En artículo anterior esbocé algunos juicios analíticos sobre el entorno de poder y la expansión hegemónica de la UDI. En este artículo se intenta una explicación acerca de las conductas irruptivas de la UDI, indagando en el pensamiento y formación intelectual de la generación que compone su dirigencia.
Los estilos hacen a su esencia
El ex presidente de Renovación Nacional, diputado Alberto Cardemil, afirmó que la UDI es un partido “agresivo, depredador y que se maneja con una gran frialdad dentro del sistema” (*La Nación*, 19 de agosto del 2001). Esta es una opinión bastante extendida y compartida entre actores políticos y dentro de comunidades de estudiosos de la política, pero a los miembros de la UDI no le hacen mella. Más bien se jactan de ser un partido distinto y distante de la “política tradicional”, que se desenvuelve con formas y estilos nuevos.
Su accionar “frío”, “depredador”, “agresivo”, a ratos escandaloso, parece no causarles remordimientos o dudas, sino un silencioso orgullo, como si se sintieran excusados por la cruda sentencia de Max Weber: “El mundo está gobernado por demonios y el que se entrega a la política, esto es, al poder y la fuerza como medios, pacta con poderes diabólicos”.
La impronta de la UDI es, a primera vista, desconcertante. Sus conductas pueden llegar a ser inmisericordes y prosaicamente calculadoras, como si en la práctica de la política no cupieran sentimientos, ideales ni idealidad, no obstante, sus dirigentes hacen frecuente ostentación de su religiosidad, de su catolicismo.
La UDI, en varios aspectos, es todavía un misterio. Fue un partido claramente identificable mientras su estrategia política era resistir a los gobiernos y a las políticas de la Concertación y mediatizar el proceso de redemocratización del país. Pero se tornó difuso y desorientador desde el momento que consideró propicio iniciar su marcha hacia la Presidencia de la República. No pocos dirigentes de la Concertación, por ejemplo, después de las últimas elecciones presidenciales, estaban convencidos – y así lo proclamaron urbi et orbi – que el fenómeno lavinista significaba un radical y definitivo cambio de la UDI y auguraba su plena adscripción a los parámetros universales y propios de una derecha moderna, democrática, confiable en su condición de opositora.
Esas apresuradas e ingenuas apreciaciones, que develan altas cuotas de desconocimiento acerca de lo que en realidad es la UDI y de las cosmovisiones que mueven a sus dirigentes, tienen mucha responsabilidad en el estupor que causaron los últimos y espectaculares acontecimientos protagonizados por la UDI (postulación senatorial del almirante® Arancibia y renuncia de Sebastián Piñera a su candidatura).
Desentrañar el misterio UDI tiene importancia porque eventualmente puede devenir en fuerza gobernante y, aunque así no fuera, porque el poder que ha acumulado lo sitúa como el partido hegemónico de la derecha y con capacidad para influir fuertemente en el destino del país.
Pero estudiar y conocer el alma política de la UDI y de sus dirigentes es todavía más relevante por otra razón. En la UDI y en sus círculos conexos, se aglutinan y condensan nuevas generaciones elitarias, cuyas prácticas denotan – más que sus discursos – voluntad y disposición para revisar, cuestionar, modificar conceptos y elementos substanciales de lo que bien puede llamarse cultura política nacional histórica, base cultural sobre la que se ha sostenido (y recuperado) el republicanismo y la democracia en Chile, y sobre la cual se erigieron nociones y lenguajes compartidos por las diversas corrientes y sin los cuales la interlocución política se vuelve feble o puramente formal y, por ende, se dificulta o imposibilita el desarrollo de una política con sentido de nación.
Las acciones, los estilos, las formas de hacer política de los dirigentes de la UDI, y que cada cierto tiempo producen acontecimientos que impactan y estremecen el desenvolvimiento de la política nacional e irrumpen sus cauces habituales, no pueden continuar siendo observados ni analizados como datos puramente anecdóticos y coyunturales. El fenómeno es mucho más serio e involucra cuestiones de largo alcance.
Por otra parte, la homogeneidad conductual de la UDI es indicativa de que las prácticas de sus dirigentes no resultan sólo de factores subjetivos, de la personalidad, del carácter de tal o cual de ellos, sino que obedece a una escuela, a una formación común. Detrás de sus prácticas hay pensamientos, concepciones, convicciones compartidas y sistematizadas que no necesariamente están explicitadas en sus discursos públicos.
