Antonio Cortés Terzi ha publicado en asuntospúblicos.org dos interesantes artículos sobre el principal partido opositor, “La UDI: voraz maquinaria hegemonizadora” (Informe Nr.111, 27/8/2001) y “La UDI: ideología y conductas de su proyecto refundacional” (Informe Nr.118, 11/9/2001). En ellos se propuso comprender su naturaleza y perspectivas desde la teoría y la ética política. Es una opción legítima porque permite mirar al “gremialismo” desde un alto nivel de abstracción, fuera de las vicisitudes de la coyuntura, que dan cuenta de aspectos marginales o anecdóticos.
Es muy importante examinar al principal partido opositor para comprender su protagonismo en el sistema político y prever sus posibles acciones en el futuro. De ahí también la relevancia de discutir los trabajos que se propongan ese objetivo. Cuatro serían los elementos característicos de la UDI para el editor político de Asuntos Públicos. En primer lugar (las citas son del Informe Nr. 118), su “ambición refundacional”, que le lleva a buscar “terminar la refundación de Chile iniciada en 1973 e interrumpida o distorsionada por los gobiernos de la Concertación”, que serían considerados como “paréntesis en el devenir natural de Chile que, por lo mismo, debe cerrarse”.
En segundo lugar, “su sentido elitario: refundación y elitización son términos inseparables: sólo una elite puede refundar”, constituida por los “gremialistas”. En tercer lugar, la adhesión a una “cultura militar”, lo cual se derivaría de su activa participación en el régimen de Pinochet, durante el cual “los jóvenes “gremialistas” (estuvieron) en situación de subalternos (y) recibieron la influencia – como de profesor a alumno – de la cultura castrense aplicada a funciones políticas y gubernamentales”. Esta “cultura militar” se manifestaría en “un accionar centralizadamente planificado, (en) el empleo de todo tipo de recursos y medios para alcanzar los objetivos, (en) el uso sistemático de lo conspirativo, (en el) sigilo y (el) secreto para montar operaciones políticas destructivas, emulando mecánicas que son intrínsecas a las labores de inteligencia y contrainteligencia militar”. En cuarto lugar, un pensamiento político basado en el neoliberalismo, que “concibe las relaciones mercantiles como factótum ordenador no sólo de la economía, sino de la existencia colectiva”, que lleva a la UDI a reducir el carácter de la democracia, que “consiste esencialmente en la realización de elecciones periódicas que, a fin de cuentas, se asemejan mucho a las competencias mercantiles”.
Tengo diferencias con las conclusiones de Cortés Terzi. Provienen de mi distinta aproximación al tema a partir de mis estudios sobre la crisis y caída de la democracia, el régimen de Pinochet autoritario, la democratización y los partidos. En esto recurro al apoyo de conceptos situados a un nivel más próximo de la realidad política que los empleados por mi colega. Este termina entregando una visión que resalta solamente las fortalezas de la UDI, a pesar de que un análisis más detenido de algunas de ellas admite una conclusión diferente. Por ejemplo, el sólido apoyo que tiene la UDI respecto de los hombres de negocio, que le proporcionan vastos recursos económicos para las campañas electorales, le quita independencia, lo cual repercute en una institucionalización incompleta (1). Uno de los mayores desafíos de los partidos conservadores, como la UDI, es precisamente mantener independencia de los grupos de interés y empresarios. ¿Quién tiene mayor influencia al tomar las decisiones más importantes referidas a cuestiones económico-políticas: el partido o los empresarios?
Mi comentario tocará tres aspectos. En primer lugar, haré una breve presentación del desarrollo histórico del “gremialismo” y la UDI. En segundo lugar, más que recurrir a adjetivos que surgen de la estética (“voraz máquina depredadora”), examino las funciones de la UDI en la nueva democracia. En tercer lugar, analizo al partido desde la perspectiva de su grado de consolidación, viendo no sólo su grado de institucionalización, sino también las capacidades de su liderazgo.
“El Gremialismo” y la UDI: una distinción analítica fundamental
Para comprender a la UDI es necesario hacer una diferenciación analítica de fundamental importancia y que nuestro articulista no considera: “el gremialismo” y Unión Demócrata Independiente (UDI). El las trata implícitamente como una unidad: “el amalgamiento, la simbiosis entre elite política y elite empresarial es una de las causales claves que explica la inusual disciplina y homogeneidad que muestra el partido UDI” (Informe Nº 111). El “gremialismo” alude al conjunto de personalidades e individuos que se sienten formando parte de la causa iniciada en 1966 por el joven estudiante de Derecho, Jaime Guzmán, cuando fundó en la Universidad Católica, junto al senador Jovino Novoa y otros, el “Movimiento Gremial”(2). Este es un movimiento muy amplio, que reúne a militantes de la UDI y a personas independientes, especialmente situados en gran número en las empresas del poderoso sector privado.
