El punto focal de este artículo es interrogarse sobre la hipótesis si la Concertación en verdad estaría cumpliendo un ciclo político y, por consiguiente, se estaría agotando, en sentido fuerte, su ímpetu reformador y de cambio.
Si se examina, por un momento, lo que se pudiera denominar los ciclos políticos exitosos de partidos o coaliciones que han estado por un tiempo prolongado en el gobierno, tales como el caso español, inglés o alemán, se percibe la existencia de un conjunto de condiciones que colaboraron al éxito de esos procesos políticos. Tal vez lo central, sin entrar en un análisis extenso que desborda el sentido de este artículo, es que en tales experiencias históricas, existió una sólida elite en el poder y sistema de partidos que tuvo un claro y nítido “mapa estratégico” con respecto a los ejes fundamentales de las políticas de reformas que impulsaron. A la par se verificó una virtuosa alianza entre la razón política y la técnica. Las políticas públicas que en la actualidad tienen componentes cada vez más complejos, fueron llevadas a la práctica con seriedad y responsabilidad atendiendo precisamente a su eficacia instrumental como también política. Es decir, una sintonía entre ambas racionalidades y no una contienda permanente como suele suceder en algunas administraciones. Además, y este no es un dato menor, en todos los casos, los partidos políticos que fueron parte de los gobiernos, lograron representar eficazmente a las respectivas sociedades, sin que se produjeran ”fugas” o ”crisis de identidad” cuando gobernaron. También hubo en estos países liderazgos de Gobierno sólidos Que lograron un notable arraigo popular, como fueron los casos de Margaret Thatcher en Inglaterra, Felipe González en España y Helmut Kohl en Alemania.
En este sentido, si se gira ahora la mirada a la Concertación, es posible aislar un conjunto de facto9res que revelarían una cierta pérdida de “brújula” o el agotamiento de sus energías políticas en varios campos, luego de una década que sin duda ha cosechado grandes éxitos; el pacto entre la izquierda y el centro político, amén de los “enclaves autoritarios”, la instalación de una democracia sin mayores turbulencias, el adecuado procesamiento de las demandas sociales, la reforma tributaria, la lenta pero segura clarificación de la violación a los derechos humanos, el notable crecimiento económico, los avances en salud, educación e infraestructura, etc.
Los factores que estarían en juego, en este período, y que denotan una pérdida de dinamismo describen un desgaste general del espíritu innovador de la Concertación. A lo menos en los siguientes planos:
Agotamiento y crisis de representatividad de los partidos de la alianza
Si bien el capital electoral de la Concertación se mantuvo por sobre un 50% durante largos años, con el peak de la votación obtenido por Eduardo Frei en las presidenciales (58%), se ha verificado con el paso del tiempo una consistente fuga de votos desde la Concertación. Esto se expresa en una masa de votantes que en el año 97 tendió a anular el voto y el 99 votó por la candidatura opositora de Lavín. Se trata de una pérdida neta de alrededor de un 12% de votación, prácticamente un millón de votos. Pero, unido a lo electoral se ha venido incubando un relativo desgaste de la solidaridad colectiva del conglomerado que contribuye a generar cada vez mayores dificultades en los procesos de toma de decisiones. Como se sabe, en diversas áreas de políticas hay visiones distintas, y en algunos casos, transversales en los partidos de la alianza. Sin embargo, crecientemente, se afincan diferencias más tajantes que muestran a unos partidos a la zaga de los temas y finalmente sin una opinión sólidamente compartida. Por otra parte, la tensión natural entre competencia, identidad propia y perfilamiento de la Concertación como un todo ha tendido a ser cada día más severa. Los efectos perversos del binominalismo han colaborado a que paulatinamente las negociaciones electorales se hayan transformado en un verdadero “parto de los montes” en donde cada partido ha procurado, dentro de una camisa de fuerza, maximizar sus oportunidades electorales.
De otro lado, los partidos crecientemente, como lo revelan las encuestas, se han distanciado de la ciudadanía y tienden a ser percibidos simplemente como aparatos de poder o como agencias de empleo. A ello ha contribuido la falta de un ímpetu reformista interno de las colectividades que no han logrado, hasta ahora, compatibilizar la adscripción a una cultura política determinada con una adecuada representación de la ciudadanía. En gran medida, los partidos se han quedado encapsulados en debates internos y en la proyección de sectores e intereses grupales que, en parte, denotan la presencia de estructuras clienterales cerradas que no convocan a la ciudadanía a participar. Al respecto, se debe constatar el creciente “envejecimiento” de los partidos que mantienen al mismo personal político, sin que se produzca una necesaria renovación de liderazgos. Un dato general que abona a este argumento es la creciente distancia de los jóvenes con respecto a la política en general y su persistente renuencia a inscribirse en los registros electorales.