno a una elite empresarial.
No es en absoluto casual que el verdadero despegue de la UDI se iniciara después que se consolidara en la conducción de RN el llamado sector de los liberales, con Andrés Allamand y Sebastián Piñera a la cabeza, y después del alejamiento del partido de Sergio Onofre Jarpa. Hasta antes que eso ocurriera, la elite empresarial, y tras ella el grueso de las clases altas, no habían optado categóricamente aún por privilegiar a uno u otro partido de derecha. Ungen a la UDI como el partido elegido sólo después de los sucesos señalados y sólo a partir de entonces se hace cargo en plenitud de la representación político-formal y político-institucional del circuito amplio de poder de la derecha. Recuérdese, por ejemplo, que el actual caudillo indiscutido de esos sectores, Joaquín Lavín, perdió en la primera elección parlamentaria a pesar de ser candidato en el distrito que más concentra clases altas.
El ascendente proceso hegemonizador
La sola inserción de la UDI en ese circuito le confiere niveles de poder excepcionales en comparación a cualquier otro partido. Está instalada ni más ni menos que en un circuito de poder que tiene la capacidad de competir factualmente con el poder del Estado.
Debe tenerse en cuenta además que el núcleo empresarial hegemónico en Chile es lejos, hoy por hoy, el grupo social más compacto, cultural e ideológicamente más homogéneo y, por lo mismo, el que posee la mayor autoconciencia de clase. Todos los demás conjuntos sociales se encuentran aún afectados por procesos deconstructivos y reconstructivos en lo que se refiere a sus identidades, a sus autos identificaciones, a sus sentidos de cuerpos. En consecuencia, los partidos o alianzas políticas que apelan a la representación de tales conjuntos se encuentran con que sus potenciales bases de apoyo son difusas, confusas, societariamente dispersas, escasamente organizadas y desorientadas respecto del papel que les debería corresponder desempeñar en la elaboración de un imaginario de sociedad y en la construcción empírica de sociedad.
Ello implica otra ventaja enorme para la UDI: es el partido en Chile que tiene la mejor articulación armónica, orgánica, sistematizada con su principal espacio de sustentación social.
Conjuntamente con lo anterior, la excepcionalidad de la UDI estriba también en que es clase política de una red empresarial que no sólo tiene una fuerte auto conciencia de su condición particular de clase social, sino que, además, se auto percibe como el conglomerado más legítimamente indicado para devenir en dirigente de la sociedad, en clase hegemónica de la nación. Es un conjunto que como tal aspira al poder, en su sentido más extenso y no reducido a sus manifestaciones formales e institucionales. Es un conjunto, por ende, que opera natural y espontáneamente con lógica política, con lógica de poder político.
Ello conlleva a que la UDI y la red empresarial equivalgan a simbiontes, o sea, a sujetos que viven en simbiosis, que sacan provecho mutuo y sin conflictos de su asociación. Dicho de otra manera, entre cuerpo político y cuerpo social, virtualmente y en lo substancial, no hay fronteras delineadas categóricamente ni una diversidad de enfoques que conduzcan a contradicciones significativas. Este tipo de relación es una rareza en política. Lo normal es que los partidos, como momento de la política, con cierta recurrencia se conflictúen con los universos sociales con los que mantienen relaciones preferentes, precisamente, porque en general los conglomerados sociales masivos difícilmente tienen voluntad en sí de poder o se sienten de por sí convocados a dirigir el país, ergo, tampoco poseen una comprensión inmediata de las dinámicas políticas.
Los nexos descritos entre red empresarial hegemónica y partido UDI son, a todas luces, sinérgicos. Para ilustrar esta afirmación vale la pena destacar dos de los elementos más sinérgicos que resultan de esta unidad simbiótica.
En primer lugar, la UDI no sufre desgastes en acciones destinadas a mantener la fidelidad de su principal cuerpo de adherentes sociales, desgastes que sí sufren constantemente los demás partidos.