La UDI, por su parte, es el partido que reúne a un reducido grupo de “gremialistas” que se ha comprometido a luchar activamente porque esa causa llegue a su destino. En ella, hay un abundante número de “políticos profesionales” (Weber), es decir, que viven “de” la política y “para” la política. Esta organización fue creada por “el gremialismo” en 1983, durante la apertura, cuando los partidos opositores reemergieron con gran energía. La UDI, por tanto, tiene por finalidad impulsar los intereses del “gremialismo”, está subordinada a éste.
Mientras la UDI es una organización con dirigentes, militantes, núcleos territoriales y tiene mecanismos formales para definir su autoridad, “el gremialismo” no tiene una estructura definida, sino que cuenta con personas que tienen poder, algunas de las cuales derivada de su posición en los medios de comunicación o en el mundo de los negocios. Esta diferenciación aclara el rol de instituciones y personas en la causa de Guzmán. El Instituto Libertad y Desarrollo es una entidad “gremialista”, pero no es de la UDI, como sí lo es la Fundación Jaime Guzmán que desarrolla, entre otras actividades, cursos de capacitación de sus dirigentes. Hay militares que son “gremialistas” y que no necesitan ser militantes de la UDI para influir en política cuando vistieron uniforme. El general Jorge Ballerino fue uno de ellos en los años ’80 y ’90 y el almirante Arancibia es el ejemplo más reciente y notorio.
Hay “gremialistas” que son militantes de la UDI y otros que no lo son, estos últimos pueden cumplir un rol activo o pasivo, siendo éstos “compañeros de ruta” que dan un aporte más puntual o específico. Esto le proporciona al “gremialismo” un enorme poder pues a través de las empresas, grupos de interés, universidades y medios de comunicación despliega una eficaz política de difusión de su ideario y de cooptación de políticos, tecnócratas e intelectuales vinculados a los partidos o a los gobiernos de la Concertación (3).
La existencia de dos rivalidades constituye una de las claves del tremendo poder político, económico y comunicacional que tiene la causa de Guzmán, con activistas en el sistema político, económico y cultural las cuales trabajaron políticamente con una considerable coherencia. Esto ha sido explicitado por Cortés Terzi en ambos artículos como expansión de fortaleza. Sin embargo, es fuente de debilidades porque limita la autonomía del partido al existir instancias ajenas a éste que definen políticas, lo cual debilita su institucionalización. Un partido está consolidado cuando dispone de autonomía para tomar sus decisiones por intermedio de dirigentes elegidos de acuerdo a las normas definidas y conocidas. La UDI tiene una estructura de autoridad altamente centralizada y practica “la ley de hierro de las oligarquías” (Michels), pero ella toma decisiones que sólo obligan a sus parlamentarios y militantes, pero que no comprometen al “gremialismo”. A la inversa, personalidades “gremialistas” crean hechos que condicionan las decisiones de la UDI.
El desarrollo político de Chile tiene casos de tensiones entre la personalización de una causa y su partido. El “freísmo” fue bastante más amplio que el PDC, así como también el “allendismo” fue más numeroso que el PS. Hubo en ambos casos importantes conflictos que estuvieron en forma latente mientras se estuvo en la oposición y lejos del poder, es decir, cuando el partido era pequeño. Pero las tensiones aumentaron cuando el partido estuvo cerca de convertirse en una real alternativa de poder. Los problemas de los gobiernos de Frei y de Allende provinieron, en buena medida, de esta tensión y particularmente de su partido. Alessandri fue un movimiento sin partidos, sin tener éxito pues tuvo que gobernar con ellos cuando en 1961 perdió el “tercio parlamentario”.
