La Ceremonia del Adiós es el título de un libro de Simone de Beauvoir. En él recoge sus últimas conversaciones con Jean Paul Sastre, a sabiendas ambos de la proximidad de la muerte de éste. Fueron recogidas durante un extenso lapso y durante largas jornadas de charlas. De allí el título del texto: está inspirado en una prevista y prolongada despedida, en una ceremonia del adiós.
En este tercer gobierno de la Concertación se tiene a veces la intuición que hay quienes dentro de él y en su entorno piensan y actúan a la manera de la famosa pareja de intelectuales franceses. Conciben el actual período gubernamental como el último gobierno de la alianza y se disponen para una larguísima despedida.
Contrasta tal actitud con la voluntad del Presidente de la República, expresada en sus principales discursos lanzados durante la campaña y en algunos que ha vertido como gobernante, especialmente su Primer Mensaje ante el Congreso Pleno. Lo que se trasunta en la discursividad de Ricardo Lagos es la convicción de que lejos de un final su gobierno pretende ser un comienzo con metas que trascienden sus propios tiempos como Primer Mandatario. Es más que evidente que el Presidente tiene como ambición la realización de un proyecto de rango histórico que de ser exitoso obviamente que mantendría a la Concertación con la opción de continuar como fuerza lideral del país.
Hay una tensión entonces al seno del gobierno, de las autoridades, de los funcionarios, de las dirigencias políticas entre dos actitudes, entre dos estados anímicos que naturalmente derivan o pueden derivar en conductas distintas.
Por supuesto que estas diferencias no son estáticas y que pueden modificarse en el transcurso de la experiencia gubernamental. Si el Presidente de la República descubre en el andar que la lógica de la despedida no es superada y se torna más fuerte que la lógica reconstructiva de la Concertación, es probable que dedique sus esfuerzos a cimentar lo que él considere debería ser la impronta histórica de su gobierno y renuncie a jugar un rol estimulador de subjetividades y de las energías políticos partidistas. O, a la inversa, también podría suceder que la dimensión histórica del proyecto gubernamental termine por seducir y unificar los diversos liderazgos y a los conglomerados más activos de la Concertación y que ello se traduzca en una revitalización político estratégica del progresismo.
Por lo pronto, el conflicto está planteado en los términos descritos y la tendencia favorecida por factores objetivables es la de la “ceremonia del adiós”.
Antes de argumentar más en detalle sobre lo dicho conviene reflexionar acerca de un aspecto anexo. Ya es un lugar común decir que en Chile no existe una buena disposición hacia el debate descarnado, abierto, libre tal cual supone la probidad intelectual, y que además es tan requerido para el buen ejercicio de cualquier actividad, máxime tratándose de aquella relacionada con la “cosa pública”, con la política. Pero la verdad es que se está obligado a insistir sobre el tema puesto que es una situación que se sigue agravando y que va consolidando prácticas social y políticamente muy inconvenientes. En los ámbitos políticos e intelectuales más vinculados a la política existen conductas relativamente generalizadas que conllevan a la imposibilidad de contar con una verdadera comunidad intelectual. En lo grueso, lo que se tiene son individualidades y pequeños círculos intelectuales que más que interlocutar con los pensamientos trafican con ellos a la manera mercantil, de suerte que el resultado es la precariedad en la creación de ideas, de diagnósticos, de previsiones trascendentes y que le den un marco a la política para desenvolverse más allá del día a día.
Es innegable, por otra parte, un proceso de corporativización y mercantilización de estos pequeños círculos intelectuales que naturalmente se traduce en corporativización y mercantilización de las mecánicas de producción de ideas.
Así, no es de extrañar que en el mundo intelectual chileno se impongan conductas excluyentes, sectarias y, sobre todo acríticas. El criticismo en Chile está inspirado más bien en las demandas del mercado que en interrogaciones producidas a través de un veraz acto de reflexión. Paradojalmente, el criticismo tiene casi siempre el propósito de proteger algún tipo de status corporativo. El crítico criollo, por lo general, se comporta como aquellos que dicen tener un gran sentido del humor porque son capaces de reírse de otros y hasta de sí mismos, pero que cuando los otros se ríen de ellos se les termina el sentido del humor.
En fin, una de las razones por las cuales tiende a imponerse la lógica de la ceremonia del adiós se encuentra en este tipo de conductas de parte de grupos intelectuales y políticos que han copado los espacios de orientación estratégica del gobierno, excluyendo, por corporativismo, pensamientos y opiniones de otras fuentes.