¿Cómo se estructuró la mentalidad de esta nueva clase política? ¿Cuáles son los antecedentes ideológicos y empíricos de su formación? ¿Qué elementos intelectuales, socio-culturales, experimentales conforman el sustrato inspirador de sus prácticas? ¿Hacia dónde conducen esas prácticas políticas?
A continuación se analizan ideas-fuerzas, concepciones y convicciones que subyacen y explican algunas de las conductas más llamativas de UDI.
Ambición refundacional
Las percepciones predominantes le asignan a la dirigencia de la UDI un pensamiento integrado por tres componentes básicos: neoliberalismo en lo económico, formalismo en lo político-democrático y neoconservadurismo en lo cultural-valórico. Percepciones muy próximas a la realidad, pero que no identifican cabalmente los sellos más característicos de la UDI y que son, en definitiva, los más influyentes en la orientación de sus conductas.
Las matrices intelectuales y volitivas de la UDI, las que predeterminan y ordenan sus pensamientos y prácticas, las que explican sus actitudes y comportamientos sico-sociales, se encuentran, fundamentalmente, en sus convicciones de ser una elite destinada a terminar la refundación de Chile iniciada en 1973 e interrumpida o distorsionada por los gobiernos de la Concertación.
Refundacionismo y elitismo, fin y medio, objetivo e instrumento, son la esencia totalizadora y el leit motiv de la existencia de la UDI. Sólo después de esa macro definición, y en virtud de la misma, entran a tallar las propuestas neoliberales, neoconservadoras y otras.
La visión refundacional de la UDI comprende, pero no agota, la continuación de la revolución neoliberal (o “silenciosa”), o sea, de un proceso acelerado y radical de edificación de una sociedad regida en plenitud por las leyes y las relaciones propias de una economía de mercado, tal como éstas son concebidas por el neoliberalismo.
La ambición y convicción refundacional de la UDI es de un radicalismo tal que se ha auto convencido de que los años de gobiernos concertacionistas constituyen más bien un paréntesis en los rumbos históricos refundacionales comenzados durante el régimen militar y que deben ser reasumidos, por mandato de la historia, por un futuro gobierno bajo su égida. La dirigencia de la UDI no considera como un nuevo período histórico el que se inaugurara en 1990 con el primer gobierno post dictadura, sino, hay que insistir, como un paréntesis en el devenir natural de Chile y que, por lo mismo, debe cerrarse.
Este pensamiento grueso de la UDI repercute claramente en sus conductas. Su intransigencia opositora se origina, en gran medida, en esa evaluación de la etapa que vive el país. Intransigencia para impedir que en el transcurso de este simple paréntesis histórico se adopten medidas que alteren en demasía lo ya avanzado en la obra refundacional. Intransigencia también y falta de cooperación con los gobiernos de la Concertación porque, no siendo el actual un nuevo período histórico, para la lógica udista son pocas las materias trascendentes que merezcan concordarse, salvo aquellas que se condigan con sus criterios refundacionales.
El núcleo empresarial con el que la UDI conforma el circuito ampliado de poder hegemónico de la derecha, por cierto que razona de manera similar a la de la generación dirigente de la UDI y, por lo mismo, pese a sus declamaciones, no se empeña en llegar a acuerdos estratégicos ni se allana a compartir un proyecto de país, porque dado el actual escenario objetivo de la política nacional, obviamente que no podría ser una réplica del refundacionismo de otrora.
Sentido elitario
En el alma de la UDI es tan importante su ambición refundacional como su espíritu elitario. En el fondo, en el pensamiento de la generación dirigente de la UDI refundación y elitización son términos inseparables: sólo una elite puede refundar. En efecto, para la UDI refundar Chile pasa por instalar en el poder a una elite empresarializada que exprese en la esfera de la política el poder factual y el protagonismo que el empresariado posee en las esferas de la economía y del mercado.