La larga historia del “Gremialismo”: rigidez y pragmatismo
Una atenta mirada al largo desarrollo histórico del “gremialismo” de más de tres décadas entrega una imagen más matizada que el cuadro pintado por Cortés Terzi. En primer lugar, tuvo una relación más compleja con el régimen militar y los uniformados que lo planteado en los trabajos que comentamos. No sólo respaldó la subordinación de los derechos humanos a las decisiones de la autoridad, sino también tuvo un compromiso muy profundo con las reformas económicas impulsadas por los Chicago boys de manera que el ideario neoliberal de éstos y sus resultados – nuevas instituciones, privatizaciones, universidades privadas, etc. – formaron parte de su propia historia. Miguel Kast y sus colaboradores en ODEPLAN, jugaron un rol muy decisivo en el desarrollo de este movimiento junto a los alcaldes y los dirigentes de la Secretaría Nacional de la Juventud y el Frente Juvenil de Unidad Nacional creada por ésta bajo el empuje de Guzmán. De ahí que desde muy temprano “el gremialismo” dispuso de fuertes bases en el orden político del autoritarismo, así como también en las organizaciones económicas, sobre lo cual la UDI ha podido construir una amplia red de apoyo en empresas, universidades y medios de comunicación.
En segundo lugar, “el gremialismo” no tuvo una historia lineal, impulsada por un liderazgo rígido y reaccionario a los acontecimientos. Tuvo importante cambios en su posición política que dan cuenta de pragmatismo y un cierto oportunismo. Es cierto que el “gremialismo” fue el principal grupo civil de apoyo al régimen militar, pero se equivoca Cortés Terzi cuando los presenta subordinados a la voluntad de los militares y de Pinochet. Se jugaron por el éxito del régimen autoritario porque constituyó una formidable oportunidad para disponer de recursos políticos y económicos para impulsar un proyecto propio: construir un movimiento que dominara la política después que los uniformados volvieran a los cuarteles, una especie de PRI del México autoritario que acaba de terminar.
El “gremialismo” priorizó este objetivo, lo cual condujo en más de una oportunidad a tensiones con Pinochet porque éste buscaba permanecer indefinidamente en la presidencia, sin límites que condicionaran sus decisiones. La Constitución de 1980 expresó el ideal político de Guzmán, la democracia protegida y autoritaria, y fue al mismo tiempo una limitación al poder del poderoso dictador pues lo obligó a actuar en un escenario institucional y le puso un plazo fatal para su retiro, aunque con un amplio horizonte, que podía ser en 1997. En esa ocasión, Guzmán, con 51 años, podría ser el candidato presidencial que expresara los intereses del régimen ayudado por un poderoso partido, que no tendría otro en la derecha que le hiciera sombra. La historia fue por otro camino, como bien sabemos: la oposición democrática usó la institucionalidad autoridad en contra de Pinochet y la UDI vio surgir a RN como un fuerte competidor.
En segundo lugar, la historia del “gremialismo” muestra que Guzmán supo ser pragmático cuando era necesario, abandonando creencias o amigos. Dejó de lado las tesis corporativistas del régimen de Franco cuando España avanzó a la democracia después de la muerte de éste; no acompañó a Alessandri en el debate constitucional de 1980, quien le diera un apoyo determinante para ser una precoz figura nacional antes del triunfo de la Unidad Popular en 1970, y estuvo junto a Pinochet; no lo abandonó en la noche del 5 de octubre de 1988, guardando silencio ante el triunfo del No, a diferencia de RN, dejando abiertas sus cartas si éste tomaba decisiones que desconocieran su derrota; luego se entendió con Gabriel Valdés, porque le interesaba que la UDI se integrara al protagonismo democrático participando en la mesa del Senado. Este acuerdo fue espectacular porque Valdés, como presidente de la Cámara alta, pasó a ser un miembro con derecho a voto del Consejo de Seguridad, uno de los principales “enclaves autoritarios”. Este audaz paso, precedido de una campaña electoral en la cual Guzmán por primera vez dio a conocer públicamente su ruptura con el general Manuel Contreras, le permitió erguirse como un demócrata, imagen que el terrorismo fortaleció con el terrible atentado que le quitó la vida en 1991 y que sus discípulos se han preocupado cuidadosamente de difundir en la opinión pública.
Las funciones de la UDI en la nueva democracia
El segundo tema tocado por Cortés Terzi es el de las funciones del “gremialismo” en la nueva democracia. El se ha precipitado a entregar un juicio negativo: “la UDI es de por sí un problema para la política chilena, para su calidad y progreso. Su obsesión refundadora, su mesianismo lo convierten en un partido que dialoga por protocolo, por imagen, pero que en absoluto está verazmente dispuesto a interlocuciones de carácter trascendente”.