Y en segundo lugar, la red empresarial invierte en el partido UDI y en sus instancias complementarias con confianzas y criterios muy similares a los que aplica a sus propios negocios. La UDI y sus instancias complementarias se expanden tal cual una gran empresa en pleno desarrollo, merced a la permanente inyección de recursos económicos provenientes del empresariado hegemónico.
El amalgamiento, la simbiosis entre elite política y elite empresarial es una de las causales claves que explica la inusual disciplina y homogeneidad que muestra el partido UDI. La magnitud del poder que concentran y centralizan ambas elites es absolutamente incontrarrestable para cualquier tendencia o personalidad del partido que no esté dentro de la cúpula que realiza la unidad simbiótica. Los dirigentes decisores de la UDI cuentan con poderes adicionales a los que le confiere la institucionalidad del partido y que provienen de su pertenencia al circuito amplio de poder de la derecha. En éste encuentran a su disposición instrumentos factuales y coactivos de poder (financieros, mediales, etc.) que se yerguen como amenaza contra quienquiera interrogar el círculo y la matriz hegemónica del partido. No quiere decir esto que el pequeño círculo dirigente requiera del uso permanente o frecuente de tales instrumentos. En lo esencial, la hegemonía la ejercen a través de mecánicas políticas e ideológicas, pero la amenaza de lo coactivo está presente y latente como atmósfera que envuelve, protege y consolida el sistema hegemónico.
El sistema hegemónico erigido por la UDI, experimentado primero al seno del partido, es expansivo, opera sobre el conjunto de la derecha y sobre gran parte del empresariado. Joaquín Lavín se ha convertido en el ejecutor de la parte política y discursiva del proceso hegemonizador. El lavinismo dentro de RN es ya una realidad incontrarrestable, lo mismo que al interior del electorado de derecha. La resistencia que intentó oponer Sebastián Piñera a la voracidad hegemonizadora de la UDI, fue aplastada a través de los instrumentos coactivos con los que cuenta el circuito de poder udista. Hecho que sentó un precedente de largo alcance: si la figura pública más prestigiada de RN y, además, empresario exitoso y relevante en el mundo de los negocios, pudo ser derrotado de manera casi ignominiosa, ¿qué otro dirigente de RN va a osar desafiar en el futuro la hegemonía de la UDI?
RN marcha inexorablemente hacia su conversión en un partido semi virtual o ritual y cuya pervivencia va a depender, casi exclusivamente, de cuán funcional sea a la candidatura de Joaquín Lavín y en tanto no perturbe el proyecto hegemónico de la UDI. Por otra parte, el circuito de poder de la derecha hegemónica también se deja sentir dentro del empresariado o dentro de gran parte de él. A través de su manejo de los principales gremios y de sus compactos círculos político-corporativos, de hecho, ha logrado subordinar a gran parte de los empresarios efectivamente independientes o que, adscribiendo genéricamente a cosmovisiones de derecha, no pertenecen o no se identifican con ese circuito de poder. Son grupos empresariales cautos, silenciosos, temerosos de parecer distintos o alternativos a la fracción hegemónica.
No debería descartarse la hipótesis de que la ostensible animadversión de ese circuito contra Sebastián Piñera se vincule también a la cuestión del control o influencia sobre el empresariado. Las operaciones punitivas de las que ha sido víctima el ex senador quizá no se deban sólo a motivaciones nacidas de la esfera puramente política. Es probable que los diagnósticos de ese circuito de poder concluyan en lo riesgoso que sería para su hegemonía sobre el empresariado que un empresario poderoso y ajeno al circuito acumulara más poder político y a partir de allí pudiera crear mecánicas que alentaran opciones dentro del empresariado acallado por el udismo y que terminaran por manifestarse en la estructuración de otra red político-corporativa.
En definitiva, el principal circuito de poder de la derecha ha sido exitoso en la expansión de su hegemonía: primero, dentro de la propia UDI, luego, al seno del empresariado y, por extensión, al seno de las clases altas y, por último, al interior del conjunto de la derecha. Ahora, afianzado como bloque disciplinado y homogéneo, está en condiciones de dedicarse por entero a tratar de imponer su hegemonía a la sociedad chilena toda.