Con elite empresarializada queremos significar un tipo de clase política compuesta por sujetos experimentados en la actividad empresarial y/o en sus actividades conexas, imbuidos en la subcultura empresarial neoliberal y, además, impregnados de un sentido de elite propietaria de poder factual. Es decir, queremos significar la misma clase política que en lenguaje UDI se denomina “independientes”, “no políticos”, “políticos de otro tipo”, etc. Si se presta atención a los equipos que rodean al alcalde Joaquín Lavín y a sus círculos de apoyo más íntimos se verá que reúnen exactamente las características reseñadas.
El profundo sentido elitario de la UDI tiene causales ideológicas (neoliberalismo) y empíricas (vivencias de gobierno en tiempos de la dictadura) que no son difíciles de reconocer si se puntualizan las más relevantes:
a) El principal núcleo dirigente de la UDI se formó y vivió como generación elitaria durante el largo período del régimen militar.
b) La cúpula que hoy conduce a la UDI emergió como elite merced a la voluntad y a los designios del núcleo duro de la elite civil-militar que encabezaba la dictadura.
c) La UDI sabe que la obra refundacional del gobierno de Pinochet – que anhela proseguir – fue posible merced a la concentración del poder en una elite direccional.
d) En el concepto neoliberal de la economía de mercado son las elites empresariales las protagonistas del desarrollo nacional.
e) Retomar la senda refundacional desde el gobierno implica concebir un proyecto cuya realización sería necesariamente costosa y resistida social, ideológica y políticamente. Por lo mismo, requeriría ser conducido por un cuerpo elitario que, por tal condición, disponga de la capacidad de acumular suficientes poderes, sumándole al poder institucional poder factual.
Cultura militar en la cultura política
Buena parte de la generación política que dirige a la UDI tuvo sus primeras experiencias políticas significativas bajo el gobierno militar y como subalterna de uniformados. Es decir, se forjó en momentos en que la política se desenvolvía y practicaba con formas, estilos y pautas excepcionales, anormales y en los que tendían a amalgamarse lógicas políticas con lógicas de la guerra.
Por otra parte, la cotidiana interlocución, el rutinario trabajo con jefes militares hacía inevitable que los jóvenes “gremialistas”, en situación de subalternos, recibieran la influencia – como de profesor a alumno – de la cultura castrense aplicada a funciones políticas y gubernamentales.
Se ha hecho un lugar común decir que la UDI es el “último partido leninista”. Cabe más de una sospecha en cuanto a que los dirigentes de la UDI sean estudiosos y seguidores de los postulados organizativos de Lenin. Lo que sí es plausible pensar es que muchos de los comportamientos de la UDI y de sus dirigentes están bajo el influjo de la formación y experiencias adquiridas en el largo tiempo que compartieron funciones políticas con jefes militares.
Disciplina, espíritu de cuerpo, lealtad, verticalidad de mando son características de la UDI que bien pueden responder a esos influjos de la cultura castrense. Sin embargo, lo más indicativo de esas influencias se encuentra en tres tipos de conductas que, por reiteración, han pasado a ser también rasgos propios de la UDI.
En primer lugar, un accionar centralizadamente planificado en torno a objetivos muy precisos y sobre los cuales se concentran los esfuerzos. En segundo lugar, el empleo virtualmente de todo tipo de recursos y medios para alcanzar los objetivos, sin muchas consideraciones acerca de la rudeza y legitimidad de los mismos. Y en tercer lugar, el uso sistemático de lo conspirativo, del sigilo y del secreto para montar operaciones políticas destructivas, emulando mecánicas que son intrínsecas a las labores de inteligencia y contrainteligencia militar. Cuando se buscan a los cerebros y a los responsables de determinadas operaciones políticas de esa naturaleza no deberían buscarse muy lejos de las fronteras de la UDI, puesto que son enteramente congruentes con la estructura mental que predomina en ese partido.
Neoliberalismo y política
Sabido es que la UDI profesa la doctrina económica neoliberal y que ésta concibe las relaciones mercantiles como factótum ordenador no sólo de la economía sino de la existencia colectiva.
No interesa aquí debatir acerca de esta doctrina. Para los efectos de este análisis lo que importa es detectar cómo tal adscripción ideológica participa en las ideas y prácticas políticas de la UDI.