Esta conclusión merece dos reparos. El primero es que un análisis más frío del desempeño de la UDI entre 1989/1991 muestra que ha cumplido una función favorable al desarrollo de la democracia por haberse sido el canal de integración del “pinochetismo”. Este rol le permitió conseguir un gran apoyo electoral en las elecciones de 1989, integrando a esos votantes en los estratos altos, medios y populares, especialmente importantes en estos últimos. La UDI cumplió un rol funcionalmente equivalente al de los partidos comunistas que se vistieron con un uniforme social demócrata o socialista en las primeras elecciones después de la caída del muro de Berlín para seguir influyendo en política.
¿Qué habría ocurrido si los militares y Pinochet no hubieran tenido un partido que los defendiera abiertamente durante la democracia, asumiendo sin condiciones “la obra” del régimen militar? Creo que habría creado una situación más conflictiva, en que la oposición a las medidas de justicia por los atropellos a los derechos humanos habrían sido defendidas sólo por los uniformados. Guzmán rechazó el Informe Rettig precisamente porque él fue un puente entre el autoritarismo y la democracia. En consecuencia, se puede afirmar que la UDI colaboró en estabilizar el desarrollo democrático al situar al “pinochetismo” de cara al país, en el Parlamento y en el debate público.
No se trata de discutir si la UDI fue o no demócrata cuando tomó estas decisiones después de la derrota de Pinochet, en 1988. Lo hizo porque lo exigía la coyuntura y porque era favorable al desarrollo de sus propios intereses que, como se señala, tenían importantes diferencias con los del capitán general. El apoyo de Guzmán a Valdés permitió al primer Presidente de la nueva democracia estar en una mejor posición ante Pinochet en el Consejo de Seguridad Nacional, pues dispuso del mismo número de votos que éste, que estaba acompañado por los otros comandantes de instituciones armadas y de orden. Recordemos que la Concertación carecía de mayoría en el Senado por la presencia de los “senadores designados”. El asesinado senador era bastante más pragmático que la imagen presentada en las páginas que comentamos.
Por otro lado, en términos comparativos, las relaciones de la UDI con el orden pluralista no fueron distintas a las que tuvieron los partidos conservadores tradicionales de la época predemocrática. Su postura instrumental ante las elecciones, que irrita a nuestro colega, debe ser vista en una perspectiva más amplia, pues corresponde a la posición de los antiguos partidos conservadores: “Si ha de conquistar (el candidato conservador) su ingreso al Parlamento, solo podrá hacerlo por un único método: debe descender a la arena electoral con porte democrático: debe saludar a los granjeros y trabajadores agrícolas como colegas profesionales, y debe tratar de convencerlos de que sus intereses económicos y sociales son idénticos a los suyos propios. De esta manera el aristócrata se ve forzado a conquistar la elección en virtud de un principio que no acepta, y del cual su alma reniega”(4)
Esto explica la preocupación constante del “gremialismo” y de la UDI por los pobres y la pobreza. Muchos intelectuales se sorprendieron cuando en las encuestas de fines de los años ’80 mostramos el gran apoyo a Pinochet en los sectores populares. Este se ha traspasado a los candidatos de la UDI, lo que les ha permitido llegar al Parlamento o a las alcaldías.
No se puede esperar que la UDI tenga una identificación plena e incondicional con la democracia porque su historia no se lo permite. Hay muchos e importantes ejemplos que dan cuenta de esta realidad, desde la descalificación de la política, los políticos y los funcionarios públicos, difundiendo la imagen que predomina en ellos, la corrupción, por lo cual son responsables de la baja confianza en la política y las instituciones; hasta los estilos usados en contra de sus aliados. Los chilenos tenemos mala memoria, lo que es promovido por el “gremialismo” cuando llaman a “mirar al futuro” por las razones expuestas en estas páginas.
La brutal acción contra el actual presidente de RN, Sebastián Piñera, para impedir que fuera candidato a senador, que consiguieron con la ayuda del comandante en jefe de la Armada, almirante Jorge Patricio Arancibia, que había sido edecán de Pinochet, no fue un recurso novedoso en la historia de la UDI. Para derrotar al entonces presidente de RN en las elecciones de 1997, dio un paso tan radical como éste, cuando su candidato en una elección emblemática a senador por un distrito de la capital, el diputado Carlos Bombal, presentó una acusación constitucional contra el presidente de la Corte Suprema. Con ello, la UDI provocó un hecho político que le dio un amplísimo protagonismo y que le permitió desplazar a Andrés Allamand antes que comenzara la contienda electoral con más fuerza que cien campañas publicitarias y derrotarlo en las urnas.