El senador Carlos Ominami ha sido uno de los que ha reaccionado frente a este mal. En entrevista al diario La Tercera declaró “en Chile los gobiernos prefieren evitar discusiones”. Hay que tomar muy en cuenta las palabras del senador Ominami porque hasta no hace mucho él mismo era acusado más o menos de lo mismo que él ahora acusa.
Para abreviar, lo que quiero decir en el fondo es que, de una u otra manera, son muchos los que perciben o intuyen que el gobierno puede irse comprometiendo cada vez más con la lógica de la ceremonia del adiós, pero se lo callan por temor a que tal crítica sea demasiado mal vista por los círculos que hegemonizan la conducción estratégica del gobierno, con lo cual no hacen más que ratificar la esmirriada autovaloración que los propios intelectuales tienen del trabajo intelectual.
Pero volvamos a la hipótesis central que incentiva este artículo, puntualizando algunas de las principales razones y algunos de los principales factores que facilitan la imposición de la tendencia de la ceremonia del adiós.
Inmediatismo electoral
Continúa latente la idea y esperanza de que el gobierno de Ricardo Lagos representa un proyecto de rango histórico. Sin embargo tal espíritu se va diluyendo. A más de ciento cincuenta días de mandato la envergadura histórica no se manifiesta con claridad ni en lo empírico ni en su explicitación intelectual, tardanza que le facilita a los opositores el trabajo de alimentar la imagen de que tal proyecto es muy feble o no existía, más allá de lo genérico y de lo que se ha dado en llamar “estilo Lagos”, o sea, en las formas de gobernar.
En nuestra opinión, lo que ocurrió es que los resultados de las elecciones presidenciales, en especial el de la primera vuelta, implicaron modificaciones en la estrategia del “laguismo” que no se redujeron a la pura cuestión electoral sino que se extendieron hasta su proyecto de gobierno. Nos asalta la sospecha – y sólo la sospecha, por cuanto no tenemos información confiable acerca de los grados de avances programáticos que tenía la candidatura del actual Presidente – de que, vistas las cifras de las elecciones, se optó por sacrificar elementos claves del proyecto original, en la medida de que éstos fueran de más difícil realización y de efectos menos vistosos en el corto plazo.
Siempre en el plano de las conjeturas, pareciera ser que los estrategas gubernamentales y partidarios quedaron obsesionados con el fenómeno Lavín y empecinados en superar la debilidad electoral con la que se inauguró el gobierno, concentrando lo estratégico en las elecciones municipales de octubre próximo.
Por cierto que esa es una definición razonable, quizá inevitable, pero también riesgosa:
que recién instalado el gobierno, el Presidente esté forzado a continuar en semi campaña conlleva a renunciar a los mejores momentos cualitativos para sentar bases políticas y comunicacionales que a la postre demanda un proyecto de dimensión histórica y que tienen una complejidad comunicacional mayor que las requeridas por una campaña electoral;
el privilegio otorgado a políticas destinadas a ganar una elección naturalmente que merma la imagen de un gobierno históricamente ambicioso;
la estrategia en cuestión aventura muy tempranamente el prestigio del Presidente de la República y de su gobierno, dado que lo deja sujeto a un acto de medición – las elecciones municipales -, que por características intrínsecas es bastante impredecible;
al término del primer año político todavía no se habrá sentado el sello histórico del gobierno y al reinicio del año político siguiente (marzo de 2001) se estará a escasos meses del lanzamiento de un nuevo período electoral.
Entendiendo la importancia que reviste que en las próximas elecciones se intente superar la correlación de fuerzas electorales que dejó planteada la elección presidencial, hay, no obstante, dos aspectos como mínimo, que merecen reflexiones más detenidas.
La primera se resume en lo siguiente: la adopción de iniciativas y medidas gubernamentales sin un veraz ordenamiento de carácter más globalizador ¿no podría traducirse de hecho en una suerte de “lavinización” de la Concertación y el gobierno? ¿No se estaría siendo partícipe de una concepción puramente mediática y corporativista de la política, concepción que si bien es funcional para el pensamiento de derecha no lo sería de igual manera para el pensamiento progresista?