1. El neoliberalismo concibe las relaciones de mercado como modelo ideal de las relaciones que deberían primar en el ordenamiento social. Ahora bien, para el propio neoliberalismo las leyes de la economía de mercado son objetivas, naturales; no son ni deben ser arbitradas, reguladas por voluntad e instancia alguna, salvo muy excepcionalmente. Trasladada esta apreciación al ámbito general de la sociedad da como resultado la legitimación de la factualidad del poder: si en las relaciones entre ciudadanos unos tienen más poder que otros y si este mayor poder radica, por ejemplo, en la mayor riqueza de los unos obtenida por el libre juego de las leyes del mercado, entonces ese poder está legitimado por la legitimidad de las leyes de la economía de mercado.
2. Legitimado el poder factual es natural que el neoliberalismo de la UDI conduzca a la aceptación de que los sectores sociales con más poder factual tengan derechos privilegiados para hacer valer su poder en el proceso de toma de decisiones que afectan a la nación.
3. Legitimados y valorizados estos derechos factualmente privilegiados, en el pensamiento udista se relativiza el poder de las instituciones y de las leyes, precisamente porque ambas se han edificado negando o desconociendo la legitimidad del poder y de los derechos factuales.
4. Algo similar a lo que ocurre con las instituciones y con las leyes, en cuanto a valoración, ocurre con la concepción udista de la democracia. Para la UDI, el verdadero poder y el gobierno real de la nación no radican en la democracia. En su óptica, la democracia no es más que uno de los instrumentos – y no el único – de los que disponen las sociedades para dirimir pacíficamente conflictos entre poderes. En tal sentido, la democracia consiste esencialmente en la realización de elecciones periódicas que, al fin de cuentas, se asemejan mucho a las competencias mercantiles.
En resumen: dos llamados de alerta
La convicción de que son una elite generacional destinada a continuar, ni más ni menos, que la refundación de Chile, le confiere a los dirigentes de la UDI pronunciados rasgos mesiánicos y sectarios. Rasgos permanentes e insuperables puesto que responden orgánicamente a las cosmovisiones que le dan a la UDI su razón de ser.
El mesianismo y el sectarismo en política conducen, en donde quiera que estos fenómenos se presenten, a que las organizaciones que los desarrollan se auto mitifiquen y se auto erijan en instancias moralmente superiores y, por ende, se consideren inimputables en cuanto a la moralidad de sus actos.
En consecuencia, la UDI es de por sí un problema para la política chilena, para su calidad y progreso. Su obsesión refundadora, su mesianismo lo convierten en un partido que dialoga por protocolo, por imagen, pero que en absoluto está verazmente dispuesto a interlocuciones de carácter trascendente. Su ortodoxa ética de fines últimos (Weber), sumada a influjos de la cultura militar, permite augurar que no renunciará a la ejecución de gestos y operaciones políticas traumáticas e inescrupulosas cuando lo estime justificado por la magnitud histórica de sus fines últimos.
En definitiva, las conductas de la UDI, explicadas por antecedentes de su propia racionalidad, reflejan que es un partido que no se siente cómodo dentro de las normas de la política chilena, dentro de la institucionalidad, dentro de la ética republicana y que por eso requiere, de vez en vez, pasear por las afueras de sus lindes, a costa de erosionar la salud política del país y sus bases sistémicas.
La incomodidad de la clase política udista tiene como telón de fondo su proyecto refundacional. La gran ambición de la UDI no es sólo retomar la vía de las orientaciones y de las políticas económicas neoliberales, sino, sobre todo, neoliberalizar globalmente al país, readecuar sus estructuras y relaciones políticas, sociales, culturales de manera que no contradigan el imperio de los principios genéricos del neoliberalismo. Es decir, lo que en verdad incomoda a la UDI son las nociones tradicionales de república y de democracia que rigen hoy conceptual y empíricamente en la sociedad chilena.
Ciertamente, la UDI no se declara contra lo republicano y lo democrático, pero sus visiones, propuestas y prácticas socavan lo uno y lo otro sin ofrecer diseños republicanos y democráticos alternativos. En ese sentido y sobre estos aspectos, la oferta de cambios de la UDI es alarmante, porque ni ella misma sabe en qué terminarían los cambios. Lo que sí sabemos todos es que experimentar a tientas con el ordenamiento de la sociedad, con la República y con la democracia no es, precisamente, un proyecto político convincente ni aconsejable.