El grado de institucionalización de la UDI y el desafío electoral
El tercer punto que quisiera comentar es el grado de consolidación de la UDI. Los muy positivos resultados electorales conseguidos durante los años ’90, que tuvieron hito notable cuando un militante de los primeros años, Joaquín Lavín, estuvo en las inmediaciones de La Moneda en las últimas elecciones presidenciales, demostrarían que se trata de un partido consolidado. Impresión que está en la conclusión a la cual llega Cortés Terzi.
Sin embargo, cabe debatir esta tesis. En primer lugar, la UDI ha tenido un crecimiento muy rápido y con importantes costos por la dura competencia que ha impulsado con RN. El brusco crecimiento plantea tensiones que no se resuelven con facilidad. Los partidos chicos tienen desafíos pequeños, pero los partidos grandes tienen tensiones mayores. En segundo lugar, el aumento electoral no se explica sin considerar el singular contexto político y económico que favoreció a la derecha para superar ampliamente el techo electoral del 43 % del voto “Si” de 1988. Es considerablemente más difícil llegar a la meta cuando se está muy cerca de ella, que cuando se está a gran distancia, como fue el escenario que tuvo “el gremialismo” en las anteriores luchas electorales. Se requiere una extrema habilidad porque en estas nuevas condiciones cualquier error puede tener consecuencias fatales y ello se puede manifestar en cuestiones muy sutiles, como el deterioro de las confianzas, un recurso político fundamental cuando se actúa en coalición.
Es en estas circunstancias cuando la UDI debe mostrar las propiedades de los grandes partidos. ¿Cuál es su programa? ¿Cuáles son sus ideas para resolver los principales problemas del país? ¿Qué dice “el gremialismo” sobre los nuevos desafíos del desarrollo económico del país, más allá del recetario neoliberal de los años ’80 de privatizaciones, desregulaciones y un Estado mínimo? Una cosa es ser majadero, con la ayuda de los medios de comunicación para insistir en problemas favorables para captar el voto conservador – inseguridad ciudadana y el conflicto de valores en torno a la familia – y otra cosa es disponer de una propuesta propia, que le dé sentido y contenido a la acción del partido.
La UDI ha definido esta elección parlamentaria como una oportunidad decisiva en su estrategia de llevar a Lavín al palacio presidencial el 2005. Para ese fin se ha propuesto conseguir la mitad de los escaños en cada una de las Cámaras y consolidar su posición dominante en la derecha, superando ampliamente a RN. ¿Por qué se impuso estas ambiciosas metas, si Lavín cuenta con un amplio respaldo ciudadano y RN tiene graves problemas internos? ¿Qué teme la UDI que se ve empujada a fijarse estas ambiciosas metas y a actuar con la brusquedad que conoció el país? Esos pasos no reflejan a un partido consolidado, sino que indican
Inseguridades y debilidades del liderazgo de la UDI.
Las elecciones cumplen diversas funciones, no sólo elegir a los concejales, parlamentarios o presidentes. Son ocasiones en que los partidos exhiben sus capacidades, buscan ampliar sus espacios de influencia creando confianzas en el electorado y en las elites y con ello, amplía o cierran sus espacios futuros de acción. En Argentina, Raúl Alfonsín consiguió los votos que necesitaba para ganar la elección presidencial de 1983, al denunciar durante la campaña el pacto secreto entre los militares con el peronismo, pero constituyó una declaración de guerra contra éste, que condujo a una política de confrontación de los sindicatos contra su gobierno que contribuyó al fracaso de éste. Patricio Aylwin envió una potente señal de seguridad en la conducción económica en 1989, cuando se enfrentó a los trabajadores del Cobre en Chuquicamata y les enrostró ser una minoría privilegiada.
La unidad de la derecha es el talón de Aquiles de la UDI en su afán de llegar a La Moneda, lo cual está condicionando los votos y escaños que espera obtener en diciembre próximo. Este no es un tema menor, porque “el gremialismo” y la UDI tienen distintas aproximaciones al tema. Para el primero, el desafío es simple porque se reduce a una decisión personal: apoyar un candidato común que representa muy bien los distintos sectores que componen la variada red de intereses de este sector: economista, periodista, hombre de negocios, académico, católico activo y eficaz político. Sin embargo, para la UDI la cuestión es bastante más compleja porque tiene una dimensión organizativa: crear un partido único o una coalición muy firme con RN. La causa “gremialista” fue definida desde sus orígenes como una superación del bipartidismo histórico de derecha y de sus defectos, en que los conflictos y divisiones los mantuvo fuera de La Moneda. Sin embargo, no tuvieron éxito porque surgió Unión Nacional en 1983, que compitió mano a mano con la UDI la adhesión de los sectores de derecha. Hubo un intento de fusión en 1987/88 que fracasó porque “el gremialismo” rechazó no tener la conducción del partido.