Por otra parte, y esta es la segunda reflexión, el “fenómeno Lavín” no es pura forma, no es pura habilidad publicitaria, tiene organicidad espontánea con fenómenos políticos, sociales y culturales. El discurso lavinista y su manejo medial se corresponden con acontecimientos y conductas estructurales presentes en la sociedad. Ese discurso y esas situaciones se retroalimentan, fortaleciendo una dinámica que favorece el desarrollo futuro de la derecha. Competir, entonces, con el lavinismo a través de prácticas comunicacionales y políticas iguales o muy similares puede dar éxitos temporales, pero a la larga se colabora en el asentamiento de un escenario cultural y conductual más propicio para las estrategias de la derecha. Algunos importantes ideólogos comunicacionales de la Concertación no han comprendido que los tipos de discursos del progresismo y las formas de sus transmisiones necesariamente deben ser diferentes. Los tipos y formas discursivas reflejan o deberían reflejar las diferencias reales entre las diversas alternativas.
Más en concreto, sin una política que trasunte la idea de un proyecto histórico difícilmente la Concertación va a recuperar como suya la voluntad de cambio y, por ende, ésta va a continuar como consigna propia del lavinismo. Y, a la par, sin un discurso que tienda a modificar una cultura social conservadora, anómica, individual-corporativista y muy incorporada en segmentos, incluso populares, se hará más difícil sensibilizar a la sociedad respecto de los esfuerzos y costos que implica una estrategia de país y de largo alcance.
Sin afirmación de proyecto histórico el desgaste de la Concertación se hará más visible, célere e inercial, consolidando con ello los síndromes de la ceremonia del adiós en las autoridades gubernamentales, en la dirigencia política y en los cuerpos sociales de apoyo.
Calidad y proyección de los bloques
En lo estrictamente político también son observables varias circunstancias que apuntan al predominio de la tendencia de la ceremonia del adiós.
La derecha, como alianza política, ha vivido un ascendente proceso de homogenización, tanto en lo programático como en lo discursivo. Desde hace más de un año que se muestra como un bloque sin disputas considerables y en el que las dos fuerzas que lo componen compiten dentro de parámetros muy acotados y con manifestaciones públicas de la competencia escasamente notorias. Aparece como alianza muy disciplinada a los acuerdos que adopta y las experiencias disidentes son pocas, esporádicas y casi anecdóticas. Y no se visualiza que ese grado de unidad pueda ser interrumpido o lesionado en tiempos previsibles.
Por otra parte, también ha ido afinando sus comportamientos opositores, conciliando adecuadamente la denuncia y la crítica con lo propositivo. Sin duda que en tal sentido ha dado un salto cualitativo, puesto que ha terminado por instalarse como una oposición que es, al mismo tiempo, alternativa gubernamental. Casi no hay tema de gobierno sobre el cual no tenga propuestas técnicamente razonables y argumentadas.
La Concertación tampoco está dramatizada por conflictos internos. Pero, comparativamente, sufre más trastornos que la derecha y el público la percibe con índices menores de unidad y de convergencia.
Si se trata de construir una tabla de comparaciones de ventajas y desventajas entre una y otra alianza, habría que considerar al menos:
En los temas gruesos y de mayor comprensión e interés para la masa ciudadana, la derecha hace notar su consistente unidad, principalmente por la uniformidad discursiva que logra entre sus parlamentarios, dirigentes partidarios, medios de comunicación y voceros de sus centros político-intelectuales.
En ese mismo tipo de temas, lo habitual es que en la Concertación siempre existan voces disidentes y, peor aún, difícilmente existe un discurso único que enfatice en puntos fuertes. Con frecuencia, lo que se encuentra es una dispersión de agendas comunicacionales, como si cada entidad o personalidad de la Concertación tuviera agenda propia y separada, y los temas que alcanzan relevancia son aquellos que pone el Presidente o algunos de los ministros del área política o económica y aquellos que, de la agenda múltiple, son seleccionados por los medios, o sea, por la derecha.
No hay el más mínimo indicio de que la unidad del bloque opositor de derecha está propensa a resquebrajamientos o divisiones en el curso de los próximos años.
En la Concertación no existen las mismas certezas. En la atmósfera política y comunicacional está la idea – ya prejuiciosa – de que la Concertación debe estar en constantes esfuerzos para sostenerse e, incluso, también pervive la duda acerca de la permanencia de la unidad del PDC.
Joaquín Lavín es el indiscutido candidato para las elecciones presidenciales de 2005, situación que juega un potente rol centrípeto al seno del conglomerado derechista y asegura una dinámica bastante disciplinada para el sector a lo largo del actual período presidencial e impide desgastes competitivos en torno a la búsqueda de un líder opositor.
El único liderazgo consagrado hoy en la Concertación es el de Ricardo Lagos. El sucesor de ese liderazgo no se vislumbra y tampoco hay señales de que tal carencia será resuelta en plazos prudentes. Son muchos los interesados en la herencia lo que anticipa que la Concertación, después de las parlamentarias del próximo año, va a enfrentar pugnas entre los pre-precandidatos, luego entre los efectivos precandidatos para llegar finalmente a la competencia entre dos o tres posibles candidatos. Camino tan extenuante y sinuoso que puede terminar agotándolos a todos.
Resumamos: la creciente cimentación de la unidad y eficiencia del bloque opositor y el hecho de que éste ya disponga de un liderazgo incuestionable, contrasta con:
la calidad de la unidad de la alianza gobernante y de la permanencia de la unidad en sí misma;
la inexistencia de liderazgos alternativos y proyectivos, que provean de autoconfianza a la Concertación,
las enormes dificultades que ésta tendrá para resolver acerca de esos liderazgos.
Sólo quien quiera hacerse el leso no reconocería que lo enumerado está en la mente de mucha dirigencia y base concertacionista y operando como nutriente de la tendencia a la ceremonia del adiós.
Indiferencia tecnopolítica
Por último, cabe analizar un tercer fenómeno que induce a la preocupación que aquí se ha estado describiendo.
En los últimos años se ha producido en Chile un proceso – por lo demás universal – que consiste en la emergencia y crecimiento de un nuevo tipo de dirigencia política, cuyo principal rasgo es que sus agentes acceden a posiciones de poder principalmente por sus conocimientos técnicos en diversas áreas y que algunos autores los han definido como “tecnopolíticos”.
Los gobiernos de la Concertación no sólo han sido receptivos a esta nueva categoría sino que de hecho han sido partícipes en su formación y expansión. Situación del todo legítima, inevitable y enteramente necesaria.
La presencia de la tecnopolítica en el gobierno de Ricardo Lagos ha tendido a incrementarse, aunque en realidad varios de sus componentes son todavía diletantes como tecnopolíticos. Por cierto que también, y mayoritariamente, los hay de fuste.
El problema que representa esta categoría para los efectos de la política “pura” es que actúa con bastante distancia de las estrictas lógicas del poder político. Para decirlo de otra manera, no se apasionan por él. Entendamos, no es que no se apasionen por el poder. No se apasionan por el poder político institucional, pero sí por el poder en general y en dondequiera que éste se encuentre y ese dondequiera, en realidad, no es difícil de encontrar: está en la gran empresa privada o en las grandes agencias internacionales.
La diferencia de estos actores con los políticos “tradicionales” no es la mayor o menor adicción al poder. La diferencia estriba en que el tecnopolítico puede realizar su vocación de poder en otras esferas distintas a las de las instituciones estatales, opcionalidad que normalmente no está al alcance del político tradicional.
La precariedad que afecta a los partidos políticos y la hegemonía que ejercen al interior del gobierno los tecnopolíticos configuran un cuadro de relativa indiferencia con lo que ocurra después del término de la actual administración. El prestigio del tecnopolítico, dentro de sus espacios opcionales, no se mide por resultados electorales, sino por las consistencias técnicas de las políticas que haya implementado y éstas no necesariamente y siempre redundan en popularidad.
Obviamente que la sola influencia de la tecnopolítica en la gestión del gobierno no significa que fatalmente se renuncie a priori a estrategias que posibiliten la sucesión de otro gobierno progresista. De facto es imprescindible el papel de la tecnopolítica para los efectos de un buen gobierno que, a su vez, es condición sine qua non para las perspectivas concertacionistas.
Lo que sí debe tenerse en cuenta es que – casi por antonomasia – la tecnopolítica es desapasionada en lo político, no tiene grandes afectos por los intereses sociales, culturales, emocionales que están siempre detrás de los conflictos políticos. El tecnopolítico es en realidad y en rigor el más profesional de los políticos: simplemente hace su pega por amor a su profesión y porque le pagan por ello. Si también lo mueven otros sentimientos, esos van por añadidura. En tal sentido, puede tener un compromiso “técnico” con la historia futura, pero difícilmente un compromiso político-pasional.
Quizás sea este factor el que termine por imponer definitivamente la lógica de la ceremonia del adiós. Si los partidos de la Concertación no reaccionan a tiempo, si se consumen en los absorbentes y poco redituables problemas internos, si no resuelven en tiempos propicios los liderazgos alternativos, etc., lo más probable es que el gobierno se autonomice al extremo, maximalice su “tecnificación” y, con ello, erija a la tecnopolítica en clase dirigente, que, precisamente por su condición de tecnopolítica, considera que su contrato finiquita en marzo de 2006… y después a otra cosa.