La historia de las divisiones de la derecha se hace nuevamente presente ante la UDI con ocasión de esta elección parlamentaria. La UDI ha impuesto su visión simplificada de la unidad, expresada en candidaturas únicas en algunos distritos emblemáticos, para evitar la competencia que fomentara las divisiones. Sin embargo, la falta de mesura (Weber) mostrada en la formación de las candidaturas, impuso una división al buscar aplastar a RN, dejando heridas que no alcanzarán a cicatrizar antes de diciembre. “El gremialismo” obtendrá menos votos en las elecciones senatoriales que los que pudo alcanzar si los dirigentes de la UDI hubieran actuado con mesura, es decir, “la capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia (subrayado en el original) con los hombres y las cosas” (5). La falta de mesura constituye una falla mayor porque “el “no saber guardar distancia” – añade Weber – es uno de los pecados mortales de todo político”.
Esto quiere decir que “el gremialismo” ha comenzado mal la estrategia de llegar a La Moneda. Las complejidades del bipartidismo ha planteado a los dirigentes de la UDI desafíos que no han podido resolver. El fantasma de 1946 se hace presente en el escenario conservador, con distintas expresiones en esta elección parlamentaria: los votantes de RN tienen cuatro opciones, en los distritos senatoriales en que compite sólo un candidato de la UDI: votar a regañadientes, sin hacer campaña por él, votar en blanco, anular el voto o dárselo a uno de los candidatos de la Concertación. En este último caso, se abren expectativas muy interesantes sobre futuras coaliciones.
Esto nos lleva al tema de RN, cuestión no tratada por el articulista que comentamos. Sus dirigentes, al igual que en la segunda mitad de los ’80, están en un pié muy especial para determinar el rumbo de la política chilena. En aquella oportunidad, bajo el liderazgo de Andrés Allamand, a pesar de haber trabajado con la oposición democrática en la preparación del Acuerdo Nacional para la Transición a la plena Democracia, optaron por unirse con la UDI para enfrentar las elecciones parlamentarias y presidenciales de 1989. RN bien pudo haber seguido la colaboración con los partidos de centro e izquierda, pero no lo hizo. Esta alternativa es la que provoca inseguridad en la UDI. Probablemente es difícil que RN se decida por un cambio estratégico, pero sus votantes pueden hacerlo.
La UDI podrá tener todos los amplios recursos de poder que ha conseguido, pero el secreto del voto la pone en una situación de vulnerabilidad ante RN y por supuesto, ante los partidos de la Concertación, especialmente el PDC. Las decisiones de la UDI no sólo la han debilitado, sino también han caído como un regalo del cielo a la vieja colectividad falangista.
Datos Informativos:
1. Recurro al conocido concepto de institucionalizción de Samuel P. Huntington, Political Order in Changing Society (New Haven: Yale University Press, 1968).
2. Me remito al capítulo VII “La élite civil: El “gremialismo” y el papel de Jaime Guzmán” en mi libro El régimen de Pinochet (Santiago: Editorial Sudamericana, 2000), pp. 327-387 y en los capítulos X y XI.
3. En las universidades hay matices de proximidad con la UDI, más distante en la Finis Terrae y Andrés Bello que la del Desarrollo, conocido como la “Universidad” precisamente por su cercanía con el partido. Es por ello que es en ésta donde “el gremialismo” concentra sus esfuerzos de reclutamiento de académicos de otros sectores, que van desde la extrema derecha con la figura emblemática de los “duros” de la dictadura, el decano de Derecho Pablo Rodríguez, hasta personalidades del centro “liberal”.
4. Robert Michels, Los partidos políticos. Un estudio sociológico sobre las tendencias oligárquicas de la democracia moderna (Buenos Aires: Amorrortu Editores 1969), Vol. 1, p. 51.
5.- Max Weber, “La política como vocación”, en su libro Escritos Políticos (México: Folios Ediciones, 1982), II volumen, p. 349.